La ola antijapón en China obliga a cerrar negocios y causa temor entre los nipones

BEIJING, CLARÍN
El peor estallido de odio antijaponés de las últimas décadas en China sigue ardiendo. Y a él se suma, con menos ruido pero mucho más peligro para Tokio, un boicot total a los productos japoneses en el que es su primer mercado de exportación y donde miles de sus compañías tienen su centro de producción. La advertencia de Beijing no puede ser más clara: "Si Japón prosigue por este camino, sufrirá una nueva década perdida", inflamaba ayer el editorial del Diario del Pueblo, vocero del Partido Comunista.

El fin de semana fueron supermercados, restaurantes y comercios japoneses los que cerraron sus puertas por seguridad tras los episodios de saqueo y vandalismo vividos a lo largo del país. Ayer, Panasonic confirmó el cese temporal de sus operaciones debido al riesgo de daños a su propiedad, Canon cerró tres de sus plantas hasta mañana para garantizar la seguridad de sus empleados, el gigante de los supermercados 7-Eleven cerró 40 de sus 151 centros en Beijing, Honda, Nissan y Toyota han tenido que abandonar una exposición de autos, y hoy han suspendido todo o parte de su producción en China. Y así, centenares de negocios de capital japonés han ido congelando sus actividades por miedo a sufrir la ira de hordas de nacionalistas chinos descontrolados.

"Todo esto me entristece. Mi vida ha cambiado mucho en los últimos días, tengo amigos que sufren insultos en la calle constantemente y otros que tienen miedo a salir de casa", explica Machiko Kawana, gerente de un salón de belleza en Beijing, a Clarín. Mientras habla, su hija Akiko corretea sonriente, ajena a la pesadilla. "La escuela está cerrada por seguridad, espero que todo esta locura termine pronto", suspira Machiko.

La embajada japonesa ha recomendado a sus 150.000 nacionales residentes en China que eviten acercarse al área de la embajada, ya que es objetivo de manifestantes antijaponesas; que eviten salir solos a la calle de noche, que traten de no hablar en alto en japonés y que no tomen taxis en solitario.

Y mientras los episodios de odio racial se suceden en China, la prensa oficial desveló ayer que más de 1.000 barcos pesqueros se dirigen hacia el archipiélago de las Diaoyu (o Senkaku en japonés) para faenar. Una clara muestra de que Beijing no está dispuesto a bajar el pistón en su cruzada por reafirmar su soberanía sobre los cinco islotes. Menos hoy, que se cumple el 81 aniversario del incidente de Manchuria, que sirvió de pretexto a Japón para invadir China. Miles de personas han confirmado que volverán a expresar su ira con motivo de la efeméride.

Leon Panetta, secretario de Defensa estadounidense, pidió ayer desde Tokio "calma y contención en todos los bandos", consciente de que el conflicto de los islotes es uno de los escasos factores que, mal gestionados, podrían desembocar en un conflicto mayor.

Este último estallido de violencia antijaponesa en China comenzó el pasado lunes, cuando el gobierno nipón confirmó la compra de tres de los cinco islotes a la familia Kurihara, propietaria desde que Estados Unidos devolvió la región a Japón en 1972. Los islotes fueron primero desarrollados a finales de siglo XIX por la familia Koga, que instauró distintas factorías pesqueras sin éxito. Tras quedarse sin descendencia, los Koga vendieron los islotes a los tres hermanos Kurihara, quienes a su vez se comprometieron a no venderlos jamás a nadie que no fuera el gobierno japonés.

China, a su vez, asegura que los islotes forman parte de su soberanía desde el siglo XIV, cuando eran usados como enclave pesquero por navíos chinos. Pero lo cierto es que el interés por las Diaoyu desapareció durante siglos para sólo volver en los recientes años 70, cuando se descubrió que la zona podría contener yacimientos de gas y petróleo. Los islotes tienen además importancia estratégica para China, ya que son su última esperanza para disponer de una salida limpia al Pacífico en caso de conflicto militar.

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