La revisión de la solvencia de EE UU resquebraja la estabilidad global

La decisión de S&P supone otra advertencia para las economías europeas

Madrid, El País

Si una agencia de calificación de riesgos como Standard&Poor's (S&P), con mayoría de capital estadounidense, se atreve a cuestionar la solvencia de la primera potencia económica mundial, es que se ha abierto la puerta a un nuevo escenario. Uno en el que puede pasar de todo y a todos. Especialmente a las economías de países en los que el debate político se superpone a las expectativas de los mercados. La justificación de S&P para bajar del pedestal a la primera economía del mundo -"la débil e improvisada política fiscal"- es un nítido mensaje, toda una advertencia a los políticos.

Tras la decisión de S&P, queda claro que puede haber pactos políticos, componendas entre partidos o enfrentamientos, pero al final, la nota del examen -y la estabilidad global- dependerá de lo que opinen las tres agencias examinadoras S&P, Moody's y Fitch.

En Europa, con la tormenta de la deuda en su apogeo, la rebaja de la calificación de la deuda de EE UU puede agitar aún más las aguas. Especialmente en el Reino Unido, con vínculos especialmente estrechos con la economía norteamericana. Al igual que el desplome de Irlanda llevó la preocupación a Londres por la exposición de la economía británica a la de su vecino, la rebaja de la calificación de EE UU puede afectar a la economía británica.

Para empezar, Reino Unido es el tercer inversor del mundo en deuda de EE UU tras China y Japón. Tiene invertidos 346.500 millones de dólares, seis veces lo que tiene Alemania (61.000 millones). Reino Unido, socio siempre privilegiado del país norteamericano, comparte con él muchos de los problemas. Comparte desde los desequilibrios básicos -fuerte aumento de la deuda y del déficit, burbuja inmobiliaria- hasta las malas expectativas de futuro, con un crecimiento débil que acrecienta los problemas de desempleo y agita el debate político, lo que -círculo vicioso- enciente las alarmas de las agencias calificacdoras. Aunque Reino Unido no forma parte del euro, si sus bancos y sus empresas se vieran afectadas por el deterioro de la solvencia de EE UU, el impacto en Europa será grande. En una economía global, profundamente interconectada, el movimiento en el estanque acaba por llegar a todos.

Para Alemania (calificación triple A), la inestabilidad en el sistema puede suponer, sin embargo, algo positivo. Con EE UU bajo la lupa de las agencias de calificación y sus acreedores con el ceño fruncido, Alemania se queda sola. Era, junto a EE UU, el gran baluarte de la inversión, el refugio seguro ante la ansiedad y las turbulencias. Ahora, se queda un poco más sola. Y ello tiene también sus consecuencias. Una avalancha de inversión en busca de puerto seguro también es capaz de alterar los delicados equilibrios del sistema. Como ha demostrado la crisis de la deuda soberana, los ataques especulativos a la periferia pueden resaltar la bondad del centro, incluso su seguridad. Pero todo tiene su precio y no se puede vivir eternamente en calma en medio de la agitación.

Y si Alemania puede notar los efectos del vendaval, Francia aun más. Se ha demostrado en la crisis de la deuda. Las apuestas contra la deuda soberana han afectado a Bélgica y a Francia, con fuertes subidas en el diferencial con el bono alemán (en torno a 100 puntos en el caso francés y por encima de 200 en el caso belga). Tras las decisiones de las agencias de calificación están también las dudas sobre la capacidad de los países para crecer y hacer frente a los pagos de lo que han pedido prestado. Como el crecimiento es débil, esa capacidad está en cuestión. Incluso en EE UU, según ha demostrado S&P.

Cuestión aparte es cómo se está gestionando el problema de la deuda y la capacidad de las agencias calificadoras para convertir suposiciones en certezas. Porque son muchos los analistas que destacan cómo las agencias -y otros organismos multilaterales- recetan soluciones para contener los problemas que, a la larga, no hacen sino agravarlos.
El deterioro de un gigante

- Los antecedentes. La crisis ha disparado los desequilibrios fiscales de EE UU. Ya en época de bonanza, en 2007, el país tenía un déficit del 1,2% del PIB. Y en 2009, el año de la recesión, el desfase entre ingresos y gastos representaba el 11,4%, casi la misma cifra que registró España. Dos años después, la previsión del FMI no baja del 9,3%. Para cubrir esa brecha, el Estado ha recurrido a la deuda, que ha pasado del 61% del PIB en 2006 al 100% este año. Los mercados penalizan esa escalada, máxime cuando la economía no da señales de poder sostener esa abultada cifra y el paro alcanza niveles desconocidos (tocó un máximo del 10% en octubre de 2010 y ahora se sitúa en el 9,1% de la población activa).

- Efectos inmediatos. Si la deuda estadounidense es considerada de peor calidad, los inversores exigirán mayores intereses por adquirirla. A corto plazo, eso se traduce en un aumento de los gastos financieros que tiene que afrontar el Presupuesto en un momento de dificultad. JP Morgan calcula que un aumento de siete décimas en los intereses (hipótesis máxima que considera esta firma), el coste adicional alcanzaría los 100.000 millones de dólares. Además, la confianza de los acreedores disminuye y, por tanto, crecen las dificultades de financiación para la principal potencia del mundo. Entre los sufridores de la situación figuran los bancos del país, que verán también degradada su posición, y el dólar, que se puede debilitar.

Entradas populares