Una oleada de atentados en Bagdad reabre la herida sectaria en Irak
Cinco explosiones dejan decenas de muertos días después de la retirada de las tropas de EE UU
Bagdad, El País
La oleada de explosiones que esta mañana ha sacudido Bagdad y el atentado, horas después, contra un grupo de peregrinos chiíes cerca de Nasiriya, en el sur de Irak, son algo más que una muestra de la frágil seguridad del país, menos de un mes después de la salida de las tropas estadounidenses. Las cuatro bombas que han golpeado la capital han estallado en dos barrios chiíes, un claro mensaje a una comunidad cuya mayoría numérica le da el control del Gobierno, pero sobre todo al primer ministro Nuri al Maliki que está utilizando la carta sectaria para agarrarse al poder. Los ataques revelan también que la brecha entre suníes y chiíes continúa abierta nueve años después de que la invasión de EE UU sacara a la luz el precario equilibrio confesional que ocultaba la dictadura de Sadam Husein.
Según las agencias de noticias, dos coches bomba han causado al menos 15 muertos y 32 heridos hacia las nueve de la mañana en el barrio noroccidental de Kadhumiya, el principal santuario chií de Bagdad. Un par de horas antes, otros dos explosivos, uno de ellos escondido en una moto y otro en una cuneta, han matado a otras ocho personas y herido a 37 más en Ciudad Sáder, un inmenso suburbio situado al este de la capital iraquí. La policía ha asegurado haber desactivado dos artefactos más en las proximidades. Ciudad Sáder es el feudo del clérigo radical Múqtada al Sáder (a cuyo padre hace referencia el nombre), un apoyo clave para el Gobierno de Al Maliki.
Otra bomba, dirigido contra un grupo de peregrinos chiíes iban al santuario de Kerbala, ha estallado en la ciudad de Batha, cerca de Nasiriya, y ha causado 45 muertos y 72 heridos.
La matanza se suma a los 72 muertos de las últimas semanas, en atentados similares y también en zonas mayoritariamente chiíes de Irak, y que han resucitado la pesadilla de la violencia sectaria que entre 2006 y 2007 estuvo a punto de sumir el país en una guerra civil. Lo que es más preocupante confirma los temores de que, tras nueve años de ocupación, la insurgencia suní y las milicias chiíes continúan siendo una amenaza para la estabilidad.
Crisis política
La tensión entre ambas comunidades se ha reavivado a raíz de la grave crisis política que enfrenta a los principales grupos políticos que les representan. Los políticos suníes, agrupados bajo el paraguas del bloque intersectario Al Iraqiya, llevan meses denunciando que la obsesión de Al Maliki con los baazistas (simpatizantes del Partido Baaz de Sadam Husein, ahora ilegalizado) es sólo una tapadera para apartarles del poder. De hecho, la mayoría de los 600 recientemente detenidos bajo esa acusación son suníes, la confesión a la que pertenecía el dictador depuesto y que ha visto desplazada por el peso de los chiíes.
Al Maliki, cuyos ramalazos autoritarios admiten incluso algunos de sus socios de coalición, ha agravado el contexto al ordenar hace unos días la detención del vicepresidente Tarek al Hachemi, un suní al que acusa de dirigir escuadrones de la muerte. Al Hachemi, el más alto cargo de esa comunidad, ha encontrado refugio en la región autónoma de Kurdistán, cuya población es también mayoritariamente suní aunque no árabe como en el resto de Irak y donde está fuera del alcance de las fuerzas de seguridad estatales.
Al Iraqiya, el segundo grupo parlamentario con 82 diputados a pesar de haber sido el más votado en las elecciones de marzo de 2010, decidió boicotear la Cámara a partir del 18 de diciembre, el mismo día de la salida del último soldado norteamericano para protestar porque el primer ministro controla todos los puestos clave. Sus nueve ministros tampoco asisten a las reuniones del Ejecutivo. La inclusión de Al Iraqiya en la coalición de Gobierno se consideró clave para hacer partícipes a los suníes y evitar una vuelta al sectarismo que ha costado miles de vidas desde la invasión.
