La guerra civil en Yemen permite a Al-Qaeda avanzar en su guerra oculta
Yemen, Agencias
Afuera del hospital Naqib hay camillas vacías en donde normalmente se estacionan los coches. Los milicianos de Al-Qaeda están a menos de una hora en coche. Pronto llegarán los heridos.
Es probable que sean niños, mujeres y hombres viejos atrapados en el fuego cruzado entre las fuerzas del gobierno e islamistas militantes quienes se acercan a la ciudad de Aden, la segunda más grande de Yemen.
Como docenas antes que ellos, los nuevos heridos serán recogidos de coches y acomodados en camillas para ser llevados a urgencias.
Con estudiantes de medicina ayudándolos, los doctores que son nuevos ante las heridas causadas por explosivos, metralla de tanque, bombas y balas batallarán para detener el flujo de sangre, reconstruir huesos fragmentados, consolar a los inconsolables.
Lo que más duele de esta guerra es esperar.
La mayoría lo puede ver, excepto los responsables. Un desastre que nace por la intransigencia y la parálisis política. Un presidente, que luego de 33 años se rehúsa a dejar su puesto, y una élite política que no deja de pelear entre sí y se levanta para salvar a su nación.
Mientras las camillas se calientan en el sol, hombres sudorosos están en cuclillas a la sombra, martillando una hoja estimulante que se llama 'khat'. Hay poco movimiento excepto algunos coches que se mueven lentamente en la carretera del hospital.
La pobreza es sinónimo de vida aquí. Masticando khat, pasan el tiempo y las distancias de la mente a una entumecida realidad de que Yemen está cayendo en el caos.
A unos 800 kilómetros, los tanques del gobierno están a medio esconder detrás de pilas de piedras, los cañones de sus armas saliendo como una antena furiosa apuntando a los coches que pasan cerca.
No se están protegiendo de Al-Qaeda sino de los ciudadanos. De vez en cuando la gente aquí, como los yemeníes de otras ciudades se manifiestan con enojo, demandando un líder nuevo, haciendo un llamado a un cambio democrático.
Los tanques salen y amenazan a la multitud. Cuentan con artillería pesada en sus torretas y disparan rondas de balas en un esfuerzo por dispersarlos.
Es un feo estancamiento que se ha complicado por el deseo de algunos de separar el Sur de Yemen del Norte, como estaba antes de que el presidente Ali Abdullah Saleh hiciera la unificación forzada en 1994.
Las razones son varias: el rencor por los recursos saqueados, la percepción de que el norte se beneficia de los campos petroleros del sur, las rivalidades tribales. Luego están los jóvenes que quieren un mejor gobierno. Y el gobierno, que como está, saquea a todos.
Al-Qaeda empieza a capitalizar esta confusión. Los tanques le apuntan a la gente en un juego con apuestas fuertes en el control de una multitud que no son libres de detener a los extremistas islámicos de correr a cientos de inocentes de sus casas mientras avanzan por los pueblos aledaños.
En la carretera asfaltada, que corre por la orilla de la playa, saliendo por la costa de Aden a Zinjabar, hay poco movimiento salvo las oleadas de arena, que se dispersan, van a la deriva y se acumula. La carretera, normalmente bulliciosa, está abandonada, casi fantasmal. Es el camino al primer frente.
En cualquier otro lugar pensarías que están muertos, barcos viejos abandonados, pudriéndose en la brisa corrosiva de mar .
Un par de soldados, con pistolas colgándoles sin cuidado de sus hombros, se dirige a nosotros. ¿Qué estamos haciendo aquí, no sabemos que hay una guerra ahí arriba? Somos los únicos periodistas que han visto. El gobierno los ataca, nos dicen, nos matarán si avanzamos más.
Nuestra conversación es surreal, sus dientes rojos masticando las hojas de khat mientras nos hablan. "Me deja distanciarme del mundo", dice uno de los soldados.
Si manejáramos más adelante, entraríamos a un mundo en donde la única certeza es la incertidumbre, un territorio desconocido en donde el grupo terrorista más temido ha progresado en tácticas de pisa y corre, emboscadas en medio de la nada, a tomar pueblos y ciudades, incluso asentando su propia administración.
