El régimen sirio intensifica la represión
El presidente El Asad intenta aplastar una rebelión que amenaza con extenderse en Ramadán - El Ejército ataca la ciudad de Hama por tercera jornada consecutiva
Damasco, El País
Que el Ramadán -mes de ayuno de los musulmanes, periodo de nutridas reuniones familiares y de enaltecimiento de valores espirituales- iba a ser una prueba de fuego para el Gobierno de Bachar el Asad no era secreto: los comités locales que organizan la rebelión habían anunciado protestas nocturnas a la salida de las mezquitas. La respuesta del régimen tampoco ha sorprendido. La represión desatada desde el domingo, primer día del mes sagrado, crece. Desde entonces, unas 150 personas han muerto, cien de ellas en Hama. Los tanques bombardeaban ayer barrios residenciales de esta ciudad, en la que murieron cinco personas, según varios testigos. Pero el desafío al régimen, iniciado a mediados de marzo, se extiende sin pausa.
"Hoy día casi toda Siria está levantada, salvo en Damasco y Alepo, aunque también hay protestas en estas ciudades", asegura en Madrid Suleimán Suleimán, miembro de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio. Como en Túnez a finales de diciembre, el alzamiento y la respuesta violenta del régimen se desataron en zonas rurales para avanzar paulatinamente hacia las ciudades.
En Hama, las calles permanecieron ayer vacías, según relataba uno de sus 700.000 vecinos a la cadena Al Yazira. Pero resultaba imposible precisar la información debido al veto de las autoridades sirias a los periodistas extranjeros. Dos manifestantes murieron desde la noche del lunes bajo las balas y la metralla en Albu Kamal, en la frontera con Irak, también asaltada por los tanques; otras tres personas en redadas en Homs; dos en la mediterránea Latakia, y seis en un suburbio de Damasco. La capital y Alepo, las dos poblaciones más grandes, no han vivido protestas masivas. "Son ciudades muy grandes, heterogéneas en su composición, no como Hama, que es mayoritariamente suní", comenta Suleimán.
Difícilmente puede permitirse el régimen que haya zonas liberadas donde los manifestantes puedan organizarse o hacer acopio de armamento. Hama estaba rodeada por tropas y tanques del Ejército desde comienzos de junio, cuando los soldados abandonaron la ciudad, mayoritariamente suní y escenario de una carnicería en 1982, cuando Hafez el Asad, padre del actual presidente, aplastó a los Hermanos Musulmanes. El domingo las tropas entraron de nuevo en la ciudad.
El régimen no parece asimilar que gran parte de la población no otorga credibilidad alguna a sus ofertas de negociación, ni a las promesas de amnistía, ni a la reciente propuesta de ley de partidos políticos. O bien se trataba de meras tácticas propagandísticas. Pero tampoco ignora que la presión diplomática internacional tiene límites, y que el precedente de Libia -la apresurada aprobación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que ahora dificultan una salida negociada- tiene su peso. Rusia y China no están por la labor de castigar al régimen; las sanciones tardan demasiado en hacer mella a estos regímenes autoritarios, y las palabras del jefe de la diplomacia británica, William Hague - "no hay ni la más remota posibilidad de que ataquemos Siria", dijo el lunes-, permiten aventurar que un ataque de una alianza encabezada por Occidente es impensable.
Lo que pondrá a prueba la amplitud de las protestas en Ramadán es la capacidad del Ejército para desplegarse en tantas ciudades y aldeas simultáneamente. No porque la unidad en las filas de las Fuerzas Armadas sufra ninguna fractura considerable. "No ha habido muchas deserciones. Tan solo unos 2.000 o 3.000 soldados, pero muchos otros han sido asesinados por negarse a cumplir la orden de disparar contra los manifestantes", explica Suleimán.
Pero la cohesión del Ejército y los cuerpos paramilitares -unos 400.000 uniformados, en su mayoría soldados suníes a las órdenes de mandos alauíes, la secta derivada del chiísmo a la que pertenece la familia del presidente- es muy difícil de evaluar. Como lo es la moral de sus militares, muchos de ellos forzados a atacar a ciudadanos de su misma confesión religiosa, un detalle relevante en un país habitado por suníes, alauíes, cristianos y drusos, que saben de atrocidades sectarias.
"Provocar divisiones en el Ejército no es fácil", explica a Reuters Samer Afndi, exoficial de los cuerpos de seguridad. "La estructura del personal tiene varias capas. La ruptura de una de ellas no afecta a las demás", añade. Diferente es que tenga capacidad para aplastar un alzamiento masivo.
"Si no disponen de suficientes unidades leales para tomar Hama, no las tendrán para dominar ciudades más grandes como Homs, Alepo y Damasco", opina Firas Abi Ali, analista del think tank británico Exclusive Analysis. "No creo que cuenten con unidades para sofocar la revuelta en muchas ciudades al mismo tiempo", añade este experto.
Tres de las cinco ciudades más grandes -Homs, la tercera; Hama, la cuarta, y Deir al Zor, la quinta, y región oriental donde se hallan los yacimientos de petróleo y gas de Siria- se han sumado al alzamiento y padecido la represión, que ha dejado más de 1.600 muertos, según varias ONG de derechos humanos. Sin embargo, el Gobierno atribuye las muertes a grupos terroristas y a la injerencia de países extranjeros.
