Afganistán: de la promesa de la democracia a una pronta retirada
El presidente Obama ha rebajado notablemente las aspiraciones de EE UU en Afganistán
Bush comenzó la guerra con la promesa de la estabilidad y la democracia
David Alandete
Washington, El País
La participación del presidente norteamericano, Barack Obama, en la cumbre de la Alianza Atlántica en Chicago ha puesto de manifiesto un cambio sustancial en los planes de EE UU: del ideal de una democracia estable en Afganistán a una salida rápida que permita, simplemente, al Ejército nacional apuntalar al Gobierno de Hamid Karzai. La Casa Blanca ha rebajado notablemente sus aspiraciones en aquel frente de guerra frente a la irreductibilidad de los insurgentes, la debilidad del Gobierno de Kabul y la creciente amenaza de la inestabilidad en Pakistán.
Obama llegó a la cumbre con un objetivo: anunciar el final de las operaciones de combate en 2013 y pedirle a Karzai que las fuerzas armadas bajo su mando estén listas para tomar el relevo cuando la OTAN se retire definitivamente, en 2014. Supone un notable contraste con las grandilocuentes promesas de George W. Bush, que inició la guerra en 2011 como respuesta a los ataques terroristas contra Washington y Nueva York.
En febrero de 2007, Bush, con los meses ya contados en la Casa Blanca, había explicado en un discurso aquí en Washington cuál había sido su estrategia en Afganistán y cuáles serían los desafíos para su sucesor: “Nuestro cometido en Afganistán es ayudar a la ciudadanía de ese país a derrotar a los terroristas, establecer un estado estable, moderado y democrático, que respete los derechos de los ciudadanos, gobierne eficientemente y sea un aliado de confianza en esta guerra contra los extremistas y los terroristas”. Ese cometido resultaría, finalmente, inalcanzable.
En Kabul rige un presidente, Hamid Karzai, elegido y apoyado por Bush que, con el cambio de Gobierno en Washington, resultaría un aliado incómodo para Obama, por sus desplantes a EE UU. Un año después de tomar posesión, Obama vio cómo amenazaba con unirse a los talibanes, cómo se negaba a perseguir con más dureza el tráfico de opio en el país, cómo permitía una corrupción rampante en su Gobierno y cómo acusaba a Washington de manipular las elecciones presidenciales de 2009.
El presidente de EE UU debía decidir entonces sobre el refuerzo que le exigía la cúpula militar. Era una estrategia que había funcionado en la guerra de Irak y que se llevaba planificando en el Pentágono desde hacía meses, si no años. Finalmente, Obama decidió ordenar el despliegue de 30.000 soldados adicionales, pero, según dijo a los generales, con una condición: que le presentaran propuestas de una retirada acelerada, que debería comenzar durante su primer mandato.
La cúpula militar presentó planes de retirada con largos plazos que no satisficieron al presidente. Este buscaba un camino similar al de Irak, donde el refuerzo militar de 2007 había llevado a una retirada completa en diciembre de 2011. Los dos sucesivos generales al mando de las tropas de la OTAN sobre el terreno, Stanley McChrystal —que dimitió en 2010 después de criticar a Obama en la revista Rolling Stone— y David Petraeus, defendieron que el caso de Irak era radicalmente diferente al de Afganistán.
Diez años de guerra no han logrado otorgarle el control del país al Gobierno de Kabul. Los talibanes son fuertes en las provincias de Helmand y Kandahar, al sur del país. Ahí tienen, además, su propio sistema de escuelas, juzgados y centros de atención médica. Y la red Haqqani hace y deshace a su voluntad en las provincias fronterizas con Pakistán. Obama no interpretó esas carenciascomo una prueba de que era necesario seguir prorrogando la misión bélica, sino como la constatación de que sería imposible establecer una democracia de estilo occidental en aquel país.
La otra gran razón que llevó a Obama a buscar una salida acelerada de Afganistán fue Pakistán, cuyo Gobierno fue un aliado nominal de EE UU en los años de Bush, pero en el cual los servicios de inteligencia y facciones del Ejército colaboraban subrepticiamente con los insurgentes y Al Qaeda. Muchos de los ataques contra las tropas de la OTAN se planificaban y perpetraban de hecho desde Pakistán, refugio seguro para muchos talibanes. Allí se alojaría, además, Osama Bin Laden durante una década. Según sus colaboradores, el presidente norteamericano llegó a la conclusión de que, más peligroso que un Afganistán sin un Gobierno fuerte y democrático, era un Pakistán con armas nucleares e inestable. Y para hacer frente a eso, de poco le servía a EE UU la misión en Afganistán.
