Alexandr Lukashenko, un error geográfico
Sonríe despectivamente cuando escucha su título de último dictador de Europa. Alexandr Lukashenko, un antiguo dirigente agrícola en la URSS, se mantiene en el poder desde hace 18 años gracias a elecciones amañadas y rivales desaparecidos. Mientras el tirano piensa en formar una dinastía, el 54% de la población sueña con marcharse del país
Pilar Bonet, El País
Si Alexandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, dirigiera algún país centroasiático, su imagen contrastaría de modo positivo con sátrapas locales, como el uzbeko Islam Karímov, y muy posiblemente sería considerado un interlocutor regional privilegiado por la Unión Europea y Estados Unidos. Sin embargo, este mandatario, en el poder desde 1994, no está en Asia Central, sino en Centroeuropa, y esta circunstancia geográfica, política y cultural condena al demagógico personaje de afilada lengua y primitivas ideas a ser una nota discordante en el continente.
Centenares de osos de peluche lanzados en paracaídas sobre Minsk a principios de julio han puesto de actualidad a Lukashenko, que, a resultas del incidente, ha destituido al jefe del Comité Estatal de los Guardafronteras y al general responsable de las fuerzas aéreas y las defensas antiaéreas. La gesta protagonizada por una avioneta ligera sueca, que burló el espacio aéreo bielorruso, ha provocado la expulsión del embajador de Suecia en Minsk y el encarcelamiento del periodista que alertó sobre la “invasión”. Otros reporteros, que se fotografiaron con peluches en solidaridad con sus colegas, han sido hostigados por la policía.
El líder bielorruso tiene poco sentido del humor cuando de su persona se trata, pero esboza una sonrisa despreciativa cuando le llaman el “último dictador de Europa”. Hijo de una campesina, Lukashenko se crio sin padre en la provincia oriental de Mogilev. Estudió historia y también economía en la Academia de Agricultura, fue miembro del Partido Comunista de la URSS y en 1987 llegó a ser director de un sovjós (explotación agrícola colectiva). Simultáneamente hizo carrera como diputado en el Sóviet Supremo de Bielorrusia (Parlamento), donde cobró fama de luchador contra la corrupción. Desbordados por las turbulencias históricas, los bielorrusos le eligieron presidente con más del 80% de los votos en 1994.
En los 18 años transcurridos, el astuto líder se libró primero del Parlamento democráticamente electo, en 1996, y consolidó su poder con una fórmula que combinaba la protección social, el orden y la retórica soviética de “fortaleza acosada” aplicada a escala bielorrusa. Varios políticos que podían haberle hecho sombra, entre ellos el exministro del Interior Yuri Zajarenko y el exvicepresidente del Parlamento Victor Gonchar, desaparecieron en misteriosas condiciones en 1999.
El apoyo del que gozó Lukashenko se ha ido diluyendo con el tiempo. Han crecido jóvenes que se han visto obligados a estudiar en Lituania o en Polonia y que comparten los valores de sus vecinos europeos. Esta juventud ve a Lukashenko como una figura anacrónica y colérica, anclado en la mentalidad de dirigente agrícola soviético. Según recientes encuestas, casi el 54% de los bielorrusos quieren irse a trabajar o a estudiar al extranjero, y más del 41%, para siempre.
Excepto en 1994, las elecciones en las que Lukashenko ha sido reelegido presidente han estado plagadas de irregularidades. Tras las últimas, en diciembre de 2010, el líder metió en la cárcel a siete de sus nueve contrincantes y a numerosos miembros de la oposición. Este año, desoyendo todas las peticiones que le hicieron, Lukashenko ha firmado dos sentencias de muerte que han sido aplicadas tras un apresurado proceso por el atentado en el metro de Minsk en 2011.
