La tempestad fractura la Unión Europea
La crisis da nuevo aliento a la idea de una Europa de dos velocidades en un clima de enfrentamiento evidente entre los socios
Bruselas, El País
Ni la multiplicación de consejos europeos ni la reciente cumbre de los líderes mundiales del G-20 han logrado sacar a Europa del marasmo. La arquitectura institucional del Tratado de Lisboa ha quedado anticuada a pesar de que tiene menos de dos años de existencia. Los desastres causados por el naufragio de la pequeña economía griega, que la Unión Europea no ha sabido resolver, resultan insignificantes ante la creciente amenaza de la suspensión de pagos de Italia, la tercera economía del euro. No funcionan las instituciones ni el modelo de gestión de ordeno y mando impuesto por el aparente eje París-Berlín. Todo el mundo sabe que quien manda es Merkel mientras Sarkozy prodiga sus malabarismos para no perder la nota máxima en la calificación de la deuda francesa. Ambos Gobiernos miran con simpatía y hasta manejan proyectos de una Europa a dos velocidades, encabezada por los países del euro —que conformarían un núcleo con un mayor grado de integración— y que llevaría la semilla de un mayor distanciamiento de Reino Unido. Al caos político y económico hay que añadir la advertencia de la recesión suave hacia la que nos dirigimos según el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE), el italiano Mario Draghi.
Ante semejante escenario, el clima de enfrentamiento entre los socios de la Unión se ha hecho cada vez más evidente en los últimos tiempos. Lo fue de manera especial en la cumbre del 23 de octubre, cuando el dirigente francés hizo callar al premier británico, David Cameron, por su petición de participar en las reuniones del euro. El clima ya venía enrarecido por los reproches previos del líder conservador inglés al mal comportamiento de la zona euro a la que acusaba de estar “enfriando nuestra economía”. “Nos ponen malos sus continuas críticas y que nos digan que tenemos que hacer”, advirtió el también conservador líder francés.
Aunque algunas de las posiciones de Sarkozy no están faltas de fundamento político, las formas y el clima real que se vive en las cumbres de la Unión está muy lejos de la imagen amable de la foto de familia y de las retóricas expresiones habituales de grandes avances, de pasos decisivos, acuerdos históricos de las declaraciones oficiales.
La crisis entre la zona euro y el Reino Unido es la que sin duda va a tener más repercusiones al acelerar el camino hacia la Europa a dos velocidades. La imagen del embajador británico, que dispone del servicio de inteligencia más eficiente de la UE, rebuscando información entre los periodistas de su país sobre la última cumbre del euro en la que formalmente no tenía a nadie dentro es representativa de dónde estamos.
Sin embargo, el estilo resolutivo de Sarkozy tampoco ha servido ni para asegurar los intereses de su propio país. Para su desespero, Italia mantiene dos de los seis puestos en el Consejo de Gobierno del BCE, mientras Francia no cuenta con ninguno por la negativa de Lorenzo Bini Smaghi a dimitir y a pesar de las lágrimas de cocodrilo de Berlusconi, que se excusa con un “¿Qué quieres que haga? ¿Que lo mate?”.
La incapacidad para resolver ninguna de las crisis solapadas que sufre la Unión, cada vez más amenazadoras desde que Italia ocupa el primer plano del escenario, revelan el agotamiento de la arquitectura institucional.
El reciente análisis de Jean Claude Piris, exjurisconsulto del Consejo, es la señal de alarma más seria que ha sonado hasta ahora del callejón sin salida en que se encuentra Europacon las instituciones actuales. En un artículo aparecido esta semana en Financial Times, Piris, principal inspirador del tratado actual, admite “dolorosamente” que el Tratado de Lisboa “no ha servido para lo que era necesario”. Cree que, con este marco legal, Europa “es lenta e incapaz de tomar decisiones” y resulta “difícil aplicar las leyes de gobierno del mercado interior, el acuerdo de Schengen o la cooperación en defensa” y añade que “la Comisión es débil”.
Es más que inquietante que quien ha sido la máxima autoridad interpretativa de los Tratados durante dos décadas diga que “la legitimidad de la UE está en juego” y que “la concesión de nuevos poderes al Parlamento Europeo, supuesto depositario de la legitimidad democrática, es un fracaso relativo”. Ante este panorama propone una Europa a dos velocidades en la que los 17 países del euro formarían el equipo de vanguardia.
