Nadie se fía de nadie en Siria
Las denuncias entre vecinos y combatientes acusados de traición se multiplican en el conflicto
Mayte Carrasco
Al Qusayr, El País
La confianza en tiempos de guerra es algo que puede costarle a uno la vida. Entre tus filas puede esconderse ese traidor que proporciona información al enemigo y en tu casa puede presentarse un día ese primo lejano que, por privilegios o por dinero, te puede vender al régimen de Bachar el Asad o a la resistencia y llevarte a la tumba.
Tu supuesto compañero de trinchera puede tener dos caras y cualquier rumor, gesto, llamada, información o acusación fundada o infundada es motivo de suspicacia extrema en la Siria de hoy. ¿Cómo saber si ese desertor que ahora quiere ingresar en el Ejército Libre Sirio (ELS) no llamará a sus antiguos jefes para informar sobre ciertas posiciones? ¿Cómo adivinar si el soldado bajo tu mando no está dando información al bando contrario? ¿Te puedes fiar de tu vecino?
El de la delación es un riesgo añadido en un conflicto que esta tarde en Al Qusayr tenía forma de fuerte ofensiva de tropas del régimen, procedentes de Homs, para entrar en la ciudad, cercana a la frontera con Líbano. El Ejército Sirio Libre trata de detener el avance. Fuertes bombardeos sacuden esta ciudad de 40.000 habitantes y se oyen tiroteos contínuos en las calles cercanas al hospital clandestino de los alzados. El Ejército de El Asad bombardea incesantemente con morteros y artillería pesada. Según el comandante del ELS Abu Ahmed, unos 14 camiones con soldados del régimen tratan de tomar la localidad. En la clínica clandestina la actividad es frenética. Los coches llegan a las puertas con heridos por metralla o aplastamiento por las explosiones que sacuden la zona.
La mayoría son civiles. Entre ellos, un grupo de cuatro mujeres de una misma familia que estaban resguardadas en el interior de su casa, un adolescente y un hombre de unos 40 años que entró por su propio pie completamente cubierto de polvo gris y con metralla incrustada en la espalda. Las enfermeras y personal del hospital están dando sangre y se esperan más heridos a lo largo de la noche, puesto que la ofensiva sigue en marcha. La poca población que queda en esta ciudad, unos 10.000 habitantes, corren a los sótanos de las escuelas para resguardarse del fuerte bombardeo.
Este sábado han muerto 30 personas en Siria, sobre todo en Deir el Zur, y ha habido cinco fallecidos más en Líbano. por disparos realizados desde el otro lado de la frontera.
Explica Rifaí, un desertor del Ejército de El Asad de 24 años que se escapó hace días de un puesto de control cerca de Al Qusay y ahora se ha unido a los rebeldes, que su jefe no bajaba la guardia un instante. “Mi comandante no dormía”, explica. “Solo podía echar una cabezada cuando tenía a dos o tres amigos de confianza cerca, no se fiaba de nadie, estaba paranoico y temía ser asesinado en cualquier momento”. Rifaí dice que todos los soldados del ejército gubernamental tienen prohibido ver cualquier televisión o radio que no sea Adunia, la estatal, que emite la propaganda del régimen y culpa de la guerra a supuestos terroristas extranjeros que quieren sembrar el terror en el país. “Además nos confiscaron el teléfono y no podíamos llamar a nuestra familia, solo a través del móvil del comandante y delante de él”.
Los altos mandos de El Asad tienen tanto miedo a las deserciones que han denegado las vacaciones a todos los soldados. “Yo llevo casi un año sin poder visitar a los míos, en Hama”, dice Mohamed, de 25 años, que huyó con Rifaí. “En nuestro puesto de control algunos otros se querían ir, pero no sé cuántos porque no confiábamos en los demás y hay órdenes de disparar contra todo el que se aleje del puesto. Nosotros vaciamos la pólvora de las balas de los compañeros para que no nos mataran”.
Ambos soñaban con dejar las filas del Ejército sirio, en el que cumplían el servicio militar, que dura dos años en Siria. No lo hicieron antes por temor a las represalias que puede sufrir su familia y el miedo a ser asesinados en zona enemiga. “Nos decíamos, ¿adónde vamos con el uniforme? Entonces vimos que había una casa que bombardeábamos mucho y nos dijimos que tenía que ser la de alguien importante de la resistencia que nos ayudaría “.
Y les ayudó. Ahora regresarán a su casa y después ingresarán el Ejército Libre Sirio.
Los combatientes rebeldes han extremado las medidas de precaución y actúan con extrema cautela. Recientemente se ha creado un cuerpo de policía especial que investiga y reúne información sobre todo aquel que se acerca a sus combatientes, según activistas locales.
