La Comisión Europea abre la puerta a suavizar el cumplimiento del déficit
Los países con recesiones prolongadas y profundas, como España, se beneficiarán
Bruselas ultima el paquete de estímulo
Bruselas, El País
Austeridad, sí. Y al fin también crecimiento. La Comisión Europea ha abierto definitivamente no una, sino varias puertas imprescindibles para sobrevivir a la interminable crisis financiera y fiscal, con medio continente en recesión y cifras de paro propias de la Gran Depresión en algún país. El vicepresidente Olli Rehn, en un discurso muy medido en la Universidad Libre de Bruselas en vísperas de las trascendentales elecciones en Francia y Grecia, ha asegurado que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento “no es una estupidez”, sino que “contiene un margen considerable” que permite dulcificar las reglas en los países con mayores problemas, muy poco utilizado hasta ahora por dogmatismos ideológicos, presiones alemanas y, en fin, por la incomparecencia de Francia. Pero Francia ha vuelto.
Y la respuesta europea no se hace esperar: fuentes europeas han explicado que Bruselas tiene prácticamente listo el Pacto de Crecimiento, que viene a complementar el tratado que consagra la austeridad en Europa con dos grandes paquetes de medidas. Por un lado, un plan de inversiones para estimular el crecimiento y el empleo en línea con las ideas del candidato socialista francés, François Hollande. Y por otro, más suavidad en la aplicación drástica de las medidas de austeridad que han contribuido a sumir a media Europa, especialmente a la periferia, en una recesión profunda. Países con caídas profundas y duraderas del PIB, como España, tendrán algo más de tiempo para alcanzar así el sacrosanto déficit del 3% del PIB.
“En los dos últimos años Europa ha hecho grandes progresos para estrechar los lazos de la Unión y contener la crisis financiera. Pero el continente necesita también esfuerzos colectivos para impulsar el crecimiento”, ha dicho Rehn. El vicepresidente de la Comisión ha hablado por primera vez de un “pacto europeo de inversiones”, esbozado docenas de veces aquí y allá, pero en el que ahora encajan varias piezas. Ese plan pasa por usar el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y el presupuesto europeo como palanca para impulsar proyectos de infraestructuras, energía verde e I+D con la participación del sector privado.
Bruselas acudirá a la ingeniería financiera si es necesario, ante los problemas presupuestarios y los recelos de Alemania ante las políticas que huelan a poskeynesianismo. Pero esa es solo una parte de la historia: los planes de la Comisión pasan por suavizar la política de austeridad ante la constatación de que las condiciones económicas son peores, mucho peores de lo esperado. Europa se adentra en una recesión peligrosa. Dura y prolongada –quizá un lustro más— en algunos países. Y Bruselas mueve ficha para que los recortes no ensombrezcan aun más ese horizonte, y para no quedarse atrás en el nuevo escenario político europeo.
Bruselas ultima el paquete de estímulo
Bruselas, El País
Austeridad, sí. Y al fin también crecimiento. La Comisión Europea ha abierto definitivamente no una, sino varias puertas imprescindibles para sobrevivir a la interminable crisis financiera y fiscal, con medio continente en recesión y cifras de paro propias de la Gran Depresión en algún país. El vicepresidente Olli Rehn, en un discurso muy medido en la Universidad Libre de Bruselas en vísperas de las trascendentales elecciones en Francia y Grecia, ha asegurado que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento “no es una estupidez”, sino que “contiene un margen considerable” que permite dulcificar las reglas en los países con mayores problemas, muy poco utilizado hasta ahora por dogmatismos ideológicos, presiones alemanas y, en fin, por la incomparecencia de Francia. Pero Francia ha vuelto.
Y la respuesta europea no se hace esperar: fuentes europeas han explicado que Bruselas tiene prácticamente listo el Pacto de Crecimiento, que viene a complementar el tratado que consagra la austeridad en Europa con dos grandes paquetes de medidas. Por un lado, un plan de inversiones para estimular el crecimiento y el empleo en línea con las ideas del candidato socialista francés, François Hollande. Y por otro, más suavidad en la aplicación drástica de las medidas de austeridad que han contribuido a sumir a media Europa, especialmente a la periferia, en una recesión profunda. Países con caídas profundas y duraderas del PIB, como España, tendrán algo más de tiempo para alcanzar así el sacrosanto déficit del 3% del PIB.
