Rusia. El fin de la euforia
Moscú, El País
La “época romántica y eufórica se acabó”. El movimiento cívico ruso ha entrado en una “nueva fase” tras la manifestación que siguió a las elecciones presidenciales del domingo. Lo ha dicho en Moscú Boris Akunin (Grigori Chjartishvili), conocido novelista y miembro de la Liga de los Electores (LE). El escritor opina que “la gente se dio cuenta de que uno no puede enfrentarse a las fuerzas antidisturbios con globos y lazos blancos”.
Rusia está en una “difícil situación”, opinaba Akunin. Parte de la sociedad se niega a reconocer la legitimidad de los comicios, y Putin (que oficialmente obtuvo 63,6% de los votos) puede optar entre buscar un consenso con quienes aspiran a una nueva relación con las autoridades o enviar los antidisturbios a la plaza. La sociedad, a su vez, puede elegir entre organizarse y participar en las elecciones locales, la vía apoyada por Akunin, o resignarse a vivir en este sistema.
La misión observadora de la LE en los comicios, integrada por representantes de tres candidatos y de otras organizaciones, indica que el fraude a favor de Putin añadió 10 puntos al resultado real, siendo escaso y sofisticado en Moscú (dos puntos menos que el resultado oficial de 48%) y más intenso y tradicional en San Petersburgo. La LE denunciará los fraudes por la vía penal, porque ya no confía en la Comisión Electoral Central (CEC) y en los procesos administrativos. Las querellas e investigaciones pueden durar mucho y acabar en nada, como ha ocurrido antes. Putin admite un margen de error máximo del 1% en el resultado a su favor.
El sector de la sociedad que rechaza al régimen tiene temas para reflexionar: ¿Va a seguir manifestándose una y otra vez?¿Se refugiará en la vida privada?¿Se radicalizará hacia protestas violentas y cada vez más marginales por atemorizar a los moderados? ¿Buscará nuevas formas de protesta, organización y construcción de una alternativa política? ¿Sabrá la oposición unirse en torno a líderes con posibilidades de éxito? Hoy por hoy, la fragmentada oposición no tiene un líder de amplio espectro, pero si pretendientes a unir a una o varias de las familias ideológicas disgregadas. El multimillonario Mijaíl Prójorov, al que Putin ya ofrece participar en el gobierno, tiene un pie en el Kremlin por exigencia de sus negocios y otro pie en la calle, por haber quedar tercero en la carrera presidencial, e incluso segundo y primero en Moscú y en algunos colegios de la capital respectivamente.
Grigori Yavlinski, Vladímir Rizhkov, Alexéi Navalni son otros líderes potenciales. Con Navalni, el más joven, trabajan economistas, periodistas y politólogos que “educan” al “hombre proyecto” y esperan que éste no sea ni un nuevo Yeltsin ni un Frankestein. El bloggero, no obstante, dio la impresión de ser impaciente y radical en el mitin del 5 de marzo. La imagen del Navalni exponiéndose a las porras de los antidisturbios por encabezar una marcha prohibida tal vez le convierta en un héroe de la libertad de expresión, pero no contribuye a que le sigan las familias rusas que se han manifestado hasta ahora en un ambiente de fiesta. Navalni también pone en entredicho la capacidad de los responsables de los mítines de garantizar el respeto a las reglas de juego apalabradas. En opinión del politólogo Dmitri Oreshkin, la fórmula de los mítines se ha agotado y “hay que inventar algo nuevo”. Los intelectuales necesitan algún tiempo para reflexionar y encontrar nuevas ideas. Mientras tanto, el 10 de marzo la oposición ha conseguido permiso para realizar un mitin en Moscú. Estará dedicado al nuevo héroe de la sociedad civil rusa: el observador electoral que movido por sus convicciones no ha temido denunciar los fraudes.
La “época romántica y eufórica se acabó”. El movimiento cívico ruso ha entrado en una “nueva fase” tras la manifestación que siguió a las elecciones presidenciales del domingo. Lo ha dicho en Moscú Boris Akunin (Grigori Chjartishvili), conocido novelista y miembro de la Liga de los Electores (LE). El escritor opina que “la gente se dio cuenta de que uno no puede enfrentarse a las fuerzas antidisturbios con globos y lazos blancos”.
Rusia está en una “difícil situación”, opinaba Akunin. Parte de la sociedad se niega a reconocer la legitimidad de los comicios, y Putin (que oficialmente obtuvo 63,6% de los votos) puede optar entre buscar un consenso con quienes aspiran a una nueva relación con las autoridades o enviar los antidisturbios a la plaza. La sociedad, a su vez, puede elegir entre organizarse y participar en las elecciones locales, la vía apoyada por Akunin, o resignarse a vivir en este sistema.
La misión observadora de la LE en los comicios, integrada por representantes de tres candidatos y de otras organizaciones, indica que el fraude a favor de Putin añadió 10 puntos al resultado real, siendo escaso y sofisticado en Moscú (dos puntos menos que el resultado oficial de 48%) y más intenso y tradicional en San Petersburgo. La LE denunciará los fraudes por la vía penal, porque ya no confía en la Comisión Electoral Central (CEC) y en los procesos administrativos. Las querellas e investigaciones pueden durar mucho y acabar en nada, como ha ocurrido antes. Putin admite un margen de error máximo del 1% en el resultado a su favor.
El sector de la sociedad que rechaza al régimen tiene temas para reflexionar: ¿Va a seguir manifestándose una y otra vez?¿Se refugiará en la vida privada?¿Se radicalizará hacia protestas violentas y cada vez más marginales por atemorizar a los moderados? ¿Buscará nuevas formas de protesta, organización y construcción de una alternativa política? ¿Sabrá la oposición unirse en torno a líderes con posibilidades de éxito? Hoy por hoy, la fragmentada oposición no tiene un líder de amplio espectro, pero si pretendientes a unir a una o varias de las familias ideológicas disgregadas. El multimillonario Mijaíl Prójorov, al que Putin ya ofrece participar en el gobierno, tiene un pie en el Kremlin por exigencia de sus negocios y otro pie en la calle, por haber quedar tercero en la carrera presidencial, e incluso segundo y primero en Moscú y en algunos colegios de la capital respectivamente.
Grigori Yavlinski, Vladímir Rizhkov, Alexéi Navalni son otros líderes potenciales. Con Navalni, el más joven, trabajan economistas, periodistas y politólogos que “educan” al “hombre proyecto” y esperan que éste no sea ni un nuevo Yeltsin ni un Frankestein. El bloggero, no obstante, dio la impresión de ser impaciente y radical en el mitin del 5 de marzo. La imagen del Navalni exponiéndose a las porras de los antidisturbios por encabezar una marcha prohibida tal vez le convierta en un héroe de la libertad de expresión, pero no contribuye a que le sigan las familias rusas que se han manifestado hasta ahora en un ambiente de fiesta. Navalni también pone en entredicho la capacidad de los responsables de los mítines de garantizar el respeto a las reglas de juego apalabradas. En opinión del politólogo Dmitri Oreshkin, la fórmula de los mítines se ha agotado y “hay que inventar algo nuevo”. Los intelectuales necesitan algún tiempo para reflexionar y encontrar nuevas ideas. Mientras tanto, el 10 de marzo la oposición ha conseguido permiso para realizar un mitin en Moscú. Estará dedicado al nuevo héroe de la sociedad civil rusa: el observador electoral que movido por sus convicciones no ha temido denunciar los fraudes.