La descalificación
La rebaja de la nota de S&P es una arriesgada enmienda a la totalidad de la eurozona
La rebaja de la calificación a la deuda soberana de nueve países europeos -España, Francia e Italia entre ellos- que la agencia Standard & Poor's anunció anoche constituye una enmienda a la totalidad de la eurozona. O bien pasará factura a la agencia o bien deberá provocar cambios en la política económica dominante en la Unión Europea. Su preanuncio tuvo efectos ambivalentes: una rebaja en la cotización del euro y el mantenimiento de las Bolsas continentales.
No por advertida, la rebaja deja de ser significativa. Pero también resulta muy contradictoria. Porque aplicarla a tantos países es casi como no rebajar a ninguno. Porque la amenaza que S&P lanzó en diciembre se basaba en que la restricción del crédito estaba produciendo "efectos sistémicos", algunos de los cuales han empezado a despejarse después de las medidas de abundante liquidez adoptadas por el Banco Central Europeo (BCE). Porque se produce justo en dirección contraria a la señalada por los mercados de deuda, que en las últimas cuatro jornadas venían abaratando considerablemente el coste de bonos y letras de dos países afectados, Italia y España, gracias tanto a la barra de liquidez ofrecida por Fráncfort, como al empeño de sus Gobiernos en el ajuste. Todo apunta a un oportunismo por el que parece que la agencia quiera corregir el embrionario optimismo de los mercados, más que servirles de referencia objetiva.
Y también porque, como no dejarán de señalar los interesados, cuesta encontrar la simetría en el trato, por ejemplo, entre la afectada Francia y el intocado Reino Unido, o entre Holanda y España, cuando los parámetros macroeconómicos de ambas parejas son bastante similares.
El lobo que tanto temía el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ya ha venido. Habrá que esperar algunos días para comprobar si sus efectos son relativos o devastadores. En el caso de la degradación, el pasado agosto, de la deuda de Estados Unidos, que desde entonces ha mejorado su apreciación en los mercados, el impacto ha sido más bien contrario al prestigio de la propia agencia. Esta, por cierto, pagó el precio de su audacia, aunque desmintiera reiteradamente que ese fuera el motivo, con la cabeza de su presidente.
Si el poder europeo gozara de la auctoritas que caracteriza al norteamericano, las tres agencias que conforman el más disparatado oligopolio mundial (sus hojas de servicios están repletas de errores) habrían pagado, no su desafío, sino su incompetencia profesional, con su exclusión para calificar, por ejemplo, los activos susceptibles de convertirse en garantía ante el BCE. Pero la Unión Europea ha sido demasiado tímida en la calificación de las calificadoras.
Como a veces no hay mal que por bien no venga, la señal de alerta, que subraya el carácter recesivo de la coyuntura, puede servir para estimular a la Unión, o al menos a la eurozona a complementar su política de austeridad con otra de estímulo y relanzamiento económico. (Editorial de El País)
La rebaja de la calificación a la deuda soberana de nueve países europeos -España, Francia e Italia entre ellos- que la agencia Standard & Poor's anunció anoche constituye una enmienda a la totalidad de la eurozona. O bien pasará factura a la agencia o bien deberá provocar cambios en la política económica dominante en la Unión Europea. Su preanuncio tuvo efectos ambivalentes: una rebaja en la cotización del euro y el mantenimiento de las Bolsas continentales.
No por advertida, la rebaja deja de ser significativa. Pero también resulta muy contradictoria. Porque aplicarla a tantos países es casi como no rebajar a ninguno. Porque la amenaza que S&P lanzó en diciembre se basaba en que la restricción del crédito estaba produciendo "efectos sistémicos", algunos de los cuales han empezado a despejarse después de las medidas de abundante liquidez adoptadas por el Banco Central Europeo (BCE). Porque se produce justo en dirección contraria a la señalada por los mercados de deuda, que en las últimas cuatro jornadas venían abaratando considerablemente el coste de bonos y letras de dos países afectados, Italia y España, gracias tanto a la barra de liquidez ofrecida por Fráncfort, como al empeño de sus Gobiernos en el ajuste. Todo apunta a un oportunismo por el que parece que la agencia quiera corregir el embrionario optimismo de los mercados, más que servirles de referencia objetiva.
Y también porque, como no dejarán de señalar los interesados, cuesta encontrar la simetría en el trato, por ejemplo, entre la afectada Francia y el intocado Reino Unido, o entre Holanda y España, cuando los parámetros macroeconómicos de ambas parejas son bastante similares.
El lobo que tanto temía el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ya ha venido. Habrá que esperar algunos días para comprobar si sus efectos son relativos o devastadores. En el caso de la degradación, el pasado agosto, de la deuda de Estados Unidos, que desde entonces ha mejorado su apreciación en los mercados, el impacto ha sido más bien contrario al prestigio de la propia agencia. Esta, por cierto, pagó el precio de su audacia, aunque desmintiera reiteradamente que ese fuera el motivo, con la cabeza de su presidente.
Si el poder europeo gozara de la auctoritas que caracteriza al norteamericano, las tres agencias que conforman el más disparatado oligopolio mundial (sus hojas de servicios están repletas de errores) habrían pagado, no su desafío, sino su incompetencia profesional, con su exclusión para calificar, por ejemplo, los activos susceptibles de convertirse en garantía ante el BCE. Pero la Unión Europea ha sido demasiado tímida en la calificación de las calificadoras.
Como a veces no hay mal que por bien no venga, la señal de alerta, que subraya el carácter recesivo de la coyuntura, puede servir para estimular a la Unión, o al menos a la eurozona a complementar su política de austeridad con otra de estímulo y relanzamiento económico. (Editorial de El País)