ENTREVISTA: HASAN TULUY Vicepresidente del Banco Mundial
JOSÉ MANUEL CALVO / EL PAÍS
Con una amplia experiencia en el Banco Mundial, tanto en el Mediterráneo y Oriente Próximo como en áreas de estrategia y recursos humanos -su actual responsabilidad-, Hasan Tuluy (Estambul, 1952) asume el 1 de enero la vicepresidencia para América Latina. La región, que creció un 5,9% en 2010, "acabará 2011 con crecimientos entre el 3,5% y el 4,5%", pronostica Tuluy, todavía instalado en su antiguo despacho de la sede del Banco en Washington.
Pregunta. ¿En qué situación económica está Latinoamérica?
Respuesta. El pasado decenio ha sido muy bueno. Han sido años de crecimiento y algunos de sus efectos se han trasladado a políticas de integración social. Sesenta millones de personas han escapado de la pobreza, un dato impresionante; la desigualdad ha empezado a reducirse, también muy importante, y los fundamentos de las políticas financieras han mejorado notablemente, con lo que se han podido crear amortiguadores y sistemas de protección capaces de afrontar crisis. Por tanto, no es solo que la década haya sido buena; es que ha sido capaz de crear las bases para absorber las consecuencias de esta crisis. Latinoamérica la está atravesando muy bien, por diversas razones, desde el precio de las materias primas hasta inversiones y atracción de flujos de capital, y porque se ha producido una revolución silenciosa en los asuntos financieros a nivel macro, fiscal, monetario, en capacidad institucional para controlar la inflación... Los elementos básicos han mejorado hasta el punto no solo de mantener el crecimiento, sino de afirmar los instrumentos que facilitan la navegación a través de las crisis.
P. ¿Cómo ve 2012? ¿Cuál es el panorama para la región?
R. Como se suele decir, debemos prepararnos para lo peor y tener esperanzas de que ocurra lo mejor. Hay dos posibilidades, aunque es todo muy cambiante. La mejor es una situación de crecimiento bajo en Europa y EE UU, que, con todo, siguen siendo las grandes economías; si siguen creciendo, incluso con tasas bajas, y si China es capaz de mantener un crecimiento elevado, entonces es muy probable que los precios de las materias primas se mantengan y que la liquidez no se vea frenada, de forma que Latinoamérica pueda mantener su nivel de crecimiento, quizá más moderadamente que en los últimos años, pero con una cierta firmeza; a lo mejor cae al 4% en lugar de estar en el 4,5%, pero crecerá. Si eso es así, lo que hay que asegurar es que los países inviertan para sentar las bases que aumenten su innovación y mejoren la productividad y la competitividad -en infraestructuras, en servicios...- para cuando acabe el periodo de enfriamiento. Esta es la mejor posibilidad.
P. ¿Y la peor?
R. Hay un cuadro más sombrío, más catastrofista, que tiene que ver no tanto con lo que van a hacer los países latinoamericanos, sino con lo que va a pasar con otros. La perspectiva más pesimista es aquella en la que la actual incertidumbre lleva a una caída en los precios de las materias primas, a una caída de la demanda, a la reducción de las remesas, a la restricción en el crédito... En estas circunstancias habría que poner el acento en la aplicación de los mecanismos de absorción del shock, de forma que no se pierda lo que se ha ganado en el último decenio. Las redes de seguridad, la activación de servicios sociales para proteger a los más vulnerables, asegurar que estas inversiones van a las comunidades que lo necesitan...
P. ¿La incertidumbre es peor para Latinoamérica, al depender, como acaba de decir, de lo que pase con los otros?
R. Sí, pero no hay que olvidar nunca la heterogeneidad de la zona. Hay países con mayor dependencia que otros, bien de una materia prima determinada, bien de sus socios comerciales. Estos sufren más las consecuencias de la incertidumbre que los que diversifican o tienen más socios. Los países que exportan más y a más destinos serán capaces de absorber mejor la crisis. Pero imagine que cae la demanda de China...
P. Si eso ocurre, y se asegura que no hay que tener gran imaginación para ello, habrá graves problemas, teniendo en cuenta que la mitad de las exportaciones latinoamericanas son materias primas...
R. Si eso ocurre, con el peso que tiene China en la región, con la cantidad de países afectados, tendría efecto no solo por la caída de los precios de las materias primas sino en las inversiones. Tendría efecto en todo. Ahora, si eso ocurriera, si se ralentizara la demanda desde China, vuelvo a lo anterior: la buena noticia es que un alto número de países ha creado mejores mecanismos defensivos. Muchas economías tienen hoy mejores amortiguadores, en forma de mecanismos fiscales, más reservas, menos inflación, una política monetaria que deja espacio para el crecimiento... Es muy importante anticiparse y estar preparado. Las medidas contracíclicas que las autoridades deberían tener listas exigen proyectos preparados e instituciones alerta, porque cuando la crisis golpea es demasiado tarde para diseñar proyectos y pensar en los mecanismos institucionales. Anticiparse, tener proyectos preparados, trabajar en los mecanismos de absorción de los impactos... todo ello les permite superar las incertidumbres de forma que cuando ese periodo pasa, emergen más fuertes que antes de la crisis.