Bush comenzó la guerra con la promesa de la estabilidad y la democracia
David Alandete
Washington, El País
La participación del presidente norteamericano, Barack Obama, en la cumbre de la Alianza Atlántica en Chicago ha puesto de manifiesto un cambio sustancial en los planes de EE UU: del ideal de una democracia estable en Afganistán a una salida rápida que permita, simplemente, al Ejército nacional apuntalar al Gobierno de Hamid Karzai. La Casa Blanca ha rebajado notablemente sus aspiraciones en aquel frente de guerra frente a la irreductibilidad de los insurgentes, la debilidad del Gobierno de Kabul y la creciente amenaza de la inestabilidad en Pakistán.
Obama llegó a la cumbre con un objetivo: anunciar el final de las operaciones de combate en 2013 y pedirle a Karzai que las fuerzas armadas bajo su mando estén listas para tomar el relevo cuando la OTAN se retire definitivamente, en 2014. Supone un notable contraste con las grandilocuentes promesas de George W. Bush, que inició la guerra en 2011 como respuesta a los ataques terroristas contra Washington y Nueva York.
En febrero de 2007, Bush, con los meses ya contados en la Casa Blanca, había explicado en un discurso aquí en Washington cuál había sido su estrategia en Afganistán y cuáles serían los desafíos para su sucesor: “Nuestro cometido en Afganistán es ayudar a la ciudadanía de ese país a derrotar a los terroristas, establecer un estado estable, moderado y democrático, que respete los derechos de los ciudadanos, gobierne eficientemente y sea un aliado de confianza en esta guerra contra los extremistas y los terroristas”. Ese cometido resultaría, finalmente, inalcanzable.
En Kabul rige un presidente, Hamid Karzai, elegido y apoyado por Bush que, con el cambio de Gobierno en Washington, resultaría un aliado incómodo para Obama, por sus desplantes a EE UU. Un año después de tomar posesión, Obama vio cómo amenazaba con unirse a los talibanes, cómo se negaba a perseguir con más dureza el tráfico de opio en el país, cómo permitía una corrupción rampante en su Gobierno y cómo acusaba a Washington de manipular las elecciones presidenciales de 2009.
El presidente de EE UU debía decidir entonces sobre el refuerzo que le exigía la cúpula militar. Era una estrategia que había funcionado en la guerra de Irak y que se llevaba planificando en el Pentágono desde hacía meses, si no años. Finalmente, Obama decidió ordenar el despliegue de 30.000 soldados adicionales, pero, según dijo a los generales, con una condición: que le presentaran propuestas de una retirada acelerada, que debería comenzar durante su primer mandato.
La cúpula militar presentó planes de retirada con largos plazos que no satisficieron al presidente. Este buscaba un camino similar al de Irak, donde el refuerzo militar de 2007 había llevado a una retirada completa en diciembre de 2011. Los dos sucesivos generales al mando de las tropas de la OTAN sobre el terreno, Stanley McChrystal —que dimitió en 2010 después de criticar a Obama en la revista Rolling Stone— y David Petraeus, defendieron que el caso de Irak era radicalmente diferente al de Afganistán.
Diez años de guerra no han logrado otorgarle el control del país al Gobierno de Kabul. Los talibanes son fuertes en las provincias de Helmand y Kandahar, al sur del país. Ahí tienen, además, su propio sistema de escuelas, juzgados y centros de atención médica. Y la red Haqqani hace y deshace a su voluntad en las provincias fronterizas con Pakistán. Obama no interpretó esas carenciascomo una prueba de que era necesario seguir prorrogando la misión bélica, sino como la constatación de que sería imposible establecer una democracia de estilo occidental en aquel país.
La otra gran razón que llevó a Obama a buscar una salida acelerada de Afganistán fue Pakistán, cuyo Gobierno fue un aliado nominal de EE UU en los años de Bush, pero en el cual los servicios de inteligencia y facciones del Ejército colaboraban subrepticiamente con los insurgentes y Al Qaeda. Muchos de los ataques contra las tropas de la OTAN se planificaban y perpetraban de hecho desde Pakistán, refugio seguro para muchos talibanes. Allí se alojaría, además, Osama Bin Laden durante una década. Según sus colaboradores, el presidente norteamericano llegó a la conclusión de que, más peligroso que un Afganistán sin un Gobierno fuerte y democrático, era un Pakistán con armas nucleares e inestable. Y para hacer frente a eso, de poco le servía a EE UU la misión en Afganistán.