Holanda se convierte en un test de la UE
-El auge de la extrema derecha y la izquierda radical marca las elecciones del 12 de septiembre
-Crece el euroescepticismo en un país muy fragmentado
Isabel Ferrer
La Haya, El País
Con un 50% del electorado indeciso a 10 días de las elecciones, Holanda vive una campaña electoral insólita. En el país de las alianzas, lo habitual es no descartar al rival porque podría convertirse en un aliado para gobernar. La tradición así lo demuestra, con coaliciones de toda clase desde 1945. Pero la crisis, y sobre todo, el coste de los apuros económicos de Grecia, España e Italia, han cambiado las cosas. Tanto, que la tradicional pugna entre derecha e izquierda, menos llamativa aquí, marca la recta final hacia los comicios.
La situación está pasando factura al Partido Socialista, lo más parecido a la izquierda radical. Tras un ascenso inusitado en los sondeos, pierde fuelle ahora en favor de la socialdemocracia, que se muestra menos radical. Es decir, más dispuesta a un posible pacto con el centroderecha. Por su parte, la Democracia Cristiana se apaga, mientras los liberales, cabeza del Gobierno saliente, mantienen el tipo.
El desencanto de los electores hacia la UE, vista como un organismo que dicta demasiadas normas y exige contener las deudas de países poco fiables, aupó al principio a los grupos extremos: a la izquierda del espectro, el Partido Socialista; a la derecha, el xenófobo Geert Wilders y su Partido de la Libertad. “Con el paso de los días, el debate sobre Europa, propio de la élite política, ha descendido a la calle. Se ha pasado de la integración europea como un hecho asumido a cuestionar los beneficios económicos que reporta. A discutir el papel mismo de Holanda en la UE”, señala Luise van Schaik, investigadora del Instituto de Relaciones Internacionales Clingendael. En su opinión, la campaña ha destapado un aspecto desconocido. “Es sobre el malestar del votante, desbordado por lo que percibe sobre la labor de Bruselas. Le parece que no debe inmiscuirse en la educación, las pensiones, la salud o las devoluciones por el pago de hipotecas”, señala.
Emile Roemer, el líder socialista radical, ha traducido el desánimo actual en una denuncia sobre la función y consecuencias de la moneda europea. “El euro ha beneficiado a bancos y empresas, pero no a los ciudadanos. Grecia no debe recibir ni un solo euro más; tal vez sí más tiempo para arreglarse” aseguró el pasado fin de semana a su paso por Boxmeer, su pueblo natal, al sur del país. “España es otra cosa”, añade en declaraciones a este diario. “Necesita controlar mejor a sus bancos y evitar que su economía se estanque. Tenemos una crisis económica diferente en el norte que en el sur de Europa. Y como la agenda de la UE es hoy para los mercados financieros, hay que devolverle al votante el protagonismo. No imponerle tantas normas”, dice.
El discurso es sonoro y mezcla realismo con ideales difíciles de conseguir bajo el peso de los recortes. “El Partido Socialista holandés no quiere salir de la eurozona. Pretende darle menos competencias a la UE porque atribuye la raíz de la crisis a un sistema financiero de corte liberal. Para ellos, la solución pasa por afianzar el papel del Banco Central Europeo, controlado a fondo por el Parlamento Europeo. Politizar, si se quiere, la política económica”, añade Louise Van Schahik.
Hasta que arrancaron los debates electorales televisados, Roemer era el campeón del cambio que parecía pedir la ciudadanía. “No entraré en un Gabinete sólo con la derecha o los liberales. Lo que deseo es un gran pacto social, en Holanda y en Europa, para salir de la crisis”. Roemer ha lanzado también guante al resto de la izquierda holandesa y aclara que el techo del 3% de déficit —impuesto por Bruselas a la eurozona— está asegurado por mayoría parlamentaria al menos hasta 2013. “Es un problema de carga simbólica de las palabras. Por eso, en cuanto decimos que no pasaría nada de superarse el 3%, se nos tacha de euroescépticos”. Su aclaración no despeja el verdadero dilema del socialismo radical: hasta dónde cederá en su postura sobre la integración europea. Porque de mantenerse inflexible, acabará de la mano de Geert Wilders, partidario de darle un portazo a la UE. Algo que Roemer rechaza.
