De la guerra tradicional a la contrainsurgencia
La batalla que Bush dijo haber ganado en Irak en 2003 se ha prolongado casi nueve años
Washington, El País
El Pentágono invadió Irak en 2003 con 200.000 soldados, 148.000 de los cuales eran de Estados Unidos. Les acompañaron contingentes menores de Reino Unido (45.000), Australia (2.000), Polonia (194) y España. En principio, la cúpula militar de EE UU bautizó la misión como Operación Liberación de Irak, que pronto cambiaría por Operación Libertad Iraquí. Los soldados entraron a Irak por tierra, desde el sur, en Kuwait. El Pentágono intentó reforzar las operaciones desde el norte, haciendo uso de la frontera turca, algo a lo que Ankara se opuso. Finalmente, optó por desplegar un pequeño contingente de paracaidistas sobre el norte de Irak.
En el primer día de guerra, el 20 de marzo de 2003, la División de Operaciones Especiales de la CIA atacó por aire la capital, Bagdad. Desde aquel momento, el Gobierno de Irak y su cúpula militar tardaron solo tres semanas en caer, lo que llevó a George W. Bush a proclamar una prematura victoria. Bush y los generales entraron en Irak con una mentalidad de guerra tradicional, defendiendo que habían ganado la guerra por medios tradicionales: ataques aéreos e infantería. No contaban entonces con que, a la larga, su mayor enemigo no serían Sadam y sus generales, sino grupos insurgentes que intentarían humillar a EE UU, con apoyo de elementos externos, como la red terrorista Al Qaeda o el Gobierno de Irán.
Bagdad cayó en abril y Bush proclamó victoria en mayo. En agosto, un camión bomba estalló en la sede de la ONU en Bagdad y aniquiló al enviado de esa organización a la zona, Sergio Vieria de Mello. Posteriormente, otra bomba en Najaf mató a 125 civiles. Aquellos ataques, propios de un grupo terrorista, más que de un enemigo en guerra, se convirtieron en la tónica a la que se enfrentaba EE UU a diario. Su labor era pacificar el país, pero sus enemigos no lo atacaban directamente. Optaban por matar civiles.
La Casa Blanca aseguraba que acudía a Irak a salvar a una mayoría chií del yugo de un dictador suní. No contaba con que una buena parte de esa mayoría chií se convertiría en uno de sus peores enemigos. La milicia a las órdenes del clérigo Muqtada Al Sáder, aliado de los ayatolas de Irán, comenzó sus ataques contra las tropas de EE UU un año después de que comenzara la guerra. Entonces emprendieron sus retiradas varios países que habían apoyado inicialmente al Pentágono, entre ellos España, por decisión del nuevo Gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
En 2004, las tropas aliadas cercaron el bastión insurgente de Faluya en dos ocasiones: en abril y en noviembre. La segunda batalla, bautizada como Operación Furia Fantasma, todavía se recuerda como uno de los combates más feroces por parte del cuerpo de Infantería de Marines, solo comparable a la batalla de Hue City en Vietnam en 1968. En el bando norteamericano murieron 95 soldados. En el insurgente, 1.200, según cifras oficiales del Pentágono.
A medida que pasaban los años, a los estadounidenses se les hacía más difícil evitar los ataques a civiles. La situación empeoró notablemente en 2005. En el mes de mayo de aquel año, el nuevo Gobierno iraquí dijo que los atentados suicidas y con coches bomba habían aniquilado a unas 672 personas, una cifra sin parangón hasta la fecha. Aquel caos dio paso a un nuevo estado comparable a la guerra civil: chiíes y suníes mortalmente enfrentados. En febrero de 2006 los suníes, apoyados por Al Qaeda, provocaron una matanza haciendo explotar una bomba en una mezquita chií de Samarra. Entre mayo y junio, 100 civiles murieron cada día, según datos de Naciones Unidas. La cifra total de civiles muertos en 2006 fue de 34.000.
A EE UU solo le quedó la opción de cambiar su estrategia por una gran operación contrainsurgente, apoyada por un incremento de las tropas en 2007. Cinco brigadas, 20.000 soldados, fueron desplegadas en la provincia de Al Anbar y en Bagdad. En total, el número de soldados de EE UU sobre el terreno quedó en 144.000. Fue David Petraeus, que ahora lidera la CIA, el general que quedó al mando de las tropas en Irak para semejante transición. Su labor se consideró un éxito, que luego aplicaría al segundo gran refuerzo de tropas en Afganistán.
Con el cambio de gobierno de 2009, el presidente Barack Obama ordenó el final de las operaciones de combate en agosto de 2010. Entonces quedaron sobre el terreno 50.000 soldados con una única labor: entrenar a las tropas nacionales iraquíes y supervisar la seguridad en la zona. Son esos los soldados que se replegarán antes de enero, aun en contra de la opinión de algunos generales norteamericanos al respecto. En total, 4.479 soldados de EE UU han muerto en combate en Irak.
