El régimen sirio lanza una ola de detenciones masivas ante otro viernes de protestas
El Ejército se retira de Deraa tras 11 días de asalto al epicentro de la revuelta
Damasco, El País
Las organizaciones humanitarias sirias estimaan la cifra de muertos en un mínimo de 600. En las protestas ya no se piden reformas políticas y sociales, sino la caída de El Asad. Y el malestar se extiende a las grandes ciudades, en especial Damasco, donde reina una relativa tranquilidad hasta la semana pasada.
El clima de represión no remite a pesar de que el Ejército sirio anunció ayer que empezaba a retirarse de Deraa porque había acabado con los "terroristas" en la zona. La ciudad, sin embargo, seguía incomunicada y bajo un estricto toque de queda, con tanques y francotiradores en varias calles. El puerto de Banias parecía ser el próximo objetivo de los militares, con columnas de blindados patrullando las afueras y una enorme presencia de soldados en algunos barrios.
El asalto a Deraa duró 11 días y causó al menos medio centenar de muertes, según activistas locales, y un número indeterminado de detenciones. La Cuarta División Acorazada, bajo el mando de Maher el Asad, hermano del presidente, utilizó tanques, artillería y helicópteros para sofocar lo que el Gobierno calificó de "sublevación armada de bandas islamistas". Un vecino de Deraa provisto de un teléfono por satélite (el Ejército inutilizó las redes de telefonía convencionales) explicó a Reuters que se había impuesto un toque de queda que prohibía salir a la calle después de las dos de la tarde y que no habían terminado las detenciones casa por casa. También dijo que las bandas de civiles con armas que acompañaban a los militares habían colocado por todas partes retratos de Bachar el Asad y carteles con loas al régimen.
No cabía duda de que el presidente, que heredó el cargo de su padre en 2000, se sentía amenazado. El régimen controlaba por completo el Ejército y los poderosos servicios de espionaje interno y aún podía contar, según las impresiones recogidas en medios diplomáticos y empresariales (la prensa tiene prohibida la entrada en el país), con el respaldo de las minorías religiosas, en especial la alauí, a la que pertenece la familia presidencial. Pero el descontento en los ámbitos rurales por la sequía y la crisis económica y la antigua frustración de la mayoría suní, que impulsaron las primeras manifestaciones a mediados de marzo, se había convertido en furor en cuanto las fuerzas de seguridad empezaron a disparar sobre la multitud.
Temor de El Asad
El temor del presidente y de su familia, que, como en otras dictaduras árabes, dominaba los principales resortes de la economía y había amasado una fortuna difícil de calcular gracias a una corrupción endémica, resultaba evidente por el despliegue de tropas en vísperas de las manifestaciones de hoy. Banias era un punto crítico, por la fuerza numérica de los suníes y porque alojaba una de las dos refinerías del país. Como en Deraa, el Ejército inutilizó los teléfonos y estableció controles de entrada y salida. Según la agencia AP, que citaba fuentes locales, numerosos residentes empezaron a abandonar Banias el miércoles por temor a que se produjera un asalto similar al de Deraa.
En dos suburbios de Damasco, Saqba y Erbin, policías y soldados realizaron centenares de arrestos ayer de madrugada. Algo similar ocurrió en Tel, una ciudad situada más al norte, según la red de activistas que, provista de teléfonos por satélite que alguien (aún no se sabe quién) les había proporcionado desde Líbano, difundía información al exterior. Las mismas fuentes afirmaron que la policía había disuelto con porras y gases lacrimógenos una manifestación estudiantil en la Universidad de Alepo, segunda ciudad de Siria y hasta ahora prácticamente ajena a las protestas. En otra ciudad, Rastan, los activistas denunciaron la entrada de carros blindados y abundantes tropas.
Estados Unidos decidió hace unos días imponer sanciones personales, como el bloqueo de cuentas bancarias en el exterior, sobre varias figuras del régimen, y la Unión Europea aprobó un embargo de armas. Esas medidas no parecieron impresionar a Bachar el Asad, que mantuvo la represión a sangre y fuego. La presión internacional era muy suave e indicaba poco interés en provocar un cambio de régimen, por la ausencia de líderes visibles entre los opositores sirios y el temor a que sin el puño de hierro de El Asad se iniciara un conflicto sangriento entre grupos religiosos.
