Ohio tiene la palabra
Con los votos de ese Estado, su reelección es bastante probable; sin esa victoria es casi imposible
Antonio Caño
Cleveland, El País
“Ohio, ¡necesito tu ayuda!”. Entre las miles de palabras huecas que prevalecen en una campaña electoral, estas que Barack Obama pronunció el jueves en Cleveland reflejan, cabal y angustiosamente, la realidad electoral de EE UU. Al abordar la última semana de una campaña extraña, marcada por 90 minutos del más influyente debate de la historia, el presidente necesita a Ohio para seguir en la Casa Blanca. Con Ohio, su reelección es bastante probable. Sin Ohio, casi imposible.
No es la primera vez que el destino de esta nación está en manos de un puñado de votos de ese Estado. La tradición y las peculiaridades del sistema electoral norteamericano le atribuyen con frecuencia a Ohio esta responsabilidad descomunal. Nunca un candidato republicano ha sido elegido presidente sin ganar en Ohio. Tampoco ningún demócrata lo ha conseguido desde John Kennedy, lo que significa que, desde hace más de medio siglo, todo el que ha llegado a la Casa Blanca lo ha hecho con el respaldo de ese Estado. “Es muy simple: una vez más, todo pasa por Ohio”, concluye William Galston, experto de Brookings Institution.
¿Por qué esta campaña ha llegado hasta este punto? ¿Por qué el absurdo aparente de que un país de más de 300 millones de habitantes dependa hasta ese extremo de lo que decidan poco más de 11 millones? En realidad, muchos menos, puestos que solo unas pocas decenas de miles de indecisos tienen la última palabra. Y ¿por qué precisamente Ohio?
Respondiendo a esto último, la trascendencia de Ohio tiene que ver con la aritmética y con la historia. Ohio ha sido protagonista central en la construcción de este país desde la revolución americana. Destino habitual de los colonos que viajaban desde el sur a través del río que le da nombre, Ohio fue también uno de los primeros territorios en integrar a los negros. Todavía se recuerda con orgullo en Cleveland la valentía de sus ciudadanos, que hacían sonar las campanas para alertar a los refugiados sobre la llegada de los cazadores de esclavos. Vanguardia en la defensa de los nuevos valores constitucionales, Ohio fue el Estado que más bajas sufrió per cápita en la guerra civil.
El Estado estuvo después a la cabeza en el desarrollo industrial del país, lo que le otorgó una influencia económica y política muy por encima de su tamaño. Presume de ser, con ocho, el lugar de origen de más presidentes norteamericanos, aunque Virginia, la patria de Washington, Jefferson y Madison, le discute ese honor con respecto a William Harrison, quien, aunque fue senador por Ohio, había nacido a orillas del Potomac.
Todo eso ha hecho de Ohio un espejo de la marcha del país. “Como va Ohio, va la nación”, dice una de las máximas más famosas de EE UU. Durante las últimas décadas, tanto los periodos de depresión como los de bonanza se han reflejado con particular crudeza en Ohio. Sufrió como pocos la última crisis económica y ahora es el primero en disfrutar esta tenue recuperación, con un desempleo del 7%, casi un punto por debajo de la media nacional.
Ohio es modelo en muchos aspectos. Su sistema educativo está valorado entre los mejores. Cuenta con el que, probablemente, es el mejor hospital del país, la Cleveland Clinic, y la Orquesta de Cleveland está entre las cinco más grandes de EE UU y es una de las más reputadas del mundo. Igualmente, su diversidad racial ha ido acompasada a la de la media nacional, incluyendo el reciente incremento de población hispana, que, aunque todavía es un número pequeño —poco más del 3%—, puede tener este año por primera vez un peso considerable en el resultado electoral.
Todo indica que el vencedor se va a decidir por unos cuantos votos. Obama tiene alrededor de cuatro puntos de ventaja en Ohio, según las últimas encuestas, pero Romney tiene la iniciativa en el conjunto del país, y eso puede permitirle reducir esa diferencia en los pocos días que aún quedan. Si la distancia fuese tan corta como para impedir proclamar un ganador la misma noche del martes, el nombramiento de un presidente podría retrasarse semanas o meses.
