Obama pudo con Osama
Fernando Reinares, El País
En el verano de 2009, durante una intervención en un seminario sobre terrorismo celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, afirmé que era muy probable que al año siguiente tuviésemos noticia de que Osama bin Laden había sido capturado o abatido. Pilar Manjón, la presidenta de la Asociación de Afectados por el 11-M, que estaba entre los asistentes al acto, a buen seguro que recordará esas palabras mías, recibidas con gran escepticismo por parte de la inmensa mayoría de los presentes. Me equivoqué, pero por apenas unos meses. Digamos que en aquellos momentos estaba razonablemente convencido de que tendría éxito, en lo que se refiere a privar al yihadismo global de su carismático icono, la nueva estrategia para combatir el terrorismo adoptada por el presidente Barack Obama. Una estrategia basada en las reflexiones de una comisión de expertos al frente de la cual se encontraba Bruce Riedel, uno de los analistas que no iba por ahí diciendo que Al Qaeda había dejado de existir sino todo lo contrario.
El presidente Barack Obama presentó públicamente dicha estrategia en marzo de 2009. Al hacerlo, subrayó cuatro cuestiones que ahora adquieren una particular relevancia. En primer lugar, afirmó que su principal objetivo contraterrorista era "desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda". En segundo término, sostuvo que "casi con toda certeza", Osama bin Laden se encontraba en las montañosas zonas tribales al noroeste de ese segundo país. En tercer lugar, aseguró que "Pakistán debe demostrar su compromiso de erradicar a Al Qaeda y a los extremistas violentos dentro de sus fronteras". Por último, el presidente norteamericano advirtió que Estados unidos "insistirá en que se actúe, de un modo u otro, cuando tengamos inteligencia sobre blancos terroristas de alto nivel". Estos cuatro asuntos, interrelacionados entre sí, ayudan a interpretar la muerte de Osama bin Laden y el contexto en que se ha producido, al tiempo que invitan a formular algunos interrogantes acerca de todo ello y del futuro del terrorismo global.
Desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda era una finalidad contraterrorista más precisa y, en cierto modo, menos ambiciosa, que la de enfrentarse a los extremismos violentos en todo el mundo formulada como guerra global al terrorismo por la Administración de George W. Bush. Pero los medios militares y las labores de inteligencia han continuando siendo preferentes, como difícilmente podría ser de otro modo tratándose de una estructura terrorista cuyos líderes se encuntran en Pakistán. A la muerte de Osama bin Laden ha llevado, por una parte, el extraordinario incremento en los ataques norteamericanos mediante misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas contra blancos de Al Qaeda en Waziristán del Norte. Es verosímil que, a la vista del creciente número de mandos de dicha estructura terrorista que iban siendo alcanzados por el impacto de esos misiles, Osama bin Laden tomase la decisión de buscar refugio en el mismo otro ámbito en el que ya lo habían hecho otros destacados subordinados suyos. Es decir, trasladarse de las inaccesibles montañas de las zonas tribales de Pakistán a alguna de sus densamente pobladas zonas urbanas.
Por otra parte, a la muerte de Osama bin Laden ha llevado también una exquisita labor de inteligencia a cargo de la CIA. Pero es dudoso que la información en base a la cual haya sido elaborada dicha inteligencia provenga de aquel compromiso que las autoridades paquistaníes, en palabras de Barack Obama, tenían que demostrar. De hecho, la advertencia que el presidente de Estados Unidos incluyó en la presentación de su estrategia contraterrorista, hace ahora dos años, se refería a la pasada inacción contra líderes de Al Qaeda identificados en territorio de Pakistán, cuando la operación contra los mismos quedaba en manos de los servicios de seguridad y de los militares de dicho país, que en alguna ocasión incluso advirtieron al propio emir de la estructura terrorista de su detección por la CIA o de la inminencia de un ataque contra su persona. Aunque el discurso del presidente Obama sea conciliador a este respecto, que Osaba bin Laden se hallara escondido en un recinto muy protegido relativamente próximo a Islamabad, suscita una vez más dudas sobre la manera poco unívoca con que las autoridades paquisteníes abordan el tema de Al Qaeda.
Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y actualmente también Public Policy Scholar en la división de estudios de seguridad internacional del Woodrow Wilson Center, en Washington.
