Reino Unido pierde influencia en Europa
Hollande destaca sus discrepancias con Cameron sobre la UE
Walter Oppenheimer
Londres, El País
David Cameron sacó la guardia de honor para recibir a François Hollande a lo grande en su primera visita a Londres como presidente de Francia. Pero el gesto del primer ministro pareció sobre todo una forma de disculpa por su metedura de pata de hace unas semanas, cuando dijo que “recibiría con alfombra roja” a los ricos franceses que decidieran asilarse fiscalmente en Reino Unido. No ha habido sustancia en esta cumbre entre los líderes de dos países que hace no tanto tiempo soñaban con formar un contrapeso frente el creciente poder de Alemania en Europa. Hollande constató en Downing Sreet la creciente irrelevancia de la Gran Bretaña de Cameron en la Europa de hoy.
Tras un almuerzo de trabajo de hora y media en Downing Street, Cameron y Hollande ofrecieron una desangelada rueda de prensa que estuvo dominada por la constatación por ambos de que tienen posiciones diferentes en temas capitales, sin que ni uno ni otro fueran capaces de transmitir ningún mensaje relevante acerca de cómo van a cooperar en los próximos años. Un problema de sus asesores de imagen, quizás. O simplemente una consecuencia de la falta de proyectos comunes.
Cameron y Hollande citaron uno solo: la Defensa, como “las dos únicas potencias” europeas en la materia, según el primer ministro. “Le pediré a David Cameron que designe a un alto responsable para que se pueda asociar a nuestro propio Libro Blanco sobre la Defensa”, detalló el presidente.
Quizás porque el primer ministro tenía la mente en sus problemas de política doméstica —un par de horas después el Gobierno anunció que tiraba la toalla en un aspecto clave de la reforma de la Cámara de los Lores— que en las relaciones franco-británicas, Cameron parecía un alumno atribulado y nervioso mientras Hollande proyectaba la imagen de un catedrático condescendiente, con prisa por acabar el encuentro para llegar a tomar el té con la reina en el palacio de Windsor.
Esa falta de sustancia se debe a que no hay sustancia, pero también a que no parece haber química entre ellos. Al menos, de momento. En parte, quizás, por las meteduras de pata de Cameron. En primavera le hizo un feo a Hollande, cuando se acercó a Londres para pedir el voto a 400.000 franceses que residen en Reino Unido. Es un pecado menor: Angela Merkel tampoco le recibió y eso no les ha impedido empezar a construir una relación de peso. “Si tuviera que guardarle rencor a todos los jefes de Estado que no me han recibido, estaría enfadado con el mundo entero”, bromeó Hollande.
Más grave fue el comentario de Cameron en la última cumbre del G-20, en la que se vio por primera vez con el entonces recién elegido Hollande. El primer ministro lanzó ahí su propuesta de acoger con alfombra roja a los franceses que quisieran evadir la reforma fiscal de Hollande. También a eso le quitó hierro el presidente, que se declaró “gran admirador” del humor inglés.
Primer ministro y presidente constataron “una perfecta convergencia de visiones” en tres asuntos de política exterior: Siria y la necesidad de reforzar las sanciones contra el presidente El Asad; Irán; y la cuestión del Sahel y la lucha contra el terrorismo. Eran, tal vez, las “buenas discusiones entre ambos” a las que se había referido Cameron al sintetizar la reunión.
“Tenemos posiciones diferentes en la UE y eso hay que respetarlo”, enfatizó Hollande.
¿Y Europa? Ahí dominan los desencuentros. “Siempre habrá áreas en las que no estemos de acuerdo, pero hoy hemos encontrado muchos puntos en común, no solo acerca de política europea sino sobre cómo desarrollamos la política europea para Gran Bretaña y para Francia en el futuro”, subrayó el primer ministro. “Tenemos posiciones diferentes en la UE y eso hay que respetarlo”, enfatizó Hollande. “Con David Cameron, nuestras relaciones se basan en un intento de poner a nuestros dos países en la senda del crecimiento y la recuperación”, explicó, retórico.
Pero esa coincidencia en el objetivo es más turbia en la forma de conseguirlo. El primer ministro es el campeón europeo de las políticas de ajuste fiscal. Hollande las defiende, pero con la boca pequeña: de momento, en Francia hay más subidas fiscales que recortes de gasto público.
Las diferencias son más profundas. Cameron se desmarcó meses atrás del nuevo Tratado de Estabilidad. Y no solo por razones de retórica antieuropea: el primer ministro inició allí una batalla por mantener los privilegios de la City de Londres, que se siente cada vez más amenazada por el poder regulatorio de una zona euro que, para evitar el riesgo de desaparecer, está llamada a consolidarse como una unión fiscal, económica y política. Cameron sufre ahí la contradicción de apoyar esa mayor integración europea —de la que excluye a Reino Unido, por supuesto— pero al mismo tiempo temer sus consecuencias.
Hollande no estaba aún en el Elíseo cuando Cameron se plantó, pero nada hace pensar que las posiciones del nuevo presidente sean en ese aspecto más favorables a la City que las que tenía su antecesor, Nicolas Sarkozy.
