El ejército egipcio resiste la presión popular para que entregue el poder
EE UU apremia a los militares para que traspasen el Gobierno a los civiles. La Junta Militar encarga formar Gobierno de unidad al ex primer ministro Kamal Ganzuri
El Cairo, El País
El lema de la manifestación era “la última oportunidad”. Si eso fuera cierto, la oportunidad se perdió. La plaza cairota de Tahrir se llenó con decenas de miles de personas, pero la protesta no desbordó sobre el resto de la ciudad como ocurrió en las grandes ocasiones de enero y febrero. La Junta militar egipcia resistió el embate de la presión popular. Quedó por ver si el mariscal Mohamed Tantaui podría resistir una presión nueva e inesperada: Washington le instó a que se marchara cuanto antes.
Los grandes vencedores de la jornada fueron los Hermanos Musulmanes. Se demostró una vez más que solo el partido islamista, gran favorito ante las tensas y largas elecciones cuyo inicio está previsto para el lunes, es capaz de movilizar a millones de personas e intimidar al Ejército. Los Hermanos Musulmanes jugaron con maestría la carta de la ambigüedad, criticando la permanencia de los militares en el poder pero excluyéndose, al menos formalmente, de las manifestaciones. Prefirieron protestar por su cuenta contra las anunciadas reformas en el pórtico de la mezquita de Al Azhar, en El Cairo. La curiosa maniobra evasiva fue jocosamente ridiculizada por la gente de Tahrir.
El objetivo islamista es la celebración de elecciones parlamentarias en el plazo previsto, desde el lunes hasta principios de enero. Una vez conseguida una posición dominante en el Parlamento constituyente, cosa que tanto ellos como los sondeos dan por segura, se plantearán el siguiente paso. En estos momentos el poder militar no parece incomodarles demasiado. Más bien al contrario. Ejército y Hermanos Musulmanes han forjado algo parecido a una simbiosis: unos representan la estabilidad y los otros, el cambio, sin que la flagrante contradicción chirríe. Por ahora.
Entre unos y otros, Kamal Ganzuri, designado como nuevo primer ministro por la Junta Militar, confirmó su irrelevancia en su primera comparecencia pública. Ganzuri, de 78 años, ya dirigió el Gobierno a las órdenes de Hosni Mubarak entre 1996 y 1999 y demostró honradez y tendencias reformistas. En las presentes circunstancias eso le vale de poco. Proclamó que los generales le habían concedido “amplios poderes”, pero no fue capaz de decir en qué consistían y se limitó a pedir tiempo, un bien escasísimo en una situación tan convulsa.
La multitud de Tahrir abucheó a Ganzuri casi tanto como al mariscal Tantaui. En cambio, recibió con vítores a Mohamed el Baradei, ex director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, premio Nobel de la Paz y candidato a la presidencia. El Baradei, tímido y pausado, personifica lo contrario del carisma y del populismo. Aunque pocos le conocían en enero, su firmeza en el rechazo al poder militar y su exigencia de democracia le han proporcionado prestigio entre los jóvenes y la clase media. Los gritos de “El Baradei, El Baradei”, coreados por primera vez por decenas de miles de gargantas, le convierten en una esperanza de cambio.
Un nuevo elemento se introdujo ayer en la compleja ecuación egipcia. La Casa Blanca emitió un comunicado en el que expresaba su deseo de que “una completa transferencia de poder a un Gobierno civil” se realizara “lo antes posible”. La fórmula no implicaba inmediatez, pero tampoco respaldaba la tendencia del mariscal Tantaui, y de sus compañeros en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, a eternizarse en el poder.
Tras el rebrote de la presión popular el pasado fin de semana y de una represión policial tan brutal como la patrocinada por el ex presidente Hosni Mubarak (el número oficial de manifestantes muertos sube a 39, aunque es posible que sean más), Tantaui descartó su idea de permanecer al frente del país hasta 2013 y habló de irse en julio de 2012, una vez fuera elegido un nuevo presidente. Ese plazo, dada la opinión de Estados Unidos y el creciente rechazo de los egipcios a la tutela militar, tampoco resulta ya verosímil.
El desapego hacia el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas quedó reflejado en la manifestación que sus partidarios convocaron en un barrio de El Cairo. Acudieron unos pocos miles de personas. Eso no significa que amplios sectores de la población, tal vez una mayoría silenciosa, no vean la presencia de los generales como un dique conveniente ante el hipotético riesgo de una evolución hacia el islamismo; significa que la Junta militar, que se ha desempeñado de forma lenta y torpe desde que heredó el poder de Mubarak y ha mantenido intactas las estructuras de la dictadura, genera muy poco entusiasmo.
El temor a que los manifestantes favorables a Tantaui llegaran a chocar con quienes exigían su dimisión, reavivando la violencia, se desvaneció en poco tiempo. Tampoco en Tahrir hubo violencia, con la excepción de nuevos tocamientos e insultos a mujeres, una característica oscura de las grandes concentraciones en El Cairo. Grupos de jóvenes formaron cordones en torno a mujeres agredidas o en riesgo, para protegerlas.
A diferencia de jornadas anteriores, la policía se mantuvo a distancia de Tahrir. Esa prudencia y la barricada de hormigón instalada el jueves de madrugada en la calle Mohamed Mahmud, escenario de auténticas matanzas desde el sábado pasado, evitaron la reanudación de los disturbios. Significativamente, la barrera pudo ser instalada porque un nutrido grupo de Hermanos Musulmanes logró separar a la policía y a los manifestantes.
