ANÁLISIS / Una semana que cae del cielo
Ya van 89 muertos del lado palestino y 4 del israelí. El 86% de la población apoya el ataque
Antonio Ungar, El País
Primero fue un vídeo. En blanco y negro, casi abstracto, tomado desde un avión no tripulado. El auto del líder militar de Hamás siendo volado por un misil israelí. Después vino la realidad.
Mi mujer y mis dos hijos caminan hacia mí en un parque, en la noche de Jaffa, cuando suena la primera alarma de guerra. Procuramos que parezca un juego mientras corremos al búnker más cercano. La explosión de un cohete interceptado hace vibrar el aire. El búnker está en un centro infantil, hay mucha luz, hay tebeos en los muros y juegos. Mis niños están encantados. No quieren irse a casa cuando los adultos decidimos que por hoy no habrá más cohetes.
Dos días después sigue el bombardeo a Gaza. La cuenta de muertos va en 47 del lado palestino y 3 del lado israelí. De este lado, en Tel Aviv-Jaffa, dos cohetes más son fulminados en el aire. Más carreras al búnker, esta vez al de nuestro edificio. Mi hijo de cuatro años no es tonto y pregunta qué pasa. Le decimos que cosas grandes caen del cielo. Desde dónde las lanzan, quiere saber. Desde un lugar que se parece a Jaffa pero está lejos. Por qué. Es que allá caen cosas mucho más grandes y pesadas pero no hay dónde esconderse
La vida sigue. El trabajo, las calles más vacías, mis niños que no van a la escuela, los amigos de afuera preocupados. Y el mar, el mismo de Gaza, iluminado por el otoño. Procuramos negarnos a la omnipresente televisión israelí. Los expertos piden más contundencia en el ataque. Las únicas imágenes son de soldados, mujeres israelíes asustadas y poquísimos cohetes artesanales de Hamás que impactan en el sur. El ministro del Interior declara que la operación militar debe devolver a Gaza a la Edad Media. El de Exteriores, para no ser menos, agrega que a diferencia de hace cinco años (1.400 muertos) esta vez Israel sí irá hasta el final.
Ya van 89 muertos del lado palestino y 4 del israelí. El 86% de la población apoya el ataque. Llaman los amigos que están cerca para decir que se cancela la reunión. Es la quinta que hemos hecho para intentar abrir una escuela bilingüe en Jaffa a la que vayan juntos niños judíos y palestinos con documento de identidad israelí (llamados aquí árabes, casi dos millones). Fijamos un desayuno para dos días después. Mis hijos están felices de pasarse el día jugando con los vecinos árabes. El mayor dice que no me acompaña a hacer la compra porque pueden caer cosas grandes del cielo. Cuando voy a buscarlo, en la noche, veo por una puerta entreabierta, en un canal extranjero ilegal, todo lo que no muestra la televisión israelí. El horror de Gaza. Las casas arrasadas, los cadáveres, los hospitales desbordados, las familias huyendo, los niños quemados.
Al día siguiente camino entre la luz del otoño a la terraza del café para el desayuno convenido (mejor no ir en bus). El conteo macabro se ha saldado en 162 a 5. Anoche, el primer ministro israelí aceptó firmar la tregua ofrecida por EE UU, Egipto y Hamás. A la reunión llegan solo Uri, músico y judío askenazi de Tel Aviv, y Salma, profesora árabe de Jaffa. Uri, nervioso, rompe el silencio mencionando las atrocidades de Gaza. Salma, tímida también, solo dice: “Ojalá dure la tregua”. Cuando llega la comida nos concentramos en lo que nos ha reunido. El proyecto del colegio mixto, que debe funcionar. Uri está diciendo que ahora será más difícil conseguir los permisos cuando nos interrumpe un auto que se detiene. Bajan sus hijos, que corren hacia nosotros riéndose. Pedimos otro café.
