Liberia, violencia a flor de piel
La reelecta presidenta Johnson-Sirleaf lanza una campaña contra la violencia de género
Monrovia, El País
Jestina Hoff tenía 14 años cuando tuvo relaciones sexuales por primera vez. Sus padres se enteraron y le propinaron una paliza tan brutal que tuvieron que llevarla al hospital. Le costó varias semanas recuperarse. “Tenía la cara y el cuerpo entero hinchado por los golpes que me dieron; era imposible reconocerme. Así son las cosas en Liberia”, explica Jestina. Su padre, que es militar y tiene 24 hijos de varias relaciones extramatrimoniales, le pegó un tiro en la pierna a su novio. El sexo se convirtió para ella en una disfunción y tuvo que recibir asistencia psicológica para superar un incidente que determinó su vida profesional. Hoy Jestina, casada y madre de dos hijos, es una asistente social especializada en mujeres vulnerables que combina su trabajo en la Cruz Roja Liberiana con estudios de sociología en la Universidad de Monrovia.
Precious Diggs, una excombatiente de 26 años, sigue uno de sus programas de apoyo psicosocial y reinserción laboral. Era una adolescente cuando se enroló en el LURD, uno de los grupos rebeldes que provocaron la llamada segunda guerra civil contra el entonces presidente Charles Taylor. “Atacaron nuestro poblado y quemaron mi casa. Violaron y asesinaron a mi hermana. Tuve que unirme a ellos para que no me mataran a mí también. Cocinábamos para ellos. Transportábamos la munición y algunas como yo éramos también sus mujeres. Era la guerra, a la gente la violaban y asesinaban por nada. No me quedó más remedio que hacerme soldado”, se justifica Precious.
“Los casos de excombatientes son los más delicados a la hora de reintegrarlas en la sociedad”, explica Jestina, “porque en las comunidades saben quiénes son y lo que hicieron”. Precious, que ahora tiene un hijo de ocho años, se ha cambiado de barriada, oculta su pasado y, aunque su mirada es desafiante y vive en permanente estado de alerta, gracias a este programa es capaz de vivir entre la gente sin enzarzarse en una pelea a la mínima de cambio, tal es el alto grado de estrés y violencia que su experiencia le ha dejado como secuela. Precisamente hoy se presenta en Madrid la Fundación Mujeres por África, que encabeza la vicepresidenta del Gobierno y miembro del Consejo de Estado María Teresa Fernández de la Vega.
Durante la larga contienda, en la que se sucedieron dos guerras civiles (1989-2003), y que destruyó física y moralmente a Liberia, una vez más fueron las mujeres y las niñas las víctimas propiciatorias. En algunos condados del interior del país hasta un 93% fueron violadas o sufrieron violencia sexual extrema y muchas fueron movilizadas como combatientes y esclavas sexuales. En la actualidad, casi nueve años después de la firma de la paz, la violencia de género es una lacra que parece enquistarse en el seno de una sociedad profundamente machista que considera que violar a una mujer activa sexualmente no es una ofensa grave y que culpa a las jóvenes de incitar a los hombres por su indecorosa forma de vestir.
La violación está a la orden del día y un 70% de los casos que se denuncian responde a este delito, por encima del robo a mano armada. En un 40% de los casos, las víctimas son menores de 12 años. “Creemos que este problema se ha dimensionado por las terribles experiencias que nuestra gente, especialmente los hombres jóvenes, tuvieron durante los 15 años de guerra”, confirma Christiana Tah, ministra de Justicia. Hace cinco años el Gobierno de Ellen Johnson-Sirleaf, la primera y única mujer presidente de un país africano y premio Nobel de la Paz 2011 , implementó con el apoyo de la UNMIL (ONU en Liberia) un plan nacional de acción, para dar poder a las mujeres y luchar contra la violencia de género. Y en 2009 tipificó como delito grave la violación con una ley que puede condenar a sus perpetradores a cadena perpetua, pero la aplicación de la norma está resultando una tarea muy difícil. “La escasez de medios, que impiden peritar los casos y con un solo tribunal en Monrovia hace que cientos de acusados sean puestos en libertad antes del juicio”, reconoce la ministra Tah.
