La oposición islamista vence en las elecciones al Parlamento de Kuwait
Junto a ellos, representantes tribales y liberales suman 34 electos. Se elegían 50 diputados, aunque la Cámara cuenta con 65 por el sitio reservado de los ministros
Kuwait, El País
La oposición de Kuwait, encabezada por los islamistas, ha logrado 34 diputados en la nueva Asamblea Nacional, frente a los 20 que tenían en la saliente. Pero a pesar de que esa cifra le garantiza la mayoría de la Cámara, el desbloqueo de la crisis política e institucional que sufre el rico emirato petrolero sigue estando en manos del emir. El jeque Sabah al Ahmad al Yaber al Sabah tiene la prerrogativa constitucional de nombrar al primer ministro y, si su elección no refleja la preferencia de los votantes, el Parlamento volverá a bloquear la actividad del Gobierno y es previsible que tampoco acabe la legislatura.
De acuerdo con los datos oficiales anunciados esta mañana, los islamistas suníes han conseguido 23 escaños, lo que les convierte en los ganadores de los comicios. Junto a ellos, representantes tribales y liberales suman los 34 electos que dan la verdadera mayoría a esa vaga coalición opositora. Aunque solo se elegía a 50 diputados, la Cámara cuenta en realidad con 65, ya que los ministros tienen sitio reservado.
Kuwait, El País
La oposición de Kuwait, encabezada por los islamistas, ha logrado 34 diputados en la nueva Asamblea Nacional, frente a los 20 que tenían en la saliente. Pero a pesar de que esa cifra le garantiza la mayoría de la Cámara, el desbloqueo de la crisis política e institucional que sufre el rico emirato petrolero sigue estando en manos del emir. El jeque Sabah al Ahmad al Yaber al Sabah tiene la prerrogativa constitucional de nombrar al primer ministro y, si su elección no refleja la preferencia de los votantes, el Parlamento volverá a bloquear la actividad del Gobierno y es previsible que tampoco acabe la legislatura.
De acuerdo con los datos oficiales anunciados esta mañana, los islamistas suníes han conseguido 23 escaños, lo que les convierte en los ganadores de los comicios. Junto a ellos, representantes tribales y liberales suman los 34 electos que dan la verdadera mayoría a esa vaga coalición opositora. Aunque solo se elegía a 50 diputados, la Cámara cuenta en realidad con 65, ya que los ministros tienen sitio reservado.
Sin embargo, la Constitución kuwaití no da a la mayoría parlamentaria el derecho de formar Gobierno, lo que reduce de forma significativa el valor de los resultados. De hecho, el único proyecto común del bloque opositor es promover cambios constitucionales que otorguen al Parlamento la elección del primer ministro, legalicen los partidos políticos y limiten el poder de la familia real. La dificultad estriba en que esa reforma requiere, además del respaldo de dos tercios de los diputados, el visto bueno del emir.
“No es necesario llegar tan lejos”, aseguró a EL PAÍS en vísperas de la consulta el ministro de Justicia. Ahmad Abdul-Mohsen al Mulaifi defendía que la Constitución de 1962 “es muy flexible y permite tener un primer ministro que no sea de la familia real porque no está escrito que tenga que ser miembro de ella”. Sus palabras abren la puerta a un gesto del jeque Sabah, aunque la mayoría de los kuwaitíes se muestran escépticos al respecto. Tampoco está claro que de producirse fuera a ser suficiente para satisfacer a quienes reclaman una monarquía constitucional.
Durante el año pasado, la oposición ha explotado en ese sentido el hartazgo de los kuwaitíes con la corrupción y las querellas en el seno de la familia real. Las manifestaciones, inspiradas en las revueltas de otros países árabes aunque sin llegar a pedir el cambio de régimen, forzaron la dimisión del Gobierno y obligaron al emir a disolver la Asamblea Nacional, por tercera vez desde 2006. Ahora, si no se sienten escuchados pueden volver a provocar la parálisis institucional.
