México: Sequía y heladas de 2011 agudizan hambre entre Indígenas Rarámuris
México, AFP
Con voz apenas perceptible un joven indígena rarámuri lanza la pregunta: "¿Tiene comida? Tengo hambre", lo que refleja lo que están padeciendo unas 220.000 personas de esta etnia asentada en la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua en el norte de México.
Eusevino Pausen enseña su cansancio y debilidad a las puertas de la oficina de una organización indigenista de la Sierra, una cadena de montañas plagada de pequeños poblados distantes entre sí por horas y golpeados por los estragos causados por una histórica sequía y heladas el año pasado.
Para llegar de El Tejabán, su pueblo, hasta Creel, uno de los más grandes en la Sierra y donde opera la oficina de la Fundación Tarahumara, Pausen afirma que caminó ocho horas.
"No hay comida, no hay trabajo", relata el hombre, un drama que sin embargo no es nuevo en esta Sierra de 65.000 km2 de extensión y que, al contrario, se repite hace décadas entre estas olvidadas comunidades.
Con elecciones presidenciales en unos meses, la dura realidad volvió a capturar la atención del país luego que a mediados de enero corrieron rumores -desmentidos por autoridades y activistas- del supuesto suicidio por hambre de unos 50 rarámuris.
La historia tuvo como sustento la prolongada sequía, calificada por el presidente Felipe Calderón como la peor en décadas, a lo que se sumó una intensa helada que además no produjo la nieve vital para alimentar los arroyos de la montaña.
Octavio Hijar, uno de los directivos de la fundación, explicó a la AFP que en la región no ha habido suicidios, ni mucho menos una crisis humanitaria por desnutrición severa, pero "sí hay una escasez de alimentos, producto de que no hubo nieve ni lluvia" y advirtió que "de marzo a junio se agravará más".
Las fuentes de trabajo decaen y el turismo, que antes llegaba para admirar las colosales formaciones rocosas de la Sierra, sus lagos, cascadas y cañones cobrizos, disminuyó drásticamente por la violencia generada por el narcotráfico y los operativos del gobierno para combatirlo.
La zona es de control del crimen organizado y la ciudad más poblada del estado, Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, es la más violenta del país con 1.206 muertes entre enero y septiembre del año pasado, según cifras oficiales.
Los Rarámuri, palabra que significa pies ligeros y refleja la necesidad de caminar largos trayectos, se instalaron en estas zonas altas de difícil acceso durante la conquista española para evitar ser evangelizados y explotados en minas.
Actualmente, algunos siguen usando las cuevas de las montañas como corrales para sus animales y las empinadas y casi desérticas laredas de los cerros como parcelas de cultivo, que ahora lucen un amarillo seco.
"No tenemos comida, ni maíz, ni frijol y casi no hemos tenido todo el año", dice Julia Plácido, una indígena de menos de 20 años con su niño en brazos mientras espera, junto a cientos de personas, la entrega de costales de alimentos en el pueblo de Samachique.
La imagen se repetía en otras comunidades, según constató AFP en un recorrido. Largas filas de mujeres y hombres de todas las edades cubiertos con coloridas cobijas para protegerse del frío y cargando como podían las bolsas con la ayuda. Algunas madres abrían de inmediato la leche que les entregaban para dársela a sus hijos.
"Nunca habíamos logrado tener este nivel de atención", dice la misionera Sandra Luz Cerda, oriunda de Ciudad Juárez y que hace cuatro años opera un albergue en Guacayo. Ella reconoce que el problema de las muertes por hambre no es nuevo y manifestó que "lo ideal sería promover que (los rarámuris) sean autosuficientes".
En Pitorreal, una de las estaciones del único tren que atraviesa la región, la indígena María Patrocinia Cruz lamentó: "no levantamos nada de maíz, ni frijol, ni papa". El poblado recibió el sábado pasado la donación de alimentos durante una ceremonia encabezada por el gobernador de Chihuahua, César Duarte, y directivos de la Cruz Roja de México.
Según Duarte, la emergencia climatológica "no ha permitido la generación de vida", al tiempo que aseguró que pese a todo "en 2011 solo 28 personas murieron por desnutrición", en comparación a los 47 decesos registrados por esa misma causa en 2010.
