La ciudad de Sirte resiste la enésima embestida de los rebeldes libios
La ciudad natal de Muamar el Gadafi vende cara su derrota y repele el asalto por el sur de las tropas opositoras
Trípoli, El País
Cada día, el ejército rebelde avanza sobre Sirte y se repliega al cabo de unas horas como si fuese un acordeón. Es cierto que los avances son más grandes que los retrocesos y cada día van comiendo un poco más de terreno al enemigo. Pero la ciudad donde nació Muamar el Gadafi no es Bengasi (donde prendió la revuelta), ni Trípoli (donde la gente se preparó durante meses para alzarse el 20 de agosto) y por supuesto, no es Misrata, donde resistieron dos meses el asedio del Ejército. Entre las colas de civiles que salen de Sirte con los colchones amarrados al techo del auto, con toda la casa y la familia metida en una furgoneta, es raro encontrar a alguien que no apoye a Gadafi. Seguramente, tarde o temprano los rebeldes colocarán su bandera en lo más alto de Sirte. Pero la ciudad está vendiendo muy cara su derrota.
Cae un mortero. Las caras de los milicianos, que retroceden unos metros, se vuelven sombrías
La mañana del jueves seis de octubre parecía que se iba a producir, por fin, la madre de todas las ofensivas. Los rebeldes celebraban el avance sobre el flanco sur de Sirte con gritos y abrazos, como si fuera un partido de fútbol. A la una de la tarde llegaron las estrellas del equipo, es decir, media docenas de tanques y varios lanzacohetes. Unos cincuentas milicianos apoyaban con sus gritos de Alá es Grande a los conductores y artilleros del armamento, apostados cien metros por delante de ellos. Con cada proyectil que alcanzaba un edificio enemigo, levantaban los kaláshnikov y volvían a gritar "Alá es grande", “Alá es grande”.
Avanzaban metro a metro en su campaña contra la cuna del coronel libio. Lo que hacía una hora era la primera del frente, poco después se convertía en un terreno por donde se podía pasear sin aparente sensación de peligro. Los cohetes se veían avanzar en el aire y golpear el terreno de lo que un día fue el centro de acogida de la Unión Africana y donde Gadafi recibía a los líderes africanos.
Pero, de pronto, un mortero lanzado por los gadafistas pasó por encima de las cabezas de todo el mundo y cayó en la zona que ya parecía más que conquistada una hora antes. Si había llegado hasta ahí podía llegar perfectamente hasta donde estaban los tanques, los lanzacohetes y los milicianos apoyando a sus estrellas. Las caras de muchos rebeldes se volvieron sombrías. Y al rato, empezaron a caer más proyectiles en la zona donde se encontraban ellos. Sirte parecía ya tan cercana y de nuevo… hubo que retroceder.
Pero incluso en esos momentos de tensión había espacio para las bromas. En medio de los tiros, la pregunta más recurrente a la prensa llegada a la zona, después del lugar de procedencia, siempre gira en torno al equipo de fútbol: ¿Barça o Madrid? La inmensa mayoría de los libios, de momento, son del Barça. Pero he aquí que de pronto surgió un miliciano con barba, vestido con la camiseta de Cristiano Ronaldo, reculando medio kilómetro, junto a otros compañeros, desolado y con cara de preocupación. La imagen de un delantero volviendo a los puestos de defensa parecía resumir toda la batalla.
En el flanco este de la ciudad la batalla era distinta, bloque a bloque. Mustafá Zebi, de 24 años, venía de allí. Contaba que en el bando de Gadafi había mujeres francotiradoras de Reino Unido y de Croacia y que el día anterior habían muerto ocho rebeldes en esa parte de la ciudad. Zebi esperaba, como tanta gente desde hace más de un mes, que al día siguiente se produciría ya la batalla definitiva que les llevaría hacia el centro de Sirte.
Pero lo cierto es que en la toma de esta ciudad están muriendo muy pocos milicianos rebeldes. Raro es el día que han pasado de diez y muchos son los días en que no ha habido ningún muerto. Sin embargo, las familias que huyen de Sirte describen un panorama en el que no cesan de morir civiles bajo los bombardeos de la OTAN.