Por otro lado, la vergüenza y el miedo a posibles represalias hacen que muchas víctimas prefieran llegar a acuerdos con las familias de los violadores o no se atrevan a denunciar lo que les ha sucedido. “¿Para qué iba a denunciarle? ¿Me iba a servir de algo que todos se enteren que he sido violada?”, expone Julia Williams, una cualificada joven de 26 años que trabaja en una conocida empresa y que prefiere usar un nombre falso y mantener en el anonimato su profesión. “Era supuestamente un buen amigo, un compañero de universidad con el que acostumbraba a salir. Una tarde me dijo que pasase a recogerle por su casa, como otras veces había hecho. Cuando llegué, cerró la puerta y me dijo que me iba a violar. Tras forcejear y recibir varios golpes, comprendí que corría un grave riesgo y tuve que abandonar mi lucha”. Como la mayoría de las jóvenes liberianas, en lugar de bragas, lleva unos ajustados shorts negros para, al menos, dificultar la tarea de los agresores.
Según un reciente estudio de Action Aid Internacional, los espacios urbanos son cada vez más peligrosos para las mujeres liberianas, debido a la falta de alumbrado y la escasa seguridad de sus transportes. Y son las jóvenes universitarias las que sufren más ataques, en las aulas y durante sus traslados al campus. La mayoría de las veces son sus propios compañeros de clase, colegas, incluso profesores, los agresores.
“Creíamos que las cosas serían diferentes al acabar la guerra, sin embargo la violación continúa siendo un gravísimo problema y la prostitución de niñas y jóvenes no hace sino aumentar”. La voz de la activista Leymah Gbowee, también galardonada este año con el Nobel de la Paz, es contundente cuando se dirige al público para inaugurar “Los 16 días de Activismo Contra la Violencia de Género”, una campaña con la que el Gobierno de Johnson Sirleaf intenta sensibilizar a la población y que este año ha elegido el lema “La paz en el hogar es la paz en la nación” como lema.
“En este país tenemos muchos problemas que resolver y esta campaña contra la violencia de género es una oportunidad de reflexionar sobre estas cuestiones a las que todos en Liberia, pobres y ricos, temen enfrentarse”, espeta la conocida y respetada activista.
“Los casos más graves de violencia de género se producen en el ámbito doméstico, donde los hombres golpean a las mujeres y a los hijos y donde las violaciones son cometidas por vecinos o miembros de la familia”, relata la asistente social Jestina Hoff. “Todos estos problemas de ausencia de derechos humanos salieron a la luz y se recrudecieron cuando se iniciaron campañas de sensibilización y las mujeres empezaron a abrir los ojos. Ahora la violencia es más física porque los hombres se niegan a aceptar los cambios. Y los horrores vividos durante la guerra la han recrudecido”.
Unos horrores que las duras elecciones, de las que el país está recuperándose, han sacado a la luz demostrando que la traumatizada sociedad liberiana necesita urgentemente curación. Consciente de ello, la reelecta presidenta Ellen Johnson Sirleaf, quien el pasado 16 inició su segundo mandato con la significativa presencia de Hillary Clinton en la ceremonia de investidura, ha encargado a la ministra Leymah Gbwoee dirigir una Comisión de Reconciliación Nacional que devuelva definitivamente la paz a los hogares de Liberia. Leymah, que conoce el terreno como nadie, no ha dudado en aceptar, pero dejando claras las reglas del juego. “Es imposible mantener la paz en el hogar cuando los estómago están vacíos, cuando no se tiene trabajo ni educación. Corresponde al Estado proveer a los liberianos de los medios necesarios para erradicar la violencia del hogar y de la nación”.
Mama Ellen, como llaman a la presidenta en su país, ha reconocido que erradicar la pobreza de Liberia -en la que viven sumidos la mayoría de sus casi cuatro millones de habitantes- es su asignatura pendiente en este nuevo mandato y que “queda un largo camino a recorrer”.
