Un boliviano detrás del 'mercado negro' más grande de América Latina
Buenos Aires, ABI
En Bolivia aparecieron los mercados negros con alguna timidez.
El Miamicito, La Uyustus y el Mercado Negro, en La Paz, La Cancha, en Cochabamba, Los Pozos o 7 Calles en Santa Cruz, la Calle Ancha, en Tarija.
En esos centros se vendía de todo; hoy esos puestos informales crecieron tanto, que con sólo nombrar la "Feria 16 de julio" de El Alto, ya es hablar en voz alta.
Los 'autos chutos, los 'transformers', 'made in Bolivia' o, ahora último 'los truchos' (argentinismo que refiere falsificación y ordinarez), son otro fenómeno que nadie puede entender y que explica la desaparición de las grandes casas importadoras de los 4X4, de Japón, o los autos de última generación.
Son los eslabones de una cadena de comercio informal, comercio minorista o los conocidos evasores de impuestos que preguntan: ¿con factura o sin factura?, con IVA o sin IVA.
La 'ropa usada' emergió, a mediados de los '90, con gran impacto, hasta convertirse en un poder económico y ni hablar de las galerías de electrodomésticos, celulares, computadoras o lo último en tecnología.
Dicen que el boliviano se las rebuscó luego del libremercadista 21060, del ex presidente Víctor Paz Estenssoro, con Gonzalo Sánchez de Lozada y sus asesores estadounidenses detrás bambalinas, en agosto del 85.
La relocalización que mandó 30.000 mineros bolivianos a la calle, 'localizó', vaya paradoja, la compra y venta en las calles o lugares de fin de semana con la instalación de ferias.
El éxito de los informales llegó a la Argentina, hace muchos años, los paisanos se fueron a un lugar lejos de Capital, lejos del Cono Urbano Bonaerense, a unos terrenos abandonados que incluyendo el nombre 'La Salada', no hacía presumir semejante fenómeno.
Un terreno, una casita de dos ambientes hace 25 años en ese barrio no llegaba ni a 300 dólares, hoy un puesto de venta, de 3X4 m2 en La Salada cuesta 400 dólares de alquiler por día. Leyó bien, ¡por día!.
La Feria de La Salada, el mercado de venta informal más popular de América Latina se fue gestando hace poco más de veinte años por un pequeño grupo de talleristas bolivianos que se rebelaron contra los cheques a 90 días que les entregaban las marcas a las que le confeccionaban la ropa.
Hasta que uno de ellos decidió vender sus manufacturas en el baúl de un auto en Puente La Noria a precios populares.
En pocas horas agotó el 'stock'. Y cobraba en el momento y en efectivo, como revela el periodista Nacho Girón en su libro 'La Salada'.
De esta manera, si el tallerista clandestino, liberado de toda estructura impositiva o de trabajo formal, asume la venta directa de su producción, sólo tiene costos de alrededor del 20% del precio de la prenda.
El resto es ganancia.
La Salada funciona porque se produce ropa a bajo costo en talleres clandestinos. Se trabaja en negro, no hay horario, doce o catorce horas diarias. Se termina ganando más plata en negro que en blanco. Ahí no hay sindicato, razón social ni nada. Si estás en blanco tenés que darle la plata "a los gordos"; es mejor trabajar en negro o sea sin papeles ni registros.
El libro La Salada dice que para que la feria exista, hubo una connivencia con la policía y la política. Los políticos, jamás echaron mano a La Salada.
Es raro, La Salada se mira, se compra y no se toca. No entra ni la intendencia. Entra la policía, sí, para hacer acto de presencia y punto.
Jorge Castillo es el dueño de La Salada, quiere llevar el modelo de negocios de La Salada a Miami.
"Cuando viajé, vi un sector muy carenciado en el barrio latino, parecido al conurbano de los '90, y dije 'acá podemos armar algo",, comenta con entusiasmo "Coco", para los más íntimos.
Castillo, dicen que es boliviano, ya instaló otras ferias cercanas, Olimpo, Urkupiña y piensa "sembrar" Argentina de mercados donde el que produce la ropa, venda su propio esfuerzo.
