La Intifada del ayuno prende en las prisiones israelíes
Más de un millar de presos palestinos inician una huelga de hambre indefinida
En las cárceles israelíes hay 4.700 reclusos palestinos, 320 sin acusación
Tel Aviv, El País
Hana Shalabi dice que se siente feliz. Nadie lo diría a juzgar por su aspecto demacrado y por el destino que le espera: un exilio de al menos tres años en la franja de Gaza, donde no tiene ni amigos ni familia. Pero para esta presunta militante de la Yihad Islámica, eso es casi lo de menos. “Estoy libre y he ganado. Es una victoria en contra del enemigo”, sostiene. Sus 44 días de huelga de hambre han forzado el fin de su detención sin cargos, su salida de la cárcel y la han convertido en una suerte de heroína nacional palestina. Su desembarco la semana pasada en Gaza fue digno de un mandatario.
Shalabi personifica la Intifada del hambre, la protesta que ha cosechado dos triunfos en las últimas semanas y que amenaza con incendiar las prisiones israelíes. Unos 1.200 prisioneros según los israelíes, y hasta 1.600 según los palestinos, han decidido seguir el ejemplo de Shalabi y se han declarado en huelga de hambre indefinida, coincidiendo con el llamado Día de los Presos. Quieren denunciar las condiciones de su encierro y los malos tratos que aseguran sufrir, pero también quieren desafiar a Israel, en un momento en el que ninguna estrategia encaminada a la creación de un Estado palestino termina por dar frutos. Este nuevo levantamiento lo intenta ahora desde las celdas israelíes, donde permanecen encerrados unos 4.700 presos palestinos, 320 confinados sin que medie una acusación formal.
Gigantescas coronas de flores adornan el salón del apartamento que la Yihad Islámica ha alquilado para Shalabi en un barrio taladrado por la metralla en la ciudad de Gaza. Son ofrendas de políticos y ciudadanos con los que dan la bienvenida a su heroína; una mujer de 29 años que nunca antes había pisado Gaza. Sentados en los típicos sillones dispuestos en círculo, una ristra de hombres con barba recortada —políticos y familiares llegados a través de Egipto— acompañan a Shalabi. Ella, con ojeras largas, galabiya negra hasta los pies y pañuelo en la cabeza. La semana pasada salió del hospital y dice que todavía se siente muy débil. Los médicos temieron por su vida después de que perdiera 14 kilos y de que su cuerpo comenzara a atrofiarse. Ahora habla en voz baja pero con firmeza. “La huelga de hambre es nuestra nueva arma para luchar contra Israel. Es un arma muy efectiva y la única con la que los presos podemos conseguir algo. A los israelíes les descoloca. No saben cómo tratar con nosotros”.
La huelga de hambre es un tipo de protesta a la que los palestinos han recurrido desde hace décadas y que emula la experiencia de Irlanda del Norte en los ochenta. La actual es una nueva oleada, que ha ganado fuerza después de que el preso Jader Adnan consiguiera el compromiso de ser liberado tras permanecer 66 días sin comer, el pasado febrero. Adnan, como Shalabi, ha permanecido meses encerrado sin que mediara acusación formal, en virtud de la llamada detención administrativa. Catherine Ashton, jefa de la diplomacia europea, ha mostrado recientemente su preocupación por el “uso excesivo” de la detención administrativa, que los europeos consideran solo debe utilizarse en casos excepcionales y con las garantías procesales necesarias.
El caso de Shalabi ha suscitado además la preocupación de organizaciones de derechos humanos que lo consideran un triunfo solo a medias porque dicen se trata de una deportación contraria a la legislación internacional. Asociaciones como la israelí Physicians for Human Rights o la palestina Adameer consideran que estas deportaciones suponen una violación de la Cuarta Convención de Ginebra.
