Los Hermanos Musulmanes llegan divididos a las presidenciales egipcias
La candidatura del magnate Jairat al Shater provoca críticas dentro de la organización
El Cairo, El País
Jairat al Shater, uno de los políticos y magnates más influyentes de Egipto, está acostumbrado a salirse con la suya. Incluso desde la cárcel, donde pasó cinco años antes de ser excarcelado en 2011, fue capaz de dirigir su imperio empresarial y el más poderoso movimiento político egipcio, los Hermanos Musulmanes. Así pues, no es de extrañar que no haya dudado en asumir el más difícil reto de su vida: alzarse con la presidencia del Egipto post-Mubarak en los comicios previstos en mayo.
A su favor tiene la maquinaria de la Hermandad, enraizada en toda la geografía del país gracias a sus 84 años de historia, y perfectamente engrasada tras las pasadas elecciones legislativas. Entonces, los islamistas realizaron toda una demostración de fuerza, no sólo electoral -obtuvieron más del 40% de los votos-, sino también organizativa, pues fueron capaces de anunciar la tasa de participación horas antes que el Gobierno. Sin embargo, el éxito será mucho más difícil esta vez por diversos motivos.
Para empezar, el movimiento llega a los comicios con su cohesión interna tocada. El acalorado debate sobre qué candidato apoyar en las presidenciales ha provocado profundas heridas. La decisión de presentar la candidatura de Al Shater se tomó por un escaso margen en el Consejo Consultivo, y muchos miembros se están planteando abandonar la organización. Las críticas arrecian sobre todo entre las juventudes, cuya energía y compromiso fue clave para preparar las legislativas.
En segundo lugar, el hombre fuerte de los Hermanos entra muy tarde en campaña. Faltan menos de dos meses para la primera ronda de las presidenciales, y sus más duros adversarios ya hace un año que recorren Egipto en busca de apoyos. Mientras en las legislativas los Hermanos partían con la ventaja de contar con una marca archiconocida frente a unos rivales recién establecidos, sin tiempo para forjarse una identidad política propia, ahora la situación es más bien la inversa.
Más a gusto tras las bambalinas que frente a las cámaras, Al Shater no irradia carisma, una cualidad siempre importante en unas elecciones que por definición tienen un carácter marcadamente personalista, y que sí atesoran otros aspirantes dentro del campo islamista, como el predicador salafista Hazem Abu Ismail, y el reformista Abdel Moneim Abulfutuh. Curiosamente, ambos son exmiembros de la Hermandad, y pueden apelar a los simpatizantes desencantados.
“A causa de la división del voto islamista, para Al Shater puede ser más difícil pasar a la segunda ronda que vencer en ésta”, sostiene Khaled Dawud, un analista político del periódico Al Ahram. En consecuencia, será muy importante para él conseguir el apoyo expreso de otras organizaciones políticas y religiosas del mundo islamista, como la coalición salafista Nour.
Otra de las claves de la elección será la posición del Ejército, la institución que agarró las riendas del poder en 1952, y aún no las ha soltado. Sin embargo, no está claro si este factor hay que incluirlo en el debe o en el haber de Al Shater. Militares y Hermanos han mantenido tras la Revolución un matrimonio de conveniencia que en las últimas semanas ha experimentado fuertes turbulencias al rebufo de la retirada del apoyo al Gobierno de Kamal Ganzuri por parte de los islamistas.
“Aún no sabemos quién será el candidato del Ejército, pero dudo que sea Al Shater. Interpreto su candidatura más bien como un órdago a la Junta, no el resultado de un pacto”, afirma Dawud. En este sentido, un indicio importante será la resolución durante los próximos días del culebrón sobre la posible candidatura de Omar Suleiman, el jefe de inteligencia de Mubarak.
Según fuentes de la prensa local, dos asuntos han centrado las negociaciones entre la Junta y la Hermandad: la no persecución en los tribunales de los crímenes del periodo transitorio, y el respeto a la posición privilegiada del Ejército en la economía del país. En estos temas, nadie mejor que Al Shater como interlocutor. Con una enorme fortuna personal, este hombre de negocios simboliza el ascenso de una clase social emergente: el empresariado islamista. Su eclosión les situó en un conflicto abierto con el empresariado del entorno de Gamal Mubarak, hijo del expresidente. Ahora, de la capacidad para acordar un reparto del pastel con el Ejército dependerá la continuidad del matrimonio entre militares e islamistas.
Precisamente, el conflicto de intereses que representaría la presidencia de Al Shater ha sido uno de los principales vectores de la feroz oposición a su candidatura registrada en las redes sociales. Con unas encuestas poco fiables, y una opinión pública muy cambiante, las urnas serán el mejor barómetro sobre la popularidad de los Hermanos Musulmanes.