Bagdad, El País
La oleada de explosiones que esta mañana ha sacudido Bagdad y el atentado, horas después, contra un grupo de peregrinos chiíes cerca de Nasiriya, en el sur de Irak, son algo más que una muestra de la frágil seguridad del país, menos de un mes después de la salida de las tropas estadounidenses. Las cuatro bombas que han golpeado la capital han estallado en dos barrios chiíes, un claro mensaje a una comunidad cuya mayoría numérica le da el control del Gobierno, pero sobre todo al primer ministro Nuri al Maliki que está utilizando la carta sectaria para agarrarse al poder. Los ataques revelan también que la brecha entre suníes y chiíes continúa abierta nueve años después de que la invasión de EE UU sacara a la luz el precario equilibrio confesional que ocultaba la dictadura de Sadam Husein.
Según las agencias de noticias, dos coches bomba han causado al menos 15 muertos y 32 heridos hacia las nueve de la mañana en el barrio noroccidental de Kadhumiya, el principal santuario chií de Bagdad. Un par de horas antes, otros dos explosivos, uno de ellos escondido en una moto y otro en una cuneta, han matado a otras ocho personas y herido a 37 más en Ciudad Sáder, un inmenso suburbio situado al este de la capital iraquí. La policía ha asegurado haber desactivado dos artefactos más en las proximidades. Ciudad Sáder es el feudo del clérigo radical Múqtada al Sáder (a cuyo padre hace referencia el nombre), un apoyo clave para el Gobierno de Al Maliki.
Otra bomba, dirigido contra un grupo de peregrinos chiíes iban al santuario de Kerbala, ha estallado en la ciudad de Batha, cerca de Nasiriya, y ha causado 45 muertos y 72 heridos.
La matanza se suma a los 72 muertos de las últimas semanas, en atentados similares y también en zonas mayoritariamente chiíes de Irak, y que han resucitado la pesadilla de la violencia sectaria que entre 2006 y 2007 estuvo a punto de sumir el país en una guerra civil. Lo que es más preocupante confirma los temores de que, tras nueve años de ocupación, la insurgencia suní y las milicias chiíes continúan siendo una amenaza para la estabilidad.
Crisis política
La tensión entre ambas comunidades se ha reavivado a raíz de la grave crisis política que enfrenta a los principales grupos políticos que les representan. Los políticos suníes, agrupados bajo el paraguas del bloque intersectario Al Iraqiya, llevan meses denunciando que la obsesión de Al Maliki con los baazistas (simpatizantes del Partido Baaz de Sadam Husein, ahora ilegalizado) es sólo una tapadera para apartarles del poder. De hecho, la mayoría de los 600 recientemente detenidos bajo esa acusación son suníes, la confesión a la que pertenecía el dictador depuesto y que ha visto desplazada por el peso de los chiíes.
Al Maliki, cuyos ramalazos autoritarios admiten incluso algunos de sus socios de coalición, ha agravado el contexto al ordenar hace unos días la detención del vicepresidente Tarek al Hachemi, un suní al que acusa de dirigir escuadrones de la muerte. Al Hachemi, el más alto cargo de esa comunidad, ha encontrado refugio en la región autónoma de Kurdistán, cuya población es también mayoritariamente suní aunque no árabe como en el resto de Irak y donde está fuera del alcance de las fuerzas de seguridad estatales.
Al Iraqiya, el segundo grupo parlamentario con 82 diputados a pesar de haber sido el más votado en las elecciones de marzo de 2010, decidió boicotear la Cámara a partir del 18 de diciembre, el mismo día de la salida del último soldado norteamericano para protestar porque el primer ministro controla todos los puestos clave. Sus nueve ministros tampoco asisten a las reuniones del Ejecutivo. La inclusión de Al Iraqiya en la coalición de Gobierno se consideró clave para hacer partícipes a los suníes y evitar una vuelta al sectarismo que ha costado miles de vidas desde la invasión.