El integrismo asalta la ‘primavera árabe’
Los ataques a las embajadas de EE UU ponen a prueba la capacidad de los nuevos gobiernos islámicos para construir una sociedad que deje atrás a los radicales
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
A primera vista, las protestas antiestadounidenses que durante esta semana se sucedieron en el mundo islámico parecen dar la razón a quienes advertían de que los cambios de la primavera árabe solo beneficiarían a los extremistas. Sin embargo, aún no hay pruebas de que los procesos políticos en marcha hayan aumentado el fundamentalismo. Al contrario, los indicios apuntan a que, ante los primeros éxitos electorales de opciones más moderadas, los grupos radicales están maniobrando para avanzar en sus intereses por otras vías. Que logren su objetivo va a depender de la gestión de la crisis que hagan tanto sus gobiernos como los occidentales.
“Sí, el fundamentalismo ha aumentado”, responde en un correo Michael Rubin, del think tank neoconservador American Enterprise Institute. Rubin atribuye ese avance a que “los Hermanos Musulmanes y los salafistas pudieron prometer lo que quisieron mientras estaban en la oposición”. En su opinión, “la religión actúa de catalizador” y “da un sentido a jóvenes que no han tenido éxito en la vida”.
Ese análisis sigue la senda del controvertido ensayo de Bernard Lewis The roots of muslim rage (Las raíces de la ira musulmana). El veterano estudioso del islam atribuye a los musulmanes un complejo de inferioridad alentado por las humillaciones históricas del colonialismo y el imperialismo, y agravado por la ignorancia occidental.
Sin embargo, la mayoría de los analistas discrepan de ese determinismo, y asocian los asaltos a las representaciones diplomáticas de EE UU en El Cairo, Bengasi o Saná con la pérdida de capacidad del Estado para gobernar con eficacia. La libertad para movilizarse, que no existía bajo los dirigentes autocráticos, se ejerce ahora en un contexto de ausencia de autoridad.
“Los movimientos islamistas radicales, que en su mayoría también son movimientos de gente marginada en sus respectivas sociedades, han podido manifestarse con mayor libertad al diluirse el control estatal a raíz del despertar árabe”, interpreta Joost Hiltermann, el vicedirector del programa para Oriente Próximo y el Norte de África del International Crisis Group (ICG).
Incluso quienes como el hoyatoleslam Ali Abtahi, director del Instituto para el Diálogo Interreligioso de Teherán, ven un ascenso del islam político en los cambios que se han producido en el mundo árabe, toman distancias. “La reconstrucción de la identidad islámica no significa una ideología extremista como la de Al Qaeda”, señala.
No obstante, quien fuera vicepresidente de Irán con el reformista Mohamed Jatamí, también advierte que “el respaldo de extremistas como el que quemó el Corán Terry Jones a una película antiislámica, u otro tipo de agresiones a las creencias religiosas de los musulmanes, crea un caldo de cultivo adecuado para la lectura del islam que hacen los fundamentalistas talibanes”.
Ayer, la dualidad que pervive en el mundo musulmán quedó patente con dos mensajes. Al Qaeda en la península Arábiga, por un lado, llamó a intensificar la violencia contra Occidente. En el mismo día, los talibanes mataron a dos soldados estadounidenses en una base de Afganistán, como represalia por el vídeo. En el campamento estaba el príncipe Enrique de Inglaterra, que salió ileso. Por otro lado, el gran muftí de Arabia Saudí, la mayor autoridad religiosa del islam, declaró que “atacar a inocentes” no es propio de los musulmanes.
Jean-François Daguzan, director adjunto de la Fondation pour la Recherche Stratégique (FRS) de París, recuerda en un correo que “el fundamentalismo islámico representa una parte notable de la sociedad árabe actual y no es necesariamente violento”. Daguzan, que a ese respecto distingue entre salafistas y yihadistas, explica que en algunos países esa fuerza “crece ante la debilidad del Estado (Libia) o lo que percibe como debilidad de los partidos islamistas en el poder (Egipto, Túnez, Marruecos), que no saben bien cómo hacerle frente, si con dureza o mediante la negociación”.
Por su parte, Khalid al Haribi, director ejecutivo del think tank omaní Tawasul, considera “demasiado simple” atribuir los sucesos de esta semana al fundamentalismo. “Estas reacciones violentas son signos de un peligro más grave”, afirma convencido de que se trata de un obstáculo populista en el avance hacia las libertades y el progreso iniciado el año pasado.
“Los antiguos regímenes y las nuevas fuerzas políticas están jugando a un juego nuevo, pero con las mismas reglas de antes: implantar el miedo en la gente para ofrecerse como héroes salvadores. No veo en las manifestaciones a fundamentalistas, sino a gente corriente que ha sido expuesta durante mucho tiempo al odio y a todo tipo de teorías conspiratorias y xenófobas”, manifiesta.
Tal vez. Sin embargo, las barbas, las banderas negras y los eslóganes que se han visto en El Cairo, Bengasi o la ciudad norlibanesa de Trípoli, tienen el sello de los salafistas, una rama ultraortodoxa del islam suní financiada por Arabia Saudí y cuya intransigencia doctrinaria hace muy difícil (algunos opinan que imposible) el diálogo y los pactos políticos.
“Para el musulmán medio, la película (que la mayoría no ha visto) constituye un insulto intolerable a su profeta y su religión. Para los líderes de los grupos radicales, es una oportunidad de promover su proyecto político para incrementar su poder en la sociedad frente a la religión establecida”, apunta Hiltermann del ICG.
