Los egipcios se movilizan en masa contra el poder del Ejército
Los islamistas hacen una demostración de fuerza al acudir en masa a la plaza de Tahrir
El Cairo, El País
A la plaza de Tahrir le sientan bien el rojo, el blanco y el negro de la bandera egipcia y hoy, desde lo alto de los edificios o a pie de calle, esos colores se han mezclado recordando la euforia y la indignación de los días de la revolución que acabó con Mubarak. Egipto ha vuelto a echarse a la calle para protestar contra las maniobras del Ejército para prolongar su permanencia al frente del país. Los militares han ido dejando caer la máscara de salvadores que los propios egipcios les colocaron durante la revuelta cuando se negaron a disparar a los ciudadanos y pararon la represión y la violencia que la policía había estado empleando para aplastar las protestas.
Lo que los ciudadanos entendieron como el apoyo incondicional del Ejército que protegía a su pueblo parece, nueve meses después, haberse convertido en una maniobra para perpetuarse en el poder. Partidos políticos de todo signo, con una presencia mayoritaria de islamistas seguidores de los Hermanos Musulmanes y de los más radicales salafistas, arropados por decenas de miles de egipcios, han alzado hoy su voz contra ellos, todos en el mismo lado, por primera vez en meses. “Abajo los militares” y “marchaos, dejadnos vivir, dejadnos respirar”, han sido algunas de las consignas que los asistentes gritaban o portaban en pancartas contra la Junta Militar.
Las Fuerzas Armadas han sido el pilar fundamental del Estado egipcio desde el fin de la monarquía en 1952, y todos los presidentes desde entonces, Nasser, Sadat y el propio Mubarak, han sido militares, por lo que en 60 años se han beneficiado de esa posición privilegiada.
Con la primera vuelta de las elecciones parlamentarias prevista para el próximo 28 de noviembre y sin fecha para las presidenciales (la única que se ha oído apunta a finales de 2013), lo que algunos sospechaban empieza a transformarse en certeza. Los militares no parecen tener intención de ceder el poder ni de renunciar a sus privilegios. Desde el comienzo del proceso democrático los egipcios han reclamado que la autoridad pasara cuanto antes a los civiles, sin éxito. Las denuncias de tortura a detenidos en manifestaciones, las detenciones arbitrarias y la mano dura para disolver protestas se han excusado con alegatos por parte de la Junta Militar a favor de la unidad nacional y de la necesidad de no sucumbir a influencias extranjeras, a las que los militares culpan de intentar sembrar la discordia.
Los militares intentan condicionar a la comisión encargada de redactar la Carta Magna
Su último intento, con la sociedad ya en contra porque no quiere que le roben la revolución, ha sido la de imponer unos principios supraconstitucionales que deberán ser aceptados por la comisión que redacte la Carta Magna tras la elección del Parlamento. Todos los partidos se han opuesto a los borradores que el viceprimer ministro de Asuntos Políticos, Ali el Selmi, ha presentado, porque incluían condiciones que, según han afirmado esta semana los Hermanos Musulmanes, “consagran una dictadura” y “roban la soberanía al pueblo”.
Los Hermanos Musulmanes, que defienden un Estado islámico y la instauración de la sharía, son los mejor posicionados para obtener una gran representación en el futuro Parlamento, por lo que no desean que ningún texto previo impuesto les impida influir en la redacción de la Constitución. Por este motivo los islamistas de esta cofradía religiosa, pero especialmente los fundamentalistas de la rama wahabí, salafistas, se han hecho eco de la llamada y han acudido en masa a la protesta de Tahrir. Sin embargo no han monopolizado la protesta en contra de lo que muchos esperaban, a pesar de la abundancia de barbudos.
El resto de formaciones, que también han apoyado la protesta de Tahrir, se han mostrado dispuestas a negociar y aceptarían un documento con enmiendas que, en todo caso, no considerarían obligatorio ni vinculante para la comisión constitucional, y en el que desaparecieran artículos polémicos. Estos apartados son los que ponen en tela de juicio las buenas intenciones de los militares respecto al proceso democrático y al traspaso de poder. Los artículos se refieren directamente a su situación en el Estado y la Constitución (de los que serían guardianes), y les darían poder absoluto en todos sus asuntos, incluidas las decisiones sobre presupuestos.
El Ejército ya no tiene credibilidad. No convencen ni los comunicados en su página de la red social Facebook (cada vez más infrecuentes) ni las palabras de grandes personajes, como el ex vicepresidente (fugaz) y jefe de la inteligencia egipcia Omar Suleimán, que ha mantenido un perfil bajo desde la caída en desgracia del rais, pero que esta semana defendía que las Fuerzas Armadas son las defensoras del pueblo egipcio en un “momento crucial”. “La gente ha recuperado su dignidad. Se ha creado un diálogo incluso entre los menos instruidos y hasta los que confiaban ciegamente en el Ejército ahora tienen dudas. Y eso favorece el proceso democrático”, apuntaba Gamal Eid, director de la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos.