El poder de Lukashenko se ha basado en varios pilares: uno de ellos es la lealtad de los siloviki (miembros de los ministerios con fuerzas armadas), que es asegurada por su hijo Víctor, el controlador y coordinador de los cuerpos de seguridad, la policía y el Ejército. Estos siloviki tienen sueldos y condiciones privilegiadas en relación con otros sectores de la sociedad. Otro pilar es la precariedad organizativa de la oposición, lastrada por personalismos, falta de estrategia común y de una figura capaz de unir a todos sus integrantes. En la oposición están hoy muchos de los que ayudaron a Lukashenko a encumbrarse o trabajaron con él en los primeros años de su presidencia. Sin embargo, el verdadero héroe de Bielorrusia, según el periodista exiliado Pavel Sheremet, son los “chicos y chicas” que “salen a las barricadas”.
La supervivencia de Lukashenko se debe en gran parte al apoyo que le presta Rusia, su principal aliado militar y económico, que actúa en nombre de sus propios intereses geoestratégicos en Europa. Lukashenko es un aliado incómodo, que se resiste a perder el trato de favor que le ha dispensado Rusia. Pero al Kremlin parece no importarle ya que el bielorruso (cuando quiere algo para la “pobre Bielorrusia”) desbarre y llegue incluso a insultar a los dirigentes rusos, siempre y cuando cumpla con sus compromisos en el marco de la Unión Aduanera (Rusia, Bielorrusia y Kazajistán) y en el marco de su alianza militar con Moscú.
Rusia vendió caro su apoyo a Lukashenko en vísperas de las elecciones presidenciales de 2010. En la cadena televisiva NTV (perteneciente a Gazprom, el monopolio exportador de gas) se emitió una serie de reportajes que presentaba al bielorruso como un pérfido y desequilibrado dictador implicado en las desapariciones de políticos que le hicieron sombra. Dmitri Medvédev, a la sazón presidente de Rusia, llegó a decir que Lukashenko iba más allá de la “más elemental decencia humana”. Con aquella campaña de intimidación, Moscú logró disminuir sus subvenciones de miles de millones de dólares a un régimen sostenido gracias a la reventa de derivados de los hidrocarburos rusos.
Sobre el papel, Bielorrusia y Rusia construyen un Estado común, pero el proyecto está estancado. A cambio de financiar a Lukashenko, Rusia se ha ido apoderando de las propiedades más suculentas de Bielorrusia. Gazprom controla Beltransgaz y, con ello, la red de transporte de combustible por territorio bielorruso. A Bielorrusia le quedan la empresa de abonos Belaruskali, dos refinerías y varias compañías de Defensa, según el economista Konstantín Símonov. Pero Lukashenko burla los acuerdos de aranceles con Moscú con “fórmulas imaginativas” como la rentable exportación de disolventes a partir de los hidrocarburos rusos.
Lukashenko supo aprovechar hábilmente las contradicciones y rivalidades del Este y el Oeste para obtener el máximo beneficio de ambos. Pero su margen de maniobra es cada vez más reducido, a medida que se ve forzado a entregar a Rusia el control de los activos económicos más suculentos. Tras la represión posterior a las elecciones presidenciales de 2010, la UE le ha dado la espalda y le ha incluido a él y a decenas de funcionarios y empresas vinculadas con el régimen en una lista negra. Esto aparentemente ha impedido a Lukashenko acudir a los Juegos Olímpicos en Londres tal como deseaba. Amigo del venezolano Hugo Chávez y de los dirigentes de Irán, China y los países postsoviéticos, Lukashenko aparenta ser indiferente al veto de Occidente. Si lo fuera, no contrataría, como hace, a expertos en relaciones públicas para que mejoren su imagen.
Las próximas elecciones presidenciales en Bielorrusia son en 2015. Lukashenko espera ganarlas. Más aún, parece acariciar la idea de una dinastía, personalizada en su inseparable hijo menor, Kolia, de siete años. La madre de Kolia, que no aparece nunca en público, fue la médica personal de Lukashenko, según informaciones no confirmadas por el régimen. Oficialmente, el presidente sigue casado con Galina, que vive apartada en provincias y que es la madre de sus dos hijos mayores, Víctor y Dmitri, este último responsable de las loterías. Puede que Kolia sea la esperanza de su padre, pero ese niño con pistola al cinto, que estudia en casa por no adaptarse a la escuela, más bien augura problemas.
