Arrecia la presión para que el BCE baje tipos y lance nuevas medidas
Gobiernos y analistas apremian a Draghi a que acometa políticas más radicales - El Banco Central supedita sus futuras acciones a un pacto fiscal más estricto
Madrid, El País
El show está a punto de empezar. Europa encara una semana crucial para tratar de evitar un accidente. Los hechos: la UE se encamina hacia la recesión; los bancos desconfían de ellos mismos y no se prestan dinero; el crédito no circula; la cifra de parados se acerca a los 24 millones; la espiral incluye una tensión constante en el mercado de deuda y la sensación de que el sistema financiero muestra signos de congelación. En suma: para echarse a temblar. Contra eso, un apretadísimo calendario con políticos y banqueros centrales convertidos en estrellas del pop para evitar la catástrofe: nueva reunión del directorio Merkozy; segunda visita a Europa del secretario de Estado norteamericano, Tim Geithner; cónclave de la derecha europea en Marsella (donde puede que Mariano Rajoy desvele las líneas maestras de su tijeretazo) y, como colofón, el jueves, la cumbre europea y, sobre todo, la reunión del BCE más esperada de los últimos tiempos.
Nunca el Banco Central Europeo estuvo tan presionado como ahora. Nunca. Se da por descontado que el presidente Mario Draghi rebajará por segundo mes consecutivo -y lleva dos meses en el cargo- los tipos de interés de la eurozona, hasta el 1%, ante la constatación de que la inflación es el menor de los problemas de Europa (a pesar de los miedos de los halcones alemanes).
Ese listón es un mínimo histórico en la eurozona, aunque en EE UU, Japón y Reino Unido los tipos están aún más abajo, rozando el 0%. Y eso que hace mucho que el precio oficial del dinero dejó de ser una variable fundamental para entender lo que pasa en el mundo antes llamado desarrollado. El Atlántico Norte (y Japón) navega entre una inacabable crisis bancaria y financiera, tras unos años de alegrías en los que el sector privado se endeudó hasta las cejas. Al final, cuando hay problemas, las deudas privadas se convierten en públicas: eso es lo que está ocurriendo otra vez, con niveles de endeudamiento público inéditos en tiempos de paz. En esa tesitura, los bancos tratan de reducir su deuda: no prestan. Las empresas hacen lo mismo (no invierten), y los consumidores (no compran). Por eso el canal habitual de la política monetaria -los tipos de interés que fijan los bancos centrales- no funciona. Y por eso Draghi y compañía se han metido en un vendaval de medidas extraordinarias.
El caso del BCE es especial: por tradición (dominado por Alemania y su obsesión antiinflacionista) y por mandato (de nuevo, casi únicamente el control de precios) ha sido el más tímido de los bancos centrales. Pero en medio de una espiral en la que coinciden la crisis de deuda, la crisis bancaria y las orejas del lobo en forma de recesión, arrecian los apremios para que el BCE acometa de una vez un movimiento que cortocircuite ese peligroso bucle. El 60% de los economistas encuestados por Reuters creen que el BCE bajará los tipos el jueves. Y el 40% de los analistas piensa que irá más allá, con nuevas medidas extraordinarias de liquidez: subastas a plazos más largos (se habla de hasta dos años) que se conviertan en una especie de anabolizante para paliar la flojera del sistema financiero por el cierre del grifo en el mercado interbancario.
El otro foco de presión sobre el BCE es la compra de bonos. La mayoría de los expertos, a pesar de la negativa constante de Alemania y del propio Eurobanco, cree que en un plazo relativamente breve el BCE no tendrá más remedio que iniciar las compras masivas de deuda. "Debido a la negativa a lidiar de veras con la crisis de la deuda, el BCE tiene ante sí una crisis bancaria a gran escala, mucho más difícil de contener y que condena a Europa a una recesión y en el peor de los casos a un colapso", critica Paul De Grauwe, del CEPR. Santiago Carbó, asesor de la Fed, entiende que si Alemania y Francia "tienen en el microondas un preacuerdo sobre el pacto fiscal, el BCE estará casi obligado a actuar el jueves".
