Pekín responde con una campaña de represión a la oleada de inmolaciones
Jose Reinoso
Pekín, El País
La ola de inmolaciones a lo bonzo que llevan a cabo tibetanos en China desde hace más de un año no cesa, y el Gobierno ha respondido con detenciones y un mayor despliegue de fuerzas de seguridad en las zonas afectadas, que poco han podido hacer para poner fin el rosario de suicidios.
Las autoridades han llevado a cabo una campaña de arrestos en Lhasa esta semana como consecuencia de la inmolación de dos tibetanos el domingo pasado en la capital de la región autónoma. Alrededor de 600 personas han sido arrestadas, según Radio Free Asia (RFA), medio ligado al Gobierno de Estados Unidos, que tiene un servicio en lengua tibetana. La misma fuente afirma que entre los detenidos hay varios sospechosos de haber grabado las inmolaciones con sus teléfonos móviles y que los turistas extranjeros que pudieron ser testigos del incidente fueron conducidos a sus hoteles y sus cámaras fueron inspeccionadas para comprobar si había imágenes de lo ocurrido.
Las dos personas que se prendieron fuego lo hicieron cerca del templo de Jokhang, en protesta por lo que muchos tibetanos consideran la represión que sufren su religión y su cultura por parte de Pekín. Fue la primera vez que tibetanos se inmolan en Lhasa desde las revueltas que tuvieron lugar en la capital de Tíbet en 2008. La agencia oficial china Xinhua dijo el lunes pasado que uno de los implicados había muerto y el otro había sido hospitalizado con heridas graves.
Según RFA, la policía ha arrestado en Lhasa a residentes locales y peregrinos llegados de otras partes de Tíbet y provincias chinas, y los ha llevado a centros de detención en los alrededores de la capital; muchos de quienes son de fuera de la región han sido expulsados de la ciudad. Pekín prohíbe la presencia de periodistas extranjeros en Tíbet y otras zonas donde se han producido inmolaciones, por lo que es casi imposible verificar de forma independiente lo que ocurre.
Al menos 35 personas se han quemado desde marzo de 2011 en distintos lugares de China, de las cuales han fallecido al menos 27, según grupos de defensa de los derechos de los tibetanos. Las autoridades chinas han confirmado algunos de los incidentes, pero no todos.
El último suicidio ocurrió el miércoles pasado, según la organización Free Tibet (Tíbet Libre), con sede en Londres, y RFA. Una mujer de 33 años, madre de tres niños, se inmoló cerca de un monasterio budista en la prefectura de Aba (provincia suroccidental de Sichuan). Según las mismas fuentes, murió en el mismo lugar y su cuerpo fue llevado al templo para ser incinerado.
Casi todas las inmolaciones a lo bonzo registradas hasta ahora se han producido en Sichuan, Qinghai y Gansu, tres de las provincias chinas, fuera de la región autónoma de Tíbet, que cuentan con una población tibetana numerosa. Las zonas donde se han producido los incidentes están fuera del alcance de la prensa extranjera. Las autoridades tienen desplegados controles en las carreteras e impiden el acceso.
El Dalai Lama ha culpado a la política "totalitaria" y "poco realista" de Pekín de la ola de suicidios. El Gobierno, por su parte, ha calificado a quienes se han quemado de terroristas, criminales y enfermos mentales, y ha acusado al líder budista de incitarles a dar ese paso.
Pekín considera al Dalai Lama -que huyó en 1959 a India después de un levantamiento que fue abortado- un separatista, y afirma que trata a los tibetanos de forma justa y que ha invertido miles de millones de euros en la región del Himalaya para mejorar las condiciones de vida de la gente.
El Dalai Lama asegura que solo busca mayor autonomía para Tíbet y el respeto de los derechos de los tibetanos. Aunque el líder budista ha alabado el coraje de quienes deciden inmolarse, ha insistido que no alienta esta práctica y que podría tener incluso como respuesta una mayor represión por parte de Pekín.