“En los dos últimos años Europa ha hecho grandes progresos para estrechar los lazos de la Unión y contener la crisis financiera. Pero el continente necesita también esfuerzos colectivos para impulsar el crecimiento”, ha dicho Rehn. El vicepresidente de la Comisión ha hablado por primera vez de un “pacto europeo de inversiones”, esbozado docenas de veces aquí y allá, pero en el que ahora encajan varias piezas. Ese plan pasa por usar el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y el presupuesto europeo como palanca para impulsar proyectos de infraestructuras, energía verde e I+D con la participación del sector privado.
Bruselas acudirá a la ingeniería financiera si es necesario, ante los problemas presupuestarios y los recelos de Alemania ante las políticas que huelan a poskeynesianismo. Pero esa es solo una parte de la historia: los planes de la Comisión pasan por suavizar la política de austeridad ante la constatación de que las condiciones económicas son peores, mucho peores de lo esperado. Europa se adentra en una recesión peligrosa. Dura y prolongada –quizá un lustro más— en algunos países. Y Bruselas mueve ficha para que los recortes no ensombrezcan aun más ese horizonte, y para no quedarse atrás en el nuevo escenario político europeo.
Olli Rehn, comisario europeo
Eso puede ser clave para los países periféricos. Fuentes europeas han asegurado a este diario que hará falta cumplir varias condiciones para que un país sea acreedor de un plazo más holgado para reducir su déficit hasta el 3% del PIB consagrado en el pacto de estabilidad. Una: haber hecho un esfuerzo fiscal para reducir el déficit estructural al menos durante un año. Dos: haber puesto en marcha medidas drásticas corto plazo para embridar las cuentas públicas. Tres: haber aprobado reformas estructurales de calado. Y cuarto: haber iniciado o estar en puertas de una recesión profunda y duradera. En principio, España –junto con otros países— cumple las condiciones, aunque la Comisión y el Banco Central Europeo (BCE) reclaman más control sobre las comunidades y cerrar de una vez la reforma financiera.
Bruselas añade todavía una condición más: que haya voluntad política para que esos plazos de recorte del déficit se suavicen. Y ese punto no está claro: fuentes del Ministerio de Economía aseguran, en un movimiento que se antoja mitad táctico mitad motivado por la tensiones en los mercados, que España “va a cumplir con el déficit del 5,3% del PIB este año y con el 3% el próximo, haya o no haya flexibilización del pacto de estabilidad”. “El Gobierno va a cumplir a rajatabla con el plan de estabilidad y reformas que acaba de enviar a Bruselas”, abundan las mismas fuentes.
Las metas de reducción del déficit se fijaron allá por 2009, cuando Europa empezaba a salir del hoyo y las perspectivas eran más favorables. A finales de ese año empezó a formarse ese círculo vicioso entre crisis fiscal y financiera que ha desembocado en una crisis existencial del euro, y al que Europa respondió con “austeridad a muerte”, en palabras del expresidente Felipe González. España ya planteó hace un par de meses suavizar los objetivos, con esa apelación del presidente Mariano Rajoy a la “soberanía nacional” que le costó una severa reprimenda del Eurogrupo y que coincidió con un incremento de la presión sobre España en los mercados. Finalmente, Madrid consiguió algo de margen para este año, pero se mantuvo el objetivo del 3% del déficit en 2013, lo que equivale a una especie de asfixia económica: el Gobierno debe recortar a toda velocidad y eso hace mella en la actividad y en el paro.
Otros países están en una situación peligrosa o pueden estarlo: la reciente ruptura de la coalición de Gobierno en Holanda se produjo por la negativa de un partido ultraderechista a aprobar nuevos recortes para cumplir el déficit. Con Grecia, Portugal e Irlanda rescatados, el nivel de tensión sobre España e Italia, y en menor medida de países del núcleo duro europeo como Bélgica y Francia, empieza a ser preocupante. De ahí el movimiento táctico de Bruselas.
La otra pata de la nueva política europea será el crecimiento. Ni Bruselas ni Berlín quieren dar la sensación de estar aislados ante la constatación de que la austeridad por sí sola no funciona, de que incluso el BCE ha hecho más de un guiño para que la Unión vuelva a prestar atención al crecimiento. “El problema es que apenas hay margen, y donde lo hay, como en Alemania, los países tienen miedo de usarlo”, afirmaba el vicepresidente de la Comisión Joaquín Almunia. El comisario de Asuntos Económicos, Rehn, ha explicado hoy que si no hay margen habrá que buscarlo, e incluso llegó a calificar la sobredosis de austeridad como una “camisa de fuerza” para la Unión.
