"Nos han robado la revolución"
La ciudad de Túnez donde arrancó la ‘primavera árabe’ vive con amargura el primer aniversario del inicio de la revuelta que echó del poder a Ben Ali
Túnez, El País
La ciudad de Sidi Bouzid ha ganado una batalla, pero no ha salido de la marginación. Las autoridades tunecinas se inclinaban por celebrar el 14 de enero próximo el primer aniversario de su revolución, el arranque de la primavera árabe. Ese día las protestas en todo el país obligaron al dictador Ben Ali a huir y exiliarse en Arabia Saudí.
“No queríamos que se nos robara la revolución”, explica Youssef Salhi, sindicalista de la UGTT y miembro del comité que organiza en Sidi Bouzid los festejos que conmemoran la revolución. “El plato fuerte de nuestro festival es este fin de semana, porque ayer sábado hace un año que todo empezó”, añade. “La capital y el Sahel [zona costera oriental] arrancaron la independencia de Francia en 1956, pero nosotros hemos conquistado la democracia”.
Mohamed Bouazizi, de 26 años, vendedor ambulante de frutas y hortalizas, se inmoló ese día a las 11.30 ante la sede del Gobierno Civil de Sidi Bouzid, una ciudad de cerca de 100.000 habitantes —aunque aparenta bastantes menos—, a 285 kilómetros al sur de Túnez. Protestaba así contra las supuestas humillaciones que sufrió por parte de una policía municipal, Fayda Hamdi, que le volcó el carrito con la mercancía y le abofeteó.
La versión inicial del incidente ha sido desde entonces matizada y la agente, juzgada y absuelta, trabaja ahora en dependencias municipales sin ser hostigada por la población cuando sale a la calle. Pero aquel suceso callejero provocó ese mismo día las primeras manifestaciones en esta ciudad olvidada del Túnez profundo, carente de infraestructuras y golpeada por el paro, que padece, según estimaciones privadas, el 48% de los adultos.
La ciudad ha convencido al Gobierno para celebrar hoy el aniversario en vez del 14 de enero, el día que huyó Ben Ali
Una semana después del suicidio de Bouazizi la revuelta se propagó por toda la provincia. Los eslóganes que coreaban los manifestantes se politizaron a partir del 28 de diciembre. Vociferaban “Zine [el Abidine Ben Ali], mentiroso, ¿dónde están tus promesas para los jóvenes?”. Ese día cayeron las primeras víctimas mortales de una revolución que costó más de 300 muertos. A partir del 3 de enero las protestan se generalizaron en el centro y el oeste del país. El 11 llegaron a los suburbios de la capital y el 14 por la mañana decenas de miles de personas gritaron en la capital “dégage!” (lárgate) al presidente, que se dio a la fuga.
¿Qué ha cambiado en Sidi Bouzid un año después? Nestouri Khadraoui, 41 años, pone cara de desolación cuando escucha la pregunta. “Para nosotros nada ha cambiado”, contesta este miembro de una asociación de licenciados en paro. “Desde el punto de vista económico y social seguimos igual”, se lamenta. “Desde un punto de vista político es verdad que disfrutamos de libertad; la gente ha perdido el miedo y está incluso orgullosa”.
Khadraoui habla en un café rodeado de jóvenes parados o que, como Moez, de 24 años, informático, se conforma con trabajar como camarero y ganar 7 dinares (3,8 euros) al día. “Las infraestructuras tampoco han mejorado”, prosigue Khadraoui. “Hay barrios enteros que carecen de agua corriente”, denuncia. Tras la revolución ha llegado la crisis, con la caída del turismo y de la inversión, y las arcas del Estado están casi vacías.
A la frustración general por la mala racha económica se añade la de aquellos que se consideran protagonistas de la revolución y no han logrado el suficiente reconocimiento. Es el caso de Attia Athmouni, sexagenario, responsable local del Partido Democrático Progresista (PDP, izquierda moderada), una formación legal pero atosigada durante la dictadura.
Tras la llegada de la democracia se ha incrementado la crisis, con la caída del turismo y de las inversiones
“Aquí tiene la prueba”, afirma Athmouni mientras coloca sobre la mesa un informe policial, robado en la comisaría de Sidi Bouzid cuando fue asaltada, en el que se le describe como uno de los líderes de la revuelta. Acogía en su tienda las reuniones del comité que coordinaba las protestas, del que fue su portavoz, y estuvo desaparecido en dependencias policiales desde el 28 de diciembre hasta principios de enero.
“Pese a todos nuestros sacrificios los islamistas nos han robado la revolución”, declara con amargura Athmouni. Ennahda (islamista) ganó en octubre, con el 41% de los sufragios, las primeras elecciones democráticas y “ahora son ellos los que dirigen el país” con un primer ministro, Hamadi Jebali, que ostenta el grueso del poder, se lamenta Athmouni, quien pese a su destacado papel no logró un escaño por Sidi Bouzid.
