Europa recibe a Hollande a regañadientes
Bruselas y Berlín invitan al presidente electo francés a sendas reuniones para hablar de crecimiento
Juan Gómez, Claudi Pérez y Miguel Mora
Bruselas, El País
Para muchos europeos esto ya no es una recesión; es una depresión. Veinticinco millones de personas están desempleadas en el continente, el consumo está parado, la confianza de las empresas bajo mínimos y a diario se anuncian recortes del Estado del Bienestar ante la interminable crisis fiscal y financiera. Las elecciones en Francia y en Grecia han funcionado como una especie de plebiscito sobre esa política de disciplina fiscal a rajatabla impuesta desde Berlín y Bruselas para calmar a los mercados: la tijera es muy necesaria, pero franceses y griegos abjuran de la cruzada ideológica impulsada por Alemania. Más allá de París y Atenas, Europa entera quiere volver a discutir la profundidad del ajuste, la velocidad a la que se recorta, la necesidad de acompañar la imprescindible tijera con políticas de estímulo. Bruselas, a regañadientes, empieza a moverse en esa línea. Berlín, no. Berlín sigue en sus trece.
La canciller alemana, Angela Merkel, rechazó ayer categóricamente la posibilidad de renegociar el tratado que consagra la austeridad en la zona euro. Merkel aseguró que recibirá “con los brazos abiertos” al presidente electo de Francia, el socialista François Hollande, que a lo largo de la campaña ha prometido docenas de veces reabrir el tratado para añadir un anexo sobre crecimiento. Esa promesa y la tozudez de los hechos (con media Europa ya en recesión) obligan a cambiar el paso a la UE, a Alemania y al mismísimo Banco Central Europeo (BCE). Pero inmediatamente después de su calurosa bienvenida, Merkel aseguró que “no está en disposición” de asumir cambios en el tratado. Una de dos: o se trata de un movimiento táctico para tantear la entereza del nuevo inquilino del Elíseo, que no va sobrado de margen por la debilidad de la economía francesa, o lo que se avecina en Europa es un choque de trenes entre Francia y Alemania y esos “brazos abiertos” son para darle a Hollande el abrazo del oso.
Bruselas asiste aparentemente impasible a ese tacticismo que se deriva de los primeros escarceos entre París y Berlín, que se saldarán con una fórmula que satisfaga, dentro de lo que cabe, a las dos partes. “A nadie le interesa en Europa que el eje francoalemán se rompa”, según fuentes europeas, aunque las mismas fuentes aseguran que el dominio alemán de los últimos años, la falta de un contrapeso de Francia, ha sido contraproducente.
La UE no tiene una verdadera agenda del crecimiento desde el Libro Blanco de Delors, allá por los años noventa, o desde el fallido proyecto constitucional que impulsó Romano Prodi. El presidente de la Comisión, el conservador José Manuel Barroso, comenzó su mandato abrazando la desregulación y el laissez faire, para después apostar por los estímulos keynesianos tras la quiebra de Lehman Brothers. Cuando llegó la crisis fiscal, fue fiel aliado de Merkel y Sarkozy en la aplicación estricta del rigor fiscal y las reformas estructurales. Ahora la Comisión empieza a corregir el tiro: Barroso se reunirá próximamente con Hollande para discutir "cómo impulsar la economía a fin de generar un crecimiento duradero sobre bases saneadas y cómo crear nuevos empleos", aseguró una portavoz. En apenas unos días ha anunciado un plan de inversiones, y ayer Bruselas confirmó que va a suavizar los plazos para recortar el déficit en los países con problemas como España. Pero el equipo de Barroso considera que Bruselas lleva dos años promoviendo ese tipo de políticas procrecimiento. La realidad es otra: la austeridad se ha consagrado en los tratados, mientras que los estímulos apenas están aun en la cocina, en una multitud de informes a la espera de que se sustancie el cambio de rumbo que ha imprimido Hollande a la política europea.
