Hezbolá teme quedarse aislada si cae el régimen sirio
Los aliados del régimen sirio temen quedarse sin las armas iraníes si se derrumba el Gobierno de El Asad
ÁLVARO DE CÓZAR
Beirut, El País
En el zoco de Sabra, al suroeste de Beirut, un tipo robusto y con perilla coloca en una tienda la foto de Hassan Nasrallah, el jefe de la milicia libanesa Hezbolá, junto a la del presidente sirio, Bachar el Asad. Otros hombres a su lado hacen comentarios de apoyo a ambos líderes. Al minuto aparece un miembro de Hezbolá con gorra militar, habla con el grupo y este se disuelve rápidamente. Poco después, el guía que nos enseña la zona recibe una llamada de teléfono. "El de Hezbolá ha avisado de que estamos aquí" dice sonriendo, "tenemos que salir ya si no queremos tener problemas".
La escena ilustra las conocidas y estrechas relaciones entre el régimen sirio y la guerrilla libanesa; y también que Hezbolá tiene ojos en todas partes. A veces un partido político, otras un ejército, una ONG o una organización religiosa, Hezbolá se comporta sobre todo como una sombra, un Estado dentro del Estado de Líbano, cuya influencia se expande por gran parte de Oriente Próximo.
Desde que comenzara la revuelta en Siria, a mediados de marzo de 2011, los chiíes del Partido de Dios, han sido comedidos en sus declaraciones sobre el conflicto para conservar su prestigio entre los musulmanes, labrado con una dura resistencia a Israel desde su fundación en 1982. Incluso los suníes, tradicionales enemigos de los chiíes, hablaban, y muchos todavía lo hacen, con respeto de la milicia.
Pero todo eso empieza a irse al traste a medida que se debilita el régimen de Bachar el Asad. Hezbolá se ha encontrado entre la espada y la pared. Si apoyaba al régimen de sus hermanos alauís, la comunidad chií a la que pertenece el presidente sirio, corría peligro de perder su influencia entre los musulmanes. Tampoco podía dejarles de lado porque Siria es el conducto por el que recibe las armas pesadas iraníes con las que amenazar a Israel.
Ya no hay más equilibrios. El líder de la milicia, Hassan Nasrallah, habla poco pero cuando lo hace suele ser claro. La semana pasada advirtió de los peligros de que se corte el puente de comunicación entre la resistencia e Irán. Eso ha hecho que los opositores al régimen sirio sospechen ya que la mano de Hezbolá está detrás de su dificultad para moverse por las fronteras de Líbano e introducir a más periodistas en las ciudades sirias. "Controlan caminos y está ayudando al régimen", dice un joven que trabaja para el Ejército de Liberación Sirio.
"Eso es rotundamente falso", desmiente Amin M. Hotait, brigadier retirado del ejército libanés, analista de la Universidad Islámica y partidario de Hezbolá. "El régimen no necesita la ayuda de Hezbolá. El partido por ahora solo da apoyo moral. Pero si el régimen necesita a Hezbolá la milicia les ayudará", asegura el militar en el salón de su casa, junto a una vitrina llena de placas, recuerdos y fotos de él con políticos, entre ellos el presidente sirio, Bachar el Asad. Hotait continúa su discurso señalando que Hezbolá es partidaria de una democracia en Siria pero nunca tutelada por las potencias occidentales. Según él, todo lo que está ocurriendo obedece a un plan orquestado desde Estados Unidos para beneficiar a Israel.
Esa misma idea de la conspiración es la que se escucha en todas las esquinas del zoco de Sabra, donde todo al que se le pregunta no duda en mostrar su apoyo a Hezbolá y a Bachar el Asad. "Estoy a favor de la democracia pero no con el control de otras potencias", asegura Mourtada Amal, un vendedor de muebles mientras sigue las noticias que llegan de Siria por televisión. ¿Por qué esas potencias no han atacado Siria como pasó en Libia? "Porque tienen miedo. Quieren que Siria se desangre lentamente pero no quieren atacar ellos porque entonces nosotros atacaremos Israel".
Si uno se adentra en el suburbio y deja atrás el glamour del centro de Beirut, las gafas de Gucci y los cafés de moda, el paisaje se convierte rápidamente en un laberinto de casas de color cemento, cables pelados que cuelgan del techo y fotos de mártires en las fachadas. Aquí viven sobre todo chiíes y trabajadores sirios, aunque también algunos suníes. "Se vive en armonía", dice el guía. "Hay muchísimos matrimonios mixtos. Esa confrontación la crean los políticos".
Para los habitantes del barrio, las diferencias tribales en Siria y Líbano son intrascendentes. Hezbolá y su resistencia a Israel les une y les da "dignidad", en palabras de Kaidar Kasem, un vendedor de cortinas.
Si la milicia se mete de lleno en el conflicto sirio y lucha contra los suníes en favor de El Asad, esas diferencias podrían aflorar y el conflicto podría extenderse por todo Oriente Próximo. En eso coinciden partidarios del presidente sirio y los suníes que están haciendo la guerra contra el régimen. "Después de Bachar, el caos", dicen los primeros. "Una revolución global en toda la zona", concluyen los opositores más beligerantes, quienes aseguran que se vengarán de todo el sufrimiento causado por los alauíes sirios y sus aliados. Y otra idea común a todos: que en ese nuevo mapa de Oriente Próximo no hay sitio para Israel.