Las críticas al Parlamento Europeo han irritado especialmente al líder de los diputados liberales. Guy Verhofstadt ha señalado a este diario que “el único análisis correcto que hace Piris es que la Unión no puede seguir así. Su valoración del Parlamento Europeo es típica de un anticuado y reaccionario pensamiento que prevalece en las capitales nacionales”. Para el ex primer ministro belga, “el verdadero peligro que afrontamos es una Europa a doble nivel con instituciones separadas”. Y concluye que “la propuesta de Piris es una receta para una disfuncional, renacionalizada y antidemocrática Unión gobernada por Francia y Alemania. No, gracias”.
Pero los derroteros que apunta Piris y tanto teme Verhofstadt son hacia los que se encamina la UE. En París y Berlín llevan ya tiempo acariciando e incluso proyectando la idea de una Europa a dos velocidades, con organismos de dirección y responsables políticos de los puestos clave, según una alta personalidad conocedora de las negociaciones.
Bruselas, El País
Ni la multiplicación de consejos europeos ni la reciente cumbre de los líderes mundiales del G-20 han logrado sacar a Europa del marasmo. La arquitectura institucional del Tratado de Lisboa ha quedado anticuada a pesar de que tiene menos de dos años de existencia. Los desastres causados por el naufragio de la pequeña economía griega, que la Unión Europea no ha sabido resolver, resultan insignificantes ante la creciente amenaza de la suspensión de pagos de Italia, la tercera economía del euro. No funcionan las instituciones ni el modelo de gestión de ordeno y mando impuesto por el aparente eje París-Berlín. Todo el mundo sabe que quien manda es Merkel mientras Sarkozy prodiga sus malabarismos para no perder la nota máxima en la calificación de la deuda francesa. Ambos Gobiernos miran con simpatía y hasta manejan proyectos de una Europa a dos velocidades, encabezada por los países del euro —que conformarían un núcleo con un mayor grado de integración— y que llevaría la semilla de un mayor distanciamiento de Reino Unido. Al caos político y económico hay que añadir la advertencia de la recesión suave hacia la que nos dirigimos según el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE), el italiano Mario Draghi.
Ante semejante escenario, el clima de enfrentamiento entre los socios de la Unión se ha hecho cada vez más evidente en los últimos tiempos. Lo fue de manera especial en la cumbre del 23 de octubre, cuando el dirigente francés hizo callar al premier británico, David Cameron, por su petición de participar en las reuniones del euro. El clima ya venía enrarecido por los reproches previos del líder conservador inglés al mal comportamiento de la zona euro a la que acusaba de estar “enfriando nuestra economía”. “Nos ponen malos sus continuas críticas y que nos digan que tenemos que hacer”, advirtió el también conservador líder francés.
Aunque algunas de las posiciones de Sarkozy no están faltas de fundamento político, las formas y el clima real que se vive en las cumbres de la Unión está muy lejos de la imagen amable de la foto de familia y de las retóricas expresiones habituales de grandes avances, de pasos decisivos, acuerdos históricos de las declaraciones oficiales.
La crisis entre la zona euro y el Reino Unido es la que sin duda va a tener más repercusiones al acelerar el camino hacia la Europa a dos velocidades. La imagen del embajador británico, que dispone del servicio de inteligencia más eficiente de la UE, rebuscando información entre los periodistas de su país sobre la última cumbre del euro en la que formalmente no tenía a nadie dentro es representativa de dónde estamos.
Sin embargo, el estilo resolutivo de Sarkozy tampoco ha servido ni para asegurar los intereses de su propio país. Para su desespero, Italia mantiene dos de los seis puestos en el Consejo de Gobierno del BCE, mientras Francia no cuenta con ninguno por la negativa de Lorenzo Bini Smaghi a dimitir y a pesar de las lágrimas de cocodrilo de Berlusconi, que se excusa con un “¿Qué quieres que haga? ¿Que lo mate?”.
La incapacidad para resolver ninguna de las crisis solapadas que sufre la Unión, cada vez más amenazadoras desde que Italia ocupa el primer plano del escenario, revelan el agotamiento de la arquitectura institucional.
El reciente análisis de Jean Claude Piris, exjurisconsulto del Consejo, es la señal de alarma más seria que ha sonado hasta ahora del callejón sin salida en que se encuentra Europacon las instituciones actuales. En un artículo aparecido esta semana en Financial Times, Piris, principal inspirador del tratado actual, admite “dolorosamente” que el Tratado de Lisboa “no ha servido para lo que era necesario”. Cree que, con este marco legal, Europa “es lenta e incapaz de tomar decisiones” y resulta “difícil aplicar las leyes de gobierno del mercado interior, el acuerdo de Schengen o la cooperación en defensa” y añade que “la Comisión es débil”.