Pilar Bonet, El País
Si Alexandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, dirigiera algún país centroasiático, su imagen contrastaría de modo positivo con sátrapas locales, como el uzbeko Islam Karímov, y muy posiblemente sería considerado un interlocutor regional privilegiado por la Unión Europea y Estados Unidos. Sin embargo, este mandatario, en el poder desde 1994, no está en Asia Central, sino en Centroeuropa, y esta circunstancia geográfica, política y cultural condena al demagógico personaje de afilada lengua y primitivas ideas a ser una nota discordante en el continente.
Centenares de osos de peluche lanzados en paracaídas sobre Minsk a principios de julio han puesto de actualidad a Lukashenko, que, a resultas del incidente, ha destituido al jefe del Comité Estatal de los Guardafronteras y al general responsable de las fuerzas aéreas y las defensas antiaéreas. La gesta protagonizada por una avioneta ligera sueca, que burló el espacio aéreo bielorruso, ha provocado la expulsión del embajador de Suecia en Minsk y el encarcelamiento del periodista que alertó sobre la “invasión”. Otros reporteros, que se fotografiaron con peluches en solidaridad con sus colegas, han sido hostigados por la policía.
El líder bielorruso tiene poco sentido del humor cuando de su persona se trata, pero esboza una sonrisa despreciativa cuando le llaman el “último dictador de Europa”. Hijo de una campesina, Lukashenko se crio sin padre en la provincia oriental de Mogilev. Estudió historia y también economía en la Academia de Agricultura, fue miembro del Partido Comunista de la URSS y en 1987 llegó a ser director de un sovjós (explotación agrícola colectiva). Simultáneamente hizo carrera como diputado en el Sóviet Supremo de Bielorrusia (Parlamento), donde cobró fama de luchador contra la corrupción. Desbordados por las turbulencias históricas, los bielorrusos le eligieron presidente con más del 80% de los votos en 1994.
En los 18 años transcurridos, el astuto líder se libró primero del Parlamento democráticamente electo, en 1996, y consolidó su poder con una fórmula que combinaba la protección social, el orden y la retórica soviética de “fortaleza acosada” aplicada a escala bielorrusa. Varios políticos que podían haberle hecho sombra, entre ellos el exministro del Interior Yuri Zajarenko y el exvicepresidente del Parlamento Victor Gonchar, desaparecieron en misteriosas condiciones en 1999.
El apoyo del que gozó Lukashenko se ha ido diluyendo con el tiempo. Han crecido jóvenes que se han visto obligados a estudiar en Lituania o en Polonia y que comparten los valores de sus vecinos europeos. Esta juventud ve a Lukashenko como una figura anacrónica y colérica, anclado en la mentalidad de dirigente agrícola soviético. Según recientes encuestas, casi el 54% de los bielorrusos quieren irse a trabajar o a estudiar al extranjero, y más del 41%, para siempre.
Excepto en 1994, las elecciones en las que Lukashenko ha sido reelegido presidente han estado plagadas de irregularidades. Tras las últimas, en diciembre de 2010, el líder metió en la cárcel a siete de sus nueve contrincantes y a numerosos miembros de la oposición. Este año, desoyendo todas las peticiones que le hicieron, Lukashenko ha firmado dos sentencias de muerte que han sido aplicadas tras un apresurado proceso por el atentado en el metro de Minsk en 2011.
El poder de Lukashenko se ha basado en varios pilares: uno de ellos es la lealtad de los siloviki (miembros de los ministerios con fuerzas armadas), que es asegurada por su hijo Víctor, el controlador y coordinador de los cuerpos de seguridad, la policía y el Ejército. Estos siloviki tienen sueldos y condiciones privilegiadas en relación con otros sectores de la sociedad. Otro pilar es la precariedad organizativa de la oposición, lastrada por personalismos, falta de estrategia común y de una figura capaz de unir a todos sus integrantes. En la oposición están hoy muchos de los que ayudaron a Lukashenko a encumbrarse o trabajaron con él en los primeros años de su presidencia. Sin embargo, el verdadero héroe de Bielorrusia, según el periodista exiliado Pavel Sheremet, son los “chicos y chicas” que “salen a las barricadas”.