Con voz apenas perceptible un joven indígena rarámuri lanza la pregunta: "¿Tiene comida? Tengo hambre", lo que refleja lo que están padeciendo unas 220.000 personas de esta etnia asentada en la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua en el norte de México.
Eusevino Pausen enseña su cansancio y debilidad a las puertas de la oficina de una organización indigenista de la Sierra, una cadena de montañas plagada de pequeños poblados distantes entre sí por horas y golpeados por los estragos causados por una histórica sequía y heladas el año pasado.
Para llegar de El Tejabán, su pueblo, hasta Creel, uno de los más grandes en la Sierra y donde opera la oficina de la Fundación Tarahumara, Pausen afirma que caminó ocho horas.
"No hay comida, no hay trabajo", relata el hombre, un drama que sin embargo no es nuevo en esta Sierra de 65.000 km2 de extensión y que, al contrario, se repite hace décadas entre estas olvidadas comunidades.
Con elecciones presidenciales en unos meses, la dura realidad volvió a capturar la atención del país luego que a mediados de enero corrieron rumores -desmentidos por autoridades y activistas- del supuesto suicidio por hambre de unos 50 rarámuris.
La historia tuvo como sustento la prolongada sequía, calificada por el presidente Felipe Calderón como la peor en décadas, a lo que se sumó una intensa helada que además no produjo la nieve vital para alimentar los arroyos de la montaña.
Octavio Hijar, uno de los directivos de la fundación, explicó a la AFP que en la región no ha habido suicidios, ni mucho menos una crisis humanitaria por desnutrición severa, pero "sí hay una escasez de alimentos, producto de que no hubo nieve ni lluvia" y advirtió que "de marzo a junio se agravará más".
Las fuentes de trabajo decaen y el turismo, que antes llegaba para admirar las colosales formaciones rocosas de la Sierra, sus lagos, cascadas y cañones cobrizos, disminuyó drásticamente por la violencia generada por el narcotráfico y los operativos del gobierno para combatirlo.
La zona es de control del crimen organizado y la ciudad más poblada del estado, Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, es la más violenta del país con 1.206 muertes entre enero y septiembre del año pasado, según cifras oficiales.
Los Rarámuri, palabra que significa pies ligeros y refleja la necesidad de caminar largos trayectos, se instalaron en estas zonas altas de difícil acceso durante la conquista española para evitar ser evangelizados y explotados en minas.
Actualmente, algunos siguen usando las cuevas de las montañas como corrales para sus animales y las empinadas y casi desérticas laredas de los cerros como parcelas de cultivo, que ahora lucen un amarillo seco.
"No tenemos comida, ni maíz, ni frijol y casi no hemos tenido todo el año", dice Julia Plácido, una indígena de menos de 20 años con su niño en brazos mientras espera, junto a cientos de personas, la entrega de costales de alimentos en el pueblo de Samachique.
La imagen se repetía en otras comunidades, según constató AFP en un recorrido. Largas filas de mujeres y hombres de todas las edades cubiertos con coloridas cobijas para protegerse del frío y cargando como podían las bolsas con la ayuda. Algunas madres abrían de inmediato la leche que les entregaban para dársela a sus hijos.
"Nunca habíamos logrado tener este nivel de atención", dice la misionera Sandra Luz Cerda, oriunda de Ciudad Juárez y que hace cuatro años opera un albergue en Guacayo. Ella reconoce que el problema de las muertes por hambre no es nuevo y manifestó que "lo ideal sería promover que (los rarámuris) sean autosuficientes".
En Pitorreal, una de las estaciones del único tren que atraviesa la región, la indígena María Patrocinia Cruz lamentó: "no levantamos nada de maíz, ni frijol, ni papa". El poblado recibió el sábado pasado la donación de alimentos durante una ceremonia encabezada por el gobernador de Chihuahua, César Duarte, y directivos de la Cruz Roja de México.
Según Duarte, la emergencia climatológica "no ha permitido la generación de vida", al tiempo que aseguró que pese a todo "en 2011 solo 28 personas murieron por desnutrición", en comparación a los 47 decesos registrados por esa misma causa en 2010.