La incompleta revolución de Egipto será exitosa
Mohamed El-Erian, CEO y co-CIO de PIMCO, es autor de When Markets Collide (Cuando los mercados colisionan).
Hace un año, egipcios de todas las edades y religiones tomaron las calles y en sólo 18 días de protestas relativamente pacíficas, derrocaron el régimen que los había gobernado con mano de hierro durante 30 años. Con el poder de un movimiento impresionante aunque sin líder, mayoritariamente formado por jóvenes, los ciudadanos superaron décadas de miedo para exigir voz en su futuro.
Aunque se ha logrado mucho desde esos momentos de euforia, actualmente la revolución de Egipto, desafortunadamente, está incompleta e imperfecta, tanto que hay quienes dudan de que sea plenamente exitosa. Considero que a aquellos que dudan se les probará que están equivocados.
En el último año, los egipcios votaron sus primeras elecciones parlamentarias libres y justas. Descubrieron la libertad de expresión y la utilizaron de tal manera que no hace mucho tiempo hubiera sido impensable. La participación en actividades cívicas está en aumento. Asimismo, los egipcios están aprendiendo mucho sobre quiénes son como sociedad y lo que pueden lograr de manera colectiva.
Por primera vez en décadas, millones de egipcios ahora sienten que su país “les pertenece” y que son responsables directamente de su bienestar y el de futuras generaciones. Éste es un logro que no tiene precio para un país que había fracasado en muchos frentes durante muchos años, que estaba en un proceso de pérdida de autoconfianza, no alcanzando su considerable potencial económico y social, así como cayendo en los puestos de desarrollo internacional.
Sin embargo, mayor posesión no se traduce en plena satisfacción. La insatisfacción en la actualidad es alta y creciente, lo cual es comprensible. Las instituciones no están logrando adaptarse con la rapidez suficiente. El sistema legal carece de suficiente legitimidad y agilidad. La seguridad de todos los días, aunque mejorando, aún no está lejos de ser adecuada.
No sorprende que la economía esté sufriendo y que probablemente empeore en los próximos meses. El crecimiento es lento, disparando alarmantemente el desempleo de la juventud. La escasez de algunos bienes comienza a manifestarse y el país está volteando al Fondo Monetario Internacional y otras instituciones crediticias para financiamiento de emergencia.
Por lo tanto, no es menos sorprendente que ahora los egipcios sientan que tras un comienzo estimulante, su revolución se haya atascado en un lodoso purgatorio. Asimismo, muchos piensan que el futuro es más incierto que nunca, lo cual naturalmente está alimentando la frustración sin que nadie se responsabilice de la falta de avance del movimiento. En efecto, con las crecientes tensiones domésticas desviando energías para el impulso de iniciativas progresistas, algunos egipcios están empezando a preguntarse si no hubiese sido mejor quedarse con el viejo sistema.
Lo que están viviendo actualmente los egipcios no es nuevo; es familiar para muchos países que han pasado por un cambio sistémico de raíz. Después de todo, las revoluciones van más allá de los levantamientos populares y el derrocamiento de regímenes. Son procesos dinámicos que deben pasar por una cantidad de puntos de resistencia críticos, incluyendo, sobre todo, la transición del desmantelamiento del pasado al establecimiento de las bases de un mejor futuro.
Hay quienes sostienen que Egipto no será capaz de sobrellevar este cambio. Aunque reconozco sus argumentos, pienso que no han comprendido lo que está fundamentalmente en juego en Egipto en la actualidad.
Aquellos que dudan destacan que lo que queda de las anclas internas y externas de Egipto, más que refinar y acelerar el proceso revolucionario, lo retrasan. Consideran que el creciente malestar económico del país reforzará el argumento de que los egipcios deben quedarse con lo que conocen, más que optar por un futuro más incierto. Finalmente, señalan la actitud de “ver y esperar” de los amigos y aliados de Egipto.
Todas estas son consideraciones válidas e importantes, pero no abrumadoras. Más bien, son vientos que pueden y serán superados, ya que no ven una realidad que es evidente por los sentimientos de un amplio y diverso sector de la sociedad. Los egipcios no se conformarán con una revolución incompleta, no ahora y especialmente después de todos los sacrificios que se han hecho.
Completar su revolución no será un proceso rápido, fácil ni cómodo, pero se logrará. La determinación colectiva de los egipcios asegurará que en el segundo año de la revolución, el país obtenga una nueva Constitución, lleve a cabo elecciones presidenciales apropiadas y se beneficien de un Parlamento funcional y representativo. Tras finalizar la transición, las fuerzas armadas regresarán a sus cuarteles para salvaguardar al país de amenazas externas.
Cualquier intento de desviar este legítimo proceso se enfrentará con millones de egipcios tomando las calles en protesta. No se equivoquen: los egipcios están comprometidos con la finalización de su impresionante revolución y lo lograrán.