El goteo de suicidios se ha convertido en un problema de inestabilidad social dentro de China, pero también en un problema de imagen internacional para un Gobierno que se esfuerza desde hace años en trasladar una imagen de armonía y desarrollo pacífico. Desde 2008, las autoridades han reforzado la presencia de las fuerzas de seguridad en Lhasa y han impedido durante largos periodos la visita de turistas extranjeros a Tíbet.
Las inmolaciones son percibidas por muchos tibetanos y simpatizantes como un acto de sacrificio para llamar la atención sobre su causa. En un intento de impulsar su versión de los hechos y modelar la opinión internacional, China ha emitido en mayo en sus cadenas de televisión por todo el mundo un documental en el que acusa al Dalai Lama de haber orquestado la ola de inmolaciones. En él, se ve a tibetanos, en su mayoría solos, envueltos en llamas en carreteras de pueblos pequeños y miembros de las fuerzas de seguridad que se arrojan sobre ellos con extintores y mantas para apagar el fuego.
Los tibetanos entrevistados cuentan cómo contactaron con monjes que viven fuera de China y les enviaron fotos sobre potenciales manifestantes, lo que, según el documental, es una prueba de complicidad. Un narrador cita también comentarios, supuestamente hechos por el Dalai Lama, en apoyo de las inmolaciones al mismo tiempo que se ven imágenes de tibetanos siendo tratados en el hospital de graves quemaduras.
Hao Peng, Vicesecretario del Partido Comunista Chino en Tíbet y director de la Comisión de Asuntos Políticos y Legales, ha instando a las autoridades a que endurezcan los controles sobre Internet y los mensajes de los teléfonos móviles, en una muestra de la gran preocupación que existe en el Gobierno de que se produzcan protestas durante el festival budista que comenzó la semana pasada en Tíbet y que durará un mes. La sensibilidad del Gobierno ante cualquier conato de protestas e inestabilidad es especialmente alta este año, ya que en otoño está prevista la celebración del 18 Congreso del Partido Comunista Chino, en el que será renovada la cúpula dirigente.
Pekín, El País
La ola de inmolaciones a lo bonzo que llevan a cabo tibetanos en China desde hace más de un año no cesa, y el Gobierno ha respondido con detenciones y un mayor despliegue de fuerzas de seguridad en las zonas afectadas, que poco han podido hacer para poner fin el rosario de suicidios.
Las autoridades han llevado a cabo una campaña de arrestos en Lhasa esta semana como consecuencia de la inmolación de dos tibetanos el domingo pasado en la capital de la región autónoma. Alrededor de 600 personas han sido arrestadas, según Radio Free Asia (RFA), medio ligado al Gobierno de Estados Unidos, que tiene un servicio en lengua tibetana. La misma fuente afirma que entre los detenidos hay varios sospechosos de haber grabado las inmolaciones con sus teléfonos móviles y que los turistas extranjeros que pudieron ser testigos del incidente fueron conducidos a sus hoteles y sus cámaras fueron inspeccionadas para comprobar si había imágenes de lo ocurrido.
Las dos personas que se prendieron fuego lo hicieron cerca del templo de Jokhang, en protesta por lo que muchos tibetanos consideran la represión que sufren su religión y su cultura por parte de Pekín. Fue la primera vez que tibetanos se inmolan en Lhasa desde las revueltas que tuvieron lugar en la capital de Tíbet en 2008. La agencia oficial china Xinhua dijo el lunes pasado que uno de los implicados había muerto y el otro había sido hospitalizado con heridas graves.
Según RFA, la policía ha arrestado en Lhasa a residentes locales y peregrinos llegados de otras partes de Tíbet y provincias chinas, y los ha llevado a centros de detención en los alrededores de la capital; muchos de quienes son de fuera de la región han sido expulsados de la ciudad. Pekín prohíbe la presencia de periodistas extranjeros en Tíbet y otras zonas donde se han producido inmolaciones, por lo que es casi imposible verificar de forma independiente lo que ocurre.