ÁLVARO DE CÓZAR
Beirut, El País
En el zoco de Sabra, al suroeste de Beirut, un tipo robusto y con perilla coloca en una tienda la foto de Hassan Nasrallah, el jefe de la milicia libanesa Hezbolá, junto a la del presidente sirio, Bachar el Asad. Otros hombres a su lado hacen comentarios de apoyo a ambos líderes. Al minuto aparece un miembro de Hezbolá con gorra militar, habla con el grupo y este se disuelve rápidamente. Poco después, el guía que nos enseña la zona recibe una llamada de teléfono. "El de Hezbolá ha avisado de que estamos aquí" dice sonriendo, "tenemos que salir ya si no queremos tener problemas".
La escena ilustra las conocidas y estrechas relaciones entre el régimen sirio y la guerrilla libanesa; y también que Hezbolá tiene ojos en todas partes. A veces un partido político, otras un ejército, una ONG o una organización religiosa, Hezbolá se comporta sobre todo como una sombra, un Estado dentro del Estado de Líbano, cuya influencia se expande por gran parte de Oriente Próximo.
Desde que comenzara la revuelta en Siria, a mediados de marzo de 2011, los chiíes del Partido de Dios, han sido comedidos en sus declaraciones sobre el conflicto para conservar su prestigio entre los musulmanes, labrado con una dura resistencia a Israel desde su fundación en 1982. Incluso los suníes, tradicionales enemigos de los chiíes, hablaban, y muchos todavía lo hacen, con respeto de la milicia.
Pero todo eso empieza a irse al traste a medida que se debilita el régimen de Bachar el Asad. Hezbolá se ha encontrado entre la espada y la pared. Si apoyaba al régimen de sus hermanos alauís, la comunidad chií a la que pertenece el presidente sirio, corría peligro de perder su influencia entre los musulmanes. Tampoco podía dejarles de lado porque Siria es el conducto por el que recibe las armas pesadas iraníes con las que amenazar a Israel.
Ya no hay más equilibrios. El líder de la milicia, Hassan Nasrallah, habla poco pero cuando lo hace suele ser claro. La semana pasada advirtió de los peligros de que se corte el puente de comunicación entre la resistencia e Irán. Eso ha hecho que los opositores al régimen sirio sospechen ya que la mano de Hezbolá está detrás de su dificultad para moverse por las fronteras de Líbano e introducir a más periodistas en las ciudades sirias. "Controlan caminos y está ayudando al régimen", dice un joven que trabaja para el Ejército de Liberación Sirio.
"Eso es rotundamente falso", desmiente Amin M. Hotait, brigadier retirado del ejército libanés, analista de la Universidad Islámica y partidario de Hezbolá. "El régimen no necesita la ayuda de Hezbolá. El partido por ahora solo da apoyo moral. Pero si el régimen necesita a Hezbolá la milicia les ayudará", asegura el militar en el salón de su casa, junto a una vitrina llena de placas, recuerdos y fotos de él con políticos, entre ellos el presidente sirio, Bachar el Asad. Hotait continúa su discurso señalando que Hezbolá es partidaria de una democracia en Siria pero nunca tutelada por las potencias occidentales. Según él, todo lo que está ocurriendo obedece a un plan orquestado desde Estados Unidos para beneficiar a Israel.
Esa misma idea de la conspiración es la que se escucha en todas las esquinas del zoco de Sabra, donde todo al que se le pregunta no duda en mostrar su apoyo a Hezbolá y a Bachar el Asad. "Estoy a favor de la democracia pero no con el control de otras potencias", asegura Mourtada Amal, un vendedor de muebles mientras sigue las noticias que llegan de Siria por televisión. ¿Por qué esas potencias no han atacado Siria como pasó en Libia? "Porque tienen miedo. Quieren que Siria se desangre lentamente pero no quieren atacar ellos porque entonces nosotros atacaremos Israel".
Si uno se adentra en el suburbio y deja atrás el glamour del centro de Beirut, las gafas de Gucci y los cafés de moda, el paisaje se convierte rápidamente en un laberinto de casas de color cemento, cables pelados que cuelgan del techo y fotos de mártires en las fachadas. Aquí viven sobre todo chiíes y trabajadores sirios, aunque también algunos suníes. "Se vive en armonía", dice el guía. "Hay muchísimos matrimonios mixtos. Esa confrontación la crean los políticos".
Para los habitantes del barrio, las diferencias tribales en Siria y Líbano son intrascendentes. Hezbolá y su resistencia a Israel les une y les da "dignidad", en palabras de Kaidar Kasem, un vendedor de cortinas.
Si la milicia se mete de lleno en el conflicto sirio y lucha contra los suníes en favor de El Asad, esas diferencias podrían aflorar y el conflicto podría extenderse por todo Oriente Próximo. En eso coinciden partidarios del presidente sirio y los suníes que están haciendo la guerra contra el régimen. "Después de Bachar, el caos", dicen los primeros. "Una revolución global en toda la zona", concluyen los opositores más beligerantes, quienes aseguran que se vengarán de todo el sufrimiento causado por los alauíes sirios y sus aliados. Y otra idea común a todos: que en ese nuevo mapa de Oriente Próximo no hay sitio para Israel.