A la plaza de Tahrir le sientan bien el rojo, el blanco y el negro de la bandera egipcia y hoy, desde lo alto de los edificios o a pie de calle, esos colores se han mezclado recordando la euforia y la indignación de los días de la revolución que acabó con Mubarak. Egipto ha vuelto a echarse a la calle para protestar contra las maniobras del Ejército para prolongar su permanencia al frente del país. Los militares han ido dejando caer la máscara de salvadores que los propios egipcios les colocaron durante la revuelta cuando se negaron a disparar a los ciudadanos y pararon la represión y la violencia que la policía había estado empleando para aplastar las protestas.
Lo que los ciudadanos entendieron como el apoyo incondicional del Ejército que protegía a su pueblo parece, nueve meses después, haberse convertido en una maniobra para perpetuarse en el poder. Partidos políticos de todo signo, con una presencia mayoritaria de islamistas seguidores de los Hermanos Musulmanes y de los más radicales salafistas, arropados por decenas de miles de egipcios, han alzado hoy su voz contra ellos, todos en el mismo lado, por primera vez en meses. “Abajo los militares” y “marchaos, dejadnos vivir, dejadnos respirar”, han sido algunas de las consignas que los asistentes gritaban o portaban en pancartas contra la Junta Militar.
Las Fuerzas Armadas han sido el pilar fundamental del Estado egipcio desde el fin de la monarquía en 1952, y todos los presidentes desde entonces, Nasser, Sadat y el propio Mubarak, han sido militares, por lo que en 60 años se han beneficiado de esa posición privilegiada.
Con la primera vuelta de las elecciones parlamentarias prevista para el próximo 28 de noviembre y sin fecha para las presidenciales (la única que se ha oído apunta a finales de 2013), lo que algunos sospechaban empieza a transformarse en certeza. Los militares no parecen tener intención de ceder el poder ni de renunciar a sus privilegios. Desde el comienzo del proceso democrático los egipcios han reclamado que la autoridad pasara cuanto antes a los civiles, sin éxito. Las denuncias de tortura a detenidos en manifestaciones, las detenciones arbitrarias y la mano dura para disolver protestas se han excusado con alegatos por parte de la Junta Militar a favor de la unidad nacional y de la necesidad de no sucumbir a influencias extranjeras, a las que los militares culpan de intentar sembrar la discordia.
Los militares intentan condicionar a la comisión encargada de redactar la Carta Magna
Su último intento, con la sociedad ya en contra porque no quiere que le roben la revolución, ha sido la de imponer unos principios supraconstitucionales que deberán ser aceptados por la comisión que redacte la Carta Magna tras la elección del Parlamento. Todos los partidos se han opuesto a los borradores que el viceprimer ministro de Asuntos Políticos, Ali el Selmi, ha presentado, porque incluían condiciones que, según han afirmado esta semana los Hermanos Musulmanes, “consagran una dictadura” y “roban la soberanía al pueblo”.
Los Hermanos Musulmanes, que defienden un Estado islámico y la instauración de la sharía, son los mejor posicionados para obtener una gran representación en el futuro Parlamento, por lo que no desean que ningún texto previo impuesto les impida influir en la redacción de la Constitución. Por este motivo los islamistas de esta cofradía religiosa, pero especialmente los fundamentalistas de la rama wahabí, salafistas, se han hecho eco de la llamada y han acudido en masa a la protesta de Tahrir. Sin embargo no han monopolizado la protesta en contra de lo que muchos esperaban, a pesar de la abundancia de barbudos.
El resto de formaciones, que también han apoyado la protesta de Tahrir, se han mostrado dispuestas a negociar y aceptarían un documento con enmiendas que, en todo caso, no considerarían obligatorio ni vinculante para la comisión constitucional, y en el que desaparecieran artículos polémicos. Estos apartados son los que ponen en tela de juicio las buenas intenciones de los militares respecto al proceso democrático y al traspaso de poder. Los artículos se refieren directamente a su situación en el Estado y la Constitución (de los que serían guardianes), y les darían poder absoluto en todos sus asuntos, incluidas las decisiones sobre presupuestos.
El Ejército ya no tiene credibilidad. No convencen ni los comunicados en su página de la red social Facebook (cada vez más infrecuentes) ni las palabras de grandes personajes, como el ex vicepresidente (fugaz) y jefe de la inteligencia egipcia Omar Suleimán, que ha mantenido un perfil bajo desde la caída en desgracia del rais, pero que esta semana defendía que las Fuerzas Armadas son las defensoras del pueblo egipcio en un “momento crucial”. “La gente ha recuperado su dignidad. Se ha creado un diálogo incluso entre los menos instruidos y hasta los que confiaban ciegamente en el Ejército ahora tienen dudas. Y eso favorece el proceso democrático”, apuntaba Gamal Eid, director de la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos.