Venganza de sangre
En el norte de Albania, los parientes de un hombre asesinado tienen derecho a vengar su honor matando a un varón de la familia del asesino. Así lo impone el antiguo código del Kanun. La única salvación para los amenazados es sepultarse en su propia casa
Angelo Attanasio /Jerónimo Giorgi
Madrid, El País
Durante 35 años he sido libre y ahora tengo que vivir encerrado. Ni el sol es como era antes”. Bardhyl Kola, sumergido en el sillón de su casa, en el barrio de Perash de la ciudad de Shkoder, en el norte de Albania, se coge resignado la cabeza entre las manos. Desde hace dos años ha permanecido encerrado entre esas cuatro paredes que lo protegen a él; a su hijo Ermal, de dos años; a su padre, Ejup, y a su hermano, Bledare, con sus gemelos de un año. Todos los varones del clan Kola, 26 entre adultos, niños y ancianos, están condenados por un código medieval a permanecer recluidos en sus hogares por riesgo a ser asesinados por venganza de sangre. Esta es la sentencia ordenada por el código del Kanun de Lek Dukagjini:
El Kanun es un código de leyes consuetudinarias que se ha transmitido oralmente durante siglos en las montañas del norte de Albania. Se atribuye al príncipe medieval Lek Dukagjini, aunque no se recopiló y transcribió hasta el año 1912, a manos de Stefano Costantino Gjecov, un fraile franciscano kosovar. El código contiene los valores de la cultura albanesa, y los 12 libros que lo componen regulan todos los aspectos de la vida, desde la religión hasta la propiedad privada, pasando por el trabajo y la familia. Actualmente, el único aspecto del código que se practica es el que regula la venganza de sangre, es decir, el derecho de una familia a asesinar a cualquier miembro masculino de la familia de alguien que haya cometido cierto delito contra ellos.
Tradicionalmente, el Kanun reconoce el derecho a la venganza en tres situaciones: cuando violan a una mujer, cuando un huésped es asesinado en tu propia casa o cuando matan a un varón de tu familia. Hoy día, el crimen que se venga con la muerte es solo el asesinato. La familia de la víctima siente que la del asesino tiene una “deuda de sangre”. Esta se cobra quitándole la vida a cualquier varón de la familia del asesino, porque toda la línea paterna es responsable de los actos de cada uno de sus miembros. La única manera de sortear ese destino es que todos los varones de la familia del criminal se autoaíslen en sus hogares a la espera del perdón. Esta es la realidad que afecta a la familia de Bardhyl Kola y a cientos de familias en Albania.
“Nos pasamos el día tirados en el sofá mirando la televisión”, se queja Ejup Kola mientras se enciende el enésimo cigarrillo del día. “El problema no es solo el encierro, sino comer: es el hecho de no poder trabajar”, agrega su hijo Bardhyl, que ha tenido que dejar su trabajo como soldador para recluirse junto a su familia. La suya es una de las siete del clan Kola, cuyos 26 hombres viven aislados desde el 19 de agosto de 2010, amedrentados por la amenaza de venganza de la familia Vukatanen.
A la una de la tarde de aquel día de verano, Mikeljani Kola, sobrino de Ejup, que en aquel entonces tenía 16 años, asesinó a Elson Vukatanen, de 22. Como se desprende de las actas judiciales, el móvil del homicidio fue que la víctima increpaba desde hacia tiempo a Mikeljani por el hecho de que su familia no había vengado el asesinato de otro Kola en 1998. Para la sociedad albanesa, esta ofensa equivale a una pérdida del honor. El homicida fue condenado a 12 años de prisión y otros tres miembros de la familia fueron condenados como cómplices, entre ellos Bledare, el hijo menor de Ejup, que vive con su familia junto a su padre y a su hermano en la misma casa.
En la cultura albanesa, las paredes domésticas son inviolables. La venganza se cobra solo con aquellos que se atreven a desafiar las reglas del duelo del Kanun y llevan adelante su vida cotidiana a la luz del día.
A pocas calles de la casa de los Kola, en el barrio de Mark Lula, durante las últimas dos décadas se han ido concentrando muchas de las familias que llegan desde las montañas escapando de la venganza. Y aunque muchas emigran a otras ciudades y en ocasiones al extranjero, la amenaza las persigue: hay casos de asesinatos por venganza hasta en lugares tan lejanos como Inglaterra.
