El sur de Israel pide mano dura
Los habitantes de Ashkelón viven atemorizados por la lluvia de cohetes palestinos
Ana Carbajosa
Ashkelón, El País
Casi la única rutina que se mantiene estos días en Ashkelón son las carreras a los refugios antibombas. Aquí, como en el resto del sur de Israel, la vida se rompió el pasado miércoles, cuando el asesinato selectivo del jefe militar de Hamás desató un intenso lanzamiento de cohetes palestinos. Apenas 13 kilómetros separan Ashkelón de Gaza. Es la ciudad más próxima a la Franja y sus 130.000 habitantes hace años que conviven con la amenaza de los proyectiles. Pero al terror de que un cohete les caiga encima no se acostumbra uno, explican los vecinos de Ashkelón, que piden mano dura al Gobierno de Benjamin Netanyahu y una invasión terrestre si hace falta. Cualquier cosa, dicen, con tal de acabar con al lluvia de proyectiles.
Esta mañana han caído 39 cohetes en el sur de Israel. En Ashkelón, las calles están vacías. Apenas se ve a algún que otro inmigrante etíope, que recoge la basura en un parque municipal. En pleno centro, hay algo más de vida. Parte de la vitalidad se concentra bajo tierra, en el centro de emergencias subterráneo, que replica bajo blindaje las oficinas del Ayuntamiento. La actividad en este centro es frenética. Está abierto las 24 horas y es donde llaman los ciudadanos ante cualquier incidente. Hoy además ha venido el ministro de Turismo a prometer cuantiosas ayudas financieras a los sureños.
Yossi Greenfield dirige el centro de operaciones. Vive pegado a un transistor que le avisa cada vez que las milicias palestinas disparan un cohete en Gaza. El radar indica la dirección y Greenfield pone en marcha el sistema de avisos. Suena la sirena y empieza la cuenta atrás. 30 segundos para alcanzar el refugio más cercano. Los hay públicos, aunque todas las casas construidas a partir de los noventa tienen que tener también por ley una habitación blindada. Todas estas precauciones y la falta de precisión de los cohetes palestinos, -que no son misiles guiados como los israelíes- han contribuido a que en Ashkelón sólo haya habido tres heridos leves desde que empezó la operación Pilar Defensivo. En total, tres israelíes y más de 100 palestinos han muerto víctimas del fuego cruzado desde el pasado miércoles.
A las puertas del Ayuntamiento, Benny Vaknin, el alcalde de Ashkelón sintetiza el sentir de muchos vecinos sin remilgos. "No queremos una tregua como la de Plomo Fundido. Queremos que los cohetes paren para siempre. Si hace falta invasión, que la haya. Lo que haga falta con tal de que dejen de caer"
La actividad del centro de emergencias contrasta con la de un mundo exterior apagado, desvitalizado. En el gran centro comercial se dan cita algunos de los más atrevidos o como Shani Ben Abo, de las que dicen que no pueden más después de siete días metida en casa con dos niños pequeños y las escuelas infantiles cerradas. Ha venido a darse una vuelta porque aquí también hay refugio. De camino, en el taxi, le ha pillado la sirena. Todos fuera del coche, niños incluidos, y al suelo. Está embarazada de cinco meses y dice que cada vez que la sirena anuncia un nuevo cohete, se le disparan las contracciones y siente que va a parir. Su postura frente al conflicto es bien clara. "[El primer ministro, Benjamin] Netanyahu está haciendo lo correcto, pero debe ir hasta el final. Si para ahora la ofensiva, nos encontraremos en una situación similar a la de antes", piensa esta panadera de 25 años.
Muchas tiendas están cerradas y las que abren cierran en torno a cinco de la tarde "Casi no hay clientes", se queja Assaf Sade un joven tatuado que vende deportivas de colores chillones y vaqueros de marca. Pertenece al bando de los escépticos, al de los que a estas alturas ya no se cree nada de los que dicen o prometen los políticos. "Puede que haya alto el fuego y luego volverán los cohetes. La historia nos recuerda que vivimos en un eterno ciclo de violencia". Sade entró en Gaza hace cuatro años metido en un tanque y es de los que cree que una invasión terrestre sólo contribuirá a generar más violencia. El reguetón que emana de la radio de su tienda compite con el sonido de los F-16 en vuelo rumbo a Gaza. Como si la normalidad peleara por imponerse a la guerra.