El Cairo, El País
Jairat al Shater, uno de los políticos y magnates más influyentes de Egipto, está acostumbrado a salirse con la suya. Incluso desde la cárcel, donde pasó cinco años antes de ser excarcelado en 2011, fue capaz de dirigir su imperio empresarial y el más poderoso movimiento político egipcio, los Hermanos Musulmanes. Así pues, no es de extrañar que no haya dudado en asumir el más difícil reto de su vida: alzarse con la presidencia del Egipto post-Mubarak en los comicios previstos en mayo.
A su favor tiene la maquinaria de la Hermandad, enraizada en toda la geografía del país gracias a sus 84 años de historia, y perfectamente engrasada tras las pasadas elecciones legislativas. Entonces, los islamistas realizaron toda una demostración de fuerza, no sólo electoral -obtuvieron más del 40% de los votos-, sino también organizativa, pues fueron capaces de anunciar la tasa de participación horas antes que el Gobierno. Sin embargo, el éxito será mucho más difícil esta vez por diversos motivos.
Para empezar, el movimiento llega a los comicios con su cohesión interna tocada. El acalorado debate sobre qué candidato apoyar en las presidenciales ha provocado profundas heridas. La decisión de presentar la candidatura de Al Shater se tomó por un escaso margen en el Consejo Consultivo, y muchos miembros se están planteando abandonar la organización. Las críticas arrecian sobre todo entre las juventudes, cuya energía y compromiso fue clave para preparar las legislativas.
En segundo lugar, el hombre fuerte de los Hermanos entra muy tarde en campaña. Faltan menos de dos meses para la primera ronda de las presidenciales, y sus más duros adversarios ya hace un año que recorren Egipto en busca de apoyos. Mientras en las legislativas los Hermanos partían con la ventaja de contar con una marca archiconocida frente a unos rivales recién establecidos, sin tiempo para forjarse una identidad política propia, ahora la situación es más bien la inversa.
Más a gusto tras las bambalinas que frente a las cámaras, Al Shater no irradia carisma, una cualidad siempre importante en unas elecciones que por definición tienen un carácter marcadamente personalista, y que sí atesoran otros aspirantes dentro del campo islamista, como el predicador salafista Hazem Abu Ismail, y el reformista Abdel Moneim Abulfutuh. Curiosamente, ambos son exmiembros de la Hermandad, y pueden apelar a los simpatizantes desencantados.
“A causa de la división del voto islamista, para Al Shater puede ser más difícil pasar a la segunda ronda que vencer en ésta”, sostiene Khaled Dawud, un analista político del periódico Al Ahram. En consecuencia, será muy importante para él conseguir el apoyo expreso de otras organizaciones políticas y religiosas del mundo islamista, como la coalición salafista Nour.
Otra de las claves de la elección será la posición del Ejército, la institución que agarró las riendas del poder en 1952, y aún no las ha soltado. Sin embargo, no está claro si este factor hay que incluirlo en el debe o en el haber de Al Shater. Militares y Hermanos han mantenido tras la Revolución un matrimonio de conveniencia que en las últimas semanas ha experimentado fuertes turbulencias al rebufo de la retirada del apoyo al Gobierno de Kamal Ganzuri por parte de los islamistas.
“Aún no sabemos quién será el candidato del Ejército, pero dudo que sea Al Shater. Interpreto su candidatura más bien como un órdago a la Junta, no el resultado de un pacto”, afirma Dawud. En este sentido, un indicio importante será la resolución durante los próximos días del culebrón sobre la posible candidatura de Omar Suleiman, el jefe de inteligencia de Mubarak.
Según fuentes de la prensa local, dos asuntos han centrado las negociaciones entre la Junta y la Hermandad: la no persecución en los tribunales de los crímenes del periodo transitorio, y el respeto a la posición privilegiada del Ejército en la economía del país. En estos temas, nadie mejor que Al Shater como interlocutor. Con una enorme fortuna personal, este hombre de negocios simboliza el ascenso de una clase social emergente: el empresariado islamista. Su eclosión les situó en un conflicto abierto con el empresariado del entorno de Gamal Mubarak, hijo del expresidente. Ahora, de la capacidad para acordar un reparto del pastel con el Ejército dependerá la continuidad del matrimonio entre militares e islamistas.
Precisamente, el conflicto de intereses que representaría la presidencia de Al Shater ha sido uno de los principales vectores de la feroz oposición a su candidatura registrada en las redes sociales. Con unas encuestas poco fiables, y una opinión pública muy cambiante, las urnas serán el mejor barómetro sobre la popularidad de los Hermanos Musulmanes.