Hace un año, egipcios de todas las edades y religiones tomaron las calles y en sólo 18 días de protestas relativamente pacíficas, derrocaron el régimen que los había gobernado con mano de hierro durante 30 años. Con el poder de un movimiento impresionante aunque sin líder, mayoritariamente formado por jóvenes, los ciudadanos superaron décadas de miedo para exigir voz en su futuro.
Aunque se ha logrado mucho desde esos momentos de euforia, actualmente la revolución de Egipto, desafortunadamente, está incompleta e imperfecta, tanto que hay quienes dudan de que sea plenamente exitosa. Considero que a aquellos que dudan se les probará que están equivocados.
En el último año, los egipcios votaron sus primeras elecciones parlamentarias libres y justas. Descubrieron la libertad de expresión y la utilizaron de tal manera que no hace mucho tiempo hubiera sido impensable. La participación en actividades cívicas está en aumento. Asimismo, los egipcios están aprendiendo mucho sobre quiénes son como sociedad y lo que pueden lograr de manera colectiva.
Por primera vez en décadas, millones de egipcios ahora sienten que su país “les pertenece” y que son responsables directamente de su bienestar y el de futuras generaciones. Éste es un logro que no tiene precio para un país que había fracasado en muchos frentes durante muchos años, que estaba en un proceso de pérdida de autoconfianza, no alcanzando su considerable potencial económico y social, así como cayendo en los puestos de desarrollo internacional.
Sin embargo, mayor posesión no se traduce en plena satisfacción. La insatisfacción en la actualidad es alta y creciente, lo cual es comprensible. Las instituciones no están logrando adaptarse con la rapidez suficiente. El sistema legal carece de suficiente legitimidad y agilidad. La seguridad de todos los días, aunque mejorando, aún no está lejos de ser adecuada.
No sorprende que la economía esté sufriendo y que probablemente empeore en los próximos meses. El crecimiento es lento, disparando alarmantemente el desempleo de la juventud. La escasez de algunos bienes comienza a manifestarse y el país está volteando al Fondo Monetario Internacional y otras instituciones crediticias para financiamiento de emergencia.
Por lo tanto, no es menos sorprendente que ahora los egipcios sientan que tras un comienzo estimulante, su revolución se haya atascado en un lodoso purgatorio. Asimismo, muchos piensan que el futuro es más incierto que nunca, lo cual naturalmente está alimentando la frustración sin que nadie se responsabilice de la falta de avance del movimiento. En efecto, con las crecientes tensiones domésticas desviando energías para el impulso de iniciativas progresistas, algunos egipcios están empezando a preguntarse si no hubiese sido mejor quedarse con el viejo sistema.
Lo que están viviendo actualmente los egipcios no es nuevo; es familiar para muchos países que han pasado por un cambio sistémico de raíz. Después de todo, las revoluciones van más allá de los levantamientos populares y el derrocamiento de regímenes. Son procesos dinámicos que deben pasar por una cantidad de puntos de resistencia críticos, incluyendo, sobre todo, la transición del desmantelamiento del pasado al establecimiento de las bases de un mejor futuro.
Hay quienes sostienen que Egipto no será capaz de sobrellevar este cambio. Aunque reconozco sus argumentos, pienso que no han comprendido lo que está fundamentalmente en juego en Egipto en la actualidad.
Aquellos que dudan destacan que lo que queda de las anclas internas y externas de Egipto, más que refinar y acelerar el proceso revolucionario, lo retrasan. Consideran que el creciente malestar económico del país reforzará el argumento de que los egipcios deben quedarse con lo que conocen, más que optar por un futuro más incierto. Finalmente, señalan la actitud de “ver y esperar” de los amigos y aliados de Egipto.
Todas estas son consideraciones válidas e importantes, pero no abrumadoras. Más bien, son vientos que pueden y serán superados, ya que no ven una realidad que es evidente por los sentimientos de un amplio y diverso sector de la sociedad. Los egipcios no se conformarán con una revolución incompleta, no ahora y especialmente después de todos los sacrificios que se han hecho.
Completar su revolución no será un proceso rápido, fácil ni cómodo, pero se logrará. La determinación colectiva de los egipcios asegurará que en el segundo año de la revolución, el país obtenga una nueva Constitución, lleve a cabo elecciones presidenciales apropiadas y se beneficien de un Parlamento funcional y representativo. Tras finalizar la transición, las fuerzas armadas regresarán a sus cuarteles para salvaguardar al país de amenazas externas.
Cualquier intento de desviar este legítimo proceso se enfrentará con millones de egipcios tomando las calles en protesta. No se equivoquen: los egipcios están comprometidos con la finalización de su impresionante revolución y lo lograrán.