Para la familia Kola, un muro de ladrillos de dos metros y medio se ha convertido en la frontera infranqueable que los separa de la sociedad. Dentro, un pequeño patio descuidado es el único vínculo para Ejup, sus dos hijos y sus nietos con el mundo exterior.
“Nos han amenazado muchas veces”, se lamenta Ejup con preocupación mientras mira a su nieta Yasmil, de seis años, jugar con el pequeño Ermal. A pesar de que la niña no está amenazada, “los primeros 10 meses no quería salir ni al patio y se quedaba detrás de la cortina del umbral, llorando”, agrega Bardhyl mirando al suelo.
“Hoy mi hijo Bledare se ha ido con su mujer y mis otros dos nietos a comer a la casa de su suegra”, afirma la mujer de Ejup, Lumturi, cuyo nombre significa felicidad. “Ha tenido que llamar a la policía para que les acompañara y no ha dicho cuándo volverá”. Ejup explica cómo el muro se ha vuelto impermeable también hacia dentro. “Antes tenía muchos amigos, pero ahora nadie viene a verme”, dice resignado, mientras su mujer remata: “Nos mantenemos con mi pensión por enfermedad”. Los 10 integrantes de la familia cuentan además con el ingreso por el alquiler de dos pequeños locales comerciales ubicados junto a la casa de los padres de Elson Vukatanen, el chico asesinado.
Aunque la casa es el único lugar seguro, el hecho de que ambas familias sean vecinas del mismo barrio aumenta la tensión. “Nos llaman por teléfono y no responden, nos han cortado la luz en un par de ocasiones y hasta han agujereado las paredes que rodean la casa”, se lamenta Lumturi, mientras sirve una copa de rakjia, el licor que nunca falta en el hogar albanés.
“Para los albaneses de las montañas, la cadena de la sangre y los grados de parentesco se prolongan hasta el infinito” (artículo 134, Kanun de Lek Dukagjini)
Durante las cuatro décadas del régimen comunista de Enver Hoxha, el más aislado y severo de Europa, “la aplicación del código fue prohibida y se condenó a quienes lo utilizaran como enemigos del partido y de Albania”, afirma Luigj Mila, secretario general de la asociación Justicia y Paz. A principios de los noventa, con la vuelta a la democracia, la falta de autoridad institucional provocó que los albaneses volvieran a acudir a los artículos del Kanun. Con la guerra civil de 1997, a raíz del derrumbe de las pirámides financieras que colapsó el país, el código recobró aún más importancia en la sociedad. “El Kanun quedó en el congelador, pero el pueblo no lo olvidó. Lo ha reciclado y devuelto a la vida para resolver los problemas que surgieron por el vacío legal”, agrega Mila.
Muchos casos que habían sido enterrados durante el comunismo fueron desempolvados y las venganzas se volvieron actuales. “La sangre no se vuelve agua, no se diluye con el tiempo”, explica Mila, cuya organización se dedica a estudiar y a buscar soluciones institucionales al problema. “Que yo sepa, la venganza más larga fue de 80 años y se resolvió con un asesinato. Un militar robó un higo y el dueño del árbol lo mató. Su familia lo vengó 80 años después. Si no te olvidas del enemigo, ya lo estás matando”.
Según un estudio realizado por Justicia y Paz junto a Cáritas, entre 2006 y 2008 solo en el distrito de Shkoder hubo 45 homicidios por venganza de sangre. Actualmente hay 138 familias autoaisladas en Albania, 84 de las cuales están en la ciudad de Shkoder.
Sin embargo, las estadísticas de los casos afectados varían sensiblemente según las fuentes.
Las oficiales buscan silenciar el problema, ya que la eliminación del código es un requisito indispensable para el ingreso de Albania en la UE. El informe de Philip Alston para la ONU de 2009 hace referencia a las cifras estatales que sostienen una disminución de los asesinatos desde 45 en 1998 a un solo caso en 2009, mientras que estiman el número de familias aisladas entre 124 y 133. Este informe justifica las bajas cifras debido a la reforma del Código Penal, según la cual la venganza de sangre entra en la categoría de delitos sin especificar.
A las carencias técnicas y metodológicas de los cálculos estadísticos se suma además que las familias que amenazan con vengarse lo hacen de manera sutil, sin infringir la ley, mientras que las familias amenazadas no suelen denunciar por temor a afectar el proceso de reconciliación.
Por esta razón, el dosier del Congreso de los Misioneros de la Reconciliación de 2009, una organización que se dedica a la mediación entre familias, considera que desde 1991 han muerto 9.800 personas a causa de la venganza de sangre y estima que en 2009 había 1.450 familias y 800 niños aislados.