El debate que emerge en Europa es fundamental. Están en juego las relaciones francoalemanas sobre la base de la velocidad de los ajustes. El margen de Hollande es reducido: no puede repetir los errores de Miterrand en los ochenta –un programa keynesiano de gasto público y social que retó al capitalismo financiero—, porque los mercados reaccionarían con una fuerte presión sobre Francia. “La gran pregunta es si Hollande puede conseguir un cambio en la inamovible posición de Merkel: si realmente Alemania cede y se liberan así fondos para impulsar el crecimiento. Tiene apenas unas semanas para conseguirlo. Hasta que se aclare el equilibrio de fuerzas políticas en Alemania”, apunta Guntram Wolf, vicedirector del laboratorio de ideas Bruegel. No hay mucho tiempo, y además los resultados de las elecciones griegas dejan en Europa una incógnita preocupante. El desplome de los partidos preeuropeos deja abierta una posibilidad –remota, eso sí—de abandono del euro. “Una mayoría preeuropea aclararía el horizonte y es posible, pero ni mucho menos segura. Y con el segundo programa de ayuda en marcha, el mercado empieza a preocuparse por cuánto va a durar el próximo Gobierno. Esa inestabilidad es preocupante”, advierte Daniel Gros, director del CEPS de Bruselas.
Esos interrogantes deben responderse con unas legislativas pendientes en Francia y unas elecciones regionales en Alemania, y en medio de toda la fanfarria ligada a un cambio en la presidencia de Francia, tan significativo para un continente dominado masivamente por la derecha. Algunos cambios no han tardado en llegar: el domingo por la noche terminó el ninguneo de la familia conservadora europea al presidente electo francés. Cuando la victoria fue un hecho, Merkel agarró el teléfono y llamó a Hollande. “Le felicitó, le mostró su voluntad de cooperar y le invitó a viajar a Berlín en cuanto tome posesión de su cargo”, resumió Pierre Moscovici, el director de campaña socialista. Ambos acordaron que el nuevo presidente francés viajará a Berlín en cuanto sea investido, el 15 de mayo. Según confirmó a este diario una fuente socialista, en su primer encuentro Merkel y Hollande abordarán ya los detalles del pacto de crecimiento que el nuevo jefe del Estado francés desea añadir al pacto fiscal. Francia no ratificará el tratado que consagra la austeridad en Europa tal y como está. En las próxima semanas se verá qué puede arrancarle a Alemania: parecen factibles la aprobación de la tasa Tobin, el impulso al Banco Europeo de Inversiones y el uso inmediato de los fondos estructurales bloqueados para estimular el crecimiento, e incluso la relajación de los plazos para reducir el déficit en varios países. Sobre la mesa hay también un par de ideas heréticas en Alemania: los eurobonos y el papel del BCE.
Juan Gómez, Claudi Pérez y Miguel Mora
Bruselas, El País
Para muchos europeos esto ya no es una recesión; es una depresión. Veinticinco millones de personas están desempleadas en el continente, el consumo está parado, la confianza de las empresas bajo mínimos y a diario se anuncian recortes del Estado del Bienestar ante la interminable crisis fiscal y financiera. Las elecciones en Francia y en Grecia han funcionado como una especie de plebiscito sobre esa política de disciplina fiscal a rajatabla impuesta desde Berlín y Bruselas para calmar a los mercados: la tijera es muy necesaria, pero franceses y griegos abjuran de la cruzada ideológica impulsada por Alemania. Más allá de París y Atenas, Europa entera quiere volver a discutir la profundidad del ajuste, la velocidad a la que se recorta, la necesidad de acompañar la imprescindible tijera con políticas de estímulo. Bruselas, a regañadientes, empieza a moverse en esa línea. Berlín, no. Berlín sigue en sus trece.
La canciller alemana, Angela Merkel, rechazó ayer categóricamente la posibilidad de renegociar el tratado que consagra la austeridad en la zona euro. Merkel aseguró que recibirá “con los brazos abiertos” al presidente electo de Francia, el socialista François Hollande, que a lo largo de la campaña ha prometido docenas de veces reabrir el tratado para añadir un anexo sobre crecimiento. Esa promesa y la tozudez de los hechos (con media Europa ya en recesión) obligan a cambiar el paso a la UE, a Alemania y al mismísimo Banco Central Europeo (BCE). Pero inmediatamente después de su calurosa bienvenida, Merkel aseguró que “no está en disposición” de asumir cambios en el tratado. Una de dos: o se trata de un movimiento táctico para tantear la entereza del nuevo inquilino del Elíseo, que no va sobrado de margen por la debilidad de la economía francesa, o lo que se avecina en Europa es un choque de trenes entre Francia y Alemania y esos “brazos abiertos” son para darle a Hollande el abrazo del oso.
