Los francotiradores siembran el terror en Alepo
Los rebeldes avanzan metro a metro en el barrio de Saladino, clave para conquistar la capital económica
Álvaro de Cózar
Alepo, El País
Que los rebeldes ganen la batalla de Alepo dependerá en gran parte de que consigan definitivamente conquistar el barrio de Saladino, en el suroeste de la ciudad. Allí llevan anclados desde hace dos días luchando contra las tropas del Ejército sirio en una calle en la que apenas han conseguido ganar posiciones. A unos 700 metros, en el estadio de Hamadaniya, les esperan un buen número de tanques que no paran de bombardear los edificios. Este es ahora mismo el frente de la batalla.
Una furgoneta blanca se introduce en la zona dejando atrás los barrios tomados hace días, donde la actividad aún no ha vuelto, la mayoría de las tiendas están cerradas y no hay fachada sin huella de los disparos. Pasados unos minutos, el conductor de los rebeldes, que por un momento no sabe muy bien para dónde tirar, grita: “¡Agachad las cabezas!”. El vehículo acelera la marcha saltando continuamente en un terreno lleno de baches y escombros de las casas destruidas.
Los disparos se oyen cada vez más cerca. Tras unos cuantos volantazos y derrapes, el coche llega a una calle donde el aire es espeso, lleno de polvo. Un hombre vestido de negro con una pistola plateada al cinto y un walkie-talkie en la mano derecha se mueve en todas direcciones gritando a una veintena de rebeldes armados con Kaláshnikov, ametralladoras PK y lanzacohetes. El polvo blanco en el pelo les hace parecer más viejos. “¡Más munición, más munición!”, grita el comandante de los rebeldes encargado de las operaciones en el barrio de Saladino.
El estadio se ve desde la esquina. Francotiradores de un grupo de las tropas de Bachar el Asad lleva días apostados en los edificios de las calles que aún no han sido tomadas. Sus disparos chocan contra el suelo, a solo unos pocos metros de donde se encuentran los rebeldes. Algunos soldados del Ejército sirio intentan rodear a los combatientes del Ejército Libre de Siria (ELS) usando las calles paralelas, así que el comandante ha ordenado hacer un agujero en una casa desde el que poder disparar.
Los cañonazos de los tanques sirios llegan a unos 100 metros del puesto de los rebeldes. Hay unos momentos de confusión, en los que no se sabe si se está avanzando o retrocediendo. En realidad no es ni lo uno ni lo otro. Cada uno sigue en su puesto, pero el impacto de los proyectiles empieza a retumbar cada vez más cerca. Es imposible oír los gritos que da el tipo de la pistola plateada y mucho menos escuchar la traducción de un miembro del ELS que habla inglés. “Está diciendo que traigan una camilla. Hay heridos”.
Una camioneta pick up llega a toda velocidad a la esquina y recoge allí a un soldado. Muy cerca, dos hombres se cobijan en un portal de una casa. Uno de ellos es profesor de Religión. “He venido para ver cómo van los ataques. Cuando comenzó la revolución creamos un grupo para combatir a El Asad”. Explica que cuando caiga el régimen no se implantarán las estrictas leyes islámicas de la sharía. Pero no le da tiempo a decir mucho más. El tejado de un edificio en la zona se derrumba tras recibir un cañonazo y los dos hombres se largan apresuradamente.
En el extremo opuesto de la calle, justo en la esquina contraria, otros rebeldes disparan sus fusiles junto a una bandera de la revolución. Muy a lo lejos se ve a unos soldados cruzando la calle. “Creo que van a desertar”, dice el conductor de la furgoneta blanca, que asiste al combate sin apenas inmutarse y manteniendo siempre la sonrisa. “Quizá ahora hagamos prisioneros”.
Ocurre más bien lo contrario. Los soldados de El Asad están intentando entrar y por un momento parece que lo consiguen. “¡Salgamos de aquí!”, dice el conductor de los rebeldes. “¡Vamos, vamos!”. Un grupo de periodistas se mete en la furgoneta y esta toma la marcha en dirección este. El conductor sale a toda pastilla mientras los cañonazos se oyen en todas direcciones. Un proyectil cae muy cerca, a unos 70 metros, y destruye un edificio. Un leve temblor sacude la furgoneta, que ya está lejos. Luego las demás calles. Poco a poco, la vida empieza a ser reconocible. Un grupo de niños limpia de escombros las calles; algunos vecinos regresan a sus casas para ver si pueden recuperar algo de lo que han perdido en los bombardeos de días atrás. “Estamos en Fardus”, dice el conductor. La palabra significa paraíso.