“La película es el resultado de muchos años de propaganda islamófoba en Occidente”, estima Abtahi, quien menciona el peso de que se ignore el problema palestino y se apoye de forma incondicional a Isra
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
A primera vista, las protestas antiestadounidenses que durante esta semana se sucedieron en el mundo islámico parecen dar la razón a quienes advertían de que los cambios de la primavera árabe solo beneficiarían a los extremistas. Sin embargo, aún no hay pruebas de que los procesos políticos en marcha hayan aumentado el fundamentalismo. Al contrario, los indicios apuntan a que, ante los primeros éxitos electorales de opciones más moderadas, los grupos radicales están maniobrando para avanzar en sus intereses por otras vías. Que logren su objetivo va a depender de la gestión de la crisis que hagan tanto sus gobiernos como los occidentales.
“Sí, el fundamentalismo ha aumentado”, responde en un correo Michael Rubin, del think tank neoconservador American Enterprise Institute. Rubin atribuye ese avance a que “los Hermanos Musulmanes y los salafistas pudieron prometer lo que quisieron mientras estaban en la oposición”. En su opinión, “la religión actúa de catalizador” y “da un sentido a jóvenes que no han tenido éxito en la vida”.
Ese análisis sigue la senda del controvertido ensayo de Bernard Lewis The roots of muslim rage (Las raíces de la ira musulmana). El veterano estudioso del islam atribuye a los musulmanes un complejo de inferioridad alentado por las humillaciones históricas del colonialismo y el imperialismo, y agravado por la ignorancia occidental.
Sin embargo, la mayoría de los analistas discrepan de ese determinismo, y asocian los asaltos a las representaciones diplomáticas de EE UU en El Cairo, Bengasi o Saná con la pérdida de capacidad del Estado para gobernar con eficacia. La libertad para movilizarse, que no existía bajo los dirigentes autocráticos, se ejerce ahora en un contexto de ausencia de autoridad.
“Los movimientos islamistas radicales, que en su mayoría también son movimientos de gente marginada en sus respectivas sociedades, han podido manifestarse con mayor libertad al diluirse el control estatal a raíz del despertar árabe”, interpreta Joost Hiltermann, el vicedirector del programa para Oriente Próximo y el Norte de África del International Crisis Group (ICG).
Incluso quienes como el hoyatoleslam Ali Abtahi, director del Instituto para el Diálogo Interreligioso de Teherán, ven un ascenso del islam político en los cambios que se han producido en el mundo árabe, toman distancias. “La reconstrucción de la identidad islámica no significa una ideología extremista como la de Al Qaeda”, señala.
No obstante, quien fuera vicepresidente de Irán con el reformista Mohamed Jatamí, también advierte que “el respaldo de extremistas como el que quemó el Corán Terry Jones a una película antiislámica, u otro tipo de agresiones a las creencias religiosas de los musulmanes, crea un caldo de cultivo adecuado para la lectura del islam que hacen los fundamentalistas talibanes”.
Ayer, la dualidad que pervive en el mundo musulmán quedó patente con dos mensajes. Al Qaeda en la península Arábiga, por un lado, llamó a intensificar la violencia contra Occidente. En el mismo día, los talibanes mataron a dos soldados estadounidenses en una base de Afganistán, como represalia por el vídeo. En el campamento estaba el príncipe Enrique de Inglaterra, que salió ileso. Por otro lado, el gran muftí de Arabia Saudí, la mayor autoridad religiosa del islam, declaró que “atacar a inocentes” no es propio de los musulmanes.
Jean-François Daguzan, director adjunto de la Fondation pour la Recherche Stratégique (FRS) de París, recuerda en un correo que “el fundamentalismo islámico representa una parte notable de la sociedad árabe actual y no es necesariamente violento”. Daguzan, que a ese respecto distingue entre salafistas y yihadistas, explica que en algunos países esa fuerza “crece ante la debilidad del Estado (Libia) o lo que percibe como debilidad de los partidos islamistas en el poder (Egipto, Túnez, Marruecos), que no saben bien cómo hacerle frente, si con dureza o mediante la negociación”.
Por su parte, Khalid al Haribi, director ejecutivo del think tank omaní Tawasul, considera “demasiado simple” atribuir los sucesos de esta semana al fundamentalismo. “Estas reacciones violentas son signos de un peligro más grave”, afirma convencido de que se trata de un obstáculo populista en el avance hacia las libertades y el progreso iniciado el año pasado.
“Los antiguos regímenes y las nuevas fuerzas políticas están jugando a un juego nuevo, pero con las mismas reglas de antes: implantar el miedo en la gente para ofrecerse como héroes salvadores. No veo en las manifestaciones a fundamentalistas, sino a gente corriente que ha sido expuesta durante mucho tiempo al odio y a todo tipo de teorías conspiratorias y xenófobas”, manifiesta.
Tal vez. Sin embargo, las barbas, las banderas negras y los eslóganes que se han visto en El Cairo, Bengasi o la ciudad norlibanesa de Trípoli, tienen el sello de los salafistas, una rama ultraortodoxa del islam suní financiada por Arabia Saudí y cuya intransigencia doctrinaria hace muy difícil (algunos opinan que imposible) el diálogo y los pactos políticos.
“Para el musulmán medio, la película (que la mayoría no ha visto) constituye un insulto intolerable a su profeta y su religión. Para los líderes de los grupos radicales, es una oportunidad de promover su proyecto político para incrementar su poder en la sociedad frente a la religión establecida”, apunta Hiltermann del ICG.
“La película es el resultado de muchos años de propaganda islamófoba en Occidente”, estima Abtahi, quien menciona el peso de que se ignore el problema palestino y se apoye de forma incondicional a Isra