Al menos 35 personas se han quemado desde marzo de 2011 en distintos lugares de China, de las cuales han fallecido al menos 27, según grupos de defensa de los derechos de los tibetanos. Las autoridades chinas han confirmado algunos de los incidentes, pero no todos.
El último suicidio ocurrió el miércoles pasado, según la organización Free Tibet (Tíbet Libre), con sede en Londres, y RFA. Una mujer de 33 años, madre de tres niños, se inmoló cerca de un monasterio budista en la prefectura de Aba (provincia suroccidental de Sichuan). Según las mismas fuentes, murió en el mismo lugar y su cuerpo fue llevado al templo para ser incinerado.
Casi todas las inmolaciones a lo bonzo registradas hasta ahora se han producido en Sichuan, Qinghai y Gansu, tres de las provincias chinas, fuera de la región autónoma de Tíbet, que cuentan con una población tibetana numerosa. Las zonas donde se han producido los incidentes están fuera del alcance de la prensa extranjera. Las autoridades tienen desplegados controles en las carreteras e impiden el acceso.
El Dalai Lama ha culpado a la política "totalitaria" y "poco realista" de Pekín de la ola de suicidios. El Gobierno, por su parte, ha calificado a quienes se han quemado de terroristas, criminales y enfermos mentales, y ha acusado al líder budista de incitarles a dar ese paso.
Pekín considera al Dalai Lama -que huyó en 1959 a India después de un levantamiento que fue abortado- un separatista, y afirma que trata a los tibetanos de forma justa y que ha invertido miles de millones de euros en la región del Himalaya para mejorar las condiciones de vida de la gente.
El Dalai Lama asegura que solo busca mayor autonomía para Tíbet y el respeto de los derechos de los tibetanos. Aunque el líder budista ha alabado el coraje de quienes deciden inmolarse, ha insistido que no alienta esta práctica y que podría tener incluso como respuesta una mayor represión por parte de Pekín.
El goteo de suicidios se ha convertido en un problema de inestabilidad social dentro de China, pero también en un problema de imagen internacional para un Gobierno que se esfuerza desde hace años en trasladar una imagen de armonía y desarrollo pacífico. Desde 2008, las autoridades han reforzado la presencia de las fuerzas de seguridad en Lhasa y han impedido durante largos periodos la visita de turistas extranjeros a Tíbet.
Las inmolaciones son percibidas por muchos tibetanos y simpatizantes como un acto de sacrificio para llamar la atención sobre su causa. En un intento de impulsar su versión de los hechos y modelar la opinión internacional, China ha emitido en mayo en sus cadenas de televisión por todo el mundo un documental en el que acusa al Dalai Lama de haber orquestado la ola de inmolaciones. En él, se ve a tibetanos, en su mayoría solos, envueltos en llamas en carreteras de pueblos pequeños y miembros de las fuerzas de seguridad que se arrojan sobre ellos con extintores y mantas para apagar el fuego.
Los tibetanos entrevistados cuentan cómo contactaron con monjes que viven fuera de China y les enviaron fotos sobre potenciales manifestantes, lo que, según el documental, es una prueba de complicidad. Un narrador cita también comentarios, supuestamente hechos por el Dalai Lama, en apoyo de las inmolaciones al mismo tiempo que se ven imágenes de tibetanos siendo tratados en el hospital de graves quemaduras.
Hao Peng, Vicesecretario del Partido Comunista Chino en Tíbet y director de la Comisión de Asuntos Políticos y Legales, ha instando a las autoridades a que endurezcan los controles sobre Internet y los mensajes de los teléfonos móviles, en una muestra de la gran preocupación que existe en el Gobierno de que se produzcan protestas durante el festival budista que comenzó la semana pasada en Tíbet y que durará un mes. La sensibilidad del Gobierno ante cualquier conato de protestas e inestabilidad es especialmente alta este año, ya que en otoño está prevista la celebración del 18 Congreso del Partido Comunista Chino, en el que será renovada la cúpula dirigente.