Quizá le debería importar a más personas esta guerra al borde de la Península Árabe. Después de todo este es un país de donde se originaron los dos últimos atentados para exportar terrorismo a Estados Unidos. Ambos estuvieron cerca de explotar aviones con destino a Estados Unidos, uno de ellos a minutos de aterrizar en Detroit.
El bombardero de Al-Qaeda detrás de esos ataques todavía está libre aquí, aunque es poco probable que él llegue a estar tan cerca de la primera línea de ataque. Pero él y Al-Qaeda pueden operar con la misma impunidad en grandes territorios del sur de Yemen, entre las montañas y sus barrancas. Y para algunos yemeníes, ellos están peleando una guerra; ellos son hombres que deben ser honrados y protegidos. Después de todo esta es la tierra ancestral de Osama bin Laden.
Mientras agotamos nuestra suerte, y la paciencia de los soldados, para intentar acercarnos, coches y hasta autobuses llenos de gente, cajas y bienes domésticos atraviesan el punto de revisión, desaparecen entre los remolinos de arena y la carretera a Aden para una seguridad relativa.
Decenas de miles ya han hecho ese viaje. Una mujer que conocimos mientras buscaba refugio en una escuela dilapidada en Aden nos dijo que su hijo había regresado a su casa en Zinjabr para rescatar sus últimas posesiones. Los jóvenes combatientes de Al-Qaeda se llaman a sí mismos Ansar al Sharia o simpatizantes de la ley islámica, quienes lo atraparon, comenta ella, diciéndole que regrese a Aden y advirtiéndole que estarían ahí en pocos días.
Por los recuentos de las familias que hemos conocido en el hospital de al Naqib, casi nadie queda en Zinjabar.
Incluso los tercos y valientes que se habían quedado ahora huyen, mientras que las batallas se intensifican y los muertos aumentan.
Docenas de soldados del gobierno han muerto y la fuerza aérea de Yemen está lanzando bombas con una insensibilidad evidente que está matando y mutilando a los mismos civiles que sólo se puede suponer intentan proteger.
El desastre llegó. El único problema es que muy pocas personas lo saben por el acceso a este aislado lugar en un remoto país tan peligroso. Este es un gobierno que imploró y Al-Qaeda está llenando un vacío cada vez mayor.
Afuera del hospital Naqib hay camillas vacías en donde normalmente se estacionan los coches. Los milicianos de Al-Qaeda están a menos de una hora en coche. Pronto llegarán los heridos.
Es probable que sean niños, mujeres y hombres viejos atrapados en el fuego cruzado entre las fuerzas del gobierno e islamistas militantes quienes se acercan a la ciudad de Aden, la segunda más grande de Yemen.
Como docenas antes que ellos, los nuevos heridos serán recogidos de coches y acomodados en camillas para ser llevados a urgencias.
Con estudiantes de medicina ayudándolos, los doctores que son nuevos ante las heridas causadas por explosivos, metralla de tanque, bombas y balas batallarán para detener el flujo de sangre, reconstruir huesos fragmentados, consolar a los inconsolables.
Lo que más duele de esta guerra es esperar.
La mayoría lo puede ver, excepto los responsables. Un desastre que nace por la intransigencia y la parálisis política. Un presidente, que luego de 33 años se rehúsa a dejar su puesto, y una élite política que no deja de pelear entre sí y se levanta para salvar a su nación.
Mientras las camillas se calientan en el sol, hombres sudorosos están en cuclillas a la sombra, martillando una hoja estimulante que se llama 'khat'. Hay poco movimiento excepto algunos coches que se mueven lentamente en la carretera del hospital.
La pobreza es sinónimo de vida aquí. Masticando khat, pasan el tiempo y las distancias de la mente a una entumecida realidad de que Yemen está cayendo en el caos.
A unos 800 kilómetros, los tanques del gobierno están a medio esconder detrás de pilas de piedras, los cañones de sus armas saliendo como una antena furiosa apuntando a los coches que pasan cerca.
No se están protegiendo de Al-Qaeda sino de los ciudadanos. De vez en cuando la gente aquí, como los yemeníes de otras ciudades se manifiestan con enojo, demandando un líder nuevo, haciendo un llamado a un cambio democrático.
Los tanques salen y amenazan a la multitud. Cuentan con artillería pesada en sus torretas y disparan rondas de balas en un esfuerzo por dispersarlos.