“Esta protesta es la nueva arma para luchar contra Israel”, dice una palestina
Shalabi no es la única. Como ella, decenas de presos acaban en Gaza —conocida como la prisión a cielo abierto por las restricciones israelíes de entrada y salida de la franja— tras su paso por las cárceles israelíes. Más de un centenar de reos llegaron a Gaza tras el último gran intercambio de presos el año pasado.
Ofir Gendelman, portavoz del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, explica por teléfono que enviar presos liberados a Gaza “no es la solución perfecta”, pero que “como Gaza es una entidad terrorista, un terrorista más o menos no supone un gran cambio. Además en Gaza no hay israelíes a los que puedan atacar”. Gendelman también explica la posición de Israel respecto a Shalabi: “Es una terrorista de la Yihad Islámica. Las pruebas que tenemos en su contra no se han hecho públicas porque fueron obtenidas gracias al espionaje y podríamos poner en peligro la vida de otras personas”.
Asegura Shalabi que con su huelga quiso poner fin a su detención administrativa y a los supuestos malos tratos que sufrió en prisión. Esta joven palestina fue detenida por primera vez en 2009 y permaneció algo más de dos años entre rejas sin acusación formal. Salió a la calle durante el megacanje de prisioneros del pasado octubre a cambio de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, secuestrado por la Yihad Islámica. Cuatro meses más tarde, los soldados entraron una noche en la casa de Shalabi en Burquin, cerca de la ciudad cisjordana de Yenín, y se la llevaron detenida de nuevo.
Shalabi cuenta que no le explicaron de qué le acusaban. Era una cuestión secreta, le dijeron. Ella defiende su inocencia y dice que fue en prisión cuando se dejó apadrinar por la Yihad Islámica.
Tras su liberación, Shalabi firmó un papel en el que se comprometía a no volver a involucrarse en actividades políticas ni en ataques. “Me han advertido de que si no cumplo mis compromisos puedo ser víctima de un asesinato selectivo”, dice mientras mira al techo como apuntando a los aviones israelíes que disparan misiles sobre Gaza.
Netanyahu, a través de su portavoz, confirma las amenazas: “Si incumple su compromiso, todas las opciones legales están sobre la mesa, incluidos los asesinatos selectivos”.
En las cárceles israelíes hay 4.700 reclusos palestinos, 320 sin acusación
Tel Aviv, El País
Hana Shalabi dice que se siente feliz. Nadie lo diría a juzgar por su aspecto demacrado y por el destino que le espera: un exilio de al menos tres años en la franja de Gaza, donde no tiene ni amigos ni familia. Pero para esta presunta militante de la Yihad Islámica, eso es casi lo de menos. “Estoy libre y he ganado. Es una victoria en contra del enemigo”, sostiene. Sus 44 días de huelga de hambre han forzado el fin de su detención sin cargos, su salida de la cárcel y la han convertido en una suerte de heroína nacional palestina. Su desembarco la semana pasada en Gaza fue digno de un mandatario.
Shalabi personifica la Intifada del hambre, la protesta que ha cosechado dos triunfos en las últimas semanas y que amenaza con incendiar las prisiones israelíes. Unos 1.200 prisioneros según los israelíes, y hasta 1.600 según los palestinos, han decidido seguir el ejemplo de Shalabi y se han declarado en huelga de hambre indefinida, coincidiendo con el llamado Día de los Presos. Quieren denunciar las condiciones de su encierro y los malos tratos que aseguran sufrir, pero también quieren desafiar a Israel, en un momento en el que ninguna estrategia encaminada a la creación de un Estado palestino termina por dar frutos. Este nuevo levantamiento lo intenta ahora desde las celdas israelíes, donde permanecen encerrados unos 4.700 presos palestinos, 320 confinados sin que medie una acusación formal.