Bruselas rehúye dar cifras, pero fuentes europeas consideran que es posible recapitalizar el BEI con 10.000 millones o usar 11.700 millones del presupuesto comunitario a través de vehículos de inversión para impulsar proyectos por una cifra que rondaría los 200.000 millones, el 2% del PIB europeo. A eso hay que añadir los fondos estructurales, unos 30.000 millones más para combatir el paro que se podrían movilizar suavizando los requisitos de utilización. Quizá sea algo atrevido hablar de un Plan Marshall para Europa: EE UU invirtió el equivalente al 5% de su PIB en estimular la economía europea tras la II Guerra Mundial. Pero ya no puede hablarse solamente de un cambio de léxico.
Eso puede ser clave para los países periféricos. Fuentes europeas han asegurado a este diario que hará falta cumplir varias condiciones para que un país sea acreedor de un plazo más holgado para reducir su déficit hasta el 3% del PIB consagrado en el pacto de estabilidad. Una: haber hecho un esfuerzo fiscal para reducir el déficit estructural al menos durante un año. Dos: haber puesto en marcha medidas drásticas corto plazo para embridar las cuentas públicas. Tres: haber aprobado reformas estructurales de calado. Y cuarto: haber iniciado o estar en puertas de una recesión profunda y duradera. En principio, España –junto con otros países— cumple las condiciones, aunque la Comisión y el Banco Central Europeo (BCE) reclaman más control sobre las comunidades y cerrar de una vez la reforma financiera.
Bruselas añade todavía una condición más: que haya voluntad política para que esos plazos de recorte del déficit se suavicen. Y ese punto no está claro: fuentes del Ministerio de Economía aseguran, en un movimiento que se antoja mitad táctico mitad motivado por la tensiones en los mercados, que España “va a cumplir con el déficit del 5,3% del PIB este año y con el 3% el próximo, haya o no haya flexibilización del pacto de estabilidad”. “El Gobierno va a cumplir a rajatabla con el plan de estabilidad y reformas que acaba de enviar a Bruselas”, abundan las mismas fuentes.
Las metas de reducción del déficit se fijaron allá por 2009, cuando Europa empezaba a salir del hoyo y las perspectivas eran más favorables. A finales de ese año empezó a formarse ese círculo vicioso entre crisis fiscal y financiera que ha desembocado en una crisis existencial del euro, y al que Europa respondió con “austeridad a muerte”, en palabras del expresidente Felipe González. España ya planteó hace un par de meses suavizar los objetivos, con esa apelación del presidente Mariano Rajoy a la “soberanía nacional” que le costó una severa reprimenda del Eurogrupo y que coincidió con un incremento de la presión sobre España en los mercados. Finalmente, Madrid consiguió algo de margen para este año, pero se mantuvo el objetivo del 3% del déficit en 2013, lo que equivale a una especie de asfixia económica: el Gobierno debe recortar a toda velocidad y eso hace mella en la actividad y en el paro.
Otros países están en una situación peligrosa o pueden estarlo: la reciente ruptura de la coalición de Gobierno en Holanda se produjo por la negativa de un partido ultraderechista a aprobar nuevos recortes para cumplir el déficit. Con Grecia, Portugal e Irlanda rescatados, el nivel de tensión sobre España e Italia, y en menor medida de países del núcleo duro europeo como Bélgica y Francia, empieza a ser preocupante. De ahí el movimiento táctico de Bruselas.
La otra pata de la nueva política europea será el crecimiento. Ni Bruselas ni Berlín quieren dar la sensación de estar aislados ante la constatación de que la austeridad por sí sola no funciona, de que incluso el BCE ha hecho más de un guiño para que la Unión vuelva a prestar atención al crecimiento. “El problema es que apenas hay margen, y donde lo hay, como en Alemania, los países tienen miedo de usarlo”, afirmaba el vicepresidente de la Comisión Joaquín Almunia. El comisario de Asuntos Económicos, Rehn, ha explicado hoy que si no hay margen habrá que buscarlo, e incluso llegó a calificar la sobredosis de austeridad como una “camisa de fuerza” para la Unión.
Bruselas rehúye dar cifras, pero fuentes europeas consideran que es posible recapitalizar el BEI con 10.000 millones o usar 11.700 millones del presupuesto comunitario a través de vehículos de inversión para impulsar proyectos por una cifra que rondaría los 200.000 millones, el 2% del PIB europeo. A eso hay que añadir los fondos estructurales, unos 30.000 millones más para combatir el paro que se podrían movilizar suavizando los requisitos de utilización. Quizá sea algo atrevido hablar de un Plan Marshall para Europa: EE UU invirtió el equivalente al 5% de su PIB en estimular la economía europea tras la II Guerra Mundial. Pero ya no puede hablarse solamente de un cambio de léxico.