Mario Monti amenaza con dejar el Gobierno de Italia
"Si el país no está listo para una buena reforma laboral, el gobierno puede marcharse”, ha dicho
Roma, El País
Desde el sábado para acá, Mario Monti ha dejado de ser Mario Monti. Aquel día, el flemático primer ministro italiano aparcó su diplomacia habitual y arremetió contra su colega Mariano Rajoy, al que acusó de poner en peligro a toda Europa al descuidar las cuentas públicas de España. Pero el lunes fue mucho más allá. Desde Seúl, adonde ha viajado en busca de inversores, lanzó un verdadero órdago: “Si el país, representado por las organizaciones sindicales y los partidos políticos, no está listo para que hagamos una buena reforma laboral, el gobierno puede marcharse”.
Sin citarlo expresamente, pero dejando muy claro que se refería a Giulio Andreotti, un político que fue tres veces presidente del Gobierno y siete veces ministro, Monti quiso marcar la diferencia: “Mi objetivo es mucho más ambicioso que estar por estar, que tirar para adelante con el único objetivo de llegar a una fecha determinada… [la primavera de 2013, fecha prevista para las próximas elecciones generales]”. El ultimátum del primer ministro lleva escritas dos direcciones. La de Susanna Camusso, la líder del principal sindicato italiano, la CGIL, y la de Pier Luigi Bersani, secretario nacional del Partido Democrático (PD), que aglutina al centro izquierda. Camusso ha convocado una huelga general ante la decisión del Gobierno de modificar el aquí famoso “artículo 18”, que protege a los trabajadores ante el despido. Y Bersani, que hasta el momento había otorgado un cheque en blanco a Monti para que acometiera sus reformas, ha decidido colocarse ahora junto a los trabajadores. El nuevo Monti les ha advertido a ambos: “No tenemos demasiado tiempo”.
Se refiere Monti a que Italia sigue bajo vigilancia. De hecho, él llegó al Gobierno de Italia en noviembre de 2011 después de que Europa y los mercados retirasen definitivamente la confianza a Silvio Berlusconi. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamó al ex comisario europeo de la Competencia, lo nombró senador vitalicio de la República y, enseguida, lo colocó al frente de un Gobierno tecnócrata. El objetivo no era otro que sanear la economía del país, rescatar la confianza de los mercados y abordar una reforma económica y laboral de grandes proporciones. Sin embargo, por convicción personal o quizá por darle un barniz político a su mandato, Monti se mostró dispuesto a regenerar la política, en devolvérsela a los ciudadanos, en abrir las ventanas de los viciados salones de La Casta. A ratos, parecía más un político que un tecnócrata. Pero ahora, cuando los partidos y también los sindicatos le han amenazado con retirarle el salvoconducto para gobernar a su antojo, el educado profesor ha enseñado los dientes: “O se hace una buena reforma laboral, o me marcho a casa”. Mario Monti ha dejado de ser Mario Monti. O, tal vez, ha empezado a serlo.
Roma, El País
Desde el sábado para acá, Mario Monti ha dejado de ser Mario Monti. Aquel día, el flemático primer ministro italiano aparcó su diplomacia habitual y arremetió contra su colega Mariano Rajoy, al que acusó de poner en peligro a toda Europa al descuidar las cuentas públicas de España. Pero el lunes fue mucho más allá. Desde Seúl, adonde ha viajado en busca de inversores, lanzó un verdadero órdago: “Si el país, representado por las organizaciones sindicales y los partidos políticos, no está listo para que hagamos una buena reforma laboral, el gobierno puede marcharse”.
Sin citarlo expresamente, pero dejando muy claro que se refería a Giulio Andreotti, un político que fue tres veces presidente del Gobierno y siete veces ministro, Monti quiso marcar la diferencia: “Mi objetivo es mucho más ambicioso que estar por estar, que tirar para adelante con el único objetivo de llegar a una fecha determinada… [la primavera de 2013, fecha prevista para las próximas elecciones generales]”. El ultimátum del primer ministro lleva escritas dos direcciones. La de Susanna Camusso, la líder del principal sindicato italiano, la CGIL, y la de Pier Luigi Bersani, secretario nacional del Partido Democrático (PD), que aglutina al centro izquierda. Camusso ha convocado una huelga general ante la decisión del Gobierno de modificar el aquí famoso “artículo 18”, que protege a los trabajadores ante el despido. Y Bersani, que hasta el momento había otorgado un cheque en blanco a Monti para que acometiera sus reformas, ha decidido colocarse ahora junto a los trabajadores. El nuevo Monti les ha advertido a ambos: “No tenemos demasiado tiempo”.
Se refiere Monti a que Italia sigue bajo vigilancia. De hecho, él llegó al Gobierno de Italia en noviembre de 2011 después de que Europa y los mercados retirasen definitivamente la confianza a Silvio Berlusconi. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamó al ex comisario europeo de la Competencia, lo nombró senador vitalicio de la República y, enseguida, lo colocó al frente de un Gobierno tecnócrata. El objetivo no era otro que sanear la economía del país, rescatar la confianza de los mercados y abordar una reforma económica y laboral de grandes proporciones. Sin embargo, por convicción personal o quizá por darle un barniz político a su mandato, Monti se mostró dispuesto a regenerar la política, en devolvérsela a los ciudadanos, en abrir las ventanas de los viciados salones de La Casta. A ratos, parecía más un político que un tecnócrata. Pero ahora, cuando los partidos y también los sindicatos le han amenazado con retirarle el salvoconducto para gobernar a su antojo, el educado profesor ha enseñado los dientes: “O se hace una buena reforma laboral, o me marcho a casa”. Mario Monti ha dejado de ser Mario Monti. O, tal vez, ha empezado a serlo.