Con un Parlamento de 150 escaños, en la actual coyuntura se necesitarían al menos cuatro partidos para formar una coalición mayoritaria (76 escaños en conjunto). La tradicional atomización política holandesa permite alianzas que acaban encontrando puntos comunes, por ejemplo, en programas diversos. En el pasado, lo lograron socialdemócratas, liberales de izquierda y verdes. O bien el resto de los conservadores, los calvinistas y los liberales de derecha. A la costumbre pactista, el debate sobre Europa ha añadido una novedad. Si un líder le reprocha al otro un dato erróneo, enseguida le tildan de mentiroso y debe disculparse. “Ya no se pueden esconder bajo la complejidad de Bruselas. Hay que mojarse, como le sucedió a Mark Rutte, primer ministro liberal saliente, con los fondos para Grecia. Ya lo había acordado y dijo que no estaba hecho. Se vio enseguida”, recuerda la experta Van Schaik.
A las dudas de un electorado que se muestra cuando menos temeroso de la fuerza de Bruselas, se suma la perspectiva de una larga formación de Gobierno. Hasta ahora, la reina Beatriz había jugado un papel relevante en un proceso que requiere el nombramiento de un informador (para ver qué coalición podría acordarse) y un formador posterior. Este último actúa de mediador entre los partidos vencedores. El Parlamento ha decidido apartar a la soberana de esta labor y ya no se reunirá con sus asesores de cabecera, ni tampoco con los líderes políticos tras los comicios del próximo 12 de septiembre. Una vez constituido, el propio Parlamento dirigirá el proceso de formación del Gobierno. Sobre el papel, será un ejercicio democrático y de transparencia, que reserva a la monarquía (bien valorada y respetada, y sin oposición republicana) un papel cada vez más ceremonial. Los críticos del nuevo sistema, por el contrario, temen que los líderes de los partidos acaben pactando a espaldas de la Cámara la composición del nuevo Ejecutivo.
-Crece el euroescepticismo en un país muy fragmentado
Isabel Ferrer
La Haya, El País
Con un 50% del electorado indeciso a 10 días de las elecciones, Holanda vive una campaña electoral insólita. En el país de las alianzas, lo habitual es no descartar al rival porque podría convertirse en un aliado para gobernar. La tradición así lo demuestra, con coaliciones de toda clase desde 1945. Pero la crisis, y sobre todo, el coste de los apuros económicos de Grecia, España e Italia, han cambiado las cosas. Tanto, que la tradicional pugna entre derecha e izquierda, menos llamativa aquí, marca la recta final hacia los comicios.
La situación está pasando factura al Partido Socialista, lo más parecido a la izquierda radical. Tras un ascenso inusitado en los sondeos, pierde fuelle ahora en favor de la socialdemocracia, que se muestra menos radical. Es decir, más dispuesta a un posible pacto con el centroderecha. Por su parte, la Democracia Cristiana se apaga, mientras los liberales, cabeza del Gobierno saliente, mantienen el tipo.
El desencanto de los electores hacia la UE, vista como un organismo que dicta demasiadas normas y exige contener las deudas de países poco fiables, aupó al principio a los grupos extremos: a la izquierda del espectro, el Partido Socialista; a la derecha, el xenófobo Geert Wilders y su Partido de la Libertad. “Con el paso de los días, el debate sobre Europa, propio de la élite política, ha descendido a la calle. Se ha pasado de la integración europea como un hecho asumido a cuestionar los beneficios económicos que reporta. A discutir el papel mismo de Holanda en la UE”, señala Luise van Schaik, investigadora del Instituto de Relaciones Internacionales Clingendael. En su opinión, la campaña ha destapado un aspecto desconocido. “Es sobre el malestar del votante, desbordado por lo que percibe sobre la labor de Bruselas. Le parece que no debe inmiscuirse en la educación, las pensiones, la salud o las devoluciones por el pago de hipotecas”, señala.