Monrovia, El País
Jestina Hoff tenía 14 años cuando tuvo relaciones sexuales por primera vez. Sus padres se enteraron y le propinaron una paliza tan brutal que tuvieron que llevarla al hospital. Le costó varias semanas recuperarse. “Tenía la cara y el cuerpo entero hinchado por los golpes que me dieron; era imposible reconocerme. Así son las cosas en Liberia”, explica Jestina. Su padre, que es militar y tiene 24 hijos de varias relaciones extramatrimoniales, le pegó un tiro en la pierna a su novio. El sexo se convirtió para ella en una disfunción y tuvo que recibir asistencia psicológica para superar un incidente que determinó su vida profesional. Hoy Jestina, casada y madre de dos hijos, es una asistente social especializada en mujeres vulnerables que combina su trabajo en la Cruz Roja Liberiana con estudios de sociología en la Universidad de Monrovia.
Precious Diggs, una excombatiente de 26 años, sigue uno de sus programas de apoyo psicosocial y reinserción laboral. Era una adolescente cuando se enroló en el LURD, uno de los grupos rebeldes que provocaron la llamada segunda guerra civil contra el entonces presidente Charles Taylor. “Atacaron nuestro poblado y quemaron mi casa. Violaron y asesinaron a mi hermana. Tuve que unirme a ellos para que no me mataran a mí también. Cocinábamos para ellos. Transportábamos la munición y algunas como yo éramos también sus mujeres. Era la guerra, a la gente la violaban y asesinaban por nada. No me quedó más remedio que hacerme soldado”, se justifica Precious.
“Los casos de excombatientes son los más delicados a la hora de reintegrarlas en la sociedad”, explica Jestina, “porque en las comunidades saben quiénes son y lo que hicieron”. Precious, que ahora tiene un hijo de ocho años, se ha cambiado de barriada, oculta su pasado y, aunque su mirada es desafiante y vive en permanente estado de alerta, gracias a este programa es capaz de vivir entre la gente sin enzarzarse en una pelea a la mínima de cambio, tal es el alto grado de estrés y violencia que su experiencia le ha dejado como secuela. Precisamente hoy se presenta en Madrid la Fundación Mujeres por África, que encabeza la vicepresidenta del Gobierno y miembro del Consejo de Estado María Teresa Fernández de la Vega.
Durante la larga contienda, en la que se sucedieron dos guerras civiles (1989-2003), y que destruyó física y moralmente a Liberia, una vez más fueron las mujeres y las niñas las víctimas propiciatorias. En algunos condados del interior del país hasta un 93% fueron violadas o sufrieron violencia sexual extrema y muchas fueron movilizadas como combatientes y esclavas sexuales. En la actualidad, casi nueve años después de la firma de la paz, la violencia de género es una lacra que parece enquistarse en el seno de una sociedad profundamente machista que considera que violar a una mujer activa sexualmente no es una ofensa grave y que culpa a las jóvenes de incitar a los hombres por su indecorosa forma de vestir.
La violación está a la orden del día y un 70% de los casos que se denuncian responde a este delito, por encima del robo a mano armada. En un 40% de los casos, las víctimas son menores de 12 años. “Creemos que este problema se ha dimensionado por las terribles experiencias que nuestra gente, especialmente los hombres jóvenes, tuvieron durante los 15 años de guerra”, confirma Christiana Tah, ministra de Justicia. Hace cinco años el Gobierno de Ellen Johnson-Sirleaf, la primera y única mujer presidente de un país africano y premio Nobel de la Paz 2011 , implementó con el apoyo de la UNMIL (ONU en Liberia) un plan nacional de acción, para dar poder a las mujeres y luchar contra la violencia de género. Y en 2009 tipificó como delito grave la violación con una ley que puede condenar a sus perpetradores a cadena perpetua, pero la aplicación de la norma está resultando una tarea muy difícil. “La escasez de medios, que impiden peritar los casos y con un solo tribunal en Monrovia hace que cientos de acusados sean puestos en libertad antes del juicio”, reconoce la ministra Tah.
