La reforma electoral británica, en el aire
Los británicos se muestran reacios al cambio de sistema - La coalición de Gobierno teme un voto de castigo en las elecciones autonómicas y locales
Londres, El País
Los británicos votaron ayer en referéndum si cambian o no el sistema electoral que se utiliza en los Comunes, pero los votos no empezarán a escrutarse hasta esta tarde. También votaron en las elecciones autonómicas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte y en varios tipos de elecciones municipales. Los resultados de los comicios regionales y locales, en los que se espera un fuerte voto de castigo a los conservadores pero sobre todo a los liberal-demócratas, se han ido conociendo a lo largo de la noche pero no eran significativos al cierre de esta edición.
Políticamente, el plato fuerte era el referéndum sobre la reforma electoral. Todos los sondeos apuntaban estos días a una victoria del no. Se mantendría así el actual sistema, "el primero que llega, gana": circunscripciones de un solo escaño que se lleva el candidato más votado, con independencia de que tenga o no la mayoría absoluta.
El llamado voto alternativo, propuesto como nuevo sistema en el referéndum, no es muy diferente del actual. Se mantienen las circunscripciones de un solo escaño, pero los electores tienen el derecho -aunque no la obligación- de ordenar a varios o a todos los candidatos de acuerdo con sus preferencias. Si ninguno obtiene la mayoría absoluta en el primer recuento, se elimina al candidato menos votado y se adjudican las segundas preferencias de sus votantes. Se sigue así hasta que un candidato tiene la mayoría absoluta o ya no quedan más preferencias de voto por adjudicar.
El referéndum fue una condición de los liberal-demócratas para formar coalición con los conservadores, que se oponen a modificar el actual sistema. Para los liberales, este tenía que ser un paso hacia la implantación a la larga de un sistema proporcional. Era una de las pocas alternativas realistas porque cumple el requisito que hace un año parecía el único realmente imprescindible para lograr el cambio: salvaguardar el vínculo directo entre diputados y votantes manteniendo las circunscripciones de un solo escaño.
A pesar de no ser proporcional, el voto alternativo favorece a los liberal-demócratas porque tienen el voto muy repartido por todo el país: son segundos en muchas circunscripciones, pero el escaño siempre va para el primero. Con este sistema confían -o confiaban, a tenor de los sondeos- en superar al candidato más votado recibiendo el apoyo como segunda preferencia de votantes conservadores allí donde ganan los laboristas, y viceversa. Los laboristas dominan las regiones obreras del norte de Inglaterra y los conservadores el electorado de clase media del sudeste del país. Pero ninguno es en realidad tan hegemónico en votos como lo es en escaños.
La reforma parece llamada a fracasar porque el nuevo sistema favorece la creación de parlamentos más equilibrados entre los tres grandes partidos y, por lo tanto, hay menos posibilidades de que laboristas o conservadores obtengan mayorías absolutas. Los británicos son en general reacios a las coaliciones o los ejecutivos minoritarios porque les parece que producen gobiernos más débiles y demasiado abiertos al compromiso. Es decir, a sacrificar su programa electoral para conseguir el apoyo de otro partido. Lo que en España se ve como una forma de moderar los excesos de un partido que tiene todo el poder, en Reino Unido se percibe como una puerta al oscurantismo y los pactos a espaldas de los votantes.
A esa desconfianza genérica se añaden otros factores. Primero, la aversión de los británicos al cambio. Segundo, el rechazo casi irracional que provocan ahora los liberal-demócratas, y en particular su líder, Nick Clegg, tanto a la izquierda (por pactar con los conservadores) como a la derecha (por condicionar las políticas de los tories).
Y, tercero, los intereses particulares. Los tories se oponen porque el actual sistema -sobre todo modificando las circunscripciones para hacerlas todas del mismo tamaño- les beneficia más que el nuevo. Y los laboristas están divididos porque muchos diputados perderían su escaño con el nuevo sistema y porque la vieja guardia del partido es sociológicamente tan conservadora como los tories.