En el verano de 2009, durante una intervención en un seminario sobre terrorismo celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, afirmé que era muy probable que al año siguiente tuviésemos noticia de que Osama bin Laden había sido capturado o abatido. Pilar Manjón, la presidenta de la Asociación de Afectados por el 11-M, que estaba entre los asistentes al acto, a buen seguro que recordará esas palabras mías, recibidas con gran escepticismo por parte de la inmensa mayoría de los presentes. Me equivoqué, pero por apenas unos meses. Digamos que en aquellos momentos estaba razonablemente convencido de que tendría éxito, en lo que se refiere a privar al yihadismo global de su carismático icono, la nueva estrategia para combatir el terrorismo adoptada por el presidente Barack Obama. Una estrategia basada en las reflexiones de una comisión de expertos al frente de la cual se encontraba Bruce Riedel, uno de los analistas que no iba por ahí diciendo que Al Qaeda había dejado de existir sino todo lo contrario.
El presidente Barack Obama presentó públicamente dicha estrategia en marzo de 2009. Al hacerlo, subrayó cuatro cuestiones que ahora adquieren una particular relevancia. En primer lugar, afirmó que su principal objetivo contraterrorista era "desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda". En segundo término, sostuvo que "casi con toda certeza", Osama bin Laden se encontraba en las montañosas zonas tribales al noroeste de ese segundo país. En tercer lugar, aseguró que "Pakistán debe demostrar su compromiso de erradicar a Al Qaeda y a los extremistas violentos dentro de sus fronteras". Por último, el presidente norteamericano advirtió que Estados unidos "insistirá en que se actúe, de un modo u otro, cuando tengamos inteligencia sobre blancos terroristas de alto nivel". Estos cuatro asuntos, interrelacionados entre sí, ayudan a interpretar la muerte de Osama bin Laden y el contexto en que se ha producido, al tiempo que invitan a formular algunos interrogantes acerca de todo ello y del futuro del terrorismo global.
Desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda era una finalidad contraterrorista más precisa y, en cierto modo, menos ambiciosa, que la de enfrentarse a los extremismos violentos en todo el mundo formulada como guerra global al terrorismo por la Administración de George W. Bush. Pero los medios militares y las labores de inteligencia han continuando siendo preferentes, como difícilmente podría ser de otro modo tratándose de una estructura terrorista cuyos líderes se encuntran en Pakistán. A la muerte de Osama bin Laden ha llevado, por una parte, el extraordinario incremento en los ataques norteamericanos mediante misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas contra blancos de Al Qaeda en Waziristán del Norte. Es verosímil que, a la vista del creciente número de mandos de dicha estructura terrorista que iban siendo alcanzados por el impacto de esos misiles, Osama bin Laden tomase la decisión de buscar refugio en el mismo otro ámbito en el que ya lo habían hecho otros destacados subordinados suyos. Es decir, trasladarse de las inaccesibles montañas de las zonas tribales de Pakistán a alguna de sus densamente pobladas zonas urbanas.
Por otra parte, a la muerte de Osama bin Laden ha llevado también una exquisita labor de inteligencia a cargo de la CIA. Pero es dudoso que la información en base a la cual haya sido elaborada dicha inteligencia provenga de aquel compromiso que las autoridades paquistaníes, en palabras de Barack Obama, tenían que demostrar. De hecho, la advertencia que el presidente de Estados Unidos incluyó en la presentación de su estrategia contraterrorista, hace ahora dos años, se refería a la pasada inacción contra líderes de Al Qaeda identificados en territorio de Pakistán, cuando la operación contra los mismos quedaba en manos de los servicios de seguridad y de los militares de dicho país, que en alguna ocasión incluso advirtieron al propio emir de la estructura terrorista de su detección por la CIA o de la inminencia de un ataque contra su persona. Aunque el discurso del presidente Obama sea conciliador a este respecto, que Osaba bin Laden se hallara escondido en un recinto muy protegido relativamente próximo a Islamabad, suscita una vez más dudas sobre la manera poco unívoca con que las autoridades paquisteníes abordan el tema de Al Qaeda.
Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y actualmente también Public Policy Scholar en la división de estudios de seguridad internacional del Woodrow Wilson Center, en Washington.