Es un feo estancamiento que se ha complicado por el deseo de algunos de separar el Sur de Yemen del Norte, como estaba antes de que el presidente Ali Abdullah Saleh hiciera la unificación forzada en 1994.
Las razones son varias: el rencor por los recursos saqueados, la percepción de que el norte se beneficia de los campos petroleros del sur, las rivalidades tribales. Luego están los jóvenes que quieren un mejor gobierno. Y el gobierno, que como está, saquea a todos.
Al-Qaeda empieza a capitalizar esta confusión. Los tanques le apuntan a la gente en un juego con apuestas fuertes en el control de una multitud que no son libres de detener a los extremistas islámicos de correr a cientos de inocentes de sus casas mientras avanzan por los pueblos aledaños.
En la carretera asfaltada, que corre por la orilla de la playa, saliendo por la costa de Aden a Zinjabar, hay poco movimiento salvo las oleadas de arena, que se dispersan, van a la deriva y se acumula. La carretera, normalmente bulliciosa, está abandonada, casi fantasmal. Es el camino al primer frente.
En cualquier otro lugar pensarías que están muertos, barcos viejos abandonados, pudriéndose en la brisa corrosiva de mar .
Un par de soldados, con pistolas colgándoles sin cuidado de sus hombros, se dirige a nosotros. ¿Qué estamos haciendo aquí, no sabemos que hay una guerra ahí arriba? Somos los únicos periodistas que han visto. El gobierno los ataca, nos dicen, nos matarán si avanzamos más.
Nuestra conversación es surreal, sus dientes rojos masticando las hojas de khat mientras nos hablan. "Me deja distanciarme del mundo", dice uno de los soldados.
Si manejáramos más adelante, entraríamos a un mundo en donde la única certeza es la incertidumbre, un territorio desconocido en donde el grupo terrorista más temido ha progresado en tácticas de pisa y corre, emboscadas en medio de la nada, a tomar pueblos y ciudades, incluso asentando su propia administración.
Quizá le debería importar a más personas esta guerra al borde de la Península Árabe. Después de todo este es un país de donde se originaron los dos últimos atentados para exportar terrorismo a Estados Unidos. Ambos estuvieron cerca de explotar aviones con destino a Estados Unidos, uno de ellos a minutos de aterrizar en Detroit.
El bombardero de Al-Qaeda detrás de esos ataques todavía está libre aquí, aunque es poco probable que él llegue a estar tan cerca de la primera línea de ataque. Pero él y Al-Qaeda pueden operar con la misma impunidad en grandes territorios del sur de Yemen, entre las montañas y sus barrancas. Y para algunos yemeníes, ellos están peleando una guerra; ellos son hombres que deben ser honrados y protegidos. Después de todo esta es la tierra ancestral de Osama bin Laden.
Mientras agotamos nuestra suerte, y la paciencia de los soldados, para intentar acercarnos, coches y hasta autobuses llenos de gente, cajas y bienes domésticos atraviesan el punto de revisión, desaparecen entre los remolinos de arena y la carretera a Aden para una seguridad relativa.
Decenas de miles ya han hecho ese viaje. Una mujer que conocimos mientras buscaba refugio en una escuela dilapidada en Aden nos dijo que su hijo había regresado a su casa en Zinjabr para rescatar sus últimas posesiones. Los jóvenes combatientes de Al-Qaeda se llaman a sí mismos Ansar al Sharia o simpatizantes de la ley islámica, quienes lo atraparon, comenta ella, diciéndole que regrese a Aden y advirtiéndole que estarían ahí en pocos días.
Por los recuentos de las familias que hemos conocido en el hospital de al Naqib, casi nadie queda en Zinjabar.
Incluso los tercos y valientes que se habían quedado ahora huyen, mientras que las batallas se intensifican y los muertos aumentan.
Docenas de soldados del gobierno han muerto y la fuerza aérea de Yemen está lanzando bombas con una insensibilidad evidente que está matando y mutilando a los mismos civiles que sólo se puede suponer intentan proteger.
El desastre llegó. El único problema es que muy pocas personas lo saben por el acceso a este aislado lugar en un remoto país tan peligroso. Este es un gobierno que imploró y Al-Qaeda está llenando un vacío cada vez mayor.