Ana Carbajosa
Ashkelón, El País
Casi la única rutina que se mantiene estos días en Ashkelón son las carreras a los refugios antibombas. Aquí, como en el resto del sur de Israel, la vida se rompió el pasado miércoles, cuando el asesinato selectivo del jefe militar de Hamás desató un intenso lanzamiento de cohetes palestinos. Apenas 13 kilómetros separan Ashkelón de Gaza. Es la ciudad más próxima a la Franja y sus 130.000 habitantes hace años que conviven con la amenaza de los proyectiles. Pero al terror de que un cohete les caiga encima no se acostumbra uno, explican los vecinos de Ashkelón, que piden mano dura al Gobierno de Benjamin Netanyahu y una invasión terrestre si hace falta. Cualquier cosa, dicen, con tal de acabar con al lluvia de proyectiles.
Esta mañana han caído 39 cohetes en el sur de Israel. En Ashkelón, las calles están vacías. Apenas se ve a algún que otro inmigrante etíope, que recoge la basura en un parque municipal. En pleno centro, hay algo más de vida. Parte de la vitalidad se concentra bajo tierra, en el centro de emergencias subterráneo, que replica bajo blindaje las oficinas del Ayuntamiento. La actividad en este centro es frenética. Está abierto las 24 horas y es donde llaman los ciudadanos ante cualquier incidente. Hoy además ha venido el ministro de Turismo a prometer cuantiosas ayudas financieras a los sureños.
Yossi Greenfield dirige el centro de operaciones. Vive pegado a un transistor que le avisa cada vez que las milicias palestinas disparan un cohete en Gaza. El radar indica la dirección y Greenfield pone en marcha el sistema de avisos. Suena la sirena y empieza la cuenta atrás. 30 segundos para alcanzar el refugio más cercano. Los hay públicos, aunque todas las casas construidas a partir de los noventa tienen que tener también por ley una habitación blindada. Todas estas precauciones y la falta de precisión de los cohetes palestinos, -que no son misiles guiados como los israelíes- han contribuido a que en Ashkelón sólo haya habido tres heridos leves desde que empezó la operación Pilar Defensivo. En total, tres israelíes y más de 100 palestinos han muerto víctimas del fuego cruzado desde el pasado miércoles.
A las puertas del Ayuntamiento, Benny Vaknin, el alcalde de Ashkelón sintetiza el sentir de muchos vecinos sin remilgos. "No queremos una tregua como la de Plomo Fundido. Queremos que los cohetes paren para siempre. Si hace falta invasión, que la haya. Lo que haga falta con tal de que dejen de caer"
La actividad del centro de emergencias contrasta con la de un mundo exterior apagado, desvitalizado. En el gran centro comercial se dan cita algunos de los más atrevidos o como Shani Ben Abo, de las que dicen que no pueden más después de siete días metida en casa con dos niños pequeños y las escuelas infantiles cerradas. Ha venido a darse una vuelta porque aquí también hay refugio. De camino, en el taxi, le ha pillado la sirena. Todos fuera del coche, niños incluidos, y al suelo. Está embarazada de cinco meses y dice que cada vez que la sirena anuncia un nuevo cohete, se le disparan las contracciones y siente que va a parir. Su postura frente al conflicto es bien clara. "[El primer ministro, Benjamin] Netanyahu está haciendo lo correcto, pero debe ir hasta el final. Si para ahora la ofensiva, nos encontraremos en una situación similar a la de antes", piensa esta panadera de 25 años.
Muchas tiendas están cerradas y las que abren cierran en torno a cinco de la tarde "Casi no hay clientes", se queja Assaf Sade un joven tatuado que vende deportivas de colores chillones y vaqueros de marca. Pertenece al bando de los escépticos, al de los que a estas alturas ya no se cree nada de los que dicen o prometen los políticos. "Puede que haya alto el fuego y luego volverán los cohetes. La historia nos recuerda que vivimos en un eterno ciclo de violencia". Sade entró en Gaza hace cuatro años metido en un tanque y es de los que cree que una invasión terrestre sólo contribuirá a generar más violencia. El reguetón que emana de la radio de su tienda compite con el sonido de los F-16 en vuelo rumbo a Gaza. Como si la normalidad peleara por imponerse a la guerra.