Esto deja a la vista lo que confirma el estudio de la ONU: que muchas familias involucradas en disputas no ven al Estado como garante de justicia. La condena de cárcel de un asesino no satisface la concepción de la justicia para los albaneses, una justicia que requiere la restauración de la “sangre perdida” a través de la venganza o de una reconciliación formal.
La mediación entre las familias en conflicto puede llevarse a cabo solo a través de autoridades reconocidas tradicionalmente, como el mediador y el bajraktari, que oficializa la reconciliación. Alexander Kola (sin conexión familiar con los Kola bajo amenaza de venganza) ha sido mediador durante los últimos 20 años y es el coordinador para el norte de Albania del Consejo de Mediación de Conflictos. “Cuando dos familias quieren reconciliarse, no lo hacen nunca sin la intervención de un mediador”, explica Kola. En 1996 reconcilió a dos familias que llevaban 83 años en conflicto. “No hay un espacio de tiempo definido, pueden pasar tanto seis meses como seis años”.
En la mayoría de los casos son los amenazados quienes se acercan a pedir la mediación, nunca antes de los seis meses porque la familia está de luto. “Se necesita que el difunto descanse en paz por un tiempo”. Además de la búsqueda del perdón, el objetivo de la mediación es liberar a la familia del asesinado del deber de vengarse. Si bien resulta una tarea complicada, el oficio del mediador no comporta una remuneración. Sin embargo, la familia perdonada generalmente se siente obligada a brindar una compensación económica. “La recompensa por el trabajo es el reconocimiento de Dios”, concluye Kola. Aunque la reconciliación es llevada adelante por el mediador, el proceso tiene que ser oficializado por un bajraktari, figura tradicional prestigiosa de la sociedad albanesa que se hereda del padre al primogénito.
Sokol Delja, un bajraktari de 78 años, vive en una modesta casa de madera junto a su numerosa familia, aislado en un valle incrustado entre las montañas de Tropoje, en el norte de Albania, donde nació el Kanun. Cuando tenía 2 años, su padre fue asesinado, y a los 17 se reconcilió con la familia del asesino. “Sufrimos mucho, pero el tiempo te hace aprender”, dice con la mirada fija en las grietas de los antiguos tablones de madera. “Cuando interiorizas el dolor, puedes reconocer el dolor de los demás”.
Sentado al borde de su cama, vestido con un pijama y una americana, Delja exhibe orgulloso los certificados que registran los más de cien casos resueltos a lo largo de su vida. “Para acercarse a una familia, tienes que conocerla y hablarle dulce, dulce, dulce como la miel”, dice, y una sonrisa le dibuja las arrugas esculpidas por la dureza de la vida en la montaña.
La mediación culmina con el “banquete de la sangre”, una reunión en casa de la familia amenazada de venganza, entre los hombres de ambos clanes. El bajraktari pincha el dedo meñique de los dos jefes de familia. Sobre la gota de sangre pone un grano de azúcar, y cada uno debe lamer el dedo del otro. El jefe de la familia que perdona proclama: “Te perdono la sangre”. Y finalmente todos comparten un trozo de pan de harina de maíz, el pan de la reconciliación.
A pesar de que ninguna mediación se puede llevar a cabo sin tener en cuenta el Kanun, Delja lamenta que “la gente ya no conoce el código y la sociedad actual aplica lo que le conviene”. En los últimos años, las normas han sido tergiversadas y utilizadas para justificar crímenes corrientes. “Nosotros al Kanun le hemos dado una patada, y hoy no se respeta ni el Kanun ni la ley”, añade con resignación.
“No han querido ni siquiera hablar del tema”, resuena el lamento de Ejup Kola dentro de las cuatro paredes de su casa. “Hemos enviado cinco veces al mediador, pero no han aceptado ningún acuerdo”, agrega. A pesar de que la familia Kola mantenía una relación amistosa con los Vukatanen y de que Ejup había mediado en favor de esa familia en dos ocasiones, el conflicto parece no tener solución en el futuro cercano. Sin su perdón, los Kola saben que no recuperarán el honor que les devolvería la libertad.
Las agujas del reloj que cuelga de una pared del salón giran indiferentes, mientras el tiempo para los Kola sigue detenido en aquella tarde de verano de 2010. “Estamos bajo amenaza de venganza de sangre, pero aún no estamos muertos”, asevera Bardhyl mientras coge a su hijo en brazos. Sin embargo, su padre sentencia: “No nos van a perdonar”.