P. ¿Y hasta qué punto ocurre eso? ¿Qué nivel de preparación hay en las economías latinoamericanas, aunque sea una pregunta demasiado general?
R. Como usted dice, los casos son distintos, por el tipo de economías, por el grado de dependencia... Centroamérica no tiene que ver con Perú, más diversificado. Habría que ir país por país, pero, en conjunto, comparado con el ciclo anterior, todos los países están mucho mejor preparados; sin duda, unos mejor que otros.
P. ¿Cuánto influye el estado de la economía de EE UU?
R. En la última década se han diversificado las exportaciones latinoamericanas. EE UU es un socio importante para la región, pero más para unos que para otros. Para México es clave, con lo que si las cosas van mal, el efecto sería desproporcionadamente mayor que en Perú, Argentina o Brasil. Por otra parte, hablamos siempre de hipótesis pesimistas, por aquello de hacer planes para lo peor y confiar en que ocurra lo mejor, pero ¿qué pasa si EE UU y Europa logran superar la crisis y salir reforzados? El efecto, sobre Latinoamérica y el resto de las economías, sería muy importante. Pero, de nuevo, se trata de incertidumbres; a los mercados, a los inversores, no les gustan las incertidumbres, y siempre se paga un precio por situaciones así.
P. ¿Cuáles son los puntos vulnerables en Latinoamérica desde el punto de vista de su agenda?
R. Debo decir con toda humildad que estoy aún en el proceso de conocer a fondo los casos concretos, el contexto. Pero hay algunas cosas que son evidentes. Primero, la heterogeneidad de la que hemos hablado: hay países que van a crecer al 6% y otros, al 2%- 2,5%; los países del Caribe, los centroamericanos... No todos, pero la mayoría están en la zona de bajo crecimiento. Segundo, hay en muchos sitios grandes retrasos en infraestructuras, aquellas que generan productividad: transportes, energía, agua... El coste de la logística es enorme en la región, como el de las telecomunicaciones, en donde hace falta competencia, innovación. Otro asunto tiene que ver con las inversiones estratégicas en capital humano, en calidad educativa y en conectar el sistema educativo con el mercado laboral del futuro. Cuarto, hay en muchos lugares, especialmente en Centroamérica, un problema grave de criminalidad y violencia que afecta no solo a los ciudadanos sino a las inversiones, al comercio... y que tiene un efecto corrosivo.
P. ¿Cuánto necesita crecer Latinoamérica al año para abordar estos problemas, para reducir las desigualdades, para progresar?
R. Sospecho que cada país o grupo de países debe hacer sus propios números, pero lo básico es que necesitamos un crecimiento rápido, sostenido y sostenible; no queremos zigzags: crecer un año el 7%, el siguiente caer al -3%, al otro un 8%... así no funciona una economía sana. Muchos países han demostrado que pueden crecer al 6%, al 7%. Hay que crecer para distribuir, hay que tener un pastel mayor para distribuir, para que haya políticas de inclusión, servicios sociales, para que los hogares mejoren sus condiciones de vida, para que inviertan en el futuro. Los 60 millones que han salido de la pobreza en los diez últimos años están ahí; la cuestión ahora es cómo hacer para que no retrocedan: al contrario, que inviertan para que sus hijos tengan mejores perspectivas en educación, en empleo...
P. Su optimismo contrasta con otros pronósticos mucho más sombríos.
R. Es obvio que yo soy un optimista, porque no estoy dispuesto a aceptar la alternativa: el pesimismo, el fracaso. Y no voy a caer en la pasividad. Va a ser difícil, habrá que adoptar decisiones duras, pero es una inversión en el futuro. Hay algunas señales que sugieren que somos cada vez más conscientes de que nuestros intereses colectivos de futuro merecen que se atraviese por algunas dificultades a corto plazo. Confío en que los líderes adopten las difíciles decisiones políticas que tienen que tomar. Cuando se quema la casa no discutes quién es el primero o el segundo en agarrar el cubo de agua; se echa el agua, se apaga el fuego y luego se discute quién hizo qué cosa. Creo que estamos en esa etapa ahora mismo: hay decisiones difíciles y estamos discutiendo las opciones que se pueden tomar. Soy optimista y confío en que se impongan el buen sentido y el pragmatismo. Y los más activos son los que saldrán ganando más. Yo creo en soluciones pragmáticas; si uno no toma la iniciativa, la toman por él y uno se convierte en espectador de los acontecimientos. Si se quiere influir en lo que ocurre, hay que ser un participante activo. -