“Que dejen a Líbano tranquilo”
El barrio en que se ha producido la explosión, de mayoría cristiana, es uno de los más tranquilos de la capital de Líbano
La explosión ha coincidido con el horario de salida de la mayoría de los colegios
Laura J. Varo
Beirut, El País
Beirut ha temblado este viernes. La explosión de un coche bomba en uno de los puntos más céntricos y concurridos de la ciudad ha sacudido la tranquilidad de la que gozaba hasta ahora la capital libanesa. Miles de personas cruzan cada día la plaza Sasine, el corazón del barrio cristiano de Ashrafiyeh, para hacer compras o tomar un café en alguna de las muchas terrazas que la rodean. Esta tarde, al menos ocho de ellas, entre las que se encuentra un general de los servicios secretos, han muerto a consecuencia de la explosión.
La detonación se ha producido apenas pasadas las 14.30 horas (13.30, hora peninsular española). Es la hora de la salida de los colegios en los barrios cercanos de Geitawi o Mar Mitr, también de mayoría cristiana. Decenas de niños pululaban por la zona llorando aterrados. "Hemos sentido cómo vibraba todo", explica una joven que se encontraba en los alrededores de Sasine. Mientras, a su lado cruzaba a toda velocidad una conductora casi en estado de shock. "Estaba buscando a su marido, que había ido a por el coche", dice la chica.
Los primeros minutos tras la explosión han sido desconcertantes. Las líneas telefónicas se han colapsado y, sin embargo, nadie renunciaba a intentar contactar con sus familiares. Blanca, una activista española residente en la zona, se encontraba en ese instante en casa de unos amigos, solo a un par de calles del lugar de la explosión. "Todos los vecinos han empezado a abrir las puertas y a preguntar si estábamos bien", explica. El atentado les ha sorprendido en mitad de una clase de árabe. "Leíamos un texto sobre el asesinato de [el ex Primer Ministro] Rafiq Hariri [en 2005] que decía: 'Estábamos todos sentados tranquilamente y de repente se escuchó la bomba", cuenta, "luego hemos oído la explosión y hemos dado un salto. Estaba muy cerca".
La detonación ha sido de tal magnitud que ha podido escucharse desde otros barrios alejados de la zona como Mar Mikhail, a unos dos kilómetros de distancia. El suelo de las calles que rodeaban la sede del Partido Falangista, contra la que se ha producido el atentado, ha quedado totalmente cubierto de cristales y el inmueble reducido prácticamente a la nada. Allí se agolpaban curiosos y afectados, mientras los efectivos de la Cruz Roja y el cuerpo de Bomberos atravesaban la zona de seguridad para trasladar en brazos o en camilla a las decenas de heridos, la mayoría de carácter leve.
Varios trabajadores han tenido que ser rescatados de entre los escombros de un edificio en obras en una de las perpendiculares al lugar de la explosión. "Acabábamos de cerrar para ir a comer", explicaba la dueña de una papelería de la calle Alfred Naqash mientras recogía los cristales esparcidos de lo que era el escaparate del local. Hasta las cancelas metálicas de los establecimientos cerrados se han combado; las puertas de los pequeños comercios a pie de calle han sido reducidas a añicos y no ha quedado en pie más que algún que otro ventanal.
Toda la zona ha sido cortada . Los centenares de policías, militares y agentes no uniformados que custodiaban el cordón de seguridad han ido permitiendo el paso, con cuentagotas, de quienes regresaban a sus casas para recoger algunos enseres de entre los escombros a última hora de la tarde. Sausan, una joven con hiyab y el teléfono en la mano se quejaba de que no le permitían acceder a su propia casa para ver cómo había quedado. La bomba explotó a unos pocos metros.
En ese momento Tarek aún se encontraba recogiendo los cristales del ventanal del restaurante de comida rápida en el que trabaja, a varias calles de donde ha estallado el coche bomba. El joven estaba solo cuando se produjo la explosión y asegura que ni siquiera se asustó: "Desde hace cinco años [tras el fin de la guerra en 2006 contra Israel], esto es normal para los libaneses".
"Intentan destruir los espacios públicos", dice indignado un ejecutivo que prefiere no revelar su nombre. "Sasine es para todo el mundo, aunque sea un barrio cristiano", puntualiza, "tienen que dejar de matar gente, que dejen a Líbano tranquilo".