Angelo Attanasio /Jerónimo Giorgi
Madrid, El País
Durante 35 años he sido libre y ahora tengo que vivir encerrado. Ni el sol es como era antes”. Bardhyl Kola, sumergido en el sillón de su casa, en el barrio de Perash de la ciudad de Shkoder, en el norte de Albania, se coge resignado la cabeza entre las manos. Desde hace dos años ha permanecido encerrado entre esas cuatro paredes que lo protegen a él; a su hijo Ermal, de dos años; a su padre, Ejup, y a su hermano, Bledare, con sus gemelos de un año. Todos los varones del clan Kola, 26 entre adultos, niños y ancianos, están condenados por un código medieval a permanecer recluidos en sus hogares por riesgo a ser asesinados por venganza de sangre. Esta es la sentencia ordenada por el código del Kanun de Lek Dukagjini:
El Kanun es un código de leyes consuetudinarias que se ha transmitido oralmente durante siglos en las montañas del norte de Albania. Se atribuye al príncipe medieval Lek Dukagjini, aunque no se recopiló y transcribió hasta el año 1912, a manos de Stefano Costantino Gjecov, un fraile franciscano kosovar. El código contiene los valores de la cultura albanesa, y los 12 libros que lo componen regulan todos los aspectos de la vida, desde la religión hasta la propiedad privada, pasando por el trabajo y la familia. Actualmente, el único aspecto del código que se practica es el que regula la venganza de sangre, es decir, el derecho de una familia a asesinar a cualquier miembro masculino de la familia de alguien que haya cometido cierto delito contra ellos.
Tradicionalmente, el Kanun reconoce el derecho a la venganza en tres situaciones: cuando violan a una mujer, cuando un huésped es asesinado en tu propia casa o cuando matan a un varón de tu familia. Hoy día, el crimen que se venga con la muerte es solo el asesinato. La familia de la víctima siente que la del asesino tiene una “deuda de sangre”. Esta se cobra quitándole la vida a cualquier varón de la familia del asesino, porque toda la línea paterna es responsable de los actos de cada uno de sus miembros. La única manera de sortear ese destino es que todos los varones de la familia del criminal se autoaíslen en sus hogares a la espera del perdón. Esta es la realidad que afecta a la familia de Bardhyl Kola y a cientos de familias en Albania.
“Nos pasamos el día tirados en el sofá mirando la televisión”, se queja Ejup Kola mientras se enciende el enésimo cigarrillo del día. “El problema no es solo el encierro, sino comer: es el hecho de no poder trabajar”, agrega su hijo Bardhyl, que ha tenido que dejar su trabajo como soldador para recluirse junto a su familia. La suya es una de las siete del clan Kola, cuyos 26 hombres viven aislados desde el 19 de agosto de 2010, amedrentados por la amenaza de venganza de la familia Vukatanen.
A la una de la tarde de aquel día de verano, Mikeljani Kola, sobrino de Ejup, que en aquel entonces tenía 16 años, asesinó a Elson Vukatanen, de 22. Como se desprende de las actas judiciales, el móvil del homicidio fue que la víctima increpaba desde hacia tiempo a Mikeljani por el hecho de que su familia no había vengado el asesinato de otro Kola en 1998. Para la sociedad albanesa, esta ofensa equivale a una pérdida del honor. El homicida fue condenado a 12 años de prisión y otros tres miembros de la familia fueron condenados como cómplices, entre ellos Bledare, el hijo menor de Ejup, que vive con su familia junto a su padre y a su hermano en la misma casa.
En la cultura albanesa, las paredes domésticas son inviolables. La venganza se cobra solo con aquellos que se atreven a desafiar las reglas del duelo del Kanun y llevan adelante su vida cotidiana a la luz del día.
A pocas calles de la casa de los Kola, en el barrio de Mark Lula, durante las últimas dos décadas se han ido concentrando muchas de las familias que llegan desde las montañas escapando de la venganza. Y aunque muchas emigran a otras ciudades y en ocasiones al extranjero, la amenaza las persigue: hay casos de asesinatos por venganza hasta en lugares tan lejanos como Inglaterra.
Para la familia Kola, un muro de ladrillos de dos metros y medio se ha convertido en la frontera infranqueable que los separa de la sociedad. Dentro, un pequeño patio descuidado es el único vínculo para Ejup, sus dos hijos y sus nietos con el mundo exterior.