Gigantescas coronas de flores adornan el salón del apartamento que la Yihad Islámica ha alquilado para Shalabi en un barrio taladrado por la metralla en la ciudad de Gaza. Son ofrendas de políticos y ciudadanos con los que dan la bienvenida a su heroína; una mujer de 29 años que nunca antes había pisado Gaza. Sentados en los típicos sillones dispuestos en círculo, una ristra de hombres con barba recortada —políticos y familiares llegados a través de Egipto— acompañan a Shalabi. Ella, con ojeras largas, galabiya negra hasta los pies y pañuelo en la cabeza. La semana pasada salió del hospital y dice que todavía se siente muy débil. Los médicos temieron por su vida después de que perdiera 14 kilos y de que su cuerpo comenzara a atrofiarse. Ahora habla en voz baja pero con firmeza. “La huelga de hambre es nuestra nueva arma para luchar contra Israel. Es un arma muy efectiva y la única con la que los presos podemos conseguir algo. A los israelíes les descoloca. No saben cómo tratar con nosotros”.
La huelga de hambre es un tipo de protesta a la que los palestinos han recurrido desde hace décadas y que emula la experiencia de Irlanda del Norte en los ochenta. La actual es una nueva oleada, que ha ganado fuerza después de que el preso Jader Adnan consiguiera el compromiso de ser liberado tras permanecer 66 días sin comer, el pasado febrero. Adnan, como Shalabi, ha permanecido meses encerrado sin que mediara acusación formal, en virtud de la llamada detención administrativa. Catherine Ashton, jefa de la diplomacia europea, ha mostrado recientemente su preocupación por el “uso excesivo” de la detención administrativa, que los europeos consideran solo debe utilizarse en casos excepcionales y con las garantías procesales necesarias.
El caso de Shalabi ha suscitado además la preocupación de organizaciones de derechos humanos que lo consideran un triunfo solo a medias porque dicen se trata de una deportación contraria a la legislación internacional. Asociaciones como la israelí Physicians for Human Rights o la palestina Adameer consideran que estas deportaciones suponen una violación de la Cuarta Convención de Ginebra.
“Esta protesta es la nueva arma para luchar contra Israel”, dice una palestina
Shalabi no es la única. Como ella, decenas de presos acaban en Gaza —conocida como la prisión a cielo abierto por las restricciones israelíes de entrada y salida de la franja— tras su paso por las cárceles israelíes. Más de un centenar de reos llegaron a Gaza tras el último gran intercambio de presos el año pasado.
Ofir Gendelman, portavoz del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, explica por teléfono que enviar presos liberados a Gaza “no es la solución perfecta”, pero que “como Gaza es una entidad terrorista, un terrorista más o menos no supone un gran cambio. Además en Gaza no hay israelíes a los que puedan atacar”. Gendelman también explica la posición de Israel respecto a Shalabi: “Es una terrorista de la Yihad Islámica. Las pruebas que tenemos en su contra no se han hecho públicas porque fueron obtenidas gracias al espionaje y podríamos poner en peligro la vida de otras personas”.
Asegura Shalabi que con su huelga quiso poner fin a su detención administrativa y a los supuestos malos tratos que sufrió en prisión. Esta joven palestina fue detenida por primera vez en 2009 y permaneció algo más de dos años entre rejas sin acusación formal. Salió a la calle durante el megacanje de prisioneros del pasado octubre a cambio de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, secuestrado por la Yihad Islámica. Cuatro meses más tarde, los soldados entraron una noche en la casa de Shalabi en Burquin, cerca de la ciudad cisjordana de Yenín, y se la llevaron detenida de nuevo.
Shalabi cuenta que no le explicaron de qué le acusaban. Era una cuestión secreta, le dijeron. Ella defiende su inocencia y dice que fue en prisión cuando se dejó apadrinar por la Yihad Islámica.
Tras su liberación, Shalabi firmó un papel en el que se comprometía a no volver a involucrarse en actividades políticas ni en ataques. “Me han advertido de que si no cumplo mis compromisos puedo ser víctima de un asesinato selectivo”, dice mientras mira al techo como apuntando a los aviones israelíes que disparan misiles sobre Gaza.
Netanyahu, a través de su portavoz, confirma las amenazas: “Si incumple su compromiso, todas las opciones legales están sobre la mesa, incluidos los asesinatos selectivos”.