A la dificultad política del Estado se suma la complejidad del sistema de votación. De acuerdo a la ley, todos aquellos votos de electores que han reclamado el voto por correo pero, después, deciden acudir a las urnas, serán declarados provisionales, a la espera de comprobar que, efectivamente, no han enviado sus papeletas por correo. Cerca de un millón y medio de ciudadanos de Ohio han solicitado esa opción. Solo con que unos pocos miles prefieran después votar en persona, el caos puede ser monumental.
Sin un resultado en Ohio puede no haber ganador. El presidente no es elegido mediante voto popular directo. Es elegido por los representantes que cada Estado, en número proporcional a su población, envía al Colegio Electoral. Se requieren 270 votos de ese colegio para obtener la mayoría. Obama cuenta hoy con 237 representantes casi asegurados, puesto que su victoria en esos Estados está casi garantizada. Romney, por la misma razón, tiene 206. De los tres grandes Estados por decidir, el candidato republicano está con ventaja en Florida y empatado en Virginia. Asumiendo que gane esos dos, Obama podría seguir en la Casa Blanca con los 18 representantes de Ohio, más unos pocos de otros pequeños Estados en los que es favorito: Nevada, New Hampshire, Iowa o Wisconsin. Del resto de Estados pendientes, Romney solo es favorito en Carolina del Norte y está empatado en Colorado. Pero únicamente con esos dos, más Florida y Virginia, Romney podría ser presidente si gana en Ohio.
Para algunos es una sorpresa que la carrera haya llegado tan igualada hasta este punto. Lo es, si se compara con la cómoda ventaja de la que gozaba Obama antes de aquel 3 de octubre en Denver, cuando Romney venció en el primer debate presidencial. Pero no lo es tanto en comparación con la popularidad del presidente antes de septiembre. El mejor argumento de Obama en Ohio, una de las sedes de la industria del automóvil, es la resurrección del sector en los últimos cuatro años. Pero este argumento de Obama se ha visto cuestionado en una campaña en la que el dinero de fuera —no el que recolectan los candidatos— y las dudas en torno al carácter del presidente han tenido un peso muy relevante.
Antonio Caño
Cleveland, El País
“Ohio, ¡necesito tu ayuda!”. Entre las miles de palabras huecas que prevalecen en una campaña electoral, estas que Barack Obama pronunció el jueves en Cleveland reflejan, cabal y angustiosamente, la realidad electoral de EE UU. Al abordar la última semana de una campaña extraña, marcada por 90 minutos del más influyente debate de la historia, el presidente necesita a Ohio para seguir en la Casa Blanca. Con Ohio, su reelección es bastante probable. Sin Ohio, casi imposible.
No es la primera vez que el destino de esta nación está en manos de un puñado de votos de ese Estado. La tradición y las peculiaridades del sistema electoral norteamericano le atribuyen con frecuencia a Ohio esta responsabilidad descomunal. Nunca un candidato republicano ha sido elegido presidente sin ganar en Ohio. Tampoco ningún demócrata lo ha conseguido desde John Kennedy, lo que significa que, desde hace más de medio siglo, todo el que ha llegado a la Casa Blanca lo ha hecho con el respaldo de ese Estado. “Es muy simple: una vez más, todo pasa por Ohio”, concluye William Galston, experto de Brookings Institution.
¿Por qué esta campaña ha llegado hasta este punto? ¿Por qué el absurdo aparente de que un país de más de 300 millones de habitantes dependa hasta ese extremo de lo que decidan poco más de 11 millones? En realidad, muchos menos, puestos que solo unas pocas decenas de miles de indecisos tienen la última palabra. Y ¿por qué precisamente Ohio?
Respondiendo a esto último, la trascendencia de Ohio tiene que ver con la aritmética y con la historia. Ohio ha sido protagonista central en la construcción de este país desde la revolución americana. Destino habitual de los colonos que viajaban desde el sur a través del río que le da nombre, Ohio fue también uno de los primeros territorios en integrar a los negros. Todavía se recuerda con orgullo en Cleveland la valentía de sus ciudadanos, que hacían sonar las campanas para alertar a los refugiados sobre la llegada de los cazadores de esclavos. Vanguardia en la defensa de los nuevos valores constitucionales, Ohio fue el Estado que más bajas sufrió per cápita en la guerra civil.