Emile Roemer, el líder socialista radical, ha traducido el desánimo actual en una denuncia sobre la función y consecuencias de la moneda europea. “El euro ha beneficiado a bancos y empresas, pero no a los ciudadanos. Grecia no debe recibir ni un solo euro más; tal vez sí más tiempo para arreglarse” aseguró el pasado fin de semana a su paso por Boxmeer, su pueblo natal, al sur del país. “España es otra cosa”, añade en declaraciones a este diario. “Necesita controlar mejor a sus bancos y evitar que su economía se estanque. Tenemos una crisis económica diferente en el norte que en el sur de Europa. Y como la agenda de la UE es hoy para los mercados financieros, hay que devolverle al votante el protagonismo. No imponerle tantas normas”, dice.
El discurso es sonoro y mezcla realismo con ideales difíciles de conseguir bajo el peso de los recortes. “El Partido Socialista holandés no quiere salir de la eurozona. Pretende darle menos competencias a la UE porque atribuye la raíz de la crisis a un sistema financiero de corte liberal. Para ellos, la solución pasa por afianzar el papel del Banco Central Europeo, controlado a fondo por el Parlamento Europeo. Politizar, si se quiere, la política económica”, añade Louise Van Schahik.
Hasta que arrancaron los debates electorales televisados, Roemer era el campeón del cambio que parecía pedir la ciudadanía. “No entraré en un Gabinete sólo con la derecha o los liberales. Lo que deseo es un gran pacto social, en Holanda y en Europa, para salir de la crisis”. Roemer ha lanzado también guante al resto de la izquierda holandesa y aclara que el techo del 3% de déficit —impuesto por Bruselas a la eurozona— está asegurado por mayoría parlamentaria al menos hasta 2013. “Es un problema de carga simbólica de las palabras. Por eso, en cuanto decimos que no pasaría nada de superarse el 3%, se nos tacha de euroescépticos”. Su aclaración no despeja el verdadero dilema del socialismo radical: hasta dónde cederá en su postura sobre la integración europea. Porque de mantenerse inflexible, acabará de la mano de Geert Wilders, partidario de darle un portazo a la UE. Algo que Roemer rechaza.
Con un Parlamento de 150 escaños, en la actual coyuntura se necesitarían al menos cuatro partidos para formar una coalición mayoritaria (76 escaños en conjunto). La tradicional atomización política holandesa permite alianzas que acaban encontrando puntos comunes, por ejemplo, en programas diversos. En el pasado, lo lograron socialdemócratas, liberales de izquierda y verdes. O bien el resto de los conservadores, los calvinistas y los liberales de derecha. A la costumbre pactista, el debate sobre Europa ha añadido una novedad. Si un líder le reprocha al otro un dato erróneo, enseguida le tildan de mentiroso y debe disculparse. “Ya no se pueden esconder bajo la complejidad de Bruselas. Hay que mojarse, como le sucedió a Mark Rutte, primer ministro liberal saliente, con los fondos para Grecia. Ya lo había acordado y dijo que no estaba hecho. Se vio enseguida”, recuerda la experta Van Schaik.
A las dudas de un electorado que se muestra cuando menos temeroso de la fuerza de Bruselas, se suma la perspectiva de una larga formación de Gobierno. Hasta ahora, la reina Beatriz había jugado un papel relevante en un proceso que requiere el nombramiento de un informador (para ver qué coalición podría acordarse) y un formador posterior. Este último actúa de mediador entre los partidos vencedores. El Parlamento ha decidido apartar a la soberana de esta labor y ya no se reunirá con sus asesores de cabecera, ni tampoco con los líderes políticos tras los comicios del próximo 12 de septiembre. Una vez constituido, el propio Parlamento dirigirá el proceso de formación del Gobierno. Sobre el papel, será un ejercicio democrático y de transparencia, que reserva a la monarquía (bien valorada y respetada, y sin oposición republicana) un papel cada vez más ceremonial. Los críticos del nuevo sistema, por el contrario, temen que los líderes de los partidos acaben pactando a espaldas de la Cámara la composición del nuevo Ejecutivo.