A pesar de las limitaciones mencionadas, el Parlamento kuwaití tiene poderes legislativos y, a diferencia de lo que es habitual en la región, también dispone de la potestad de interpelar a los miembros del Ejecutivo, incluido el primer ministro.
De momento, las urnas han revelado que los aires de cambio de la primavera árabe favorecen también aquí a las fuerzas tradicionalistas y conservadoras. Aunque se alineen con la oposición en su apoyo a la reforma constitucional, los liberales apenas han obtenido dos diputados y ninguna de las 23 mujeres que se presentaban han logrado escaño. En el anterior Parlamento se sentaban cuatro de ellas. Pero sobre todo, los electores han castigado a los candidatos percibidos como progubernamentales, en especial a los 13 miembros de la anterior Cámara acusados de corrupción.
Ese mal, profundamente arraigado en la sociedad y la política kuwaitíes, también ha manchado la campaña electoral. Hasta el punto de que las denuncias de compra de votos se han convertido en objeto de chistes cotidianos. Incluso ahora, muchos kuwaitíes desestiman los resultados.
“La familia real comprará a todos los parlamentarios que pueda para debilitar a los opositores”, apunta un activista político. Incluso si así fuera, va a tener complicado revertir lo evidente. Hasta la comunidad chií, tradicionalmente alineada con el Gobierno, ha reducido sus diputados de nueve a siete. Aunque también es cierto que la participación, del 62%, se quedó por debajo de las expectativas suscitadas por la movilización que precedió a las elecciones.
“No es necesario llegar tan lejos”, aseguró a EL PAÍS en vísperas de la consulta el ministro de Justicia. Ahmad Abdul-Mohsen al Mulaifi defendía que la Constitución de 1962 “es muy flexible y permite tener un primer ministro que no sea de la familia real porque no está escrito que tenga que ser miembro de ella”. Sus palabras abren la puerta a un gesto del jeque Sabah, aunque la mayoría de los kuwaitíes se muestran escépticos al respecto. Tampoco está claro que de producirse fuera a ser suficiente para satisfacer a quienes reclaman una monarquía constitucional.
Durante el año pasado, la oposición ha explotado en ese sentido el hartazgo de los kuwaitíes con la corrupción y las querellas en el seno de la familia real. Las manifestaciones, inspiradas en las revueltas de otros países árabes aunque sin llegar a pedir el cambio de régimen, forzaron la dimisión del Gobierno y obligaron al emir a disolver la Asamblea Nacional, por tercera vez desde 2006. Ahora, si no se sienten escuchados pueden volver a provocar la parálisis institucional.
A pesar de las limitaciones mencionadas, el Parlamento kuwaití tiene poderes legislativos y, a diferencia de lo que es habitual en la región, también dispone de la potestad de interpelar a los miembros del Ejecutivo, incluido el primer ministro.
De momento, las urnas han revelado que los aires de cambio de la primavera árabe favorecen también aquí a las fuerzas tradicionalistas y conservadoras. Aunque se alineen con la oposición en su apoyo a la reforma constitucional, los liberales apenas han obtenido dos diputados y ninguna de las 23 mujeres que se presentaban han logrado escaño. En el anterior Parlamento se sentaban cuatro de ellas. Pero sobre todo, los electores han castigado a los candidatos percibidos como progubernamentales, en especial a los 13 miembros de la anterior Cámara acusados de corrupción.
Ese mal, profundamente arraigado en la sociedad y la política kuwaitíes, también ha manchado la campaña electoral. Hasta el punto de que las denuncias de compra de votos se han convertido en objeto de chistes cotidianos. Incluso ahora, muchos kuwaitíes desestiman los resultados.
“La familia real comprará a todos los parlamentarios que pueda para debilitar a los opositores”, apunta un activista político. Incluso si así fuera, va a tener complicado revertir lo evidente. Hasta la comunidad chií, tradicionalmente alineada con el Gobierno, ha reducido sus diputados de nueve a siete. Aunque también es cierto que la participación, del 62%, se quedó por debajo de las expectativas suscitadas por la movilización que precedió a las elecciones.