Washington, El País
El Pentágono invadió Irak en 2003 con 200.000 soldados, 148.000 de los cuales eran de Estados Unidos. Les acompañaron contingentes menores de Reino Unido (45.000), Australia (2.000), Polonia (194) y España. En principio, la cúpula militar de EE UU bautizó la misión como Operación Liberación de Irak, que pronto cambiaría por Operación Libertad Iraquí. Los soldados entraron a Irak por tierra, desde el sur, en Kuwait. El Pentágono intentó reforzar las operaciones desde el norte, haciendo uso de la frontera turca, algo a lo que Ankara se opuso. Finalmente, optó por desplegar un pequeño contingente de paracaidistas sobre el norte de Irak.
En el primer día de guerra, el 20 de marzo de 2003, la División de Operaciones Especiales de la CIA atacó por aire la capital, Bagdad. Desde aquel momento, el Gobierno de Irak y su cúpula militar tardaron solo tres semanas en caer, lo que llevó a George W. Bush a proclamar una prematura victoria. Bush y los generales entraron en Irak con una mentalidad de guerra tradicional, defendiendo que habían ganado la guerra por medios tradicionales: ataques aéreos e infantería. No contaban entonces con que, a la larga, su mayor enemigo no serían Sadam y sus generales, sino grupos insurgentes que intentarían humillar a EE UU, con apoyo de elementos externos, como la red terrorista Al Qaeda o el Gobierno de Irán.
Bagdad cayó en abril y Bush proclamó victoria en mayo. En agosto, un camión bomba estalló en la sede de la ONU en Bagdad y aniquiló al enviado de esa organización a la zona, Sergio Vieria de Mello. Posteriormente, otra bomba en Najaf mató a 125 civiles. Aquellos ataques, propios de un grupo terrorista, más que de un enemigo en guerra, se convirtieron en la tónica a la que se enfrentaba EE UU a diario. Su labor era pacificar el país, pero sus enemigos no lo atacaban directamente. Optaban por matar civiles.
La Casa Blanca aseguraba que acudía a Irak a salvar a una mayoría chií del yugo de un dictador suní. No contaba con que una buena parte de esa mayoría chií se convertiría en uno de sus peores enemigos. La milicia a las órdenes del clérigo Muqtada Al Sáder, aliado de los ayatolas de Irán, comenzó sus ataques contra las tropas de EE UU un año después de que comenzara la guerra. Entonces emprendieron sus retiradas varios países que habían apoyado inicialmente al Pentágono, entre ellos España, por decisión del nuevo Gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
En 2004, las tropas aliadas cercaron el bastión insurgente de Faluya en dos ocasiones: en abril y en noviembre. La segunda batalla, bautizada como Operación Furia Fantasma, todavía se recuerda como uno de los combates más feroces por parte del cuerpo de Infantería de Marines, solo comparable a la batalla de Hue City en Vietnam en 1968. En el bando norteamericano murieron 95 soldados. En el insurgente, 1.200, según cifras oficiales del Pentágono.
A medida que pasaban los años, a los estadounidenses se les hacía más difícil evitar los ataques a civiles. La situación empeoró notablemente en 2005. En el mes de mayo de aquel año, el nuevo Gobierno iraquí dijo que los atentados suicidas y con coches bomba habían aniquilado a unas 672 personas, una cifra sin parangón hasta la fecha. Aquel caos dio paso a un nuevo estado comparable a la guerra civil: chiíes y suníes mortalmente enfrentados. En febrero de 2006 los suníes, apoyados por Al Qaeda, provocaron una matanza haciendo explotar una bomba en una mezquita chií de Samarra. Entre mayo y junio, 100 civiles murieron cada día, según datos de Naciones Unidas. La cifra total de civiles muertos en 2006 fue de 34.000.
A EE UU solo le quedó la opción de cambiar su estrategia por una gran operación contrainsurgente, apoyada por un incremento de las tropas en 2007. Cinco brigadas, 20.000 soldados, fueron desplegadas en la provincia de Al Anbar y en Bagdad. En total, el número de soldados de EE UU sobre el terreno quedó en 144.000. Fue David Petraeus, que ahora lidera la CIA, el general que quedó al mando de las tropas en Irak para semejante transición. Su labor se consideró un éxito, que luego aplicaría al segundo gran refuerzo de tropas en Afganistán.
Con el cambio de gobierno de 2009, el presidente Barack Obama ordenó el final de las operaciones de combate en agosto de 2010. Entonces quedaron sobre el terreno 50.000 soldados con una única labor: entrenar a las tropas nacionales iraquíes y supervisar la seguridad en la zona. Son esos los soldados que se replegarán antes de enero, aun en contra de la opinión de algunos generales norteamericanos al respecto. En total, 4.479 soldados de EE UU han muerto en combate en Irak.