La oposición siria perfila un programa conjunto contra El Asad
360 delegados de grupos disidentes crean en Turquía el Consejo de la Revolución
Damasco, El País
Llevaban meses trabajando juntos contra Bachar el Asad, pero la mayoría no se conocían personalmente. El martes se encontraron en Antalya, una localidad turística de la costa turca, para discutir sobre el futuro de Siria y para formar un Consejo de la Revolución en el exilio. Más de 360 ciudadanos muy diversos decidieron constituirse en "cuerpo diplomático provisional" para que los Gobiernos del mundo tuvieran un interlocutor alternativo al régimen de Damasco. Hubo unanimidad en que cualquier reforma que emprendiera El Asad era ya inútil y en que solo cuando el presidente y su familia abandonaran el país podría empezar el cambio político.
El miércoles, en la segunda y última sesión del encuentro, debería formarse el Consejo de la Revolución (ese era el nombre que se barajaba ayer) y publicarse una declaración con los puntos de acuerdo, centrada en tres principios: unidad nacional, democracia parlamentaria y Estado laico. Se descartó por completo formar un Gobierno provisional, porque, en palabras de un delegado vinculado a los Hermanos Musulmanes, "cuando llegue el momento el Gobierno provisional se creará en Siria con la misión de convocar elecciones libres". "El protagonismo debe corresponder a quienes están sufriendo dentro de nuestro país", añadió.
Pese al imaginable caos de una reunión a la que la gente acudió por autoinvitación y con muchas ganas de hacerse oír, los presentes, desde los Hermanos Musulmanes hasta los activistas de izquierda, pasando por los jeques beduinos, coincidieron en que la supervivencia de Siria pasaba por evitar los conflictos religiosos y sectarios. "Desde el principio hemos reclamado unidad y desde el principio hemos dejado aparte la religión; últimamente vienen muchos cristianos a las mezquitas, porque desde ellas parten las manifestaciones", explicó Omar Mohamed al Musdael, un joven periodista de Deraa que abandonó Siria de forma clandestina a principios de mayo. Medio centenar de delegados procedían de territorio sirio, conscientes de que por el momento estaban condenados al exilio. "Sabemos que en esta reunión hay bastantes infiltrados del régimen que no conseguiremos descubrir y quedaremos todos fichados; sería una locura volver", dijo Al Musdael.
Tres presuntos miembros o colaboradores de los muhabarat, los servicios secretos sirios, fueron expulsados del hotel donde se celebraba la reunión. A otro no le expulsaron porque era tan conocido que resultaba inofensivo: a nadie se le iba a ocurrir hacerle una confidencia o pasarle un correo electrónico secreto. El hombre parecía saberse identificado, porque permanecía discretamente en un rincón.
Pese al riesgo, varios activistas salieron de Siria hacia Turquía con la intención de volver luego. Se ocultaron en un lugar seguro cerca del hotel para no ser fotografiados y siguieron los debates a través de Internet, como los activistas en Siria.
Nadie esperaba un desenlace inminente de la crisis. Quienes habían visitado recientemente Damasco y Alepo, las dos mayores ciudades del país, sabían que en ellas Bachar el Asad contaba aún con amplios apoyos. "La propaganda del régimen acerca de la sublevación islamista, las bandas armadas y el supuesto caos que sobrevendría sin El Asad ha calado en ciertas capas de la población que no ha visto manifestaciones, no ha escuchado nuestros gritos y no ha comprobado que las únicas armas son las que policías y soldados disparan contra la gente", dijo Ammar Abdulhamid, un activista basado en Maryland (Estados Unidos) que desempeña un importante papel en la coordinación de los movimientos opositores a través de Internet.
En eso coincidió Amr al Azm, profesor de historia en una universidad de Ohio (Estados Unidos): en cuanto alguien contemplaba personalmente la violencia de la represión policial, se alejaba del régimen. Eso explicaría el hecho de que en Deraa, la ciudad donde comenzaron las protestas y donde las tropas de Maher el Asad, hermano del presidente, actúan con más dureza, hubieran desaparecido las instituciones oficiales y las empresas de la familia El Asad-Majluf y solo quedara el Ejército. "Deraa está bajo ocupación militar, pero ya fuera del régimen", aseguró Omar Mohamed al Musdael. En otras ciudades "rebeldes", como Homs o Hama, la represión también había conseguido el paradójico efecto de fomentar nuevas manifestaciones.
La represión y su consecuencia, el odio a Bachar el Asad, un presidente relativamente popular hasta pocos meses atrás, eran el denominador común de la reunión de Antalya. La sala donde se congregaban los delegados estaba decorada con imágenes espeluznantes de sirios muertos a golpes o a tiros. En el estrado no había presidencia, solo un micrófono que iba pasando de mano en mano y una fotografía de Hamza al Jatib, el chico de 13 años presuntamente torturado y asesinado en Deraa por las fuerzas de seguridad. En pocos días, Hamza se ha convertido en un símbolo tan potente como Mohamed Bouazizi, el frutero tunecino cuya autoinmolación desató la revolución de Túnez.
A última hora de la tarde de ayer la activista de derechos humanos Razan Zaitouna aseguró a las agencias internacionales que 41 civiles murieron durante el día en la ciudad de Rastan por disparos de las fuerzas de seguridad.