“Nos han amenazado muchas veces”, se lamenta Ejup con preocupación mientras mira a su nieta Yasmil, de seis años, jugar con el pequeño Ermal. A pesar de que la niña no está amenazada, “los primeros 10 meses no quería salir ni al patio y se quedaba detrás de la cortina del umbral, llorando”, agrega Bardhyl mirando al suelo.
“Hoy mi hijo Bledare se ha ido con su mujer y mis otros dos nietos a comer a la casa de su suegra”, afirma la mujer de Ejup, Lumturi, cuyo nombre significa felicidad. “Ha tenido que llamar a la policía para que les acompañara y no ha dicho cuándo volverá”. Ejup explica cómo el muro se ha vuelto impermeable también hacia dentro. “Antes tenía muchos amigos, pero ahora nadie viene a verme”, dice resignado, mientras su mujer remata: “Nos mantenemos con mi pensión por enfermedad”. Los 10 integrantes de la familia cuentan además con el ingreso por el alquiler de dos pequeños locales comerciales ubicados junto a la casa de los padres de Elson Vukatanen, el chico asesinado.
Aunque la casa es el único lugar seguro, el hecho de que ambas familias sean vecinas del mismo barrio aumenta la tensión. “Nos llaman por teléfono y no responden, nos han cortado la luz en un par de ocasiones y hasta han agujereado las paredes que rodean la casa”, se lamenta Lumturi, mientras sirve una copa de rakjia, el licor que nunca falta en el hogar albanés.
“Para los albaneses de las montañas, la cadena de la sangre y los grados de parentesco se prolongan hasta el infinito” (artículo 134, Kanun de Lek Dukagjini)
Durante las cuatro décadas del régimen comunista de Enver Hoxha, el más aislado y severo de Europa, “la aplicación del código fue prohibida y se condenó a quienes lo utilizaran como enemigos del partido y de Albania”, afirma Luigj Mila, secretario general de la asociación Justicia y Paz. A principios de los noventa, con la vuelta a la democracia, la falta de autoridad institucional provocó que los albaneses volvieran a acudir a los artículos del Kanun. Con la guerra civil de 1997, a raíz del derrumbe de las pirámides financieras que colapsó el país, el código recobró aún más importancia en la sociedad. “El Kanun quedó en el congelador, pero el pueblo no lo olvidó. Lo ha reciclado y devuelto a la vida para resolver los problemas que surgieron por el vacío legal”, agrega Mila.
Muchos casos que habían sido enterrados durante el comunismo fueron desempolvados y las venganzas se volvieron actuales. “La sangre no se vuelve agua, no se diluye con el tiempo”, explica Mila, cuya organización se dedica a estudiar y a buscar soluciones institucionales al problema. “Que yo sepa, la venganza más larga fue de 80 años y se resolvió con un asesinato. Un militar robó un higo y el dueño del árbol lo mató. Su familia lo vengó 80 años después. Si no te olvidas del enemigo, ya lo estás matando”.
Según un estudio realizado por Justicia y Paz junto a Cáritas, entre 2006 y 2008 solo en el distrito de Shkoder hubo 45 homicidios por venganza de sangre. Actualmente hay 138 familias autoaisladas en Albania, 84 de las cuales están en la ciudad de Shkoder.
Sin embargo, las estadísticas de los casos afectados varían sensiblemente según las fuentes.
Las oficiales buscan silenciar el problema, ya que la eliminación del código es un requisito indispensable para el ingreso de Albania en la UE. El informe de Philip Alston para la ONU de 2009 hace referencia a las cifras estatales que sostienen una disminución de los asesinatos desde 45 en 1998 a un solo caso en 2009, mientras que estiman el número de familias aisladas entre 124 y 133. Este informe justifica las bajas cifras debido a la reforma del Código Penal, según la cual la venganza de sangre entra en la categoría de delitos sin especificar.
A las carencias técnicas y metodológicas de los cálculos estadísticos se suma además que las familias que amenazan con vengarse lo hacen de manera sutil, sin infringir la ley, mientras que las familias amenazadas no suelen denunciar por temor a afectar el proceso de reconciliación.
Por esta razón, el dosier del Congreso de los Misioneros de la Reconciliación de 2009, una organización que se dedica a la mediación entre familias, considera que desde 1991 han muerto 9.800 personas a causa de la venganza de sangre y estima que en 2009 había 1.450 familias y 800 niños aislados.