Damasco, El País
Las organizaciones humanitarias sirias estimaan la cifra de muertos en un mínimo de 600. En las protestas ya no se piden reformas políticas y sociales, sino la caída de El Asad. Y el malestar se extiende a las grandes ciudades, en especial Damasco, donde reina una relativa tranquilidad hasta la semana pasada.
El clima de represión no remite a pesar de que el Ejército sirio anunció ayer que empezaba a retirarse de Deraa porque había acabado con los "terroristas" en la zona. La ciudad, sin embargo, seguía incomunicada y bajo un estricto toque de queda, con tanques y francotiradores en varias calles. El puerto de Banias parecía ser el próximo objetivo de los militares, con columnas de blindados patrullando las afueras y una enorme presencia de soldados en algunos barrios.
El asalto a Deraa duró 11 días y causó al menos medio centenar de muertes, según activistas locales, y un número indeterminado de detenciones. La Cuarta División Acorazada, bajo el mando de Maher el Asad, hermano del presidente, utilizó tanques, artillería y helicópteros para sofocar lo que el Gobierno calificó de "sublevación armada de bandas islamistas". Un vecino de Deraa provisto de un teléfono por satélite (el Ejército inutilizó las redes de telefonía convencionales) explicó a Reuters que se había impuesto un toque de queda que prohibía salir a la calle después de las dos de la tarde y que no habían terminado las detenciones casa por casa. También dijo que las bandas de civiles con armas que acompañaban a los militares habían colocado por todas partes retratos de Bachar el Asad y carteles con loas al régimen.
No cabía duda de que el presidente, que heredó el cargo de su padre en 2000, se sentía amenazado. El régimen controlaba por completo el Ejército y los poderosos servicios de espionaje interno y aún podía contar, según las impresiones recogidas en medios diplomáticos y empresariales (la prensa tiene prohibida la entrada en el país), con el respaldo de las minorías religiosas, en especial la alauí, a la que pertenece la familia presidencial. Pero el descontento en los ámbitos rurales por la sequía y la crisis económica y la antigua frustración de la mayoría suní, que impulsaron las primeras manifestaciones a mediados de marzo, se había convertido en furor en cuanto las fuerzas de seguridad empezaron a disparar sobre la multitud.
Temor de El Asad
El temor del presidente y de su familia, que, como en otras dictaduras árabes, dominaba los principales resortes de la economía y había amasado una fortuna difícil de calcular gracias a una corrupción endémica, resultaba evidente por el despliegue de tropas en vísperas de las manifestaciones de hoy. Banias era un punto crítico, por la fuerza numérica de los suníes y porque alojaba una de las dos refinerías del país. Como en Deraa, el Ejército inutilizó los teléfonos y estableció controles de entrada y salida. Según la agencia AP, que citaba fuentes locales, numerosos residentes empezaron a abandonar Banias el miércoles por temor a que se produjera un asalto similar al de Deraa.
En dos suburbios de Damasco, Saqba y Erbin, policías y soldados realizaron centenares de arrestos ayer de madrugada. Algo similar ocurrió en Tel, una ciudad situada más al norte, según la red de activistas que, provista de teléfonos por satélite que alguien (aún no se sabe quién) les había proporcionado desde Líbano, difundía información al exterior. Las mismas fuentes afirmaron que la policía había disuelto con porras y gases lacrimógenos una manifestación estudiantil en la Universidad de Alepo, segunda ciudad de Siria y hasta ahora prácticamente ajena a las protestas. En otra ciudad, Rastan, los activistas denunciaron la entrada de carros blindados y abundantes tropas.
Estados Unidos decidió hace unos días imponer sanciones personales, como el bloqueo de cuentas bancarias en el exterior, sobre varias figuras del régimen, y la Unión Europea aprobó un embargo de armas. Esas medidas no parecieron impresionar a Bachar el Asad, que mantuvo la represión a sangre y fuego. La presión internacional era muy suave e indicaba poco interés en provocar un cambio de régimen, por la ausencia de líderes visibles entre los opositores sirios y el temor a que sin el puño de hierro de El Asad se iniciara un conflicto sangriento entre grupos religiosos.