Damasco, El País
Que el Ramadán -mes de ayuno de los musulmanes, periodo de nutridas reuniones familiares y de enaltecimiento de valores espirituales- iba a ser una prueba de fuego para el Gobierno de Bachar el Asad no era secreto: los comités locales que organizan la rebelión habían anunciado protestas nocturnas a la salida de las mezquitas. La respuesta del régimen tampoco ha sorprendido. La represión desatada desde el domingo, primer día del mes sagrado, crece. Desde entonces, unas 150 personas han muerto, cien de ellas en Hama. Los tanques bombardeaban ayer barrios residenciales de esta ciudad, en la que murieron cinco personas, según varios testigos. Pero el desafío al régimen, iniciado a mediados de marzo, se extiende sin pausa.
"Hoy día casi toda Siria está levantada, salvo en Damasco y Alepo, aunque también hay protestas en estas ciudades", asegura en Madrid Suleimán Suleimán, miembro de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio. Como en Túnez a finales de diciembre, el alzamiento y la respuesta violenta del régimen se desataron en zonas rurales para avanzar paulatinamente hacia las ciudades.
En Hama, las calles permanecieron ayer vacías, según relataba uno de sus 700.000 vecinos a la cadena Al Yazira. Pero resultaba imposible precisar la información debido al veto de las autoridades sirias a los periodistas extranjeros. Dos manifestantes murieron desde la noche del lunes bajo las balas y la metralla en Albu Kamal, en la frontera con Irak, también asaltada por los tanques; otras tres personas en redadas en Homs; dos en la mediterránea Latakia, y seis en un suburbio de Damasco. La capital y Alepo, las dos poblaciones más grandes, no han vivido protestas masivas. "Son ciudades muy grandes, heterogéneas en su composición, no como Hama, que es mayoritariamente suní", comenta Suleimán.
Difícilmente puede permitirse el régimen que haya zonas liberadas donde los manifestantes puedan organizarse o hacer acopio de armamento. Hama estaba rodeada por tropas y tanques del Ejército desde comienzos de junio, cuando los soldados abandonaron la ciudad, mayoritariamente suní y escenario de una carnicería en 1982, cuando Hafez el Asad, padre del actual presidente, aplastó a los Hermanos Musulmanes. El domingo las tropas entraron de nuevo en la ciudad.
El régimen no parece asimilar que gran parte de la población no otorga credibilidad alguna a sus ofertas de negociación, ni a las promesas de amnistía, ni a la reciente propuesta de ley de partidos políticos. O bien se trataba de meras tácticas propagandísticas. Pero tampoco ignora que la presión diplomática internacional tiene límites, y que el precedente de Libia -la apresurada aprobación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que ahora dificultan una salida negociada- tiene su peso. Rusia y China no están por la labor de castigar al régimen; las sanciones tardan demasiado en hacer mella a estos regímenes autoritarios, y las palabras del jefe de la diplomacia británica, William Hague - "no hay ni la más remota posibilidad de que ataquemos Siria", dijo el lunes-, permiten aventurar que un ataque de una alianza encabezada por Occidente es impensable.
Lo que pondrá a prueba la amplitud de las protestas en Ramadán es la capacidad del Ejército para desplegarse en tantas ciudades y aldeas simultáneamente. No porque la unidad en las filas de las Fuerzas Armadas sufra ninguna fractura considerable. "No ha habido muchas deserciones. Tan solo unos 2.000 o 3.000 soldados, pero muchos otros han sido asesinados por negarse a cumplir la orden de disparar contra los manifestantes", explica Suleimán.
Pero la cohesión del Ejército y los cuerpos paramilitares -unos 400.000 uniformados, en su mayoría soldados suníes a las órdenes de mandos alauíes, la secta derivada del chiísmo a la que pertenece la familia del presidente- es muy difícil de evaluar. Como lo es la moral de sus militares, muchos de ellos forzados a atacar a ciudadanos de su misma confesión religiosa, un detalle relevante en un país habitado por suníes, alauíes, cristianos y drusos, que saben de atrocidades sectarias.
"Provocar divisiones en el Ejército no es fácil", explica a Reuters Samer Afndi, exoficial de los cuerpos de seguridad. "La estructura del personal tiene varias capas. La ruptura de una de ellas no afecta a las demás", añade. Diferente es que tenga capacidad para aplastar un alzamiento masivo.
"Si no disponen de suficientes unidades leales para tomar Hama, no las tendrán para dominar ciudades más grandes como Homs, Alepo y Damasco", opina Firas Abi Ali, analista del think tank británico Exclusive Analysis. "No creo que cuenten con unidades para sofocar la revuelta en muchas ciudades al mismo tiempo", añade este experto.
Tres de las cinco ciudades más grandes -Homs, la tercera; Hama, la cuarta, y Deir al Zor, la quinta, y región oriental donde se hallan los yacimientos de petróleo y gas de Siria- se han sumado al alzamiento y padecido la represión, que ha dejado más de 1.600 muertos, según varias ONG de derechos humanos. Sin embargo, el Gobierno atribuye las muertes a grupos terroristas y a la injerencia de países extranjeros.