Damasco, El País
Llevaban meses trabajando juntos contra Bachar el Asad, pero la mayoría no se conocían personalmente. El martes se encontraron en Antalya, una localidad turística de la costa turca, para discutir sobre el futuro de Siria y para formar un Consejo de la Revolución en el exilio. Más de 360 ciudadanos muy diversos decidieron constituirse en "cuerpo diplomático provisional" para que los Gobiernos del mundo tuvieran un interlocutor alternativo al régimen de Damasco. Hubo unanimidad en que cualquier reforma que emprendiera El Asad era ya inútil y en que solo cuando el presidente y su familia abandonaran el país podría empezar el cambio político.
El miércoles, en la segunda y última sesión del encuentro, debería formarse el Consejo de la Revolución (ese era el nombre que se barajaba ayer) y publicarse una declaración con los puntos de acuerdo, centrada en tres principios: unidad nacional, democracia parlamentaria y Estado laico. Se descartó por completo formar un Gobierno provisional, porque, en palabras de un delegado vinculado a los Hermanos Musulmanes, "cuando llegue el momento el Gobierno provisional se creará en Siria con la misión de convocar elecciones libres". "El protagonismo debe corresponder a quienes están sufriendo dentro de nuestro país", añadió.
Pese al imaginable caos de una reunión a la que la gente acudió por autoinvitación y con muchas ganas de hacerse oír, los presentes, desde los Hermanos Musulmanes hasta los activistas de izquierda, pasando por los jeques beduinos, coincidieron en que la supervivencia de Siria pasaba por evitar los conflictos religiosos y sectarios. "Desde el principio hemos reclamado unidad y desde el principio hemos dejado aparte la religión; últimamente vienen muchos cristianos a las mezquitas, porque desde ellas parten las manifestaciones", explicó Omar Mohamed al Musdael, un joven periodista de Deraa que abandonó Siria de forma clandestina a principios de mayo. Medio centenar de delegados procedían de territorio sirio, conscientes de que por el momento estaban condenados al exilio. "Sabemos que en esta reunión hay bastantes infiltrados del régimen que no conseguiremos descubrir y quedaremos todos fichados; sería una locura volver", dijo Al Musdael.
Tres presuntos miembros o colaboradores de los muhabarat, los servicios secretos sirios, fueron expulsados del hotel donde se celebraba la reunión. A otro no le expulsaron porque era tan conocido que resultaba inofensivo: a nadie se le iba a ocurrir hacerle una confidencia o pasarle un correo electrónico secreto. El hombre parecía saberse identificado, porque permanecía discretamente en un rincón.
Pese al riesgo, varios activistas salieron de Siria hacia Turquía con la intención de volver luego. Se ocultaron en un lugar seguro cerca del hotel para no ser fotografiados y siguieron los debates a través de Internet, como los activistas en Siria.
Nadie esperaba un desenlace inminente de la crisis. Quienes habían visitado recientemente Damasco y Alepo, las dos mayores ciudades del país, sabían que en ellas Bachar el Asad contaba aún con amplios apoyos. "La propaganda del régimen acerca de la sublevación islamista, las bandas armadas y el supuesto caos que sobrevendría sin El Asad ha calado en ciertas capas de la población que no ha visto manifestaciones, no ha escuchado nuestros gritos y no ha comprobado que las únicas armas son las que policías y soldados disparan contra la gente", dijo Ammar Abdulhamid, un activista basado en Maryland (Estados Unidos) que desempeña un importante papel en la coordinación de los movimientos opositores a través de Internet.
En eso coincidió Amr al Azm, profesor de historia en una universidad de Ohio (Estados Unidos): en cuanto alguien contemplaba personalmente la violencia de la represión policial, se alejaba del régimen. Eso explicaría el hecho de que en Deraa, la ciudad donde comenzaron las protestas y donde las tropas de Maher el Asad, hermano del presidente, actúan con más dureza, hubieran desaparecido las instituciones oficiales y las empresas de la familia El Asad-Majluf y solo quedara el Ejército. "Deraa está bajo ocupación militar, pero ya fuera del régimen", aseguró Omar Mohamed al Musdael. En otras ciudades "rebeldes", como Homs o Hama, la represión también había conseguido el paradójico efecto de fomentar nuevas manifestaciones.
La represión y su consecuencia, el odio a Bachar el Asad, un presidente relativamente popular hasta pocos meses atrás, eran el denominador común de la reunión de Antalya. La sala donde se congregaban los delegados estaba decorada con imágenes espeluznantes de sirios muertos a golpes o a tiros. En el estrado no había presidencia, solo un micrófono que iba pasando de mano en mano y una fotografía de Hamza al Jatib, el chico de 13 años presuntamente torturado y asesinado en Deraa por las fuerzas de seguridad. En pocos días, Hamza se ha convertido en un símbolo tan potente como Mohamed Bouazizi, el frutero tunecino cuya autoinmolación desató la revolución de Túnez.
A última hora de la tarde de ayer la activista de derechos humanos Razan Zaitouna aseguró a las agencias internacionales que 41 civiles murieron durante el día en la ciudad de Rastan por disparos de las fuerzas de seguridad.