La frustración gana terreno en Libia
Al Gobierno provisional se le acaba el periodo de gracia. La población se impacienta ante la falta de resultados en el primer aniversario de la revolución
Trípoli, El País
Las sorprendentes nevadas que hace unos días pintaron Trípoli de blanco han sido recibidas por los libios como el mejor de los augurios: muerto Muamar el Gadafi, hasta los cielos les son propicios. La nieve y la lluvia arrastran el polvo del desierto, como la revolución ha arrastrado 42 años de dictadura. Algunos nubarrones, sin embargo, emergen en el horizonte. Un año después de la revuelta, la euforia deja paso a la decepción. La confianza en las nuevas autoridades se resquebraja por la falta de transparencia y por una gestión poco eficiente. Desbordado, el Gobierno provisional organiza a contrarreloj las elecciones legislativas previstas para junio. Mientras tanto, las milicias llenan el vacío de seguridad. El desafío es inmenso: todo está por hacer.
La bandera roja, negra y verde de la nueva Libia ondea por todos los rincones de la capital. Los colegios conmemoran el levantamiento del 17 de febrero de 2011. Las fotos de los mártires, esos miles de jóvenes muertos en la guerra, cuelgan en escaparates y vehículos. Los milicianos armados se han desplegado por la ciudad. Los libios celebran su liberación a golpe de claxon y Kaláshnikov, pero el jolgorio no oculta la preocupación por el futuro. “Estamos felices sin Gadafi, pero necesitamos certidumbre”, dice Karim en su joyería del barrio viejo de Trípoli. “Parece que en este país no hay Gobierno, que vamos sin rumbo”.
Todo, en efecto, es confuso en Libia. No hay policía ni Ejército. Casi nadie conoce a los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT), una especie de Parlamento autonombrado que ha capitaneado la rebelión. Tampoco a los ministros del Gobierno interino que se formó en noviembre. No se sabe dónde empiezan y terminan los cometidos de cada quien, pero la cabeza visible del nuevo poder sigue siendo Mustafá Abdelyalil, exministro de Justicia de Gadafi y presidente del CNT, antes venerado, y ahora blanco de todas las críticas.
“El CNT está hoy dominado por los gadafistas, empezando por el propio Abdelyalil, y por los Hermanos Musulmanes. Después de todos los sacrificios, al final hemos acabado en manos de unos oportunistas que se beneficiaron del régimen anterior y que ahora quieren seguir aprovechándose”, dice Yalal el Galal, empresario de Bengasi y hasta hace poco uno de los portavoces del CNT. “No hay transparencia, ni sistema racional de trabajo, ni rendición de cuentas”.
“Somos demasiado impacientes”, responde Mohamed Ambarak, rector de la Universidad Médica Internacional. “Dadas la circunstancias, la guerra, el legado de la dictadura, no estamos tan mal. El CNT unió a los libios, guió la liberación y estableció el Gobierno interino. Cometen errores, pero hacen lo mejor que pueden bajo una presión inmensa”.
El primer ministro interino, Abderrahim el Kib, un catedrático respetado pero con escaso margen de maniobra, tiene un reto inmediato sobre la mesa: preparar las elecciones legislativas de las que saldrá, en junio, la Asamblea nacional que redactará la Constitución y formará el nuevo Gobierno.
“Es una tarea titánica. De organización y de pedagogía. No tenemos elecciones ni partidos desde la independencia, en 1951”, explica Said Laswad, director del semanario Tripoli Post. “Pese a todo, esas elecciones no pueden posponerse. Es imperativo tener un Gobierno legítimo, que pueda destrabar la situación y tomar decisiones”.
Decisiones, por ejemplo, en economía. El Kib ha dejado claro que no va a firmar un solo contrato con las empresas extranjeras que hacen fila para invertir en Libia, sobre todo en infraestructuras, y que serán decisivas para reactivar la economía. Solo las petroleras han reiniciado sus actividades. El país alcanzará a mediados de este año los niveles de producción de crudo de antes de la guerra, 1,6 millones de barriles al día.
Otro de los grandes retos pendientes es la desmovilización de las milicias, algo impensable por ahora. “Calculamos que hay 50.000 combatientes, y la mayoría serán reabsorbidos en la nueva Policía y el Ejército”, explica Ashur el Shames, portavoz del Gobierno.
Las denuncias sobre los abusos de las milicias son constantes. Amnistía Internacional publica hoy un nuevo informe sobre los desmanes de algunos de estos grupos, que a falta de leyes y tribunales se toman la justicia por su mano. Pero esas mismas milicias, a la vez, garantizan la seguridad. “No tenemos casi delincuencia. Cuando trabajo de noche me siento seguro con ellos”, dice Mohamed, un taxista tripolitano. “La policía era abusiva y corrupta. Los zowars (revolucionarios) son nuestra gente, y se preocupan mucho”.
A pesar de todos los problemas, los libios viven una explosión de libertad inédita. Decenas de nuevas publicaciones invaden los quioscos. Y los partidos políticos, aún embrionarios, empiezan a organizarse. “Es un cambio radical. Es otro planeta”, dice Naima, estudiante de Psicología. “Los libios quieren una vida normal y están cumpliendo con sus responsabilidades. ¿Caos? Sí, pero un caos que funciona. La gente ya no se calla. Quizás es más interesante verlo de esta manera".