Por otro lado, la vergüenza y el miedo a posibles represalias hacen que muchas víctimas prefieran llegar a acuerdos con las familias de los violadores o no se atrevan a denunciar lo que les ha sucedido. “¿Para qué iba a denunciarle? ¿Me iba a servir de algo que todos se enteren que he sido violada?”, expone Julia Williams, una cualificada joven de 26 años que trabaja en una conocida empresa y que prefiere usar un nombre falso y mantener en el anonimato su profesión. “Era supuestamente un buen amigo, un compañero de universidad con el que acostumbraba a salir. Una tarde me dijo que pasase a recogerle por su casa, como otras veces había hecho. Cuando llegué, cerró la puerta y me dijo que me iba a violar. Tras forcejear y recibir varios golpes, comprendí que corría un grave riesgo y tuve que abandonar mi lucha”. Como la mayoría de las jóvenes liberianas, en lugar de bragas, lleva unos ajustados shorts negros para, al menos, dificultar la tarea de los agresores.
Según un reciente estudio de Action Aid Internacional, los espacios urbanos son cada vez más peligrosos para las mujeres liberianas, debido a la falta de alumbrado y la escasa seguridad de sus transportes. Y son las jóvenes universitarias las que sufren más ataques, en las aulas y durante sus traslados al campus. La mayoría de las veces son sus propios compañeros de clase, colegas, incluso profesores, los agresores.
“Creíamos que las cosas serían diferentes al acabar la guerra, sin embargo la violación continúa siendo un gravísimo problema y la prostitución de niñas y jóvenes no hace sino aumentar”. La voz de la activista Leymah Gbowee, también galardonada este año con el Nobel de la Paz, es contundente cuando se dirige al público para inaugurar “Los 16 días de Activismo Contra la Violencia de Género”, una campaña con la que el Gobierno de Johnson Sirleaf intenta sensibilizar a la población y que este año ha elegido el lema “La paz en el hogar es la paz en la nación” como lema.
“En este país tenemos muchos problemas que resolver y esta campaña contra la violencia de género es una oportunidad de reflexionar sobre estas cuestiones a las que todos en Liberia, pobres y ricos, temen enfrentarse”, espeta la conocida y respetada activista.
“Los casos más graves de violencia de género se producen en el ámbito doméstico, donde los hombres golpean a las mujeres y a los hijos y donde las violaciones son cometidas por vecinos o miembros de la familia”, relata la asistente social Jestina Hoff. “Todos estos problemas de ausencia de derechos humanos salieron a la luz y se recrudecieron cuando se iniciaron campañas de sensibilización y las mujeres empezaron a abrir los ojos. Ahora la violencia es más física porque los hombres se niegan a aceptar los cambios. Y los horrores vividos durante la guerra la han recrudecido”.
Unos horrores que las duras elecciones, de las que el país está recuperándose, han sacado a la luz demostrando que la traumatizada sociedad liberiana necesita urgentemente curación. Consciente de ello, la reelecta presidenta Ellen Johnson Sirleaf, quien el pasado 16 inició su segundo mandato con la significativa presencia de Hillary Clinton en la ceremonia de investidura, ha encargado a la ministra Leymah Gbwoee dirigir una Comisión de Reconciliación Nacional que devuelva definitivamente la paz a los hogares de Liberia. Leymah, que conoce el terreno como nadie, no ha dudado en aceptar, pero dejando claras las reglas del juego. “Es imposible mantener la paz en el hogar cuando los estómago están vacíos, cuando no se tiene trabajo ni educación. Corresponde al Estado proveer a los liberianos de los medios necesarios para erradicar la violencia del hogar y de la nación”.
Mama Ellen, como llaman a la presidenta en su país, ha reconocido que erradicar la pobreza de Liberia -en la que viven sumidos la mayoría de sus casi cuatro millones de habitantes- es su asignatura pendiente en este nuevo mandato y que “queda un largo camino a recorrer”.