El Estado estuvo después a la cabeza en el desarrollo industrial del país, lo que le otorgó una influencia económica y política muy por encima de su tamaño. Presume de ser, con ocho, el lugar de origen de más presidentes norteamericanos, aunque Virginia, la patria de Washington, Jefferson y Madison, le discute ese honor con respecto a William Harrison, quien, aunque fue senador por Ohio, había nacido a orillas del Potomac.
Todo eso ha hecho de Ohio un espejo de la marcha del país. “Como va Ohio, va la nación”, dice una de las máximas más famosas de EE UU. Durante las últimas décadas, tanto los periodos de depresión como los de bonanza se han reflejado con particular crudeza en Ohio. Sufrió como pocos la última crisis económica y ahora es el primero en disfrutar esta tenue recuperación, con un desempleo del 7%, casi un punto por debajo de la media nacional.
Ohio es modelo en muchos aspectos. Su sistema educativo está valorado entre los mejores. Cuenta con el que, probablemente, es el mejor hospital del país, la Cleveland Clinic, y la Orquesta de Cleveland está entre las cinco más grandes de EE UU y es una de las más reputadas del mundo. Igualmente, su diversidad racial ha ido acompasada a la de la media nacional, incluyendo el reciente incremento de población hispana, que, aunque todavía es un número pequeño —poco más del 3%—, puede tener este año por primera vez un peso considerable en el resultado electoral.
Todo indica que el vencedor se va a decidir por unos cuantos votos. Obama tiene alrededor de cuatro puntos de ventaja en Ohio, según las últimas encuestas, pero Romney tiene la iniciativa en el conjunto del país, y eso puede permitirle reducir esa diferencia en los pocos días que aún quedan. Si la distancia fuese tan corta como para impedir proclamar un ganador la misma noche del martes, el nombramiento de un presidente podría retrasarse semanas o meses.
A la dificultad política del Estado se suma la complejidad del sistema de votación. De acuerdo a la ley, todos aquellos votos de electores que han reclamado el voto por correo pero, después, deciden acudir a las urnas, serán declarados provisionales, a la espera de comprobar que, efectivamente, no han enviado sus papeletas por correo. Cerca de un millón y medio de ciudadanos de Ohio han solicitado esa opción. Solo con que unos pocos miles prefieran después votar en persona, el caos puede ser monumental.
Sin un resultado en Ohio puede no haber ganador. El presidente no es elegido mediante voto popular directo. Es elegido por los representantes que cada Estado, en número proporcional a su población, envía al Colegio Electoral. Se requieren 270 votos de ese colegio para obtener la mayoría. Obama cuenta hoy con 237 representantes casi asegurados, puesto que su victoria en esos Estados está casi garantizada. Romney, por la misma razón, tiene 206. De los tres grandes Estados por decidir, el candidato republicano está con ventaja en Florida y empatado en Virginia. Asumiendo que gane esos dos, Obama podría seguir en la Casa Blanca con los 18 representantes de Ohio, más unos pocos de otros pequeños Estados en los que es favorito: Nevada, New Hampshire, Iowa o Wisconsin. Del resto de Estados pendientes, Romney solo es favorito en Carolina del Norte y está empatado en Colorado. Pero únicamente con esos dos, más Florida y Virginia, Romney podría ser presidente si gana en Ohio.
Para algunos es una sorpresa que la carrera haya llegado tan igualada hasta este punto. Lo es, si se compara con la cómoda ventaja de la que gozaba Obama antes de aquel 3 de octubre en Denver, cuando Romney venció en el primer debate presidencial. Pero no lo es tanto en comparación con la popularidad del presidente antes de septiembre. El mejor argumento de Obama en Ohio, una de las sedes de la industria del automóvil, es la resurrección del sector en los últimos cuatro años. Pero este argumento de Obama se ha visto cuestionado en una campaña en la que el dinero de fuera —no el que recolectan los candidatos— y las dudas en torno al carácter del presidente han tenido un peso muy relevante.