Una visita a la zona nuclear fantasma de Japón


David Shukman
BBC Ciencia

Los animales abandonados que no pudieron escapar de los corrales se murieron de hambre.
Nada se mueve en el deshabitado centro de Tomioka, una comunidad de 16.000 personas ahora degradada a la inquietante categoría de pueblo fantasma a raíz del desastre nuclear en Fukushima.
Las tiendas de la calle principal están desiertas, las motocicletas y automóviles abandonados y la hierba crece a través de grietas en el concreto.

Las máquinas expendedoras de bebidas y refrigerios - siempre populares en Japón - están sin electricidad y en silencio.
Tomioka queda dentro de la zona de exclusión de 20 kilómetros, declarada a toda prisa el pasado mes de marzo cuando una nube de polvo radiactivo escapó de la siniestrada planta nuclear.
En el apuro por escapar, las puertas se quedaron abiertas. Las ventanas y tejados estremecidos por el terremoto y el tsunami siguen sin repararse. Una bicicleta está apoyada contra un poste de luz.

Hacemos la visita después de que científicos y otros periodistas nos aseguraron que los niveles de radiación habían caído en esta zona en particular.
Los peores efectos de la contaminación se extendieron al noroeste de Fukushima. Tomioka queda en el sur.
De todos modos nos equipamos con sobretodos, botas, guantes y máscaras, todas diseñadas para minimizar el contacto con el polvo que probablemente sea la principal fuente de radiactividad.
Está prohibido que el público y los medios de comunicación entren en la zona, pero pasamos un puesto de control policial sin que nos detengan.
Medición de radiactividad

Constantemente operamos un contador Geiger -y aunque el nivel de radiación aumenta levemente apenas nos adentramos en la zona- es mucho menor de lo que esperábamos.
Para los registros, durante nuestra visita de tres horas que, deliberadamente recortamos para minimizar los riesgos, el promedio de radiación fue de 3 microsieverts por hora.
Nosotros calculamos que nuestra dosis total fue aproximadamente la mitad de una radiografría normal de pecho.

Nuestro guía es un agricultor local, Naota Matsumura, ansioso de mostrar al mundo los efectos sufridos por su comunidad.

Aunque formó parte del éxodo inicial después del accidente, Matsumura no pudo aguantar la vida en el refugio central donde fue trasladado y pronto regresó a su finca, desobedeciendo las órdenes de abandonar el lugar.
Matsumura es el último residente que queda en la localidad, pero él cree que es su deber hacer todo posible para mantener a Tomioka como una comunidad.
"Queremos que este sitio sea seguro otra vez", me dice mientras conducimos a través de las tranquilas calles y pasamos los abundantes arrozales.
"Necesitamos gas, electricidad y agua. Sin embargo, los ancianos quieren volver de todos modos, incluso mi madre y mi padre. Su deseo es morir aquí".
"Ahora estoy yo solo cuidando a los animales".

La situación del ganado es un reto inmediato. Docenas de reses se escaparon después de la evacuación y ahora deambulan errantes.
Cerdos y jabalíes domesticados también tienen ahora un vida silvestre. Veo una camada de animales que sólo han conocido la vida dentro de la zona nuclear.
Sin embargo, otros se quedaron atrapados cuando sus dueños se fueron con tanta prisa que no los soltaron y terminaron muriendo de hambre.
Matsumura nos lleva a un rancho ganadero grande. La carne de res proveniente de este lugar solía ser de alto precio por su sabor y calidad.

"Fallas" de las autoridades

Matsumura está ansioso de mostrar al mundo los efectos del desastre sobre su comunidad.
Destrozados por el terremoto y cubiertos por gigantescas telarañas, los establos lucen como parte de una escena tétrica.
Al final de una cadena de corrales, veo los restos podridos de una vaca y su ternero. En total 60 reses perecieron aquí.
Matsumura considera que las autoridades le fallaron a la gente de la zona, razón por la cual se ha tomado el riesgo de traernos al lugar.
Mientras seguimos con la vista puesta en el contador Geiger, notamos que el nivel de radiación, tal como es de esperarse, es generalmente mayor sobre la tierra, muy ocasionalmente situándose cerca de 30 microsieverts la hora.