Trípoli, El País
Las sorprendentes nevadas que hace unos días pintaron Trípoli de blanco han sido recibidas por los libios como el mejor de los augurios: muerto Muamar el Gadafi, hasta los cielos les son propicios. La nieve y la lluvia arrastran el polvo del desierto, como la revolución ha arrastrado 42 años de dictadura. Algunos nubarrones, sin embargo, emergen en el horizonte. Un año después de la revuelta, la euforia deja paso a la decepción. La confianza en las nuevas autoridades se resquebraja por la falta de transparencia y por una gestión poco eficiente. Desbordado, el Gobierno provisional organiza a contrarreloj las elecciones legislativas previstas para junio. Mientras tanto, las milicias llenan el vacío de seguridad. El desafío es inmenso: todo está por hacer.
La bandera roja, negra y verde de la nueva Libia ondea por todos los rincones de la capital. Los colegios conmemoran el levantamiento del 17 de febrero de 2011. Las fotos de los mártires, esos miles de jóvenes muertos en la guerra, cuelgan en escaparates y vehículos. Los milicianos armados se han desplegado por la ciudad. Los libios celebran su liberación a golpe de claxon y Kaláshnikov, pero el jolgorio no oculta la preocupación por el futuro. “Estamos felices sin Gadafi, pero necesitamos certidumbre”, dice Karim en su joyería del barrio viejo de Trípoli. “Parece que en este país no hay Gobierno, que vamos sin rumbo”.
Todo, en efecto, es confuso en Libia. No hay policía ni Ejército. Casi nadie conoce a los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT), una especie de Parlamento autonombrado que ha capitaneado la rebelión. Tampoco a los ministros del Gobierno interino que se formó en noviembre. No se sabe dónde empiezan y terminan los cometidos de cada quien, pero la cabeza visible del nuevo poder sigue siendo Mustafá Abdelyalil, exministro de Justicia de Gadafi y presidente del CNT, antes venerado, y ahora blanco de todas las críticas.
“El CNT está hoy dominado por los gadafistas, empezando por el propio Abdelyalil, y por los Hermanos Musulmanes. Después de todos los sacrificios, al final hemos acabado en manos de unos oportunistas que se beneficiaron del régimen anterior y que ahora quieren seguir aprovechándose”, dice Yalal el Galal, empresario de Bengasi y hasta hace poco uno de los portavoces del CNT. “No hay transparencia, ni sistema racional de trabajo, ni rendición de cuentas”.
“Somos demasiado impacientes”, responde Mohamed Ambarak, rector de la Universidad Médica Internacional. “Dadas la circunstancias, la guerra, el legado de la dictadura, no estamos tan mal. El CNT unió a los libios, guió la liberación y estableció el Gobierno interino. Cometen errores, pero hacen lo mejor que pueden bajo una presión inmensa”.
El primer ministro interino, Abderrahim el Kib, un catedrático respetado pero con escaso margen de maniobra, tiene un reto inmediato sobre la mesa: preparar las elecciones legislativas de las que saldrá, en junio, la Asamblea nacional que redactará la Constitución y formará el nuevo Gobierno.
“Es una tarea titánica. De organización y de pedagogía. No tenemos elecciones ni partidos desde la independencia, en 1951”, explica Said Laswad, director del semanario Tripoli Post. “Pese a todo, esas elecciones no pueden posponerse. Es imperativo tener un Gobierno legítimo, que pueda destrabar la situación y tomar decisiones”.
Decisiones, por ejemplo, en economía. El Kib ha dejado claro que no va a firmar un solo contrato con las empresas extranjeras que hacen fila para invertir en Libia, sobre todo en infraestructuras, y que serán decisivas para reactivar la economía. Solo las petroleras han reiniciado sus actividades. El país alcanzará a mediados de este año los niveles de producción de crudo de antes de la guerra, 1,6 millones de barriles al día.
Otro de los grandes retos pendientes es la desmovilización de las milicias, algo impensable por ahora. “Calculamos que hay 50.000 combatientes, y la mayoría serán reabsorbidos en la nueva Policía y el Ejército”, explica Ashur el Shames, portavoz del Gobierno.
Las denuncias sobre los abusos de las milicias son constantes. Amnistía Internacional publica hoy un nuevo informe sobre los desmanes de algunos de estos grupos, que a falta de leyes y tribunales se toman la justicia por su mano. Pero esas mismas milicias, a la vez, garantizan la seguridad. “No tenemos casi delincuencia. Cuando trabajo de noche me siento seguro con ellos”, dice Mohamed, un taxista tripolitano. “La policía era abusiva y corrupta. Los zowars (revolucionarios) son nuestra gente, y se preocupan mucho”.
A pesar de todos los problemas, los libios viven una explosión de libertad inédita. Decenas de nuevas publicaciones invaden los quioscos. Y los partidos políticos, aún embrionarios, empiezan a organizarse. “Es un cambio radical. Es otro planeta”, dice Naima, estudiante de Psicología. “Los libios quieren una vida normal y están cumpliendo con sus responsabilidades. ¿Caos? Sí, pero un caos que funciona. La gente ya no se calla. Quizás es más interesante verlo de esta manera".