Los rebeldes sirios tratan de unir con pasillos los territorios sirios que controlan
Los insurgentes resisten el ataque de las tropas en un barrio de Alepo y toman otro distrito
Álvaro de Cózar
Marea, El País
Convencidos de su victoria, de que esta es solo cuestión de tiempo y de que sus enemigos combaten aterrados, los rebeldes siguen avanzando en varios barrios de Alepo. Si lo que ellos dicen es cierto, el domingo tuvieron razones para el optimismo. Resistieron el ataque de los tanques en el área de Saladino, en el oeste, y tomaron la ciudad de Al Bab, en el noroeste.
Allí, según los informes del Ejército Libre Sirio, se hicieron con tanques y mucha munición. No precisaron cuánta. Además, añadieron que unos 700 hombres de El Asad se unieron a sus fuerzas. Estas informaciones no pudieron ser cofirmadas por una fuente independiente, pero se expandieron entre los revolucionarios como la pólvora y sirvieron para insuflarles el optimismo quizá perdido estos días con la llegada del Ejército sirio a la ciudad.
La sensación ahora es que la batalla será larga. Los dos bandos han fijado sus posiciones y desde ahí tratan de ir ganando terreno poco a poco. Los cañonazos de los tanques no son por ahora suficientes para amedrentar a los rebeldes que siguen empleando todo lo que tienen para apoderarse de ellos. Unas imágenes difundidas por Al Yazira mostraban un tanque abarrotado de personas, entre ellos muchos niños, que avanzaban por la calle como si fuera una carroza de carnaval.
En la estrategia de los rebeldes es vital unir aquellos territorios que poseen, abriendo corredores. Para conseguirlo llevan tres días intentando tomar una comisaría de policía, en el barrio de Sulemán el Halabai, en el centro de la ciudad. Tan seguros están del éxito que ya ni siquiera piden armas o ayuda de las potencias extranjeras. Incluso les indigna el tema. Las discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU y las continuas buenas intenciones de los líderes en 16 meses de revolución han terminado por acabar con la paciencia de los rebeldes. [La Liga Árabe describió lo que ocurre en Siria, y en especial en Alepo, como “crímenes de guerra” y señaló que los perpetradores “tendrán que rendir cuentas de sus crímenes ante la comunidad internacional”, informe Reuters].
Ya nadie quiere aquí a la OTAN, a Arabia Saudí o al que se ofrezca. Solo se aceptan luchadores que porten un Kaláshnikov y estén dispuestos a usarlo. “Las carreteras están cerradas”, dice Luai al Najiar, de 22 años, mientras ve un partido de fútbol entre amigos en unas canchas de Marea, a 32 kilómetros de Alepo. Entre tanto cántico bélico, Luai resulta un tipo curioso. Estudiaba artes antes de que empezara la revolución y, pese a apoyarla, ha optado por no empuñar las armas. “Me gustaría que se hubiese hecho sin disparar. No quiero este sistema. Quiero mis derechos, simplemente”, dice. Es tranquilo y maneja un buen inglés. Quiso optar a un puesto como funcionario en una embajada. No se lo dieron. “Si no tienes contactos en el régimen, si no eres de ellos, no tienes nada que hacer. Contra eso luchamos”, afirma. Para Luai, como para la mayoría de los sirios consultados en los últimos días, la de Alepo es la batalla final. “Es aquí donde se decidirá si la revolución muere o vence”.
En Marea, una pequeña aldea de casas amarillentas por el polvo, y donde caminar bajo el sol a las tres de la tarde es simplemente un horror, las tiendas están prácticamente vacías. La gente sigue haciendo largas colas para comprar el pan y resulta difícil conseguir gasolina o gas. La bombona cuesta ahora 3.500 libras; antes de que empezara el conflicto solo 300. La gasolina solo se consigue ya a través de contrabandistas que la revenden tras haberla obtenido del propio régimen.
En las canchas, Luai cuenta que no será raro ver más sangre después de que el régimen caiga. “Puede que haya guerras entre religiones, o entre sectas. Ayer, unos tíos que antes eran amigos acabaron a tiros después de una partida de cartas”. El partido de fútbol al que asiste Luai también acaba a trompadas.