Los británicos votaron ayer en referéndum si cambian o no el sistema electoral que se utiliza en los Comunes, pero los votos no empezarán a escrutarse hasta esta tarde. También votaron en las elecciones autonómicas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte y en varios tipos de elecciones municipales. Los resultados de los comicios regionales y locales, en los que se espera un fuerte voto de castigo a los conservadores pero sobre todo a los liberal-demócratas, se han ido conociendo a lo largo de la noche pero no eran significativos al cierre de esta edición.
Políticamente, el plato fuerte era el referéndum sobre la reforma electoral. Todos los sondeos apuntaban estos días a una victoria del no. Se mantendría así el actual sistema, "el primero que llega, gana": circunscripciones de un solo escaño que se lleva el candidato más votado, con independencia de que tenga o no la mayoría absoluta.
El llamado voto alternativo, propuesto como nuevo sistema en el referéndum, no es muy diferente del actual. Se mantienen las circunscripciones de un solo escaño, pero los electores tienen el derecho -aunque no la obligación- de ordenar a varios o a todos los candidatos de acuerdo con sus preferencias. Si ninguno obtiene la mayoría absoluta en el primer recuento, se elimina al candidato menos votado y se adjudican las segundas preferencias de sus votantes. Se sigue así hasta que un candidato tiene la mayoría absoluta o ya no quedan más preferencias de voto por adjudicar.
El referéndum fue una condición de los liberal-demócratas para formar coalición con los conservadores, que se oponen a modificar el actual sistema. Para los liberales, este tenía que ser un paso hacia la implantación a la larga de un sistema proporcional. Era una de las pocas alternativas realistas porque cumple el requisito que hace un año parecía el único realmente imprescindible para lograr el cambio: salvaguardar el vínculo directo entre diputados y votantes manteniendo las circunscripciones de un solo escaño.
A pesar de no ser proporcional, el voto alternativo favorece a los liberal-demócratas porque tienen el voto muy repartido por todo el país: son segundos en muchas circunscripciones, pero el escaño siempre va para el primero. Con este sistema confían -o confiaban, a tenor de los sondeos- en superar al candidato más votado recibiendo el apoyo como segunda preferencia de votantes conservadores allí donde ganan los laboristas, y viceversa. Los laboristas dominan las regiones obreras del norte de Inglaterra y los conservadores el electorado de clase media del sudeste del país. Pero ninguno es en realidad tan hegemónico en votos como lo es en escaños.
La reforma parece llamada a fracasar porque el nuevo sistema favorece la creación de parlamentos más equilibrados entre los tres grandes partidos y, por lo tanto, hay menos posibilidades de que laboristas o conservadores obtengan mayorías absolutas. Los británicos son en general reacios a las coaliciones o los ejecutivos minoritarios porque les parece que producen gobiernos más débiles y demasiado abiertos al compromiso. Es decir, a sacrificar su programa electoral para conseguir el apoyo de otro partido. Lo que en España se ve como una forma de moderar los excesos de un partido que tiene todo el poder, en Reino Unido se percibe como una puerta al oscurantismo y los pactos a espaldas de los votantes.
A esa desconfianza genérica se añaden otros factores. Primero, la aversión de los británicos al cambio. Segundo, el rechazo casi irracional que provocan ahora los liberal-demócratas, y en particular su líder, Nick Clegg, tanto a la izquierda (por pactar con los conservadores) como a la derecha (por condicionar las políticas de los tories).
Y, tercero, los intereses particulares. Los tories se oponen porque el actual sistema -sobre todo modificando las circunscripciones para hacerlas todas del mismo tamaño- les beneficia más que el nuevo. Y los laboristas están divididos porque muchos diputados perderían su escaño con el nuevo sistema y porque la vieja guardia del partido es sociológicamente tan conservadora como los tories.