La supervivencia de Lukashenko se debe en gran parte al apoyo que le presta Rusia, su principal aliado militar y económico, que actúa en nombre de sus propios intereses geoestratégicos en Europa. Lukashenko es un aliado incómodo, que se resiste a perder el trato de favor que le ha dispensado Rusia. Pero al Kremlin parece no importarle ya que el bielorruso (cuando quiere algo para la “pobre Bielorrusia”) desbarre y llegue incluso a insultar a los dirigentes rusos, siempre y cuando cumpla con sus compromisos en el marco de la Unión Aduanera (Rusia, Bielorrusia y Kazajistán) y en el marco de su alianza militar con Moscú.
Rusia vendió caro su apoyo a Lukashenko en vísperas de las elecciones presidenciales de 2010. En la cadena televisiva NTV (perteneciente a Gazprom, el monopolio exportador de gas) se emitió una serie de reportajes que presentaba al bielorruso como un pérfido y desequilibrado dictador implicado en las desapariciones de políticos que le hicieron sombra. Dmitri Medvédev, a la sazón presidente de Rusia, llegó a decir que Lukashenko iba más allá de la “más elemental decencia humana”. Con aquella campaña de intimidación, Moscú logró disminuir sus subvenciones de miles de millones de dólares a un régimen sostenido gracias a la reventa de derivados de los hidrocarburos rusos.
Sobre el papel, Bielorrusia y Rusia construyen un Estado común, pero el proyecto está estancado. A cambio de financiar a Lukashenko, Rusia se ha ido apoderando de las propiedades más suculentas de Bielorrusia. Gazprom controla Beltransgaz y, con ello, la red de transporte de combustible por territorio bielorruso. A Bielorrusia le quedan la empresa de abonos Belaruskali, dos refinerías y varias compañías de Defensa, según el economista Konstantín Símonov. Pero Lukashenko burla los acuerdos de aranceles con Moscú con “fórmulas imaginativas” como la rentable exportación de disolventes a partir de los hidrocarburos rusos.
Lukashenko supo aprovechar hábilmente las contradicciones y rivalidades del Este y el Oeste para obtener el máximo beneficio de ambos. Pero su margen de maniobra es cada vez más reducido, a medida que se ve forzado a entregar a Rusia el control de los activos económicos más suculentos. Tras la represión posterior a las elecciones presidenciales de 2010, la UE le ha dado la espalda y le ha incluido a él y a decenas de funcionarios y empresas vinculadas con el régimen en una lista negra. Esto aparentemente ha impedido a Lukashenko acudir a los Juegos Olímpicos en Londres tal como deseaba. Amigo del venezolano Hugo Chávez y de los dirigentes de Irán, China y los países postsoviéticos, Lukashenko aparenta ser indiferente al veto de Occidente. Si lo fuera, no contrataría, como hace, a expertos en relaciones públicas para que mejoren su imagen.
Las próximas elecciones presidenciales en Bielorrusia son en 2015. Lukashenko espera ganarlas. Más aún, parece acariciar la idea de una dinastía, personalizada en su inseparable hijo menor, Kolia, de siete años. La madre de Kolia, que no aparece nunca en público, fue la médica personal de Lukashenko, según informaciones no confirmadas por el régimen. Oficialmente, el presidente sigue casado con Galina, que vive apartada en provincias y que es la madre de sus dos hijos mayores, Víctor y Dmitri, este último responsable de las loterías. Puede que Kolia sea la esperanza de su padre, pero ese niño con pistola al cinto, que estudia en casa por no adaptarse a la escuela, más bien augura problemas.