En un colegio, unos hombres atienden a algunos heridos de días previos. Recibieron disparos de francotiradores cuando intentaban salvar a sus compañeros. “No tengo miedo a las balas”, dice uno de ellos, con el pie infectado por una bala explosiva. En el vestíbulo, un grupo golpea la nariz de un busto de Hafez el Asad. Le han pintado en la frente la frase “lo siento, soy un burro”.
Después de casi atropellar a un burro de verdad y de perderse por varias calles, la furgoneta para en un hospital. “No tenemos muchos medios. La mayoría de los heridos, un 60%, son civiles. Tienen traumatismos y desgarros por las explosiones”, dice un médico voluntario llamado Hessan. “Si nos atacan con armas químicas, entonces estamos perdidos”. Su compañero, el doctor Barchar, da más cifras (unos 50 muertos al día) y habla de la dificultad de transportar a los heridos a otros hospitales por la falta de gasolina. Antes de despedirse mira la furgoneta blanca y pregunta: “¿Sabéis que vais en el coche de una funeraria?”.
A ritmo lento, dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás, los rebeldes se afianzan poco a poco en el norte del país, donde pretenden crear una zona liberada, al estilo de lo ocurrido en 2011 en Libia. Ayer en Alepo, los rebeldes bombardearon con un tanque capturado al enemigo una base aérea y seguían resistiendo.
En Damasco, sin embargo, no pudieron atrincherarse tras una semana de combates a finales de julio. Este jueves, al menos 35 personas han muerto —la mayoría civiles desarmados, siempre según los insurrectos— en un barrio de la capital a manos de los soldados de la Cuarta División, la más temida por los insurgentes. Las fuerzas leales al Gobierno sirio han matado también al menos a 50 personas durante combates con los rebeldes en la ciudad de Hama, en el centro del país, según han denunciado activistas y residentes de la zona.
Álvaro de Cózar
Alepo, El País
Que los rebeldes ganen la batalla de Alepo dependerá en gran parte de que consigan definitivamente conquistar el barrio de Saladino, en el suroeste de la ciudad. Allí llevan anclados desde hace dos días luchando contra las tropas del Ejército sirio en una calle en la que apenas han conseguido ganar posiciones. A unos 700 metros, en el estadio de Hamadaniya, les esperan un buen número de tanques que no paran de bombardear los edificios. Este es ahora mismo el frente de la batalla.
Una furgoneta blanca se introduce en la zona dejando atrás los barrios tomados hace días, donde la actividad aún no ha vuelto, la mayoría de las tiendas están cerradas y no hay fachada sin huella de los disparos. Pasados unos minutos, el conductor de los rebeldes, que por un momento no sabe muy bien para dónde tirar, grita: “¡Agachad las cabezas!”. El vehículo acelera la marcha saltando continuamente en un terreno lleno de baches y escombros de las casas destruidas.
Los disparos se oyen cada vez más cerca. Tras unos cuantos volantazos y derrapes, el coche llega a una calle donde el aire es espeso, lleno de polvo. Un hombre vestido de negro con una pistola plateada al cinto y un walkie-talkie en la mano derecha se mueve en todas direcciones gritando a una veintena de rebeldes armados con Kaláshnikov, ametralladoras PK y lanzacohetes. El polvo blanco en el pelo les hace parecer más viejos. “¡Más munición, más munición!”, grita el comandante de los rebeldes encargado de las operaciones en el barrio de Saladino.
El estadio se ve desde la esquina. Francotiradores de un grupo de las tropas de Bachar el Asad lleva días apostados en los edificios de las calles que aún no han sido tomadas. Sus disparos chocan contra el suelo, a solo unos pocos metros de donde se encuentran los rebeldes. Algunos soldados del Ejército sirio intentan rodear a los combatientes del Ejército Libre de Siria (ELS) usando las calles paralelas, así que el comandante ha ordenado hacer un agujero en una casa desde el que poder disparar.