El Cairo, El País
El lema de la manifestación era “la última oportunidad”. Si eso fuera cierto, la oportunidad se perdió. La plaza cairota de Tahrir se llenó con decenas de miles de personas, pero la protesta no desbordó sobre el resto de la ciudad como ocurrió en las grandes ocasiones de enero y febrero. La Junta militar egipcia resistió el embate de la presión popular. Quedó por ver si el mariscal Mohamed Tantaui podría resistir una presión nueva e inesperada: Washington le instó a que se marchara cuanto antes.
Los grandes vencedores de la jornada fueron los Hermanos Musulmanes. Se demostró una vez más que solo el partido islamista, gran favorito ante las tensas y largas elecciones cuyo inicio está previsto para el lunes, es capaz de movilizar a millones de personas e intimidar al Ejército. Los Hermanos Musulmanes jugaron con maestría la carta de la ambigüedad, criticando la permanencia de los militares en el poder pero excluyéndose, al menos formalmente, de las manifestaciones. Prefirieron protestar por su cuenta contra las anunciadas reformas en el pórtico de la mezquita de Al Azhar, en El Cairo. La curiosa maniobra evasiva fue jocosamente ridiculizada por la gente de Tahrir.
El objetivo islamista es la celebración de elecciones parlamentarias en el plazo previsto, desde el lunes hasta principios de enero. Una vez conseguida una posición dominante en el Parlamento constituyente, cosa que tanto ellos como los sondeos dan por segura, se plantearán el siguiente paso. En estos momentos el poder militar no parece incomodarles demasiado. Más bien al contrario. Ejército y Hermanos Musulmanes han forjado algo parecido a una simbiosis: unos representan la estabilidad y los otros, el cambio, sin que la flagrante contradicción chirríe. Por ahora.
Entre unos y otros, Kamal Ganzuri, designado como nuevo primer ministro por la Junta Militar, confirmó su irrelevancia en su primera comparecencia pública. Ganzuri, de 78 años, ya dirigió el Gobierno a las órdenes de Hosni Mubarak entre 1996 y 1999 y demostró honradez y tendencias reformistas. En las presentes circunstancias eso le vale de poco. Proclamó que los generales le habían concedido “amplios poderes”, pero no fue capaz de decir en qué consistían y se limitó a pedir tiempo, un bien escasísimo en una situación tan convulsa.
La multitud de Tahrir abucheó a Ganzuri casi tanto como al mariscal Tantaui. En cambio, recibió con vítores a Mohamed el Baradei, ex director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, premio Nobel de la Paz y candidato a la presidencia. El Baradei, tímido y pausado, personifica lo contrario del carisma y del populismo. Aunque pocos le conocían en enero, su firmeza en el rechazo al poder militar y su exigencia de democracia le han proporcionado prestigio entre los jóvenes y la clase media. Los gritos de “El Baradei, El Baradei”, coreados por primera vez por decenas de miles de gargantas, le convierten en una esperanza de cambio.
Un nuevo elemento se introdujo ayer en la compleja ecuación egipcia. La Casa Blanca emitió un comunicado en el que expresaba su deseo de que “una completa transferencia de poder a un Gobierno civil” se realizara “lo antes posible”. La fórmula no implicaba inmediatez, pero tampoco respaldaba la tendencia del mariscal Tantaui, y de sus compañeros en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, a eternizarse en el poder.
Tras el rebrote de la presión popular el pasado fin de semana y de una represión policial tan brutal como la patrocinada por el ex presidente Hosni Mubarak (el número oficial de manifestantes muertos sube a 39, aunque es posible que sean más), Tantaui descartó su idea de permanecer al frente del país hasta 2013 y habló de irse en julio de 2012, una vez fuera elegido un nuevo presidente. Ese plazo, dada la opinión de Estados Unidos y el creciente rechazo de los egipcios a la tutela militar, tampoco resulta ya verosímil.
El desapego hacia el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas quedó reflejado en la manifestación que sus partidarios convocaron en un barrio de El Cairo. Acudieron unos pocos miles de personas. Eso no significa que amplios sectores de la población, tal vez una mayoría silenciosa, no vean la presencia de los generales como un dique conveniente ante el hipotético riesgo de una evolución hacia el islamismo; significa que la Junta militar, que se ha desempeñado de forma lenta y torpe desde que heredó el poder de Mubarak y ha mantenido intactas las estructuras de la dictadura, genera muy poco entusiasmo.
El temor a que los manifestantes favorables a Tantaui llegaran a chocar con quienes exigían su dimisión, reavivando la violencia, se desvaneció en poco tiempo. Tampoco en Tahrir hubo violencia, con la excepción de nuevos tocamientos e insultos a mujeres, una característica oscura de las grandes concentraciones en El Cairo. Grupos de jóvenes formaron cordones en torno a mujeres agredidas o en riesgo, para protegerlas.
A diferencia de jornadas anteriores, la policía se mantuvo a distancia de Tahrir. Esa prudencia y la barricada de hormigón instalada el jueves de madrugada en la calle Mohamed Mahmud, escenario de auténticas matanzas desde el sábado pasado, evitaron la reanudación de los disturbios. Significativamente, la barrera pudo ser instalada porque un nutrido grupo de Hermanos Musulmanes logró separar a la policía y a los manifestantes.