ANÁLISIS / Siempre son demasiados muertos

Los factores que desencadenan una intervención no tienen que ver, al final, con el terreno, sino con la diplomacia internacional

Guillermo Altares, El País

¿Cuántos muertos son demasiados muertos? ¿Cuándo una matanza cambia el destino de una guerra? ¿Cuándo desencadena una intervención internacional? Antes de ser asesora del presidente Barack Obama en asuntos internacionales, la jurista Samantha Power escribió un ensayo en el que estudiaba cómo Estados Unidos había reaccionado a los genocidios a lo largo del siglo XX, desde las matanzas armenias en Turquía hasta Ruanda y Bosnia. Un problema del infierno: América y la era del genocidio, con el que ganó el Premio Pulitzer, arranca con la matanza del 5 de febrero de 1994 en el mercado de Sarajevo. Un proyectil de mortero serbio mató a 68 personas y provocó 200 heridos. Entonces, como ahora en Hula, las imágenes dieron la vuelta al mundo. Entonces, como ahora, los verdugos acusaron a las víctimas: Bachar el Asad señaló a “terroristas”; Mladic y Karadzic a los bosnios de bombardearse a sí mismos para provocar la reacción internacional. Entonces, como ahora, la comunidad internacional se movilizó para tratar de frenar la matanza.

Power recuerda las palabras de Clinton cuando la CNN saturaba las televisiones de medio mundo con los cuerpos destrozados en el mercado: “Nadie debe dudar de que la OTAN se pondrá en marcha. Cualquiera que bombardee Sarajevo debe estar preparado para asumir las consecuencias”. Solo después de la matanza de Srebrenica, en julio de 1995, cuando 8.000 varones musulmanes fueron fusilados ante las narices de los cascos azules holandeses, y después del segundo ataque contra el mercado de Sarajevo, en agosto, la OTAN bombardeó las posiciones serbias y acabó con el cerco. El plan de paz de Dayton detuvo la guerra, es cierto, pero construyó un país imposible con las fronteras creadas por la limpieza étnica. Después de las fallidas intervenciones internacionales en Croacia, Bosnia, Ruanda y Somalia, donde los crímenes de guerra se cometieron ante la mirada de la ONU, ya sea con tropas, o con observadores, como ahora en Siria, el asesinato de 45 albaneses en Racak desencadenó la intervención en Kosovo.

“El camino hacia la guerra está lleno de masacres”, escribe el experto militar Shashank Joshi en un análisis para la BBC en el que explica, sin embargo, que cada masacre es interpretada de forma totalmente diferente por las partes y que los factores que desencadenan una intervención no tienen que ver, al final, con lo que ocurre sobre el terreno, sino con la diplomacia internacional. Las posiciones de Rusia y China, el gran juego de Oriente Próximo, el equilibrio entre suníes y chiíes, la necesidad de Obama de mostrarse fuerte en el terreno internacional pueden decidir el futuro de Siria, no los niños asesinados de Hula. Power, que no olvidemos es actualmente una asesora de Obama, explica en su ensayo que durante mucho consideró que la política estadounidense de no intervención ante los genocidios reflejaba un fracaso, pero que, tras su investigación, descubrió que “no reflejaba un sistema político roto, sino uno extraordinariamente eficaz: ningún presidente ha hecho de la política contra el genocidio una prioridad y ninguno ha pagado un precio político por ello”. Siempre son demasiados muertos, pero no deciden el destino de una guerra.

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