Walter Oppenheimer
Londres, El País
David Cameron sacó la guardia de honor para recibir a François Hollande a lo grande en su primera visita a Londres como presidente de Francia. Pero el gesto del primer ministro pareció sobre todo una forma de disculpa por su metedura de pata de hace unas semanas, cuando dijo que “recibiría con alfombra roja” a los ricos franceses que decidieran asilarse fiscalmente en Reino Unido. No ha habido sustancia en esta cumbre entre los líderes de dos países que hace no tanto tiempo soñaban con formar un contrapeso frente el creciente poder de Alemania en Europa. Hollande constató en Downing Sreet la creciente irrelevancia de la Gran Bretaña de Cameron en la Europa de hoy.
Tras un almuerzo de trabajo de hora y media en Downing Street, Cameron y Hollande ofrecieron una desangelada rueda de prensa que estuvo dominada por la constatación por ambos de que tienen posiciones diferentes en temas capitales, sin que ni uno ni otro fueran capaces de transmitir ningún mensaje relevante acerca de cómo van a cooperar en los próximos años. Un problema de sus asesores de imagen, quizás. O simplemente una consecuencia de la falta de proyectos comunes.
Cameron y Hollande citaron uno solo: la Defensa, como “las dos únicas potencias” europeas en la materia, según el primer ministro. “Le pediré a David Cameron que designe a un alto responsable para que se pueda asociar a nuestro propio Libro Blanco sobre la Defensa”, detalló el presidente.
Quizás porque el primer ministro tenía la mente en sus problemas de política doméstica —un par de horas después el Gobierno anunció que tiraba la toalla en un aspecto clave de la reforma de la Cámara de los Lores— que en las relaciones franco-británicas, Cameron parecía un alumno atribulado y nervioso mientras Hollande proyectaba la imagen de un catedrático condescendiente, con prisa por acabar el encuentro para llegar a tomar el té con la reina en el palacio de Windsor.
Esa falta de sustancia se debe a que no hay sustancia, pero también a que no parece haber química entre ellos. Al menos, de momento. En parte, quizás, por las meteduras de pata de Cameron. En primavera le hizo un feo a Hollande, cuando se acercó a Londres para pedir el voto a 400.000 franceses que residen en Reino Unido. Es un pecado menor: Angela Merkel tampoco le recibió y eso no les ha impedido empezar a construir una relación de peso. “Si tuviera que guardarle rencor a todos los jefes de Estado que no me han recibido, estaría enfadado con el mundo entero”, bromeó Hollande.
Más grave fue el comentario de Cameron en la última cumbre del G-20, en la que se vio por primera vez con el entonces recién elegido Hollande. El primer ministro lanzó ahí su propuesta de acoger con alfombra roja a los franceses que quisieran evadir la reforma fiscal de Hollande. También a eso le quitó hierro el presidente, que se declaró “gran admirador” del humor inglés.
Primer ministro y presidente constataron “una perfecta convergencia de visiones” en tres asuntos de política exterior: Siria y la necesidad de reforzar las sanciones contra el presidente El Asad; Irán; y la cuestión del Sahel y la lucha contra el terrorismo. Eran, tal vez, las “buenas discusiones entre ambos” a las que se había referido Cameron al sintetizar la reunión.
“Tenemos posiciones diferentes en la UE y eso hay que respetarlo”, enfatizó Hollande.
¿Y Europa? Ahí dominan los desencuentros. “Siempre habrá áreas en las que no estemos de acuerdo, pero hoy hemos encontrado muchos puntos en común, no solo acerca de política europea sino sobre cómo desarrollamos la política europea para Gran Bretaña y para Francia en el futuro”, subrayó el primer ministro. “Tenemos posiciones diferentes en la UE y eso hay que respetarlo”, enfatizó Hollande. “Con David Cameron, nuestras relaciones se basan en un intento de poner a nuestros dos países en la senda del crecimiento y la recuperación”, explicó, retórico.
Pero esa coincidencia en el objetivo es más turbia en la forma de conseguirlo. El primer ministro es el campeón europeo de las políticas de ajuste fiscal. Hollande las defiende, pero con la boca pequeña: de momento, en Francia hay más subidas fiscales que recortes de gasto público.
Las diferencias son más profundas. Cameron se desmarcó meses atrás del nuevo Tratado de Estabilidad. Y no solo por razones de retórica antieuropea: el primer ministro inició allí una batalla por mantener los privilegios de la City de Londres, que se siente cada vez más amenazada por el poder regulatorio de una zona euro que, para evitar el riesgo de desaparecer, está llamada a consolidarse como una unión fiscal, económica y política. Cameron sufre ahí la contradicción de apoyar esa mayor integración europea —de la que excluye a Reino Unido, por supuesto— pero al mismo tiempo temer sus consecuencias.
Hollande no estaba aún en el Elíseo cuando Cameron se plantó, pero nada hace pensar que las posiciones del nuevo presidente sean en ese aspecto más favorables a la City que las que tenía su antecesor, Nicolas Sarkozy.