Obama se ofrece como el candidato de la clase media
Barack Obama ingresó anoche oficialmente en la campaña electoral norteamericana, tratando de resaltar el contraste con sus rivales republicanos, con la propuesta de una economía que atienda prioritariamente las necesidades de las clases medias y procure una mayor justicia distributiva. Frente a la batalla extremista que se libra en el campo contrario, el presidente intentó aparecer ante la nación como el único candidato confiable para gobernar desde el centro, atendiendo al interés general y con cierto sentido común.
Obama dejó claro en el importante discurso anual sobre el estado de la Unión, que Estados Unidos tiene que elegir entre dos modelos económicos. “Podemos optar por un país en el que a un grupo reducido de gente le va realmente bien, mientras a que un número creciente de norteamericanos no les alcance para llegar. O bien podemos restaurar una economía en la que todos tengan una parte justa, todos hagan su aportación y todos jueguen bajo las mismas reglas”, manifestó.
“Lo que está en juego no son valores demócratas o valores republicanos”, añadió, tratando de recuperar un papel por encima de la lucha partidista. “Lo que está en juego son los valores americanos. Esos son los que reclamamos”. Un elemento central de esos valores, explicó el presidente, es el de la igualdad de oportunidades, actualmente en peligro. “Es hora de aplicar las mismas reglas desde arriba hasta abajo”, advirtió. “No más rescates, no más ayudas”, dijo, para recordar el dinero invertido en el rescate de los bancos. “Un país construido para perdurar tiene que insistir en la responsabilidad para todos”.
Con su visión de una economía basada en los valores y enfocada en el bien común a largo plazo, Obama intentó, al mismo tiempo, llevar templanza al actual y agitado debate político. No es difícil sonar prudente y constructivo en medio del clima creado por las primarias del Partido Republicano.
Quizá sea capaz de obtener la reelección en noviembre únicamente aportando una dosis de sensatez en la actual escalada del radicalismo conservador.
El ejemplo último de esa espiral ocurrió el lunes en el debate republicano. Después de que Mitt Romney confesase que solo ha pagado un 13,9% de impuestos en los dos últimos años –unos quince puntos menos que la media de los ciudadanos que viven de su salario-, todos los participantes estuvieron de acuerdo en que eso es mucho más de lo que pagaría de aplicarse la propuesta de su rival Newt Gingrich: cero. El contraste entre esas posiciones y los de una mayoría de la nación que, según una encuesta de la cadena CBS, apoya una tasa especial para los ingresos superiores al millón de dólares anuales, es abismal.
Y ese abismo es el que trató de llenar Obama con un mensaje dirigido a una población que observa su futuro con incertidumbre y desconfía de las soluciones que los políticos le ofrecen. Obama defiende un impuesto especial para los ricos, la llamada tasa Buffett en nombre del millonario Warren Buffett, quien reconoció que paga menos impuestos que su secretaria. Y ha presentado una serie de ideas para aliviar algunas de las preocupaciones de las clases medias: ayudas a las hipotecas y nuevos incentivos para la creación de puestos de trabajo en la pequeña y mediana empresa.
El propósito de este discurso era el de diseñar las reglas de una economía más atenta al equilibrio distributivo y más cercana a los ciudadanos. Este discurso será el eje de la campaña electoral de Obama. Obama tendrá algunas dificultades para hacer creíble sus palabras de anoche. En primer lugar tendrá que convencer a sus compatriotas de por qué necesita un segundo mandato si no lo ha conseguido en el primero. El paro continúa en un inquietante 8,5% y el ritmo de crecimiento económico es demasiado lento como para que esa cifra cambie sustancialmente antes de noviembre. Obama ha perdido el favor de los votantes independientes y, actualmente, su popularidad, de un 46% de promedio, es inferior a la de la mayoría de otros presidentes cuando aspiraban a la reelección.
Algunos datos, sin embargo, le favorecen. Los norteamericanos culpan más al Congreso, controlado por los republicanos, que a la Casa Blanca por la ineficacia de Washington ante los problemas nacionales, y la tendencia de la economía, pese a todo, es hacia la recuperación, no hacia el empeoramiento. Los peores momentos de angustia podrían haber pasado cuando los norteamericanos tengan que acudir a las urnas.
El mejor dato a favor de Obama es, no obstante, el estado de la carrera electoral republicana. Es muy difícil pensar hoy cómo un candidato como Newt Gingrich puede conquistar el voto independiente, tradicionalmente moderado y centrista. Y tampoco es fácil como Mitt Romney, a quien los datos de su biografía van perfilando como un elitista alejado de la América real, va a conseguir la victoria en estados industriales y obreros como Ohio, Pensilvania, New Jersey o Michigan que son determinantes para llegar a la presidencia.
Pese a todo, Obama no debería confiar únicamente en que una sabia combinación de populismo y sensatez le dé la victoria. No se gana la presidencia de Estados Unidos desde la prudencia. Este país piensa en grande y a su electorado le gusta elegir entre grandes proyectos. Probablemente, el republicano, con todas sus limitaciones, lo va a ser. Y Obama defendió anoche ante los norteamericanos que el suyo también. “Quiero trazar las líneas de un economía que dure, una economía que reconstruye nuestro poder manufacturero, una energía norteamericana y una alta formación para nuestros trabajadores”.
A partir de hoy, Obama emprende una gira por cinco estados que serán escenarios de la batalla electoral. Al margen de las obligaciones de la política exterior, poco más va a gobernar a partir de ahora.