El propio Draghi alimentó la semana pasada la posibilidad de un mayor intervencionismo en el mercado de bonos: en un relevante discurso ante el Parlamento europeo, ligó un mayor activismo en el mercado de deuda a "una nueva fiscalidad común", que se debatirá en la cumbre de jefes de Estado. "Yo, personalmente, bajaría los tipos", aseguró la semana pasada Ángel Gurría, de la OCDE, que ha vaticinado una depresión para Europa si no hay un giro copernicano en el manejo de la política económica. La canciller Angela Merkel se ha pasado meses hablando de la "independencia" del BCE, pero sus augures afirman que eso ya es solo una pose: si consigue cerrar un diseño institucional europeo a la alemana, Berlín no se negaría a que el banco central compre bonos a mansalva. De lo contrario viene un invierno frío. Pero que muy frío.-->
Madrid, El País
El show está a punto de empezar. Europa encara una semana crucial para tratar de evitar un accidente. Los hechos: la UE se encamina hacia la recesión; los bancos desconfían de ellos mismos y no se prestan dinero; el crédito no circula; la cifra de parados se acerca a los 24 millones; la espiral incluye una tensión constante en el mercado de deuda y la sensación de que el sistema financiero muestra signos de congelación. En suma: para echarse a temblar. Contra eso, un apretadísimo calendario con políticos y banqueros centrales convertidos en estrellas del pop para evitar la catástrofe: nueva reunión del directorio Merkozy; segunda visita a Europa del secretario de Estado norteamericano, Tim Geithner; cónclave de la derecha europea en Marsella (donde puede que Mariano Rajoy desvele las líneas maestras de su tijeretazo) y, como colofón, el jueves, la cumbre europea y, sobre todo, la reunión del BCE más esperada de los últimos tiempos.
Nunca el Banco Central Europeo estuvo tan presionado como ahora. Nunca. Se da por descontado que el presidente Mario Draghi rebajará por segundo mes consecutivo -y lleva dos meses en el cargo- los tipos de interés de la eurozona, hasta el 1%, ante la constatación de que la inflación es el menor de los problemas de Europa (a pesar de los miedos de los halcones alemanes).
Ese listón es un mínimo histórico en la eurozona, aunque en EE UU, Japón y Reino Unido los tipos están aún más abajo, rozando el 0%. Y eso que hace mucho que el precio oficial del dinero dejó de ser una variable fundamental para entender lo que pasa en el mundo antes llamado desarrollado. El Atlántico Norte (y Japón) navega entre una inacabable crisis bancaria y financiera, tras unos años de alegrías en los que el sector privado se endeudó hasta las cejas. Al final, cuando hay problemas, las deudas privadas se convierten en públicas: eso es lo que está ocurriendo otra vez, con niveles de endeudamiento público inéditos en tiempos de paz. En esa tesitura, los bancos tratan de reducir su deuda: no prestan. Las empresas hacen lo mismo (no invierten), y los consumidores (no compran). Por eso el canal habitual de la política monetaria -los tipos de interés que fijan los bancos centrales- no funciona. Y por eso Draghi y compañía se han metido en un vendaval de medidas extraordinarias.
El caso del BCE es especial: por tradición (dominado por Alemania y su obsesión antiinflacionista) y por mandato (de nuevo, casi únicamente el control de precios) ha sido el más tímido de los bancos centrales. Pero en medio de una espiral en la que coinciden la crisis de deuda, la crisis bancaria y las orejas del lobo en forma de recesión, arrecian los apremios para que el BCE acometa de una vez un movimiento que cortocircuite ese peligroso bucle. El 60% de los economistas encuestados por Reuters creen que el BCE bajará los tipos el jueves. Y el 40% de los analistas piensa que irá más allá, con nuevas medidas extraordinarias de liquidez: subastas a plazos más largos (se habla de hasta dos años) que se conviertan en una especie de anabolizante para paliar la flojera del sistema financiero por el cierre del grifo en el mercado interbancario.
El otro foco de presión sobre el BCE es la compra de bonos. La mayoría de los expertos, a pesar de la negativa constante de Alemania y del propio Eurobanco, cree que en un plazo relativamente breve el BCE no tendrá más remedio que iniciar las compras masivas de deuda. "Debido a la negativa a lidiar de veras con la crisis de la deuda, el BCE tiene ante sí una crisis bancaria a gran escala, mucho más difícil de contener y que condena a Europa a una recesión y en el peor de los casos a un colapso", critica Paul De Grauwe, del CEPR. Santiago Carbó, asesor de la Fed, entiende que si Alemania y Francia "tienen en el microondas un preacuerdo sobre el pacto fiscal, el BCE estará casi obligado a actuar el jueves".
El propio Draghi alimentó la semana pasada la posibilidad de un mayor intervencionismo en el mercado de bonos: en un relevante discurso ante el Parlamento europeo, ligó un mayor activismo en el mercado de deuda a "una nueva fiscalidad común", que se debatirá en la cumbre de jefes de Estado. "Yo, personalmente, bajaría los tipos", aseguró la semana pasada Ángel Gurría, de la OCDE, que ha vaticinado una depresión para Europa si no hay un giro copernicano en el manejo de la política económica. La canciller Angela Merkel se ha pasado meses hablando de la "independencia" del BCE, pero sus augures afirman que eso ya es solo una pose: si consigue cerrar un diseño institucional europeo a la alemana, Berlín no se negaría a que el banco central compre bonos a mansalva. De lo contrario viene un invierno frío. Pero que muy frío.-->