Hace tres días interrogaron a un hombre, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, acusado de informar sobre sus posiciones al Ejército del régimen. “Yo le ví llamar por teléfono y, justo después, ¡boom!, nos atacaron”, aseguraba en una caserna un miembro del ELS, haciéndose entender con un inglés básico.
El régimen paga a grupos de shabiha, criminales encargados de hacer el trabajo sucio y recoger información detallada sobre los rebeldes y dársela a los muhabarat (servicios secretos sirios), que les arrestan y les llevan a uno de los 27 centros de detención que hay en Siria, según Human Rights Watch (HRW), donde se practican numerosos tipos de torturas.
Ahora no hay zonas totalmente liberadas en Siria, donde ambos bandos se disputan el control de una carretera, de un barrio, de una calle, de modo que en los lugares parcialmente tomados por el ELS una visita inesperada de un desconocido, una broma sobre el futuro de El Asad, una ausencia en las manifestaciones, un hijo o un primo en el Ejército sirio, todo es motivo de sospecha.
La rumorología se dispara sobre todo en los pueblos pequeños. “A mí el régimen ha dejado de enviarme el salario de maestro, ¿y cómo sabían que yo soy de la resistencia?”, explica Hamoud, profesor de gimnasia en un colegio de Al Qusayr. “Alguien se lo ha dicho, alguien estaba ahí en las manifestaciones pacíficas cogiendo fotos y recogiendo nombres”, dice con los ojos entornados.
La habitual y pacífica convivencia entre las minorías cristianas (acusados de colaborar con el régimen), alauíes (rama musulmana chií a la que pertenece la familia El Asad), y musulmanes suníes se ha resquebrajado, y allí donde entra el ELS muchas familias cercanas al poder deciden abandonar sus casas y refugiarse en Damasco por miedo a caer bajo sospecha. “Es culpa del régimen que ha querido enfrentarnos a todos”, explica Muamar.
En Al Qusayr los bombardeos son aleatorios e indiscriminados, y en la madrugada del sábado cayeron unos 20 morteros, sin causar heridos. Las pocas familias que quedan se refugian en los sótanos de las escuelas y en las plantas bajas de los edificios, al resguardo de los ataques lanzados por el Ejército gubernamental desde las afueras de la localidad.
Mayte Carrasco
Al Qusayr, El País
La confianza en tiempos de guerra es algo que puede costarle a uno la vida. Entre tus filas puede esconderse ese traidor que proporciona información al enemigo y en tu casa puede presentarse un día ese primo lejano que, por privilegios o por dinero, te puede vender al régimen de Bachar el Asad o a la resistencia y llevarte a la tumba.
Tu supuesto compañero de trinchera puede tener dos caras y cualquier rumor, gesto, llamada, información o acusación fundada o infundada es motivo de suspicacia extrema en la Siria de hoy. ¿Cómo saber si ese desertor que ahora quiere ingresar en el Ejército Libre Sirio (ELS) no llamará a sus antiguos jefes para informar sobre ciertas posiciones? ¿Cómo adivinar si el soldado bajo tu mando no está dando información al bando contrario? ¿Te puedes fiar de tu vecino?
El de la delación es un riesgo añadido en un conflicto que esta tarde en Al Qusayr tenía forma de fuerte ofensiva de tropas del régimen, procedentes de Homs, para entrar en la ciudad, cercana a la frontera con Líbano. El Ejército Sirio Libre trata de detener el avance. Fuertes bombardeos sacuden esta ciudad de 40.000 habitantes y se oyen tiroteos contínuos en las calles cercanas al hospital clandestino de los alzados. El Ejército de El Asad bombardea incesantemente con morteros y artillería pesada. Según el comandante del ELS Abu Ahmed, unos 14 camiones con soldados del régimen tratan de tomar la localidad. En la clínica clandestina la actividad es frenética. Los coches llegan a las puertas con heridos por metralla o aplastamiento por las explosiones que sacuden la zona.
La mayoría son civiles. Entre ellos, un grupo de cuatro mujeres de una misma familia que estaban resguardadas en el interior de su casa, un adolescente y un hombre de unos 40 años que entró por su propio pie completamente cubierto de polvo gris y con metralla incrustada en la espalda. Las enfermeras y personal del hospital están dando sangre y se esperan más heridos a lo largo de la noche, puesto que la ofensiva sigue en marcha. La poca población que queda en esta ciudad, unos 10.000 habitantes, corren a los sótanos de las escuelas para resguardarse del fuerte bombardeo.