“Los islamistas han cerrado el paso a la izquierda con regalos a la población más humilde y con falsas promesas sociales”, prosigue el sexagenario opositor. “Lo han hecho con el dinero que les llega de los países del Golfo, empezando por Catar”, recalca Ali Bouazizi, primo del joven que se inmoló, y que fue de los primeros que se echó a la calle hace un año. “Se han infiltrado en las mezquitas, en los colegios”, señala Athmouni.
Pero la izquierda tiene también parte de responsabilidad en el éxito de sus adversarios. “Había que haber formado un amplio frente de progresistas y laicos para derrotar a Ennahda en las urnas en vez de acudir divididos” a los comicios, asegura. “Deberían haberse convocado las elecciones más pronto [transcurrieron diez meses desde el derrocamiento del dictador] antes de que las cámaras de la televisión Al Yazira se olviden de nosotros, los revolucionarios, para dedicarse a los barbudos; antes de que ellos tuvieran tiempo de organizarse”.
“No se hace la revolución para salir en la tele”, replica en tono áspero Sara Neji, profesora de instituto y militante de Ennahda en Sidi Bouzid. “Nosotros estábamos en la calle, concretamente yo y mi suegra, desde el primer día”, recuerda sentada en una salita de la sede de su partido, la más impoluta de cuantas vimos en la ciudad. “Ahora bien, estábamos allí con discreción porque si hubiéramos salido a cara descubierta la represión habría sido aún más dura”.
Neji no desmiente que su partido haya hecho “regalos”, aunque prefiere llamarlos gestos de “caridad islámica”. “Durante años actuamos así con nuestros miles de presos políticos”. Cerca de 30.000 pasaron por las cárceles de Ben Ali durante sus 23 años de dictadura. “Ahora que ya están en libertad cumplimos con los preceptos de nuestra religión entregando productos de primera necesidad a los pobres y circuncidando gratis a sus hijos. En el fondo, todos aquellos que nos critican temen al islam”, sentencia.
Salhi, el sindicalista, se muestra convencido de que “las fuerzas de progreso vencerán al oscurantismo. Su credibilidad se erosionará y nosotros seguiremos desarrollando la sociedad civil para que sepa defenderse del despotismo democrático. La revolución aún no ha concluido”.
Túnez, El País
La ciudad de Sidi Bouzid ha ganado una batalla, pero no ha salido de la marginación. Las autoridades tunecinas se inclinaban por celebrar el 14 de enero próximo el primer aniversario de su revolución, el arranque de la primavera árabe. Ese día las protestas en todo el país obligaron al dictador Ben Ali a huir y exiliarse en Arabia Saudí.
“No queríamos que se nos robara la revolución”, explica Youssef Salhi, sindicalista de la UGTT y miembro del comité que organiza en Sidi Bouzid los festejos que conmemoran la revolución. “El plato fuerte de nuestro festival es este fin de semana, porque ayer sábado hace un año que todo empezó”, añade. “La capital y el Sahel [zona costera oriental] arrancaron la independencia de Francia en 1956, pero nosotros hemos conquistado la democracia”.
Mohamed Bouazizi, de 26 años, vendedor ambulante de frutas y hortalizas, se inmoló ese día a las 11.30 ante la sede del Gobierno Civil de Sidi Bouzid, una ciudad de cerca de 100.000 habitantes —aunque aparenta bastantes menos—, a 285 kilómetros al sur de Túnez. Protestaba así contra las supuestas humillaciones que sufrió por parte de una policía municipal, Fayda Hamdi, que le volcó el carrito con la mercancía y le abofeteó.
La versión inicial del incidente ha sido desde entonces matizada y la agente, juzgada y absuelta, trabaja ahora en dependencias municipales sin ser hostigada por la población cuando sale a la calle. Pero aquel suceso callejero provocó ese mismo día las primeras manifestaciones en esta ciudad olvidada del Túnez profundo, carente de infraestructuras y golpeada por el paro, que padece, según estimaciones privadas, el 48% de los adultos.
La ciudad ha convencido al Gobierno para celebrar hoy el aniversario en vez del 14 de enero, el día que huyó Ben Ali
Una semana después del suicidio de Bouazizi la revuelta se propagó por toda la provincia. Los eslóganes que coreaban los manifestantes se politizaron a partir del 28 de diciembre. Vociferaban “Zine [el Abidine Ben Ali], mentiroso, ¿dónde están tus promesas para los jóvenes?”. Ese día cayeron las primeras víctimas mortales de una revolución que costó más de 300 muertos. A partir del 3 de enero las protestan se generalizaron en el centro y el oeste del país. El 11 llegaron a los suburbios de la capital y el 14 por la mañana decenas de miles de personas gritaron en la capital “dégage!” (lárgate) al presidente, que se dio a la fuga.