Esto deja a la vista lo que confirma el estudio de la ONU: que muchas familias involucradas en disputas no ven al Estado como garante de justicia. La condena de cárcel de un asesino no satisface la concepción de la justicia para los albaneses, una justicia que requiere la restauración de la “sangre perdida” a través de la venganza o de una reconciliación formal.
La mediación entre las familias en conflicto puede llevarse a cabo solo a través de autoridades reconocidas tradicionalmente, como el mediador y el bajraktari, que oficializa la reconciliación. Alexander Kola (sin conexión familiar con los Kola bajo amenaza de venganza) ha sido mediador durante los últimos 20 años y es el coordinador para el norte de Albania del Consejo de Mediación de Conflictos. “Cuando dos familias quieren reconciliarse, no lo hacen nunca sin la intervención de un mediador”, explica Kola. En 1996 reconcilió a dos familias que llevaban 83 años en conflicto. “No hay un espacio de tiempo definido, pueden pasar tanto seis meses como seis años”.
En la mayoría de los casos son los amenazados quienes se acercan a pedir la mediación, nunca antes de los seis meses porque la familia está de luto. “Se necesita que el difunto descanse en paz por un tiempo”. Además de la búsqueda del perdón, el objetivo de la mediación es liberar a la familia del asesinado del deber de vengarse. Si bien resulta una tarea complicada, el oficio del mediador no comporta una remuneración. Sin embargo, la familia perdonada generalmente se siente obligada a brindar una compensación económica. “La recompensa por el trabajo es el reconocimiento de Dios”, concluye Kola. Aunque la reconciliación es llevada adelante por el mediador, el proceso tiene que ser oficializado por un bajraktari, figura tradicional prestigiosa de la sociedad albanesa que se hereda del padre al primogénito.
Sokol Delja, un bajraktari de 78 años, vive en una modesta casa de madera junto a su numerosa familia, aislado en un valle incrustado entre las montañas de Tropoje, en el norte de Albania, donde nació el Kanun. Cuando tenía 2 años, su padre fue asesinado, y a los 17 se reconcilió con la familia del asesino. “Sufrimos mucho, pero el tiempo te hace aprender”, dice con la mirada fija en las grietas de los antiguos tablones de madera. “Cuando interiorizas el dolor, puedes reconocer el dolor de los demás”.
Sentado al borde de su cama, vestido con un pijama y una americana, Delja exhibe orgulloso los certificados que registran los más de cien casos resueltos a lo largo de su vida. “Para acercarse a una familia, tienes que conocerla y hablarle dulce, dulce, dulce como la miel”, dice, y una sonrisa le dibuja las arrugas esculpidas por la dureza de la vida en la montaña.
La mediación culmina con el “banquete de la sangre”, una reunión en casa de la familia amenazada de venganza, entre los hombres de ambos clanes. El bajraktari pincha el dedo meñique de los dos jefes de familia. Sobre la gota de sangre pone un grano de azúcar, y cada uno debe lamer el dedo del otro. El jefe de la familia que perdona proclama: “Te perdono la sangre”. Y finalmente todos comparten un trozo de pan de harina de maíz, el pan de la reconciliación.
A pesar de que ninguna mediación se puede llevar a cabo sin tener en cuenta el Kanun, Delja lamenta que “la gente ya no conoce el código y la sociedad actual aplica lo que le conviene”. En los últimos años, las normas han sido tergiversadas y utilizadas para justificar crímenes corrientes. “Nosotros al Kanun le hemos dado una patada, y hoy no se respeta ni el Kanun ni la ley”, añade con resignación.
“No han querido ni siquiera hablar del tema”, resuena el lamento de Ejup Kola dentro de las cuatro paredes de su casa. “Hemos enviado cinco veces al mediador, pero no han aceptado ningún acuerdo”, agrega. A pesar de que la familia Kola mantenía una relación amistosa con los Vukatanen y de que Ejup había mediado en favor de esa familia en dos ocasiones, el conflicto parece no tener solución en el futuro cercano. Sin su perdón, los Kola saben que no recuperarán el honor que les devolvería la libertad.
Las agujas del reloj que cuelga de una pared del salón giran indiferentes, mientras el tiempo para los Kola sigue detenido en aquella tarde de verano de 2010. “Estamos bajo amenaza de venganza de sangre, pero aún no estamos muertos”, asevera Bardhyl mientras coge a su hijo en brazos. Sin embargo, su padre sentencia: “No nos van a perdonar”.