En un visita rápida como la nuestra, esos niveles no representan ninguna amenaza. Sin embargo, le preguntamos a nuestro guía si le preocupa vivir en este ambiente.
"Me niego a pensar en eso", señala bromeando que su hábito de fumar cigarrillo tras cigarrillo podría ser más peligroso.
Puede que haya otras personas dispuestas a seguir su ejemplo, pero es poco probable que la orden de exclusión sea levantada -incluso en esta área- por un buen tiempo.
Una preocupación más amplia es el impacto de la contaminación más allá de esta zona.
La principal columna de humo radiactivo llegó mucho más allá de la frontera de 20 kilómetros, provocando temores por los efectos sobre la agricultura y la salud humana, y los científicos están ahora envueltos en una carrera para recopilar información confiable que ayude a formular políticas públicas.
El Instituto Japonés de Ciencias Agropecuarias invitó a una reconocida experta británica, la doctora Brenda Howard, del Centro para la Ecología y la Hidrológica de Lancaster, para que preste su asesoramiento tras pasar años investigando lo sucedido con el accidente de Chernobyl.
"Allá (en Chernobyl) las vacas pastorean al aire libre, mientra que aquí están encerradas y, por lo tanto, hay menos posibilidades de que estén contaminadas por la radiactividad"
Brenda Howard, del Centro para la Ecología y la Hidrologñia de Lancaster
Su evaluación inicial es que los efectos no serán tan graves, en parte debido a que en Japón la mayoría del ganado se mantiene bajo techo y, por lo tanto, pudo evitar la lluvia radiactiva.
"No será un Chernobyl"
"El sistema de producción animal aquí es muy distinto al de Chernobyl", apunta.
"Allá las vacas pastorean al aire libre, mientra que aquí están encerradas y, por lo tanto, hay menos posibilidades de que estén contaminadas por la radiactividad".
Las lecturas confirmaron que hay contaminación del suelo, muchas veces a altos niveles, lo que plantea la interrogante sobre la cantidad de radioactividad que puede llegar hasta las plantas que están creciendo.
La profesora Tomoko Nakanishi de la Escuela de Agricultura y Ciencias Biológicas de la Universidad de Tokio, considera que la contaminación es casi toda superficial.
Sus primeros estudios mostraron que la gran parte de la radioactividad se concentra en los 5cm de la parte superior del suelo.
Como resultado, Nakanishi considera que cantidades relativamente pequeñas del cesio radioactivo 134 y 137 se absorberán en los tallos de arroz y cantidades aún menores en sus granos.
"Sólo la superficie está contaminada", me dijo. "sólo los primeros 5cm están muy contaminados".
La profesora Nakanishi reconoce que los consumidores pueden no estar convencidos de estos intentos de transmitir tranquilidad.
"Si no lo quieren comer", dice, "sólo desechen el producto de este año, pero estoy muy optimista con respecto al próximo año. Su consumo no tendrá riesgos".

Tomioka quedó como un pueblo fantasma.
Sin embargo, aún si se demuestra que esa conclusión es correcta, persiste el reto del limpiar grandes zonas de suelo envenenado.
Eliminar la parte de arriba del suelo es uno de las técnicas que se pueden utilizar, pero luego hace falta desecharlo y el trabajo es muy costoso. Ararlo y hundirlo en la tierra puede disolverlo, pero eso también es una opción costosa.
Han pasado seis meses y la mayor parte del mundo científico aún se muestra incierto y puede que pasen años, antes de que las tierras de labranza puedan ser declaradas seguras, de forma convincente.
Mientras tanto, Naoto Matsumura apenas se gana la vida con una existencia pre industrial a la sombra de Fukushima.
A diez millas de la paralizada estación nuclear, vive a la luz de las velas esperando poder ver el resurgimiento de la comunidad donde creció.

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