Álvaro de Cózar
Marea, El País
Convencidos de su victoria, de que esta es solo cuestión de tiempo y de que sus enemigos combaten aterrados, los rebeldes siguen avanzando en varios barrios de Alepo. Si lo que ellos dicen es cierto, el domingo tuvieron razones para el optimismo. Resistieron el ataque de los tanques en el área de Saladino, en el oeste, y tomaron la ciudad de Al Bab, en el noroeste.
Allí, según los informes del Ejército Libre Sirio, se hicieron con tanques y mucha munición. No precisaron cuánta. Además, añadieron que unos 700 hombres de El Asad se unieron a sus fuerzas. Estas informaciones no pudieron ser cofirmadas por una fuente independiente, pero se expandieron entre los revolucionarios como la pólvora y sirvieron para insuflarles el optimismo quizá perdido estos días con la llegada del Ejército sirio a la ciudad.
La sensación ahora es que la batalla será larga. Los dos bandos han fijado sus posiciones y desde ahí tratan de ir ganando terreno poco a poco. Los cañonazos de los tanques no son por ahora suficientes para amedrentar a los rebeldes que siguen empleando todo lo que tienen para apoderarse de ellos. Unas imágenes difundidas por Al Yazira mostraban un tanque abarrotado de personas, entre ellos muchos niños, que avanzaban por la calle como si fuera una carroza de carnaval.
En la estrategia de los rebeldes es vital unir aquellos territorios que poseen, abriendo corredores. Para conseguirlo llevan tres días intentando tomar una comisaría de policía, en el barrio de Sulemán el Halabai, en el centro de la ciudad. Tan seguros están del éxito que ya ni siquiera piden armas o ayuda de las potencias extranjeras. Incluso les indigna el tema. Las discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU y las continuas buenas intenciones de los líderes en 16 meses de revolución han terminado por acabar con la paciencia de los rebeldes. [La Liga Árabe describió lo que ocurre en Siria, y en especial en Alepo, como “crímenes de guerra” y señaló que los perpetradores “tendrán que rendir cuentas de sus crímenes ante la comunidad internacional”, informe Reuters].
Ya nadie quiere aquí a la OTAN, a Arabia Saudí o al que se ofrezca. Solo se aceptan luchadores que porten un Kaláshnikov y estén dispuestos a usarlo. “Las carreteras están cerradas”, dice Luai al Najiar, de 22 años, mientras ve un partido de fútbol entre amigos en unas canchas de Marea, a 32 kilómetros de Alepo. Entre tanto cántico bélico, Luai resulta un tipo curioso. Estudiaba artes antes de que empezara la revolución y, pese a apoyarla, ha optado por no empuñar las armas. “Me gustaría que se hubiese hecho sin disparar. No quiero este sistema. Quiero mis derechos, simplemente”, dice. Es tranquilo y maneja un buen inglés. Quiso optar a un puesto como funcionario en una embajada. No se lo dieron. “Si no tienes contactos en el régimen, si no eres de ellos, no tienes nada que hacer. Contra eso luchamos”, afirma. Para Luai, como para la mayoría de los sirios consultados en los últimos días, la de Alepo es la batalla final. “Es aquí donde se decidirá si la revolución muere o vence”.
En Marea, una pequeña aldea de casas amarillentas por el polvo, y donde caminar bajo el sol a las tres de la tarde es simplemente un horror, las tiendas están prácticamente vacías. La gente sigue haciendo largas colas para comprar el pan y resulta difícil conseguir gasolina o gas. La bombona cuesta ahora 3.500 libras; antes de que empezara el conflicto solo 300. La gasolina solo se consigue ya a través de contrabandistas que la revenden tras haberla obtenido del propio régimen.
En las canchas, Luai cuenta que no será raro ver más sangre después de que el régimen caiga. “Puede que haya guerras entre religiones, o entre sectas. Ayer, unos tíos que antes eran amigos acabaron a tiros después de una partida de cartas”. El partido de fútbol al que asiste Luai también acaba a trompadas.