ANÁLISIS / Lecciones para Obama en Europa
Los resultados en Francia y Grecia suponen una llamada de atención para el presidente
Antonio Caño
Washington, El País
El mismo fin de semana en que Barack Obama iniciaba oficialmente su campaña electoral con mítines en Virginia y Ohio, llegaban noticias desde Europa con mensajes inquietantes para el presidente de cara a la cita con las urnas el próximo noviembre.
Aunque los acontecimientos en otros países no suelen tener una repercusión inmediata en el comportamiento de los electores, a menos que afecten directamente a intereses norteamericanos, los resultados de las elecciones en Francia y Grecia, así como la toma de posesión de Vladimir Putin en Rusia, constituyen una clara llamada de atención sobre las preocupaciones del mundo actual y los retos que afrontará el próximo presidente de Estados Unidos.
El caso de Francia es particularmente ilustrativo. La Administración norteamericana no tenía, en principio, un favorito en esas elecciones. Aunque Nicolas Sarkozy llegó al Eliseo con fama de amigo de EE UU –se le llegó a apodar el americano-, su comportamiento después no respondió por completo a esos antecedentes. Ni su gestión se caracterizó por el seguidismo de Washington ni él mismo llegó a desarrollar amistad personal con Obama, de quien incluso se burló en una conversación privada que trascendió al poco tiempo de su llegada a la Casa Blanca. Francois Hollande parece un hombre más próximo ideológicamente a Obama, pero no es muy realista esperar que un líder de la izquierda francesa respalde las prioridades de la política exterior de un presidente estadounidense. En definitiva, EE UU no tenía un caballo en esa carrera.
Pese a eso, la trascendencia del resultado puede ser considerable. La derrota de Sarkozy, al menos el sexto gobernante europeo que cae por efecto de la crisis económica, demuestra las enormes dificultades que existen hoy para conservar el poder. Como le ocurre a Obama, Sarkozy no estaba amenazado por un líder especialmente carismático capaz de mover voluntades con su sola presencia. Ha sido la actuación misma de Sarkozy la que ha castigado el electorado. Obama no es tan impopular como el presidente francés. De hecho, su figura despierta aún simpatías entre más del 60% de la población. Pero, como en Francia, la impresión de crisis económica y, sobre todo, de pesimismo sobre la marcha del país, están firmemente instalados entre los votantes. Todas las encuestas valoran negativamente la gestión económica de Obama y le dan más crédito en esa materia a su rival, Mitt Romney.
La incertidumbre económica se consolida en el segundo mensaje preocupante de la semana: Grecia. Las elecciones han servido para recordar a todos, incluido Wall Street, cuyo índice principal ha perdido 300 puntos en dos días, que el problema griego y sus consecuencias para Europa y para la estabilidad económica mundial sigue vigente. Hace ya tiempo que Obama entendió que, sin la solución de los problemas económicos europeos, sería mucho más difícil la revitalización necesaria de la economía norteamericana, que en los últimos meses ha ralentizado su crecimiento y ha frenado la creación de empleo. Grecia deja, además, testimonio del ocaso de los partidos tradicionales, un fenómeno que se reproduce a escala menor en EE UU, donde prestigiosos analistas están propiciando el surgimiento de una tercera fuerza política.
La coincidencia de todo eso con el regreso de Putin conforman un escenario amenazador. Solo falta que el escándalo de Bo Xilai desate un conflicto por el liderazgo en China para que se junte la tormenta perfecta. La vuelta de Putin no tiene por qué tener, necesariamente, un efecto en la política norteamericana. Entre otras razones, porque nunca se había ido. Pero es indudable que su presencia en el primer plano constituye. Como demostró con su primer discurso, un desafío para el predominio de EE UU, lo que da a la afirmación de Romney de que Rusia es “el mayor rival” de este país una nueva dimensión electoral.
Antonio Caño
Washington, El País
El mismo fin de semana en que Barack Obama iniciaba oficialmente su campaña electoral con mítines en Virginia y Ohio, llegaban noticias desde Europa con mensajes inquietantes para el presidente de cara a la cita con las urnas el próximo noviembre.
Aunque los acontecimientos en otros países no suelen tener una repercusión inmediata en el comportamiento de los electores, a menos que afecten directamente a intereses norteamericanos, los resultados de las elecciones en Francia y Grecia, así como la toma de posesión de Vladimir Putin en Rusia, constituyen una clara llamada de atención sobre las preocupaciones del mundo actual y los retos que afrontará el próximo presidente de Estados Unidos.
El caso de Francia es particularmente ilustrativo. La Administración norteamericana no tenía, en principio, un favorito en esas elecciones. Aunque Nicolas Sarkozy llegó al Eliseo con fama de amigo de EE UU –se le llegó a apodar el americano-, su comportamiento después no respondió por completo a esos antecedentes. Ni su gestión se caracterizó por el seguidismo de Washington ni él mismo llegó a desarrollar amistad personal con Obama, de quien incluso se burló en una conversación privada que trascendió al poco tiempo de su llegada a la Casa Blanca. Francois Hollande parece un hombre más próximo ideológicamente a Obama, pero no es muy realista esperar que un líder de la izquierda francesa respalde las prioridades de la política exterior de un presidente estadounidense. En definitiva, EE UU no tenía un caballo en esa carrera.
Pese a eso, la trascendencia del resultado puede ser considerable. La derrota de Sarkozy, al menos el sexto gobernante europeo que cae por efecto de la crisis económica, demuestra las enormes dificultades que existen hoy para conservar el poder. Como le ocurre a Obama, Sarkozy no estaba amenazado por un líder especialmente carismático capaz de mover voluntades con su sola presencia. Ha sido la actuación misma de Sarkozy la que ha castigado el electorado. Obama no es tan impopular como el presidente francés. De hecho, su figura despierta aún simpatías entre más del 60% de la población. Pero, como en Francia, la impresión de crisis económica y, sobre todo, de pesimismo sobre la marcha del país, están firmemente instalados entre los votantes. Todas las encuestas valoran negativamente la gestión económica de Obama y le dan más crédito en esa materia a su rival, Mitt Romney.
La incertidumbre económica se consolida en el segundo mensaje preocupante de la semana: Grecia. Las elecciones han servido para recordar a todos, incluido Wall Street, cuyo índice principal ha perdido 300 puntos en dos días, que el problema griego y sus consecuencias para Europa y para la estabilidad económica mundial sigue vigente. Hace ya tiempo que Obama entendió que, sin la solución de los problemas económicos europeos, sería mucho más difícil la revitalización necesaria de la economía norteamericana, que en los últimos meses ha ralentizado su crecimiento y ha frenado la creación de empleo. Grecia deja, además, testimonio del ocaso de los partidos tradicionales, un fenómeno que se reproduce a escala menor en EE UU, donde prestigiosos analistas están propiciando el surgimiento de una tercera fuerza política.
La coincidencia de todo eso con el regreso de Putin conforman un escenario amenazador. Solo falta que el escándalo de Bo Xilai desate un conflicto por el liderazgo en China para que se junte la tormenta perfecta. La vuelta de Putin no tiene por qué tener, necesariamente, un efecto en la política norteamericana. Entre otras razones, porque nunca se había ido. Pero es indudable que su presencia en el primer plano constituye. Como demostró con su primer discurso, un desafío para el predominio de EE UU, lo que da a la afirmación de Romney de que Rusia es “el mayor rival” de este país una nueva dimensión electoral.