El BCE levanta un cortafuegos para evitar “escenarios destructivos”

-Rajoy tendrá que pedir un rescate a la UE si quiere que el BCE actúe
-“Tendremos un cortafuegos totalmente efectivo frente a escenarios destructivos”, aseguró Draghi

CLAUDI PÉREZ
Fráncfort, El País

El aura pseudorreligiosa de los bancos centrales brota de su capacidad mágica para fabricar dinero de la nada. Esa, una vez más, es la forma elegida por el Banco Central Europeo (BCE) para deshacer el nudo gordiano en el que se ha convertido la crisis: su presidente, Mario Draghi, anunció ayer en Fráncfort un nuevo programa —una nueva varita mágica—destinado a la compra ilimitada de deuda pública de los países con más problemas en los mercados. Compras ilimitadas, tal y como se esperaba, aunque con una dedicatoria temible para España e Italia:

“Con estrictas condiciones”, según dijo Draghi en una rueda de prensa multitudinaria. España se ve así abocada a solicitar un segundo rescate y a negociar las temibles condiciones con sus socios y con el BCE antes de hacerse acreedora de la magia de Draghi en el mercado de deuda. Queda saber solo cuándo. Y cómo.

Casi todo lo demás parece atado y bien atado, según las fuentes consultadas. Tras el paso de ayer, el BCE y los socios europeos invitan a España a solicitar esa segunda ayuda con la promesa de que no habrá nuevos recortes sustanciales, más allá de explicitar las condiciones ya conocidas en el primer rescate, y de añadir un estricto calendario.

Se trata de un rescate sindinero: no hay inyección de fondos para el Reino de España, sino compras de bonos españoles en los mercados por parte del mecanismo europeo de rescate temporal o el permanente (FEEF o Mede), y posteriormente del BCE. Además, el bazuca es doble: el fondo europeo compra en el mercado primario (en las emisiones del Tesoro) y después el BCE en el de segunda mano, con la ventaja de que España no pierde de esa manera el acceso a los mercados.

Dos incógnitas sobre la mesa

Las incógnitas son, al menos, dos. El cuándo: la visita de la canciller Merkel a España y la próxima reunión del Eurogrupo en Nicosia (Chipre) serán claves para desvelar la fecha de la petición, que diversas fuentes sitúan entre primeros de octubre y a lo largo del mes de noviembre, aunque hay también analistas que aseguran que podría llegar antes, este mismo septiembre. Todo eso está en función de calendarios electorales, de la crisis griega, del temido Constitucional alemán, de los próximos sustos que depare un mercado caprichoso que no volverá a la normalidad hasta que no detecte por dónde demonios llega el crecimiento económico.

La segunda clave es el cómo: una vez se haya solicitado el programa —probablemente una línea de crédito de precaución; no un programa completo—, los socios europeos enviarán una misión a España para ver cómo se cumple el primer rescate, y en función de eso fijarán las condiciones. Y las cosas irán previsiblemente mal: España está tratando de cumplir las condiciones de la eurozona, pero es prácticamente imposible que alcance las metas de déficit y que elimine la desconfianza que suscitan en Europa las cuentas de sus bancos y de algunas comunidades autónomas. Ahí se comprobará si de veras hay nuevas peticiones, o si basta con las actuales y con ese calendario de cumplimiento.

La nueva piedra filosofal del BCE se llama plan de Transacciones Monetarias Directas (OTM, por sus siglas en inglés). Si hay que hacer caso de las palabras de Draghi, el OTM supone para el BCE entrar en una nueva dimensión, a un paso de la ventanilla de último recurso para los países, y ya no solo para la banca. Aunque en realidad ese plan no es tan nuevo: el BCE ya ha usado dos programas similares, siempre en pequeñas cantidades (y a regañadientes, por la oposición del Bundesbank alemán, como ayer) a lo largo de esta crisis.

La novedad: bonos a corto plazo

Sí hay algunas novedades remarcables: las compras serán de bonos de uno a tres años de vencimiento (es decir, a más corto plazo que en las compras anteriores) para evitar problemas con los halcones más ortodoxos del BCE, para que el Eurobanco se asegure de que los países no se relajan con la tijera, las reformas estructurales y demás condiciones. “La cantidad será la adecuada para lograr nuestros objetivos”, explicó Draghi en el habitual dialecto del Katmandú nepalí que suele usar el gremio de los banqueros centrales: eso supone que las adquisiciones son, en principio, ilimitadas, aunque también lo eran en los programas anteriores y finalmente el BCE se quedó por detrás de la Reserva Federal estadounidense o del Banco de Inglaterra.
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La liquidez creada por estas compras se esterilizará, es decir, se retirará una cantidad de dinero equivalente a la compra de bonos. Pero ese es un tecnicismo irrelevante y de consumo interno, de nuevo para contentar a los halcones: la barra libre de liquidez a la banca hace inútil hablar de esterilizaciones. Para dar transparencia a las operaciones, el volumen global de las adquisiciones se publicará de forma semanal y se dará un desglose por países semanalmente. Además, las compras podrán extenderse a los países que ya están rescatados, como Irlanda y Portugal, en la medida en que recuperen su acceso a los mercados. Finalmente, las compras del BCE no tendrán prevalencia de cobro en caso de impago, uno de los aspectos que más preocupaban a los inversores.

Además, el BCE aprobó medidas extraordinarias, al eliminar el requisito mínimo de calificación de la deuda pública para dar liquidez a los bancos de países rescatados. El BCE admitirá así incluso bonos basura como garantía, con lo que resta influencia a las agencias de calificación.

“Tendremos un cortafuegos totalmente efectivo para evitar los escenarios destructivos que han aparecido en algunos países”, aseguró Draghi. “El euro es irreversible”, repitió por enésima vez. Pero pese a las declaraciones grandilocuentes, falta pasar de las musas al teatro: una línea roja divide Europa, cuyos mercados se han fragmentado de facto. Las familias, las empresas y los Gobiernos del Norte pagan intereses mucho menores que los del Sur; esas condiciones cada vez más duras elevan el riesgo de deflación a la japonesa e imponen una niebla espesa que impide ver la salida de la recesión.

Las medidas del BCE (con la ayuda del fondo de rescate europeo) pueden funcionar como un faro que disipe parte de esa niebla. Aunque para ello tal vez haya que fabricar dinero de la nada, a pesar del Bundesbank.

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