Bruselas asiste aparentemente impasible a ese tacticismo que se deriva de los primeros escarceos entre París y Berlín, que se saldarán con una fórmula que satisfaga, dentro de lo que cabe, a las dos partes. “A nadie le interesa en Europa que el eje francoalemán se rompa”, según fuentes europeas, aunque las mismas fuentes aseguran que el dominio alemán de los últimos años, la falta de un contrapeso de Francia, ha sido contraproducente.
La UE no tiene una verdadera agenda del crecimiento desde el Libro Blanco de Delors, allá por los años noventa, o desde el fallido proyecto constitucional que impulsó Romano Prodi. El presidente de la Comisión, el conservador José Manuel Barroso, comenzó su mandato abrazando la desregulación y el laissez faire, para después apostar por los estímulos keynesianos tras la quiebra de Lehman Brothers. Cuando llegó la crisis fiscal, fue fiel aliado de Merkel y Sarkozy en la aplicación estricta del rigor fiscal y las reformas estructurales. Ahora la Comisión empieza a corregir el tiro: Barroso se reunirá próximamente con Hollande para discutir "cómo impulsar la economía a fin de generar un crecimiento duradero sobre bases saneadas y cómo crear nuevos empleos", aseguró una portavoz. En apenas unos días ha anunciado un plan de inversiones, y ayer Bruselas confirmó que va a suavizar los plazos para recortar el déficit en los países con problemas como España. Pero el equipo de Barroso considera que Bruselas lleva dos años promoviendo ese tipo de políticas procrecimiento. La realidad es otra: la austeridad se ha consagrado en los tratados, mientras que los estímulos apenas están aun en la cocina, en una multitud de informes a la espera de que se sustancie el cambio de rumbo que ha imprimido Hollande a la política europea.
El debate que emerge en Europa es fundamental. Están en juego las relaciones francoalemanas sobre la base de la velocidad de los ajustes. El margen de Hollande es reducido: no puede repetir los errores de Miterrand en los ochenta –un programa keynesiano de gasto público y social que retó al capitalismo financiero—, porque los mercados reaccionarían con una fuerte presión sobre Francia. “La gran pregunta es si Hollande puede conseguir un cambio en la inamovible posición de Merkel: si realmente Alemania cede y se liberan así fondos para impulsar el crecimiento. Tiene apenas unas semanas para conseguirlo. Hasta que se aclare el equilibrio de fuerzas políticas en Alemania”, apunta Guntram Wolf, vicedirector del laboratorio de ideas Bruegel. No hay mucho tiempo, y además los resultados de las elecciones griegas dejan en Europa una incógnita preocupante. El desplome de los partidos preeuropeos deja abierta una posibilidad –remota, eso sí—de abandono del euro. “Una mayoría preeuropea aclararía el horizonte y es posible, pero ni mucho menos segura. Y con el segundo programa de ayuda en marcha, el mercado empieza a preocuparse por cuánto va a durar el próximo Gobierno. Esa inestabilidad es preocupante”, advierte Daniel Gros, director del CEPS de Bruselas.
Esos interrogantes deben responderse con unas legislativas pendientes en Francia y unas elecciones regionales en Alemania, y en medio de toda la fanfarria ligada a un cambio en la presidencia de Francia, tan significativo para un continente dominado masivamente por la derecha. Algunos cambios no han tardado en llegar: el domingo por la noche terminó el ninguneo de la familia conservadora europea al presidente electo francés. Cuando la victoria fue un hecho, Merkel agarró el teléfono y llamó a Hollande. “Le felicitó, le mostró su voluntad de cooperar y le invitó a viajar a Berlín en cuanto tome posesión de su cargo”, resumió Pierre Moscovici, el director de campaña socialista. Ambos acordaron que el nuevo presidente francés viajará a Berlín en cuanto sea investido, el 15 de mayo. Según confirmó a este diario una fuente socialista, en su primer encuentro Merkel y Hollande abordarán ya los detalles del pacto de crecimiento que el nuevo jefe del Estado francés desea añadir al pacto fiscal. Francia no ratificará el tratado que consagra la austeridad en Europa tal y como está. En las próxima semanas se verá qué puede arrancarle a Alemania: parecen factibles la aprobación de la tasa Tobin, el impulso al Banco Europeo de Inversiones y el uso inmediato de los fondos estructurales bloqueados para estimular el crecimiento, e incluso la relajación de los plazos para reducir el déficit en varios países. Sobre la mesa hay también un par de ideas heréticas en Alemania: los eurobonos y el papel del BCE.