Antonio Ungar es escrito colombiano, residente en Israel. Ganó el premio Herralde con Tres ataúdes blancos (Anagrama)
Antonio Ungar, El País
Primero fue un vídeo. En blanco y negro, casi abstracto, tomado desde un avión no tripulado. El auto del líder militar de Hamás siendo volado por un misil israelí. Después vino la realidad.
Mi mujer y mis dos hijos caminan hacia mí en un parque, en la noche de Jaffa, cuando suena la primera alarma de guerra. Procuramos que parezca un juego mientras corremos al búnker más cercano. La explosión de un cohete interceptado hace vibrar el aire. El búnker está en un centro infantil, hay mucha luz, hay tebeos en los muros y juegos. Mis niños están encantados. No quieren irse a casa cuando los adultos decidimos que por hoy no habrá más cohetes.
Dos días después sigue el bombardeo a Gaza. La cuenta de muertos va en 47 del lado palestino y 3 del lado israelí. De este lado, en Tel Aviv-Jaffa, dos cohetes más son fulminados en el aire. Más carreras al búnker, esta vez al de nuestro edificio. Mi hijo de cuatro años no es tonto y pregunta qué pasa. Le decimos que cosas grandes caen del cielo. Desde dónde las lanzan, quiere saber. Desde un lugar que se parece a Jaffa pero está lejos. Por qué. Es que allá caen cosas mucho más grandes y pesadas pero no hay dónde esconderse
La vida sigue. El trabajo, las calles más vacías, mis niños que no van a la escuela, los amigos de afuera preocupados. Y el mar, el mismo de Gaza, iluminado por el otoño. Procuramos negarnos a la omnipresente televisión israelí. Los expertos piden más contundencia en el ataque. Las únicas imágenes son de soldados, mujeres israelíes asustadas y poquísimos cohetes artesanales de Hamás que impactan en el sur. El ministro del Interior declara que la operación militar debe devolver a Gaza a la Edad Media. El de Exteriores, para no ser menos, agrega que a diferencia de hace cinco años (1.400 muertos) esta vez Israel sí irá hasta el final.
Ya van 89 muertos del lado palestino y 4 del israelí. El 86% de la población apoya el ataque. Llaman los amigos que están cerca para decir que se cancela la reunión. Es la quinta que hemos hecho para intentar abrir una escuela bilingüe en Jaffa a la que vayan juntos niños judíos y palestinos con documento de identidad israelí (llamados aquí árabes, casi dos millones). Fijamos un desayuno para dos días después. Mis hijos están felices de pasarse el día jugando con los vecinos árabes. El mayor dice que no me acompaña a hacer la compra porque pueden caer cosas grandes del cielo. Cuando voy a buscarlo, en la noche, veo por una puerta entreabierta, en un canal extranjero ilegal, todo lo que no muestra la televisión israelí. El horror de Gaza. Las casas arrasadas, los cadáveres, los hospitales desbordados, las familias huyendo, los niños quemados.
Al día siguiente camino entre la luz del otoño a la terraza del café para el desayuno convenido (mejor no ir en bus). El conteo macabro se ha saldado en 162 a 5. Anoche, el primer ministro israelí aceptó firmar la tregua ofrecida por EE UU, Egipto y Hamás. A la reunión llegan solo Uri, músico y judío askenazi de Tel Aviv, y Salma, profesora árabe de Jaffa. Uri, nervioso, rompe el silencio mencionando las atrocidades de Gaza. Salma, tímida también, solo dice: “Ojalá dure la tregua”. Cuando llega la comida nos concentramos en lo que nos ha reunido. El proyecto del colegio mixto, que debe funcionar. Uri está diciendo que ahora será más difícil conseguir los permisos cuando nos interrumpe un auto que se detiene. Bajan sus hijos, que corren hacia nosotros riéndose. Pedimos otro café.
Antonio Ungar es escrito colombiano, residente en Israel. Ganó el premio Herralde con Tres ataúdes blancos (Anagrama)