La explosión ha coincidido con el horario de salida de la mayoría de los colegios
Laura J. Varo
Beirut, El País
Beirut ha temblado este viernes. La explosión de un coche bomba en uno de los puntos más céntricos y concurridos de la ciudad ha sacudido la tranquilidad de la que gozaba hasta ahora la capital libanesa. Miles de personas cruzan cada día la plaza Sasine, el corazón del barrio cristiano de Ashrafiyeh, para hacer compras o tomar un café en alguna de las muchas terrazas que la rodean. Esta tarde, al menos ocho de ellas, entre las que se encuentra un general de los servicios secretos, han muerto a consecuencia de la explosión.
La detonación se ha producido apenas pasadas las 14.30 horas (13.30, hora peninsular española). Es la hora de la salida de los colegios en los barrios cercanos de Geitawi o Mar Mitr, también de mayoría cristiana. Decenas de niños pululaban por la zona llorando aterrados. "Hemos sentido cómo vibraba todo", explica una joven que se encontraba en los alrededores de Sasine. Mientras, a su lado cruzaba a toda velocidad una conductora casi en estado de shock. "Estaba buscando a su marido, que había ido a por el coche", dice la chica.
Los primeros minutos tras la explosión han sido desconcertantes. Las líneas telefónicas se han colapsado y, sin embargo, nadie renunciaba a intentar contactar con sus familiares. Blanca, una activista española residente en la zona, se encontraba en ese instante en casa de unos amigos, solo a un par de calles del lugar de la explosión. "Todos los vecinos han empezado a abrir las puertas y a preguntar si estábamos bien", explica. El atentado les ha sorprendido en mitad de una clase de árabe. "Leíamos un texto sobre el asesinato de [el ex Primer Ministro] Rafiq Hariri [en 2005] que decía: 'Estábamos todos sentados tranquilamente y de repente se escuchó la bomba", cuenta, "luego hemos oído la explosión y hemos dado un salto. Estaba muy cerca".
La detonación ha sido de tal magnitud que ha podido escucharse desde otros barrios alejados de la zona como Mar Mikhail, a unos dos kilómetros de distancia. El suelo de las calles que rodeaban la sede del Partido Falangista, contra la que se ha producido el atentado, ha quedado totalmente cubierto de cristales y el inmueble reducido prácticamente a la nada. Allí se agolpaban curiosos y afectados, mientras los efectivos de la Cruz Roja y el cuerpo de Bomberos atravesaban la zona de seguridad para trasladar en brazos o en camilla a las decenas de heridos, la mayoría de carácter leve.
Varios trabajadores han tenido que ser rescatados de entre los escombros de un edificio en obras en una de las perpendiculares al lugar de la explosión. "Acabábamos de cerrar para ir a comer", explicaba la dueña de una papelería de la calle Alfred Naqash mientras recogía los cristales esparcidos de lo que era el escaparate del local. Hasta las cancelas metálicas de los establecimientos cerrados se han combado; las puertas de los pequeños comercios a pie de calle han sido reducidas a añicos y no ha quedado en pie más que algún que otro ventanal.
Toda la zona ha sido cortada . Los centenares de policías, militares y agentes no uniformados que custodiaban el cordón de seguridad han ido permitiendo el paso, con cuentagotas, de quienes regresaban a sus casas para recoger algunos enseres de entre los escombros a última hora de la tarde. Sausan, una joven con hiyab y el teléfono en la mano se quejaba de que no le permitían acceder a su propia casa para ver cómo había quedado. La bomba explotó a unos pocos metros.
En ese momento Tarek aún se encontraba recogiendo los cristales del ventanal del restaurante de comida rápida en el que trabaja, a varias calles de donde ha estallado el coche bomba. El joven estaba solo cuando se produjo la explosión y asegura que ni siquiera se asustó: "Desde hace cinco años [tras el fin de la guerra en 2006 contra Israel], esto es normal para los libaneses".
"Intentan destruir los espacios públicos", dice indignado un ejecutivo que prefiere no revelar su nombre. "Sasine es para todo el mundo, aunque sea un barrio cristiano", puntualiza, "tienen que dejar de matar gente, que dejen a Líbano tranquilo".