Los cañonazos de los tanques sirios llegan a unos 100 metros del puesto de los rebeldes. Hay unos momentos de confusión, en los que no se sabe si se está avanzando o retrocediendo. En realidad no es ni lo uno ni lo otro. Cada uno sigue en su puesto, pero el impacto de los proyectiles empieza a retumbar cada vez más cerca. Es imposible oír los gritos que da el tipo de la pistola plateada y mucho menos escuchar la traducción de un miembro del ELS que habla inglés. “Está diciendo que traigan una camilla. Hay heridos”.
Una camioneta pick up llega a toda velocidad a la esquina y recoge allí a un soldado. Muy cerca, dos hombres se cobijan en un portal de una casa. Uno de ellos es profesor de Religión. “He venido para ver cómo van los ataques. Cuando comenzó la revolución creamos un grupo para combatir a El Asad”. Explica que cuando caiga el régimen no se implantarán las estrictas leyes islámicas de la sharía. Pero no le da tiempo a decir mucho más. El tejado de un edificio en la zona se derrumba tras recibir un cañonazo y los dos hombres se largan apresuradamente.
En el extremo opuesto de la calle, justo en la esquina contraria, otros rebeldes disparan sus fusiles junto a una bandera de la revolución. Muy a lo lejos se ve a unos soldados cruzando la calle. “Creo que van a desertar”, dice el conductor de la furgoneta blanca, que asiste al combate sin apenas inmutarse y manteniendo siempre la sonrisa. “Quizá ahora hagamos prisioneros”.
Ocurre más bien lo contrario. Los soldados de El Asad están intentando entrar y por un momento parece que lo consiguen. “¡Salgamos de aquí!”, dice el conductor de los rebeldes. “¡Vamos, vamos!”. Un grupo de periodistas se mete en la furgoneta y esta toma la marcha en dirección este. El conductor sale a toda pastilla mientras los cañonazos se oyen en todas direcciones. Un proyectil cae muy cerca, a unos 70 metros, y destruye un edificio. Un leve temblor sacude la furgoneta, que ya está lejos. Luego las demás calles. Poco a poco, la vida empieza a ser reconocible. Un grupo de niños limpia de escombros las calles; algunos vecinos regresan a sus casas para ver si pueden recuperar algo de lo que han perdido en los bombardeos de días atrás. “Estamos en Fardus”, dice el conductor. La palabra significa paraíso.
En un colegio, unos hombres atienden a algunos heridos de días previos. Recibieron disparos de francotiradores cuando intentaban salvar a sus compañeros. “No tengo miedo a las balas”, dice uno de ellos, con el pie infectado por una bala explosiva. En el vestíbulo, un grupo golpea la nariz de un busto de Hafez el Asad. Le han pintado en la frente la frase “lo siento, soy un burro”.
Después de casi atropellar a un burro de verdad y de perderse por varias calles, la furgoneta para en un hospital. “No tenemos muchos medios. La mayoría de los heridos, un 60%, son civiles. Tienen traumatismos y desgarros por las explosiones”, dice un médico voluntario llamado Hessan. “Si nos atacan con armas químicas, entonces estamos perdidos”. Su compañero, el doctor Barchar, da más cifras (unos 50 muertos al día) y habla de la dificultad de transportar a los heridos a otros hospitales por la falta de gasolina. Antes de despedirse mira la furgoneta blanca y pregunta: “¿Sabéis que vais en el coche de una funeraria?”.
A ritmo lento, dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás, los rebeldes se afianzan poco a poco en el norte del país, donde pretenden crear una zona liberada, al estilo de lo ocurrido en 2011 en Libia. Ayer en Alepo, los rebeldes bombardearon con un tanque capturado al enemigo una base aérea y seguían resistiendo.
En Damasco, sin embargo, no pudieron atrincherarse tras una semana de combates a finales de julio. Este jueves, al menos 35 personas han muerto —la mayoría civiles desarmados, siempre según los insurrectos— en un barrio de la capital a manos de los soldados de la Cuarta División, la más temida por los insurgentes. Las fuerzas leales al Gobierno sirio han matado también al menos a 50 personas durante combates con los rebeldes en la ciudad de Hama, en el centro del país, según han denunciado activistas y residentes de la zona.