Es más que inquietante que quien ha sido la máxima autoridad interpretativa de los Tratados durante dos décadas diga que “la legitimidad de la UE está en juego” y que “la concesión de nuevos poderes al Parlamento Europeo, supuesto depositario de la legitimidad democrática, es un fracaso relativo”. Ante este panorama propone una Europa a dos velocidades en la que los 17 países del euro formarían el equipo de vanguardia.
Las críticas al Parlamento Europeo han irritado especialmente al líder de los diputados liberales. Guy Verhofstadt ha señalado a este diario que “el único análisis correcto que hace Piris es que la Unión no puede seguir así. Su valoración del Parlamento Europeo es típica de un anticuado y reaccionario pensamiento que prevalece en las capitales nacionales”. Para el ex primer ministro belga, “el verdadero peligro que afrontamos es una Europa a doble nivel con instituciones separadas”. Y concluye que “la propuesta de Piris es una receta para una disfuncional, renacionalizada y antidemocrática Unión gobernada por Francia y Alemania. No, gracias”.
Pero los derroteros que apunta Piris y tanto teme Verhofstadt son hacia los que se encamina la UE. En París y Berlín llevan ya tiempo acariciando e incluso proyectando la idea de una Europa a dos velocidades, con organismos de dirección y responsables políticos de los puestos clave, según una alta personalidad conocedora de las negociaciones.
Los líderes franceses, desde el presidente Sarkozy hasta el ministro de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, han expresado en los últimos meses públicamente el deseo de Francia de avanzar hacia la constitución de un verdadero gobierno económico europeo.
Mientras tanto, el deterioro del proyecto europeo se ve acuciado por el crecimiento de las fuerzas centrífugas cada vez más influyentes en países como Alemania, Holanda o Finlandia.
Incapaz de resolver sus problemas por sus propios medios, la UE ha comprobado esta semana en Cannes lo poco que puede esperar de las otras potencias. “El fracaso de la UE para conseguir un compromiso tangible del Fondo Monetario Internacional FMI o de los países emergentes refuerza el hecho de que el BCE y solo el BCE puede resolver la crisis del euro”, señala Sony Kapoor, director ejecutivo de Re-Define.
Lo que parece la solución más obvia, la apelación al BCE, reiteradamente formulada por el profesor de Lovaina y economista del CEPS, Paul de Grauwe, choca frontalmente con la concepción que tiene Berlín del banco emisor del euro. Y por si hubiera dudas, su flamante presidente, Mario Draghi, acaba de advertir que el BCE tendrá un papel limitado en la lucha contra la crisis y ha advertido que “no actuará como prestamista de último recurso”. Esto, a pesar de que el propio Draghi ha avisado de la “la suave recesión” que nos espera.
Mientras, en Europa la vida sigue su curso. José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, y Herman Van Rompuy, del Consejo Europeo, están satisfechos por la invitación del presidente Barack Obama a una cumbre Unión Europa-Estados Unidos prevista para el próximo 28 de noviembre. Un encuentro que Bruselas interpreta una preparación para la cumbre de la Unión Europea con China para primeros de diciembre.
Mientras tanto, el deterioro del proyecto europeo se ve acuciado por el crecimiento de las fuerzas centrífugas cada vez más influyentes en países como Alemania, Holanda o Finlandia.
Incapaz de resolver sus problemas por sus propios medios, la UE ha comprobado esta semana en Cannes lo poco que puede esperar de las otras potencias. “El fracaso de la UE para conseguir un compromiso tangible del Fondo Monetario Internacional FMI o de los países emergentes refuerza el hecho de que el BCE y solo el BCE puede resolver la crisis del euro”, señala Sony Kapoor, director ejecutivo de Re-Define.
Lo que parece la solución más obvia, la apelación al BCE, reiteradamente formulada por el profesor de Lovaina y economista del CEPS, Paul de Grauwe, choca frontalmente con la concepción que tiene Berlín del banco emisor del euro. Y por si hubiera dudas, su flamante presidente, Mario Draghi, acaba de advertir que el BCE tendrá un papel limitado en la lucha contra la crisis y ha advertido que “no actuará como prestamista de último recurso”. Esto, a pesar de que el propio Draghi ha avisado de la “la suave recesión” que nos espera.
Mientras, en Europa la vida sigue su curso. José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, y Herman Van Rompuy, del Consejo Europeo, están satisfechos por la invitación del presidente Barack Obama a una cumbre Unión Europa-Estados Unidos prevista para el próximo 28 de noviembre. Un encuentro que Bruselas interpreta una preparación para la cumbre de la Unión Europea con China para primeros de diciembre.