¿Qué ha cambiado en Sidi Bouzid un año después? Nestouri Khadraoui, 41 años, pone cara de desolación cuando escucha la pregunta. “Para nosotros nada ha cambiado”, contesta este miembro de una asociación de licenciados en paro. “Desde el punto de vista económico y social seguimos igual”, se lamenta. “Desde un punto de vista político es verdad que disfrutamos de libertad; la gente ha perdido el miedo y está incluso orgullosa”.
Khadraoui habla en un café rodeado de jóvenes parados o que, como Moez, de 24 años, informático, se conforma con trabajar como camarero y ganar 7 dinares (3,8 euros) al día. “Las infraestructuras tampoco han mejorado”, prosigue Khadraoui. “Hay barrios enteros que carecen de agua corriente”, denuncia. Tras la revolución ha llegado la crisis, con la caída del turismo y de la inversión, y las arcas del Estado están casi vacías.
A la frustración general por la mala racha económica se añade la de aquellos que se consideran protagonistas de la revolución y no han logrado el suficiente reconocimiento. Es el caso de Attia Athmouni, sexagenario, responsable local del Partido Democrático Progresista (PDP, izquierda moderada), una formación legal pero atosigada durante la dictadura.
Tras la llegada de la democracia se ha incrementado la crisis, con la caída del turismo y de las inversiones
“Aquí tiene la prueba”, afirma Athmouni mientras coloca sobre la mesa un informe policial, robado en la comisaría de Sidi Bouzid cuando fue asaltada, en el que se le describe como uno de los líderes de la revuelta. Acogía en su tienda las reuniones del comité que coordinaba las protestas, del que fue su portavoz, y estuvo desaparecido en dependencias policiales desde el 28 de diciembre hasta principios de enero.
“Pese a todos nuestros sacrificios los islamistas nos han robado la revolución”, declara con amargura Athmouni. Ennahda (islamista) ganó en octubre, con el 41% de los sufragios, las primeras elecciones democráticas y “ahora son ellos los que dirigen el país” con un primer ministro, Hamadi Jebali, que ostenta el grueso del poder, se lamenta Athmouni, quien pese a su destacado papel no logró un escaño por Sidi Bouzid.
“Los islamistas han cerrado el paso a la izquierda con regalos a la población más humilde y con falsas promesas sociales”, prosigue el sexagenario opositor. “Lo han hecho con el dinero que les llega de los países del Golfo, empezando por Catar”, recalca Ali Bouazizi, primo del joven que se inmoló, y que fue de los primeros que se echó a la calle hace un año. “Se han infiltrado en las mezquitas, en los colegios”, señala Athmouni.
Pero la izquierda tiene también parte de responsabilidad en el éxito de sus adversarios. “Había que haber formado un amplio frente de progresistas y laicos para derrotar a Ennahda en las urnas en vez de acudir divididos” a los comicios, asegura. “Deberían haberse convocado las elecciones más pronto [transcurrieron diez meses desde el derrocamiento del dictador] antes de que las cámaras de la televisión Al Yazira se olviden de nosotros, los revolucionarios, para dedicarse a los barbudos; antes de que ellos tuvieran tiempo de organizarse”.
“No se hace la revolución para salir en la tele”, replica en tono áspero Sara Neji, profesora de instituto y militante de Ennahda en Sidi Bouzid. “Nosotros estábamos en la calle, concretamente yo y mi suegra, desde el primer día”, recuerda sentada en una salita de la sede de su partido, la más impoluta de cuantas vimos en la ciudad. “Ahora bien, estábamos allí con discreción porque si hubiéramos salido a cara descubierta la represión habría sido aún más dura”.
Neji no desmiente que su partido haya hecho “regalos”, aunque prefiere llamarlos gestos de “caridad islámica”. “Durante años actuamos así con nuestros miles de presos políticos”. Cerca de 30.000 pasaron por las cárceles de Ben Ali durante sus 23 años de dictadura. “Ahora que ya están en libertad cumplimos con los preceptos de nuestra religión entregando productos de primera necesidad a los pobres y circuncidando gratis a sus hijos. En el fondo, todos aquellos que nos critican temen al islam”, sentencia.
Salhi, el sindicalista, se muestra convencido de que “las fuerzas de progreso vencerán al oscurantismo. Su credibilidad se erosionará y nosotros seguiremos desarrollando la sociedad civil para que sepa defenderse del despotismo democrático. La revolución aún no ha concluido”.