Trípoli, El País
Cada día, el ejército rebelde avanza sobre Sirte y se repliega al cabo de unas horas como si fuese un acordeón. Es cierto que los avances son más grandes que los retrocesos y cada día van comiendo un poco más de terreno al enemigo. Pero la ciudad donde nació Muamar el Gadafi no es Bengasi (donde prendió la revuelta), ni Trípoli (donde la gente se preparó durante meses para alzarse el 20 de agosto) y por supuesto, no es Misrata, donde resistieron dos meses el asedio del Ejército. Entre las colas de civiles que salen de Sirte con los colchones amarrados al techo del auto, con toda la casa y la familia metida en una furgoneta, es raro encontrar a alguien que no apoye a Gadafi. Seguramente, tarde o temprano los rebeldes colocarán su bandera en lo más alto de Sirte. Pero la ciudad está vendiendo muy cara su derrota.
Cae un mortero. Las caras de los milicianos, que retroceden unos metros, se vuelven sombrías
La mañana del jueves seis de octubre parecía que se iba a producir, por fin, la madre de todas las ofensivas. Los rebeldes celebraban el avance sobre el flanco sur de Sirte con gritos y abrazos, como si fuera un partido de fútbol. A la una de la tarde llegaron las estrellas del equipo, es decir, media docenas de tanques y varios lanzacohetes. Unos cincuentas milicianos apoyaban con sus gritos de Alá es Grande a los conductores y artilleros del armamento, apostados cien metros por delante de ellos. Con cada proyectil que alcanzaba un edificio enemigo, levantaban los kaláshnikov y volvían a gritar "Alá es grande", “Alá es grande”.
Avanzaban metro a metro en su campaña contra la cuna del coronel libio. Lo que hacía una hora era la primera del frente, poco después se convertía en un terreno por donde se podía pasear sin aparente sensación de peligro. Los cohetes se veían avanzar en el aire y golpear el terreno de lo que un día fue el centro de acogida de la Unión Africana y donde Gadafi recibía a los líderes africanos.
Pero, de pronto, un mortero lanzado por los gadafistas pasó por encima de las cabezas de todo el mundo y cayó en la zona que ya parecía más que conquistada una hora antes. Si había llegado hasta ahí podía llegar perfectamente hasta donde estaban los tanques, los lanzacohetes y los milicianos apoyando a sus estrellas. Las caras de muchos rebeldes se volvieron sombrías. Y al rato, empezaron a caer más proyectiles en la zona donde se encontraban ellos. Sirte parecía ya tan cercana y de nuevo… hubo que retroceder.
Pero incluso en esos momentos de tensión había espacio para las bromas. En medio de los tiros, la pregunta más recurrente a la prensa llegada a la zona, después del lugar de procedencia, siempre gira en torno al equipo de fútbol: ¿Barça o Madrid? La inmensa mayoría de los libios, de momento, son del Barça. Pero he aquí que de pronto surgió un miliciano con barba, vestido con la camiseta de Cristiano Ronaldo, reculando medio kilómetro, junto a otros compañeros, desolado y con cara de preocupación. La imagen de un delantero volviendo a los puestos de defensa parecía resumir toda la batalla.
En el flanco este de la ciudad la batalla era distinta, bloque a bloque. Mustafá Zebi, de 24 años, venía de allí. Contaba que en el bando de Gadafi había mujeres francotiradoras de Reino Unido y de Croacia y que el día anterior habían muerto ocho rebeldes en esa parte de la ciudad. Zebi esperaba, como tanta gente desde hace más de un mes, que al día siguiente se produciría ya la batalla definitiva que les llevaría hacia el centro de Sirte.
Pero lo cierto es que en la toma de esta ciudad están muriendo muy pocos milicianos rebeldes. Raro es el día que han pasado de diez y muchos son los días en que no ha habido ningún muerto. Sin embargo, las familias que huyen de Sirte describen un panorama en el que no cesan de morir civiles bajo los bombardeos de la OTAN.