En Bolivia aparecieron los mercados negros con alguna timidez.
El Miamicito, La Uyustus y el Mercado Negro, en La Paz, La Cancha, en Cochabamba, Los Pozos o 7 Calles en Santa Cruz, la Calle Ancha, en Tarija.
En esos centros se vendía de todo; hoy esos puestos informales crecieron tanto, que con sólo nombrar la "Feria 16 de julio" de El Alto, ya es hablar en voz alta.
Los 'autos chutos, los 'transformers', 'made in Bolivia' o, ahora último 'los truchos' (argentinismo que refiere falsificación y ordinarez), son otro fenómeno que nadie puede entender y que explica la desaparición de las grandes casas importadoras de los 4X4, de Japón, o los autos de última generación.
Son los eslabones de una cadena de comercio informal, comercio minorista o los conocidos evasores de impuestos que preguntan: ¿con factura o sin factura?, con IVA o sin IVA.
La 'ropa usada' emergió, a mediados de los '90, con gran impacto, hasta convertirse en un poder económico y ni hablar de las galerías de electrodomésticos, celulares, computadoras o lo último en tecnología.
Dicen que el boliviano se las rebuscó luego del libremercadista 21060, del ex presidente Víctor Paz Estenssoro, con Gonzalo Sánchez de Lozada y sus asesores estadounidenses detrás bambalinas, en agosto del 85.
La relocalización que mandó 30.000 mineros bolivianos a la calle, 'localizó', vaya paradoja, la compra y venta en las calles o lugares de fin de semana con la instalación de ferias.
El éxito de los informales llegó a la Argentina, hace muchos años, los paisanos se fueron a un lugar lejos de Capital, lejos del Cono Urbano Bonaerense, a unos terrenos abandonados que incluyendo el nombre 'La Salada', no hacía presumir semejante fenómeno.
Un terreno, una casita de dos ambientes hace 25 años en ese barrio no llegaba ni a 300 dólares, hoy un puesto de venta, de 3X4 m2 en La Salada cuesta 400 dólares de alquiler por día. Leyó bien, ¡por día!.
La Feria de La Salada, el mercado de venta informal más popular de América Latina se fue gestando hace poco más de veinte años por un pequeño grupo de talleristas bolivianos que se rebelaron contra los cheques a 90 días que les entregaban las marcas a las que le confeccionaban la ropa.
Hasta que uno de ellos decidió vender sus manufacturas en el baúl de un auto en Puente La Noria a precios populares.
En pocas horas agotó el 'stock'. Y cobraba en el momento y en efectivo, como revela el periodista Nacho Girón en su libro 'La Salada'.
De esta manera, si el tallerista clandestino, liberado de toda estructura impositiva o de trabajo formal, asume la venta directa de su producción, sólo tiene costos de alrededor del 20% del precio de la prenda.
El resto es ganancia.
La Salada funciona porque se produce ropa a bajo costo en talleres clandestinos. Se trabaja en negro, no hay horario, doce o catorce horas diarias. Se termina ganando más plata en negro que en blanco. Ahí no hay sindicato, razón social ni nada. Si estás en blanco tenés que darle la plata "a los gordos"; es mejor trabajar en negro o sea sin papeles ni registros.
El libro La Salada dice que para que la feria exista, hubo una connivencia con la policía y la política. Los políticos, jamás echaron mano a La Salada.
Es raro, La Salada se mira, se compra y no se toca. No entra ni la intendencia. Entra la policía, sí, para hacer acto de presencia y punto.
Jorge Castillo es el dueño de La Salada, quiere llevar el modelo de negocios de La Salada a Miami.
"Cuando viajé, vi un sector muy carenciado en el barrio latino, parecido al conurbano de los '90, y dije 'acá podemos armar algo",, comenta con entusiasmo "Coco", para los más íntimos.
Castillo, dicen que es boliviano, ya instaló otras ferias cercanas, Olimpo, Urkupiña y piensa "sembrar" Argentina de mercados donde el que produce la ropa, venda su propio esfuerzo.