Este sábado han muerto 30 personas en Siria, sobre todo en Deir el Zur, y ha habido cinco fallecidos más en Líbano. por disparos realizados desde el otro lado de la frontera.
Explica Rifaí, un desertor del Ejército de El Asad de 24 años que se escapó hace días de un puesto de control cerca de Al Qusay y ahora se ha unido a los rebeldes, que su jefe no bajaba la guardia un instante. “Mi comandante no dormía”, explica. “Solo podía echar una cabezada cuando tenía a dos o tres amigos de confianza cerca, no se fiaba de nadie, estaba paranoico y temía ser asesinado en cualquier momento”. Rifaí dice que todos los soldados del ejército gubernamental tienen prohibido ver cualquier televisión o radio que no sea Adunia, la estatal, que emite la propaganda del régimen y culpa de la guerra a supuestos terroristas extranjeros que quieren sembrar el terror en el país. “Además nos confiscaron el teléfono y no podíamos llamar a nuestra familia, solo a través del móvil del comandante y delante de él”.
Los altos mandos de El Asad tienen tanto miedo a las deserciones que han denegado las vacaciones a todos los soldados. “Yo llevo casi un año sin poder visitar a los míos, en Hama”, dice Mohamed, de 25 años, que huyó con Rifaí. “En nuestro puesto de control algunos otros se querían ir, pero no sé cuántos porque no confiábamos en los demás y hay órdenes de disparar contra todo el que se aleje del puesto. Nosotros vaciamos la pólvora de las balas de los compañeros para que no nos mataran”.
Ambos soñaban con dejar las filas del Ejército sirio, en el que cumplían el servicio militar, que dura dos años en Siria. No lo hicieron antes por temor a las represalias que puede sufrir su familia y el miedo a ser asesinados en zona enemiga. “Nos decíamos, ¿adónde vamos con el uniforme? Entonces vimos que había una casa que bombardeábamos mucho y nos dijimos que tenía que ser la de alguien importante de la resistencia que nos ayudaría “.
Y les ayudó. Ahora regresarán a su casa y después ingresarán el Ejército Libre Sirio.
Los combatientes rebeldes han extremado las medidas de precaución y actúan con extrema cautela. Recientemente se ha creado un cuerpo de policía especial que investiga y reúne información sobre todo aquel que se acerca a sus combatientes, según activistas locales.
Hace tres días interrogaron a un hombre, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, acusado de informar sobre sus posiciones al Ejército del régimen. “Yo le ví llamar por teléfono y, justo después, ¡boom!, nos atacaron”, aseguraba en una caserna un miembro del ELS, haciéndose entender con un inglés básico.
El régimen paga a grupos de shabiha, criminales encargados de hacer el trabajo sucio y recoger información detallada sobre los rebeldes y dársela a los muhabarat (servicios secretos sirios), que les arrestan y les llevan a uno de los 27 centros de detención que hay en Siria, según Human Rights Watch (HRW), donde se practican numerosos tipos de torturas.
Ahora no hay zonas totalmente liberadas en Siria, donde ambos bandos se disputan el control de una carretera, de un barrio, de una calle, de modo que en los lugares parcialmente tomados por el ELS una visita inesperada de un desconocido, una broma sobre el futuro de El Asad, una ausencia en las manifestaciones, un hijo o un primo en el Ejército sirio, todo es motivo de sospecha.
La rumorología se dispara sobre todo en los pueblos pequeños. “A mí el régimen ha dejado de enviarme el salario de maestro, ¿y cómo sabían que yo soy de la resistencia?”, explica Hamoud, profesor de gimnasia en un colegio de Al Qusayr. “Alguien se lo ha dicho, alguien estaba ahí en las manifestaciones pacíficas cogiendo fotos y recogiendo nombres”, dice con los ojos entornados.
La habitual y pacífica convivencia entre las minorías cristianas (acusados de colaborar con el régimen), alauíes (rama musulmana chií a la que pertenece la familia El Asad), y musulmanes suníes se ha resquebrajado, y allí donde entra el ELS muchas familias cercanas al poder deciden abandonar sus casas y refugiarse en Damasco por miedo a caer bajo sospecha. “Es culpa del régimen que ha querido enfrentarnos a todos”, explica Muamar.
En Al Qusayr los bombardeos son aleatorios e indiscriminados, y en la madrugada del sábado cayeron unos 20 morteros, sin causar heridos. Las pocas familias que quedan se refugian en los sótanos de las escuelas y en las plantas bajas de los edificios, al resguardo de los ataques lanzados por el Ejército gubernamental desde las afueras de la localidad.